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Authors: Miyuki Miyabe

Tags: #Intriga

La Sombra Del KASHA (2 page)

BOOK: La Sombra Del KASHA
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—Gracias.

—Donde comen dos, comen tres. Ese Kurisaka… ¿Jun, verdad? ¿Es pariente tuyo?

—Lejano. Es el hijo del primo de mi mujer.

—Eso lo convierte en algo así como un «tío» para Makoto.

—Es demasiado complicado clasificarlo dentro de la familia. De todas formas, no tenemos mucho contacto. —Así que ¿por qué molestarse en venir hasta su casa?—. Hace años que no lo veo. Ni siquiera vino al funeral de Chizuko.

Honma guardaba la fotografía del funeral en un rincón del salón, cerca de la ventana, donde el sol la iluminaba todo el día. Desvió la vista hacia la foto y Chizuko le devolvió la mirada desde el marco negro. Tenía la cabeza ladeada y una expresión de desconcierto en la cara.

—No la contemples ahora —sugirió Isaka, mirando por la ventana—. Está nevando.

Capítulo 2

Eran casi las nueve cuando llegó Jun Kurisaka.

Entretanto, unos cinco centímetros de nieve se habían acumulado sobre calles y tejados. Cuando el sol se puso, el viento del norte empezó a soplar con fuerza, arrastrando en su aire congelado partículas de hielo que se clavaban como flechas. Hacia las seis, primero la televisión y después el periódico vespertino anunciaron ventisca. Las noticias de la tarde informaron de que las líneas suburbanas de Yamanote y las de Chuo y Soba estaban fuera de servicio. Honma creyó que el muchacho no se presentaría, sin embargo se equivocó. Jun llamó a la puerta poco después de las siete.

El joven vivía bastante lejos, en Funabashi, a las afueras de la zona este de Tokio. Honma sólo había estado allí una vez, y hacía años de eso. No lograba recordar la razón de aquella visita, pero sí que tuvo que coger un autobús desde la estación y hacer un trayecto de unos veinte o treinta minutos. Así que, de noche y con aquel tiempo, le costaba imaginar que alguien deambulara por la ciudad hasta la zona norte para tener que regresar después, atravesando la bahía hasta llegar al distrito de Chiba. Incluso en un día despejado, se tardaba hora y media en hacer cada trayecto, tomando en cuenta los trasbordos y el tiempo de espera. Si Jun estaba decidido a recorrer tal distancia en una noche como aquella, es que algo grave había ocurrido.

Eso era lo que le preocupaba. Tenía una especie de premonición.

Honma y Makoto terminaban de cenar cuando sonó el timbre de la puerta. Jun tenía el rostro más consumido de lo que Honma recordaba. Desde luego, daba la impresión de que la gente encogía un poco en pleno invierno, pero los rasgos demacrados de Jun no se debían únicamente al frío.

Jun había cenado ya, así que Makoto preparó café para los dos adultos antes de marcharse a la ducha. Honma le había enseñado a no meter las narices en las conversaciones de los mayores: era una regla inquebrantable. Y además, fuera o no su tío, el chico no lo conocía muy bien. En realidad, Honma tampoco. ¿Cuándo habría dado ese estirón?

—Bueno, ¿y cuántos años tienes ahora? —preguntó Honma sin rodeos.

—Veintinueve —repuso Jun—. Han pasado siete años. Creo que no hemos vuelto a hablar desde el día en que la tía Chizuko me envió aquel regalo para mi graduación, justo antes de que empezara a trabajar.

Ah, sí. Chizuko le había dado muchas vueltas a ese tema. «¿Qué se le regala a alguien que va a empezar a trabajar en un banco?»

—¿Sigues en esa sucursal de Kanda? —preguntó Honma, excavando en su memoria. Por cierto, ¿qué banco era? ¿Daiichi? ¿Sanwa?

—No he parado de cambiar de oficina. Kanda, Oshiage… Ahora estoy en Shibuya. Pero seguro que este año vuelven a trasladarme.

