La Sombra Del KASHA (28 page)

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Authors: Miyuki Miyabe

Tags: #Intriga

BOOK: La Sombra Del KASHA
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—Siento haberlo hecho esperar. —La recepcionista reemergió de la otra sala—. Acompáñeme por aquí, por favor —dijo, asintiendo con la cabeza.

Sin embargo, no iba sola. Tras ella se levantaba una mujer de unos treinta y tantos años, ataviada con un elegante traje de color verde claro. Antes de que Honma pudiera articular palabra, la señora Traje Verde dejó bien clara la política de la empresa.

—Lamentamos comunicarle que no podemos atender su petición. —Firme, puede que algo pomposa, parecía decidida a repelerle, sin permitirle hacer pregunta alguna.

Honma intentó guardar un tono de voz conciliador.

—Me temo que no me he explicado muy bien, así que no me sorprende que mi petición les resulte algo irregular. Si me permiten cinco minutos, podré despejar sus dudas. —Pero aquella mujer no mostraba indicio de rendirse.

—Lo siento mucho, señor. Eso es imposible. Nuestras normas prohíben expresamente recibir a nadie sin cita previa.

Estaba claro que Honma había dado con la persona equivocada. ¿O se escondía algo más tras aquella reacción? Honma intentaba dar con algo que decir cuando, tras las dos mujeres, un joven asomó por una puerta. Al darse cuenta de que Honma se había percatado de su presencia, aunque sólo fuera por un segundo, se apresuró a desaparecer.

—Muy bien. Entonces, volveré otro día —repuso Honma con ironía. Traje Verde ni siquiera se molestó en sonreír educadamente—. ¿Podría recuperar mi fotografía?

La mujer miró a la recepcionista rosa palo, que desfalleció ligeramente antes de desaparecer de la escena. Honma la siguió con la mirada por el pasillo, pero no parecía haber nadie más por allí.

Le entregaron la foto enseguida. Honma reparó en la expresión de satisfacción en la cara de Traje Verde mientras lo empujaba hacia la puerta, despachándole sin soltar prenda. Lo que ella no sabía es que Honma estaba deseando marcharse de aquel lugar.

Se encaminó hacia el ascensor y pulsó el botón para bajar. Una luz roja destelló, comunicando que uno de ellos estaba de camino. Como guiado por un impulso, echó un vistazo a su alrededor y se coló en la escalera. El ascensor se detuvo en la cuarta planta, abrió las puertas y volvió a cerrarse. Nadie entró ni salió.

Estaba pensando que su instinto de sabueso le había jugado una mala pasada cuando oyó pasos acercándose. Un joven paseó por la moqueta y llamó al ascensor. Era la misma persona que había visto en el pasillo de la oficina. Presionaba una y otra vez el botón de llamada. Ningún ascensor subía. Desvió la mirada hacia el plano de salida de emergencia que había cerca, chasqueó la lengua y se volvió hacia la escalera. Un instante antes de colisionar con él, Honma salió de las sombras.

—¿Me buscaba, por casualidad?

Conmocionado, el joven se las arregló para soltar una introducción: Departamento de Gestión, Ayudante de Dirección, Hideki Wada.

—La mujer del traje es una de mis jefas. Aunque está en el Departamento de Ventas, que no tiene nada que ver con esto. Yo me ocupo de los asuntos del personal.

Honma supuso que tendría unos treinta y cuatro o treinta y cinco años. Bajo aquella cara de Casanova, se escondía un bronceado que, pese a tener una uniformidad perfecta, delataba su origen artificial. Iba en mangas de camisa, lo que le daba un aspecto informal, aunque los zapatos de cordones con costura inglesa no parecían muy prácticos para trabajar. Era la primera vez que Honma se encontraba frente a un niño pijo con acento de Osaka. De alguna manera, el acento y el tipo no casaban en absoluto.

