Cuando la guerra con los insectores terminó, los rusos tenían planeado gobernar la flota horas después y por tanto, el mundo. Era su destino. Los norteamericanos se mostraron tan complacientes como siempre, seguros de que el destino lo resolvería todo a su favor. Sólo unos pocos demagogos vieron el peligro. El mundo chino y el musulmán estaban alerta ante el peligro, aunque fueron incapaces de plantear una defensa por miedo a romper la alianza que hacía posible la resistencia a los insectores.
Cuanto más estudiaba, más deseaba Bean no tener que ir a la Escuela Táctica. Esta guerra pertenecería a Ender y sus amigos. Y aunque Bean amaba a Ender tanto como cualquiera de ellos, y con mucho gusto serviría con ellos contra los insectores, lo cierto era que no lo necesitaban. Era la próxima guerra, la pugna por el dominio mundial, lo que le fascinaba. Los rusos podrían ser detenidos, si se llevaban a cabo los preparativos adecuados.
Pero entonces tuvo que preguntarse: ¿deberían ser detenidos? Un golpe rápido, sangriento pero eficaz que pondría al mundo bajo un único gobierno… significaría el final de la guerra entre los humanos, ¿no? Y en semejante clima de paz, ¿no estarían mejor todas las naciones?
De ese modo, mientras Bean desarrollaba su plan para detener a los rusos, trataba de evaluar cómo sería un Imperio Ruso mundial.
Y llegó a la conclusión de que no duraría. Porque junto con su prepotencia nacional, los rusos también habían nutrido su sorprendente talento para el mal gobierno, esa sensación de mejora personal que convertía la corrupción en una forma de vida. La tradición institucional de la competencia que era esencial para un gobierno mundial de éxito no existía. Era en China donde esas instituciones y valores habían cobrado más fuerza. Pero incluso China sería un pobre sustituto para un genuino gobierno mundial que trascendiera los intereses nacionales. Un gobierno mundial equivocado acabaría por derrumbarse a causa de su propio peso.
Bean ansiaba hablar de estos asuntos con alguien… con Nikolai, o incluso con uno de los profesores. Le frenaba tener que pensar en círculos: sin estímulos externos era difícil liberarse de sus propias limitaciónes. Una mente sólo era capaz de pensar en sus propias preguntas, rara vez se sorprendía a sí misma. Pero progresó, muy poco a poco durante aquel viaje, y luego durante los meses en la Escuela Táctica.
Táctica fue un puñado de viajes breves y detalladas visitas a diversas naves. A Bean le disgustaba que estuvieran basadas en diseños antiguos, lo que le parecía absurdo: ¿por qué entrenar a tus comandantes con naves que no serían utilizadas en la batalla? Pero los profesores trataron con desdén su objeción, señalando que las naves eran las naves, a la larga, y las naves más modernas tenían que patrullar los perímetros del sistema solar. Para entrenar a niños, todas eran válidas.
Les enseñaron muy poco del arte de pilotar, pues no iban a pilotar las naves, sólo a comandarlas en la batalla. Tenían que conseguir sentir cómo funcionaban las armas, cómo se movían las naves, qué podía esperarse de ellas, cuáles eran sus limitaciones. Gran parte era aprendizaje memorístico… pero eso era precisamente el tipo de aprendizaje que Bean podía realizar casi en sueños, pues era capaz de recordar cualquier cosa que hubiera oído o escuchado con cierto grado de atención.
Así que, durante la Escuela Táctica, donde se comportó tan bien como cualquiera, siguió concentrándose en los problemas de la actual situación política en la Tierra. Pues la Escuela Táctica estaba en LIS, y por ese motivo la biblioteca era puesta al día constantemente, y no sólo con el material autorizado para ser incluido en las bibliotecas de las naves. Por primera vez, Bean empezó a leer los escritos de pensadores políticos actuales de la Tierra. Leyó lo que procedía de Rusia, y una vez más se sorprendió de lo descaradamente que perseguían sus ambiciones. Los escritores chinos advertían el peligro, pero al ser chinos, no realizaban ningún esfuerzo para recabar el apoyo de otras naciones a fin de plantear algún tipo de resistencia. Para los chinos, una vez que algo se sabía en China, se sabía en todas partes donde importaba. Y las naciones euroamericanas parecían dominadas por una estudiada ignorancia que a Bean se le antojaba un deseo de muerte. Sin embargo, había algunos que estaban despiertos, y pugnaban por establecer coaliciones.
Dos populares comentadores en concreto llamaron la atención de Bean. A primera vista, Demóstenes parecía ser un alborotador que se basaba en los prejuicios y la xenofobia. Pero también tenía un éxito notable al liderar un movimiento popular. Bean no sabía si la vida bajo un gobierno liderado por Demóstenes sería mejor que bajo los rusos, pero Demóstenes al menos lo discutiría. El otro comentarista que llamo la atención de Bean era Locke, un tipo amable que apelaba a la paz mundial y a la forja de alianzas…, aunque en su aparente complacencia, Locke daba la impresión de actuar a partir de los mismos hechos que Demóstenes, dando por hecho que los rusos eran lo suficientemente fuertes para «liderar» el mundo, pero no estaban preparados para hacerlo de una manera «beneficiosa». En cierto modo, era como si Demóstenes y Locke llevaran a cabo su investigación juntos, leyendo las mismas fuentes y aprendiendo de los mismos corresponsales, pero luego se dirigían a públicos completamente distintos.