—Debe de ser duro.

—No puedo quejarme. Las entidades financieras funcionan así. Tanto me da ir de un lado para otro. Además, creo que he conseguido hacerme un hueco en la empresa. Así que no me importa.

«De un lado para otro… » Puede que se estuviera refiriendo a la ampliación del mercado. Honma asintió como si lo comprendiera todo. Ya era demasiado tarde para preguntar en qué banco estaba trabajando.

—Pero tío Shunsuke, a usted también lo trasladaron a varios distritos en repetidas ocasiones, ¿verdad? —De repente, su semblante se ensombreció—. Lo siento…

«Ha llegado el momento de las formalidades», pensó Honma.

—Aún no le he dado el pésame.

«Aún». Habían pasado tres años, pero para Honma era como si todo hubiese sucedido ayer.

El joven agachó la cabeza y se quedó mirando su corbata de Dior.

—Siento muchísimo lo de la tía Chizuko. Y también no haber asistido al funeral. En realidad, no tengo excusa.

—No fue muy divertido, créeme. Habría preferido invitaros a todos por un motivo más dichoso.

—Al menos, permítame que encienda una barrita de incienso en su memoria. Lo primero es lo primero. —Incómodo, Jun se agitó en el asiento. Se levantó y fue a sentarse frente al retrato de su tía. No se habló más del tema. Honma no estaba seguro de si Jun actuaba con consideración o si sólo era presa del remordimiento. Fuera lo que fuese, Honma se sentía agradecido.

—¿Y bien? —espetó—. ¿Qué razón te ha hecho salir de casa con semejante tiempo? Debe de ser importante. Supongo que será mejor que vayas al grano.

Jun se sentó de nuevo frente a Honma, aunque seguía mirando al suelo. Le temblaban los labios. Finalmente, murmuró:

—Me ha llevado mucho tiempo tomar una decisión…

Honma le sirvió café sin articular palabra. La radio sumergible de Makoto sonaba de fondo. ¿Desde cuándo escuchaba su hijo música en el baño? Jun no había dicho nada aún, así que fue Honma quien tomó la palabra.

—¿Respecto a hablar conmigo?

Jun asintió con la cabeza antes de alzar poco a poco la mirada.

—Tenía mis dudas, no sabía si debía involucrarlo en este asunto. Es usted un especialista en la materia, y supuse que no tendría tiempo que perder con mis problemas. Pero cuando mi madre me dijo que estaba de baja…

Honma enarcó las cejas. Si Jun había acudido a él porque precisaba de un detective, de un «especialista» que dispusiera del tiempo suficiente, sólo podía haber tres razones posibles.

—Veamos. ¿Has tenido un altercado con la Yakuza? ¿O un amigo te ha dado un regalo que ha resultado ser robado? ¿Alguien te quitó el coche y lo has visto en una tienda de vehículos de segunda mano con una nueva matrícula? ¿Alguna de las tres opciones?

—No, no. No tiene nada que ver con eso.

—Bueno, pues entonces ¿qué es?

Jun carraspeó antes de contestar:

—Pues… estoy prometido.

Había adoptado una expresión tan seria que Honma quería echarse a reír.

—Pero eso es maravilloso.

—No, no lo es —repuso Jun—. Mi prometida se ha ido, ha desaparecido. Necesito que la encuentre. Eso es lo que usted hace, ¿verdad? ¿Rastrear a la gente? Estoy seguro de que obtendrá mayores resultados de los que he conseguido yo hasta ahora, tratando de buscarla por mi cuenta. ¿Qué me dice?

Jun se inclinó sobre la mesa, con las manos juntas y una mirada cargada de súplicas. Honma no sabía qué decir. Se limitó a parpadear y a mirar por la ventana. Seguía nevando.

—No conozco la historia en detalle —empezó—. Y me temo que yo…

—Se lo explicaré todo —aseguró Jun que se había inclinado un poco más sobre la mesa. Honma levantó la mano.