—¿Cómo sabe que andaba buscándolo? —preguntó mientras ambos bajaban la escalera.

—No estoy seguro. Me dio la sensación de que usted escondía algo —repuso Honma, sonriendo. Wada se detuvo en el rellano de la segunda planta. Una quietud total cayó en el reducido espacio de la escalera—. Señor Wada, ya ha visto la foto que he traído. Conoce a esa mujer, ¿verdad? —preguntó Honma, que se quedó un escalón más abajo. Volvió a sacar la foto y se la pasó—. Eche un buen vistazo.

Wada se llevó la mano a la parte trasera del muslo para enjugar el sudor de su palma. No era más que un niño asustadizo.

—Sí —contestó en voz baja.

—¿Trabajaba esta persona para Roseline?

Esta vez, se limitó a asentir con la cabeza. El más simple de los gestos. No era una respuesta satisfactoria, pero era un comienzo.

—¿Por qué pregunta por ella? —quiso saber Wada.

—Es una larga historia.

—Deme alguna pista.

Había algo en aquel joven, cierto apremio, que no le daba buena espina. ¿Qué pasaba si Shoko Sekine era algo más que una antigua compañera de trabajo para él? Honma decidió que lo mejor sería contar la verdad, o al menos todo lo que sabía.

—El caso es que esta mujer ha suplantado la identidad de otra persona. Existe la posibilidad de que la persona en cuestión sea una cliente de Roseline, alguien que responde al nombre de Shoko Sekine.

—Shoko Sekine… —repitió Wada en voz baja.

—Ahí lo tiene. Esas son las dos cosas que quiero averiguar.

Wada intervino de inmediato.

—Gire a la derecha una vez que salga del edificio. Al cuarto semáforo, mire a la derecha, en diagonal: verá una cafetería llamada Kanteki. Espéreme allí. Llegaré en unos minutos.

Honma hizo lo que le había dicho el chico y estuvo esperando más de una hora. No le habría parecido tanto tiempo si no fuera por aquel horrible calambre en el cuello. Estaba tan nervioso como la primera vez que tuvo que arrancarle la confesión a un sospechoso. Cuando Wada apareció, llevaba puesta una chaqueta. De un corte bonito, a conjunto con la forma de los pantalones; un traje caro diseñado por alguien cuyo nombre Honma jamás sería capaz de pronunciar. Wada presentó sus disculpas por haberlo hecho esperar tanto, y se sentó frente a él, antes de dejar el enorme sobre de la compañía que llevaba bajo el brazo sobre la silla que quedaba a su lado.

—Me he inventado una buena excusa en la oficina, así que no debemos preocuparnos por el tiempo. Quizás ahora pueda contarme toda la historia, desde el principio.

Wada no interrumpió ni una sola vez. Tampoco tocó el café. Cuando Honma terminó, él dejó escapar un suspiro mientras observaba la foto de Shoko que Honma había dejado sobre la mesa. Al ver que éste enmudecía, preguntó:

—¿Eso es todo?

—Eso es todo —repitió Honma, asintiendo la cabeza. Tenía la garganta algo seca.

—Bien. —Wada tendió la mano hacia el sobre—. Espero que esto le ayude a ganar algo de tiempo. —Sacó tres fotocopias de lo que parecía un documento y una hoja impresa plegada que dejó a un lado de la mesa—. Ésta es la lista de antiguos empleados. Como comprenderá, no tenemos prisa por deshacernos del currículum de nuestros empleados ni de la documentación relativa a la nómina. —Se los entregó a Honma—. Échelos un vistazo. No creo que haya error alguno.

La primera hoja era un currículum encabezado por la misma cara que había visto hacía diez días en el currículum de Imai Office Machines. El corte de pelo era distinto, pero no cabía duda. Y también estaba escrito, con la misma caligrafía, el nombre.

—Kyoko Shinjo —leyó Honma en voz alta.

Wada asintió.

