La tiranía de la comunicación (4 page)

BOOK: La tiranía de la comunicación
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Esta superabundancia de información hace incluso la función de un biombo. Es un biombo que oculta, que es opaco y que hace quizá más difícil que nunca la búsqueda de la buena información. Porque antes la propia instancia que creaba la prohibición hacía que se supiera que existían imágenes ocultadas, porque estaban prohibidas. En un país fascista se sabe que la información no circula. Hace algunos años, con el régimen de los militares en Brasil, algunos periódicos publicaban sus páginas con blancos en lugar de los artículos que la censura había prohibido. No los publicaban, pero publicaban la huella del artículo. Las gentes sabían que los artículos habían sido prohibidos. Esta amputación hacía visible la censura.

Nos hallamos en un sistema en el que ha desaparecido la visibilidad de la censura. En consecuencia necesitamos reflexionar más para comprender sobre qué mecanismos funciona. Pero podemos estar seguros de que existe una censura.

Una vez descrito esto, añadiré que no soy de los que creen en la tesis del complot permanente. Yo no pienso que hay, en algún sitio, una especie de orquesta sombría que organiza los acontecimientos que tienen lugar a través del planeta. No creo que las cosas ocurran así.

Por lo que se refiere a Rumania, lo que intento señalar precisamente es que, si bien hubo responsables políticos de los que hoy sabemos que jugaron un papel, el acontecimiento mediático escapó al control de unos y otros. Se trata de un funcionamiento estructural. Lo que intento describir no hay que entenderlo en términos morales, en términos de bien y mal. No es tan simple. No es un proceso debido a la mala fe.

Dan Rather (2) no dijo lo que dijo porque era un «malvado americano» que quería engañar al planeta. Dijo aquello sinceramente, creyendo decir algo muy positivo y creyendo hacer un servicio a todo el mundo al mostrar imágenes espectaculares. Traducía una realidad.

El problema es que, con las mejores intenciones, se puede hacer mucho daño. Y que hoy el propio funcionamiento de esta información dominante carece de control. Como se sabe, un tren que ha perdido la dirección es tan peligroso como un tren conducido con la voluntad de hacer daño. Ambos pueden producir catástrofes.

Los periodistas han reflexionado mucho sobre estos acontecimientos. Y lo han hecho porque ellos fueron los primeros afectados. Pero ¿qué ha ocurrido con todas esas reflexiones y todos esos coloquios? ¡Se produjo la guerra del Golfo! Y después de la guerra del Golfo, ¿qué se hizo? Hubo muchos coloquios y mucha reflexión, y muchos seminarios y muchos libros. ¿Y qué pasó? Pasó lo de Somalia. Y después de Somalia hubo reuniones, etc. Y vinieron Ruanda, Diana, el «Monicagate» de Clinton, etc. Y así sucesivamente. ¿Y quién garantiza que mañana no va a ocurrir lo mismo? Sostengo que ocurrirá. No hay control. Nadie pilota. ¿Por qué? Porque, precisamente, este tipo de información funciona de una cierta manera que es globalmente agradable.

Ser periodista hoy

Se basa esencialmente en la convicción de que la mejor manera de informarse es la de ser testigo, es decir, que este sistema transforma a cualquier receptor en testigo. Es un sistema que integra y que absorbe al propio testimonio en el acontecimiento. Forma parte del acontecimiento mientras asiste a él. Ve a los soldados americanos desembarcar en Somalia, ve a las tropas de Kabila entrar en Kinshasa. Está allí. El receptor ve directamente, por tanto, participa en el acontecimiento. Se autoinforma. Si se equivoca, él es el responsable. El sistema culpabiliza al receptor, que ya no puede hablar de mentiras, porque se ha informado solo.

De este modo, el nuevo sistema acredita la ecuación «ver es comprender». Pero la racionalidad moderna, con la Ilustración, se hace contra esa ecuación. Ver no es comprender. No se comprende más que con la razón. No se comprende con los ojos o con los sentidos. Con los sentidos uno se equivoca. Es la razón, el cerebro, es el razonamiento, es la inteligencia, lo que nos permite comprender. El sistema actual conduce inevitablemente o bien a la irracionalidad, o bien al error.