—Espera, espera un momento. Antes que nada, que quede clara una cosa.

—Sí, tío. —Jun se enderezó entonces.

—Tu prometida ha desaparecido. No sabes dónde está. —Correcto.

—Y quieres que yo la encuentre. —Así es.

—De acuerdo. No suelo hacerme cargo de nuevos casos sin disponer de bastante más información de la que por ahora tengo. Lo entiendes, ¿verdad?

Jun parecía estar a punto de decir algo, pero en lugar de hacerlo, apretó la mandíbula y asintió.

—Bien. Pues para empezar, ¿por qué no me pones al corriente de todo? No estoy diciendo que aceptaré el caso. Pero si de verdad es algo serio, no puedo rechazarlo sin antes oír lo que tienes que decir.

Jun no pudo disimular las ganas que tenía de desahogarse.

—¡Sí, señor!

—Muy bien, abre el cajón de esa mesa de ahí y tráeme algo para que pueda tomar nota, ¿quieres?

Jun sacó uno de los cuadernos y un bolígrafo de Makoto.

—Bueno, pues… ¿por dónde he de empezar? —preguntó el joven.

—¿Qué te parece si te hago yo algunas preguntas? ¿Cómo se llama?

—Shoko Sekine —contestó Jun que parecía relajarse un poco. Honma le pasó el bolígrafo y le hizo apuntar el nombre.

—¿Edad?

—Este año cumple veintiocho. —¿Os conocisteis en el trabajo?

—No. Ella trabaja para un cliente mío. O mejor dicho, trabajaba, ahora que ha desaparecido.

—¿De qué compañía estamos hablando?

—Imai Office Machines, una empresa mayorista que vende cajas registradoras. Hace poco que se han metido en el alquiler de equipos de ofimática. Pero es una empresa pequeña, sólo tiene dos empleados.

—¿Dos incluyéndola a ella? Bueno, ¿cuándo os conocisteis?

Jun hizo sus cuentas.

—Pues hace dos años, en 1990. Alrededor de octubre. No, antes de las vacaciones de septiembre. En fin, por aquel entonces tuvimos nuestra primera cita.

Estaban a 20 de enero de 1992, lo que significaba que llevaban un año y cuatro meses juntos. No habían tomado la decisión de comprometerse a la ligera. Honma diría incluso que habían esperado un tiempo más que prudencial.

—¿Y os prometisteis?

—Sí, la Nochebuena pasada.

Honma no pudo evitar esbozar una sonrisa. Algunos lo habrían considerado una cursilada.

—¿Y hubo un intercambio formal de regalos?

Jun parecía algo incómodo.

—No, nada de eso. Sólo una promesa por parte de los dos. Pero le di un anillo.

Con el bolígrafo en la mano, Honma desvió la mirada hacia Jun.

—¿Hubo oposición por parte de los padres?

Jun asintió cautelosamente con la cabeza.

—¿Por parte de los suyos? ¿De los tuyos?

—De los míos. A Shoko no le queda familia.

—Vaya… —Poco corriente para una joven de veintiocho años.

—Para empezar es hija única. Su padre murió cuando ella aún estaba en la escuela primaria. Sufría algún tipo de enfermedad, Shoko nunca me dijo cuál. Hace dos años, perdió a su madre.

—¿También estaba enferma?

—No, murió en un accidente.

Bajo el nombre de «Shoko Sekine», Honma escribió «Ambos padres fallecidos».

—Entonces, vive sola.

—Sí. No muy lejos de aquí. En un apartamento en Honancho, en el distrito de Suginami.

—¿De dónde viene ella exactamente? ¿Se lo preguntaste alguna vez?

—Claro. Nació en Utsunomiya, a unas cuantas horas al norte de Tokio. Pero como ya le he dicho, su padre murió cuando era una niña. Al parecer, no guarda recuerdos muy felices de aquel lugar, su familia no tenía mucho dinero y sus parientes se desentendieron. Nunca quiso regresar allí, prácticamente se niega a hablar de su ciudad natal.