—Recuerdo muy bien a la señorita Shinjo. Pero tenía el pelo rizado cuando trabajaba con nosotros.

Nacida el 10 de mayo de 1966. Veintiséis años, dos años menor que Shoko Sekine. El registro familiar parecía estar en Fukushima, en el norte.

—La contratamos en abril de 1988 —explicó Wada—. La segunda hoja es de su expediente personal. Ahí está la fecha exacta de su entrada y salida.

Tal y como había asegurado, la entrada rezaba: «Incorporación: 20 de abril de 1988. Cese: 31 de diciembre de 1989». Aquello significaba que Kyoko Shinjo tenía veintidós años cuando empezó a trabajar, cuatro años después de haber acabado el instituto. No se mencionaban antiguos empleos; el espacio reservado a la experiencia profesional estaba en blanco.

—¿Tiene idea de lo que hacía antes de venir a trabajar aquí? Wada se rascó bajo la nariz, reflexionando.

—¿Algún problema?

—No… ningún problema —contestó Honma con evasivas. —Dijo que estaba casada. —Casada…

—Sí. Se casó demasiado joven y la cosa no funcionó. Eso fue lo que dijo.

—Debía de haber sido dramáticamente joven.

—Tuvo unos cuantos trabajos tras acabar el instituto, pero dijo que no se había molestado en anotarlos. De todas formas, a nosotros no nos interesan demasiado esos detalles…

De acuerdo, pensó Honma. Pero, ¿qué pasaba si los «hechos» no eran más que invenciones? Bajo «Premios o menciones», ella había escrito: «Ninguno». «Títulos: Contabilidad, medio». Bajo esto último: «Permiso de conducir».

Pero la verdadera Shoko Sekine también tenía permiso de conducir. Y los carnés de conducir solían llevar adjuntas fotos, lo que significaba que Kyoko no había podido renovar el permiso de Shoko. Kyoko debía de haberlo tirado a la basura y haber fingido que «Shoko Sekine» no sabía conducir.

La entrada «Familia» también estaba en blanco. —¿No tenía ningún pariente?

—Dijo que hacía mucho que sus padres habían muerto. —Entonces, supongo que vivía sola.

—Así es. En un apartamento, cerca del centro de Senri, en Osaka. Aunque lo compartía con una compañera. El alquiler era desorbitado para una sola persona, según me comentó.

«¿Una compañera de piso?»

—¿Por casualidad no le diría el nombre de su compañera, verdad?

—No hay nada en estos papeles…

—¿Algún modo de averiguarlo?

—Lo intentaré. Creo que puedo indagar un poco.

Honma asintió y apartó la vista del currículum. Observó atentamente la cara de Wada. El joven agachaba la mirada; tenía los ojos fijos en la foto que descansaba sobre la mesa. La foto de Kyoko Shinjo como «Shoko» con el castillo de Disneyland Tokio de fondo.

—La conocía bastante bien, ¿verdad?

Wada parpadeó, como si alguien le hubiera salpicado agua en la cara.

—¿A la señorita Shinjo? —farfulló—. Bueno, claro… Era mi ayudante. Fui yo quien la entrevistó para el puesto.

«No era eso a lo que me refería», pensó Honma. «Y lo sabes. ¿Quién se interesa tanto por una ayudante?».

—No quisiera parecer un entrometido, pero ¿qué me dice a nivel personal?

Forzando una sonrisa, Wada contestó:

—Supongo que estábamos más unidos que nadie en la oficina. A veces comíamos juntos. Sí, y cuando me dijo que dejaba la empresa me llevé una gran sorpresa.

—¿Le dio alguna razón en particular?

—No dijo nada —repuso Wada, negando con la cabeza.

—¿Y no intentó averiguarlo?

—¿Qué derecho tenía yo? —sonrió. Y esta vez fue una sonrisa verdadera, arrepentida.

—¿Fue eso lo que ella dijo? ¿Qué no tenía derecho a preguntarle?