Otro aspecto que se transforma es el propio principio de la actualidad, un concepto importante en materia de información, pero que hoy está esencialmente marcado por el medio dominante. Si éste afirma que algo es actualidad, el conjunto de los media se hará eco. Siendo hoy el dominante esencialmente la televisión, tanto para el entretenimiento como para la información, es evidente que va a imponer como «actualidad» un tipo de acontecimientos que son específicos de su campo, unos acontecimientos especialmente ricos en capital visual y en imágenes. Cualquier otro tema de orden abstracto no será nunca actualidad en un media que es, en primer lugar, visual, porque en este caso no funcionaría la ecuación «ver es comprender».

De la misma forma, el sistema actual transforma el propio concepto de verdad, la exigencia de veracidad tan importante en información. ¿Qué es verdadero y qué es falso?. El sistema en el que evolucionamos funciona de la manera siguiente: si todos los media dicen que algo es verdad, es verdad. Si la prensa, la radio o la televisión dicen que algo es verdad, eso es verdad incluso si es falso. Los conceptos de verdad y mentira varían de esta forma lógicamente. El receptor no tiene criterios de apreciación, ya que no puede orientarse más que confrontando unos media con otros. Y si todos dicen lo mismo está obligado a admitir que ésa es la verdad.

Finalmente, otro aspecto que se ha modificado es el de la especificidad de cada media. Durante mucho tiempo se podían oponer prensa escrita, radio y televisión. Ahora es cada vez más difícil contrastarlas, porque los media hablan de los media, los media repiten a los media, los media dicen todo y su contrario. Por eso constituyen cada vez más, una esfera informacional y un sistema que es difícil distinguir. Se podría decir igualmente que este conjunto se complica aún más a causa de la revolución tecnológica, esencialmente de la revolución digital.

Hasta el momento tenemos tres sistemas de signos en materia de comunicación: el texto escrito, el sonido de la radio y la imagen. Cada uno de estos elementos ha sido inductor de todo un sistema tecnológico. El texto ha dado la edición, la imprenta, el libro, el diario, la linotipia, la tipografía, la máquina de escribir, etcétera. El texto se encuentra pues en el origen de un verdadero sistema, lo mismo que el sonido ha dado la radio, el magnetófono y el disco. La imagen, por su parte, ha producido los dibujos animados, el cine mudo, el cine sonoro, la televisión, el magnetoscopio, etcétera. La revolución digital hace que converjan de nuevo los sistemas de signos hacia un sistema único: texto, sonido e imagen pueden ahora expresarse en bytes. Es lo que se llama multimedia. El mismo vehículo permite transportar los tres géneros a la velocidad de la luz.

En este momento asistimos a una segunda revolución tecnológica. Si la revolución industrial consistía de alguna manera en reemplazar el músculo por la máquina, es decir, la fuerza física por la máquina, la revolución tecnológica que vivimos hoy nos lleva a la constatación de que la máquina juega el papel del cerebro. Reemplaza funciones cada vez más numerosas e importantes, mediante una cerebralización de las máquinas (lo que no quiere decir que estén dotadas de inteligencia).

Otro aspecto muy importante es que ahora es posible, gracias a la revolución digital, meter en redes todas la máquinas cerebral izadas. Desde el momento que una máquina tiene un cerebro se puede conectar o hiperconectar, de manera que todas las máquinas informatizadas, todas las máquinas basadas en la electrónica, puedan enlazarse de una manera u otra. Por eso se habla de coches inteligentes, de vehículos ligados al teléfono, a la radio, etc. Todas las máquinas del mundo pueden enlazarse. El sistema de comunicación crea una red, una malla que rodea el conjunto del planeta, lo que permite el intercambio intensivo de información.

Información y libertad

Como hemos constatado, estamos en un sistema de producción superabundante de informaciones. Este fenómeno es extremadamente importante. Durante mucho tiempo la información era escasa, casi inexistente. El control de la información permitía dos cosas. En primer lugar, una información escasa era una información cara, que se podía vender y podía estar en el origen de una fortuna. Por otra parte, la información escasa permitía a quienes la poseían ocupar poder. Durante mucho tiempo se dijo que información era poder.