Durante algún tiempo, Bean incluso jugueteó con la idea de que Locke y Demóstenes fueran la misma persona. Pero no, los estilos literarios eran diferentes, y lo más importante, pensaban y analizaban por separado. Bean no creía que nadie fuera tan listo para falsificar eso.
Fueran quienes fuesen, esos dos comentaristas eran quienes parecían ver la situación de manera más acertada, y por eso Bean empezó a concebir su ensayo sobre la estrategia en el mundo postfórmico como una carta a Locke y Demóstenes. Una carta personal. Una carta anónima. Porque sus observaciones deberían ser divulgadas, y esos dos parecían estar en la mejor posición para que las ideas de Bean dieran fruto.
Volviendo a antiguas costumbres, Bean se pasó algún tiempo en la biblioteca para observar a vanos oficiales que se conectaban a la red, y pronto logró seis claves que podría utilizar. Entonces escribió una carta en seis partes, usando una clave diferente para cada una, y las envió a Locke y Demóstenes con varios minutos de diferencia unas de otras. Lo hizo durante una hora en la que la biblioteca estaba abarrotada, y se aseguró de que él mismo estuviera conectado a la red con su propia consola y en su barracón, y de que todo el mundo creyera que jugaba. Dudaba que contaran sus golpes de teclado y advirtieran que no estaba haciendo nada con su consola durante ese tiempo. Y si rastreaban la carta hasta él, bueno, lástima. Con toda probabilidad, Locke y Demóstenes no tratarían de localizarlo: en su carta les pedía que no lo hicieran. Podrían creerlo o no, estarían de acuerdo con él o no; pero no podía ir más allá. Les había dejado muy claro cuáles eran exactamente los peligros, cuál era obviamente la estrategia rusa, y qué pasos había que dar para asegurarse de que los rusos no tuvieran éxito en su golpe preventivo.
Uno de los argumentos más importantes que planteó fue que los niños de las Escuelas de Batalla, Táctica y de Mando tenían que regresar a la Tierra lo antes posible, una vez que los insectores fueran derrotados. Si permanecían en el espacio, serían capturados por los rusos o la F.I. los mantendrían en situación de aislamiento. Pero esos niños eran las mejores mentes militares que la humanidad había producido en generaciones. Si había que someter el poder de una gran nación harían falta comandantes brillantes que se opusieran a ellos.
Un día más tarde, Demóstenes divulgó un ensayo por toda la red en el que solicitaba que la Escuela de Batalla de disolviera de inmediato y todos aquellos niños regresaran a casa. «Han secuestrado nuestros niños más prometedores. Nuestros Alejandros y Napoleones, nuestros Rommels y Pattons, nuestros Césares y Federicos y Washingtons y Saladinos están recluidos en un lugar donde no podemos alcanzarlos, donde no pueden ayudar a sus propios pueblos a ser libres de la amenaza de la dominación rusa. ¿Y quién puede dudar que los rusos pretenden capturar a esos niños y utilizarlos? O, si no pueden, sin duda intentarán, con un misil bien colocado, reducirlos a cenizas, y privarnos de nuestros líderes militares naturales. Una demagogia deliciosa, diseñada para encender la ira y escandalizar a la gente. Bean podía imaginar la consternación de los militares mientras su preciosa escuela se convertía en un asunto político. Era un tema sentimental que Demóstenes no dejaría pasar y del que los nacionalistas de todo el mundo se harían eco con gran fervor. Y como se trataba de niños, ningún político podía osar oponerse al principio de que todos los niños de la Escuela de Batalla regresaran a casa en el momento en que terminara la guerra. No sólo eso, sino que Locke prestó su prestigiosa y moderada voz a la causa, apoyando abiertamente el principio del regreso de los niños. «Por supuesto, pagad al flautista, libradnos de las ratas invasoras… y luego traed a nuestros niños a casa.»
Vio, escribió, y el mundo cambió un poquito. Era una sensación abrumadora. Hacía que todo el trabajo en la Escuela Táctica pareciera casi insignificante en comparación con eso. Quiso saltar en la clase y hablar a los demás de su triunfo. Pero lo mirarían como si estuviera loco. No sabían nada del mundo en general, y no se hacían responsables de él. Estaban encerrados en el mundo militar.