—Entonces, en cuanto a contactos familiares…

—Shoko no tiene a nadie.

«No tiene a nadie», excepto a él. Por la manera en la que Jun pronunciaba su nombre quedaba claro que él era su único confidente y compañero.

—¿Qué me puedes decir de su trayectoria profesional?

—Tras acabar el instituto en Utsunomiya, vino directamente a Tokio. Eso es todo lo que sé… —Entonces, añadió, a la defensiva—: De todos modos, cuando le pides salir a una chica no la obligas a presentar un informe en el que se detalle su experiencia académica y profesional, ¿no?

—¿Hablas en serio? —preguntó Honma con ironía—. Pero mentirías si afirmaras que nunca te preguntaste acerca de su pasado.

Poco a poco, Honma empezó a recordarlo todo. Pequeños detalles que había oído de Chizuko acerca de su primo (el padre de Jun) y de su familia: una panda de excéntricos que profesaban unas ideas muy cerradas sobre la educación y el trabajo. Cuando Chizuko decidió casarse con Honma, tuvo que soportar todo tipo de críticas. «¿Un policía? ¡Eso no tiene futuro!». El padre de Jun, por otro lado, pasó de estudiar en uno de los mejores centros de estudios de Japón a incorporarse a una gran compañía, donde además relanzó su carrera profesional tras casarse con la hija del director general del mayor cliente de dicha empresa. Un cabrón, pero consecuente al menos. Y seguro que la mujer se le parecía.

Jun era su hijo, y de tal palo…

Frente a la penetrante mirada de Honma, el chico agachó la cabeza. La taza de café que sujetaba entre las manos estaba fría. Se había formado una película en la superficie.

—Oiga, no me juzgue por venir de donde vengo. —Dejó la taza sobre la mesa—. Todo lo que quiero es una chica que sea alegre y que crea en nuestra relación. ¡El peso del curriculum y todas esas gilipolleces no significan nada para mí!

—No son gilipolleces —dijo Honma.

—¡Lo son si se vuelven una obsesión!

Makoto había apagado la radio. De repente, el salón se sumió en el silencio y la voz de Honma sonó extrañamente alta cuando preguntó:

—¿Insinúas que a tus padres no les parecía apropiada para ti?

—… Eso es.

—¿Llegaron a conocerse? —Sí. El otoño pasado. —¿Y?

—Las negociaciones de paz en Camboya resultaron un juego de niños en comparación.

Honma no pudo reprimir una carcajada.

—Así que tomé la iniciativa —continuó Jun—. Le pedí que se casara conmigo. Pensé que no había necesidad de hacer una ceremonia; una firmita y asunto zanjado. Así lo hacen muchas parejas hoy en día.

—¿No te preocupaba la idea de que tu jefe lo considerara poco convencional?

Jun sonrió por primera vez.

—No soy tan malo en mi trabajo como para que ese detalle me cueste el despido.

Y era cierto. Bastaba mirarlo una vez para saber que era un chico muy competente. Tras veinte años de oficio, tratando con gente a diario, acabas teniendo un sexto sentido para esas cosas, igual que un chef sabe si un cuchillo está afilado sin tan siquiera tener que utilizarlo.

Si Jun estaba tan enamorado de ella, Shoko Sekine debía de ser una mujer inteligente, joven e independiente, decidida a ir por el buen camino. Nada que ver con aquellas chicas con una doble vida, que trabajan de noche en un club de alterne, en el llamado
water trade
[2]
. No, aquella joven debía tener principios.

—¿Has contemplado la idea de que, ante la oposición de tus padres, la chica no quiera seguir adelante con el compromiso? ¿Y que esa sea la razón por la que… se ha marchado? —Honma se mordió el labio. Había estado a punto de decir «te ha abandonado».

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