Wada no respondió, pero no fue necesario. La expresión de desesperación lo decía todo.

Honma hojeó el resto de páginas en silencio. Kyoko Shinjo era una auténtica belleza. Debía de haber tenido toda una cola de hombres tras ella. Puede que Wada fuera uno más. Su sonrisa había desaparecido ya, aunque seguía mirando la foto.

—¿Qué puesto ocupaba la señorita Shinjo? —preguntó Honma.

Aquella no era ni por asomo la pregunta más difícil, pero Wada tardó en contestar.

—Veamos si lo he entendido todo. Cree que, mientras trabajaba aquí, consiguió la información de esa tal Shoko Sekine y se le ocurrió hacerse pasar por ella, ¿no es así?

La pregunta le pilló de sorpresa. Si Wada se abría camino de aquella manera, el resto sería fácil. Honma asintió.

—Eso creo.

Wada, sin embargo, meneaba la cabeza.

—Es imposible. No puede haber pasado algo así.

—¿Por qué no? Los datos de los clientes están en el ordenador, esperando a que alguien los lea. Bastaría con teclear unas letras y acceder a la información.

Había razones de sobra para que Kyoko Shinjo decidiera apropiarse de la identidad de Shoko. ¿Cómo si no, ya que no tenía relación con ella, podía haber conocido los detalles de su registro y familia?

—¿Qué hay del cuestionario que hacen los clientes? Tiene que admitir que incluye mucha información privada…

De hecho, a aquella mujer le bastaba con conocer unos cuantos detalles. Honma intentó meterse en su pellejo. Primero, habría buscado a una mujer de su edad, alguien que no tuviera familia o viviera sola. Aquello era esencial: nada de vínculos con otras personas. Ningún problema con el que tuviera que lidiar Kyoko llegado el momento. Tampoco hubiera sido oportuno que la mujer en cuestión poseyera pasaporte, duplicado de permiso de conducir u otro tipo de identificación; aunque puede que esos fueran detalles en los que pensar después. Un buen sueldo no estaría nada mal, pero una vez que los otros dos requisitos quedaran cumplidos. Ah, sí, algo más. Aquella mujer tenía que vivir lo más lejos posible de donde se encontraba Kyoko, en Osaka. Aquel era un detalle importante, muy importante.

Shoko Sekine encajaba a la perfección…

—No habría manera de saber que Shoko Sekine se había declarado en bancarrota simplemente mirando las respuestas del cuestionario, ¿no es cierto? —preguntó Honma—. La señora Shinjo no podía conocer ese dato, sólo por un cuestionario.

Wada asintió y cogió el papel plegado que había dejado junto al currículum.

—Tome, eche un vistazo. Es algo que acabo de imprimir. El nombre de Shoko Sekine resaltaba al principio de la página. Así que Shoko había sido cliente de Roseline. Wada tendió la mano y señaló un dato.

—La primera parte la ocupan los datos básicos del cliente. ¿Ve el 205 al final de la página? Ese es el código de referencia de los datos. Basta teclearlo para conseguir los datos tabulados. Es muy sencillo.

—Eso parece —coincidió Honma.

Shoko Sekine destilada en un fichero, de acuerdo. La conexión entre las dos mujeres había estado escondida en un ordenador central del Grupo Mitomo.

—La segunda hoja contiene una lista de los productos que compró la señora Sekine, la fecha en la que la orden de pedido fue recibida, tratada y expedida. El código es el 201. Y la última hoja es una lista de facturación. La fecha que hay junto a cada artículo corresponde al día en el que se recibió el pago. «P» significa giro postal.

Honma asintió.

—No podía utilizar tarjetas de crédito.

—Pero cumplió con todos los pagos. No hubo problemas ni una sola vez. No compraba en grandes cantidades, pero compraba, al fin y al cabo… Una buena cliente, una cliente fiel.

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