Tres días después de que Bean enviara sus cartas a Locke y Demóstenes, los niños llegaron a clase y descubrieron que tenían que marchar de inmediato a la Escuela de Mando, esta vez junto con Carn Carby, que estaba una clase por delante de ellos en la Escuela Táctica. Habían pasado sólo tres meses en LIS, y Bean no podía dejar de preguntarse si sus cartas no habrían provocado alguna variación en el calendario. Si había algún peligro de que los niños pudieran ser enviados a casa antes de lo previsto, la EL tenía que asegurarse de que sus preciados especímenes estuvieran fuera de alcance.
—Supongo que debería felicitarlo por deshacer el daño que causó a Ender Wiggin.
—Señor, con el debido respeto, no estoy de acuerdo en haber causado ningún daño.
—Ah, bueno, entonces no tengo que felicitarlo. Es consciente de que aquí tendrá un estatus de mero observador.
—Espero tener también oportunidad de ofrecer consejo basándome en mis años de experiencia con estos niños.
—La Escuela de Mando ha trabajado con niños durante años.
—Con el debido respeto, señor, la Escuela de Mando ha trabajado con adolescentes, jovencitos ambiciosos, competitivos y rebosantes de testosterona. Y aparte de eso, hemos recorrido un largo camino con esos niños en concreto, y dispongo de una información sobre ellos que debe tomarse en consideración.
—Toda esta información debería constar en sus informes.
—Sí, consta en ellos. Pero con todo el respeto, ¿hay alguien que haya memorizado mis informes de un modo tan concienzudo que recuerde los detalles apropiados en el instante preciso?
—Le escucharé, coronel Graff. Y por favor deje de asegurarme lo respetuoso que es cada vez que vaya a decirme que soy un idiota.
—Pensé que mi permiso fue diseñado para castigarme. Estoy intentando demostrar que he aprendido del castigo.
—¿Hay algún detalle sobre esos niños que le venga a la mente ahora mismo?
—Uno importante, señor. Porque todo depende de lo que Ender haga o no haga, es vital que lo aísle de los otros niños. Durante las prácticas puede estar allí, pero bajo ninguna circunstancia puede permitir que converse con la mayor libertad o comparta información.
—¿Y por qué?
—Porque si Bean llega a enterarse de la existencia del ansible hará con la clave de todo. Puede que ya lo haya dilucidado por su cuenta… No tiene ni idea de lo difícil que es ocultarle información. Ender es más digno de confianza… Sin embargo, no puede realizar su trabajo a menos que sepa qué es el ansible. ¿No lo ve? Bean y él no pueden estar juntos en su tiempo libre. Sus conversaciones deben ser controladas.
—Pero si es así, entonces Bean no es capaz de ser el sustituto de Ender, porque habría que hablarle del ansible.
—Entonces no importará.
—Pero usted mismo fue el autor de la propuesta de que sólo un niño…
—Señor, nada de eso es aplicable a Bean.
—¿Por…?
—Porque no es humano.
—Coronel Graff, usted me cansa.
El viaje a la Escuela de Mando duró cuatro meses, y esa vez fueron entrenados continuamente, tan a conciencia en materia de cálculos de disparo, explosivos y otros temas relacionados con las armas como lo permitía el interior de un crucero veloz. Finalmente, también se convirtieron en un equipo, y enseguida todo el mundo tuvo claro que el principal estudiante era Bean. Lo dominaba todo de inmediato, y pronto los demás se volvieron a él para que les explicara los conceptos que no pillaban a la primera. De ser el que tenía el estatus más bajo en el primer viaje, un completo apartado, Bean se convirtió ahora en un líder por el motivo opuesto: estaba solo en la posición de mayor estatus.
Sopesó la situación, porque sabia que necesitaba poder funcionar como parte del equipo, no sólo como mentor o experto. Así pues, tomaba parte en sus descansos, relajándose con ellos, bromeando, recordando también anécdotas de la Escuela de Batalla. Y de épocas anteriores.
Porque ahora, por fin, en la Escuela de Mando quedó abolido el tabú que impedía hablar sobre asuntos familiares. Todos hablaban libremente de padres y madres que, aunque se habían convertido en lejanos recuerdos, seguían representando una función vital en sus vidas.
Al principio, el hecho de que Bean no tuviera padres hizo que los otros se sintieran un poco incómodos, pero Bean aprovechó la oportunidad y empezó a hablar abiertamente sobre toda su experiencia. Cuando se ocultó en el depósito de agua del lavabo de la habitación limpia. Cuando el conserje español lo recogió. El hambre que pasó en las calles mientras buscaba una oportunidad. Cuando le dijo a Poke cómo podía derrotar a los matones en su propio juego. Cómo observaba a Aquiles, lo admiraba, lo temía mientras iba creando su familia callejera, marginando a Poke, hasta que por fin la mató. Cuando les habló del hallazgo del cadáver de Poke, varios de los otros niños se echaron a llorar. Petra, en concreto, se vino abajo y sollozó.
Era una oportunidad, y Bean la aprovechó. Por supuesto, ella pronto se marchó, y se llevó sus sentimientos a la intimidad de su habitación. Y tan pronto como pudo, Bean la siguió.