Hoy nos encontramos ante un problema crucial. ¿En qué se convierte la relación con la libertad cuando la información es superabundante? Intentemos expresarlo mediante una curva. Yo puedo afirmar, porque es una idea del racionalismo del siglo XVIII, que si tengo cero información tengo cero libertad. Y mi libertad no aumenta más que a medida que aumenta mi información. Si tengo más información, tengo más libertad. Cada vez que añado información gano en libertad. En nuestras sociedades democráticas existe una especie de reflejo hacia la necesidad de más información para tener más libertad y más democracia. ¿No hemos alcanzado ya un grado de información suficiente? ¿No estamos sobre un punto cero, en el que, aunque añada información, mi libertad no aumenta?

Puede constatarse esto desde 1989, año de la caída del muro de Berlín. Se rompieron las últimas barreras que intelectualmente se oponían al avance de la libertad a escala internacional. La libertad ganó. Tenemos todas las informaciones, estamos en la era de Internet que nos permite acceder a todas ellas. Estamos en una fase de superabundancia. ¿Ha aumentado mi libertad? En la realidad, se puede constatar que no aumenta y que lo que se incrementa en esta época es la confusión.

La cuestión está planteada. Si continúo añadiendo información, ¿no disminuirá mi libertad?, ¿la información hasta el infinito va a provocar la libertad cero, como antes? Es sólo una pregunta, por supuesto, pero hay que plantearla hoy porque el sistema en vigor nos demuestra constantemente que la acumulación de información amputa la información. La forma moderna de la censura consiste en superañadir y acumular información. La forma moderna y democrática de la censura no es la supresión de información, es el agregado de información. De este modo, hoy nos vemos confrontados a una gran interrogante. Es algo nuevo porque desde hace doscientos años, desde el siglo XVIII, habíamos asociado más información a más libertad. Si ahora hay que empezar a decir que más información da menos libertad habrá que desarrollar otro mecanismo intelectual.

Los que creían tenerlo se dan cuenta de que ya no lo tienen. Por jugar con las palabras, lo que antes se llamaba el cuarto poder se ha convertido más bien en el segundo. Pero ya no tiene la misma función. Este cuarto poder era la censura de los otros tres mientras que ahora es el segundo en términos de influencia global y general sobre el funcionamiento de las sociedades.

Lo que hoy se puede entender como poder se ha desplazado esencialmente a la esfera de la economía y dentro de ésta al campo financiero. Son los mercados financieros los que en definitiva dictan y determinan el comportamiento de los políticos. Global-mente hay también un malentendido: los ciudadanos no se movilizan porque piensan que su capacidad de intervención en el campo democrático se limita a votar. Pero una vez que han votado y que han elegido a alguien, éste descubre a su vez que no puede hacer gran cosa.

Por ejemplo, el presidente de Francia, Chirac, fue elegido en mayo de 1995 con un programa y, apenas cinco meses más tarde, en octubre de ese mismo año, vino a decir: «Yo no tenía razón, la tenía Balladur [su antecesor] y ahora yo aplico el programa de Balladur.» Y recientemente, en una conversación con periodistas, dijo que no podía hacer gran cosa «a causa del inmovilismo de la sociedad y de los imperativos europeos».

En resumen, es lo mismo que decirnos: el jefe de un ejecutivo fuerte, uno de los más fuertes del mundo como sistema político, se revela impotente frente a los compromisos adquiridos que son movimientos «tectónico». Esa es la cuestión del poder. Los media juegan un papel secundario en todo ello.

Lo que tenemos que plantearnos es si en este contexto se está poniendo en riesgo a la democracia. Si Chirac tiene razón, podemos preguntarnos entonces para qué sirve elegir un jefe de Estado si luego está obligado a constatar que no puede avanzar.

La cuestión es: ¿por qué los políticos tomaron la decisión de permitir que los mercados financieros quedaran fuera de su competencia? ¿Quién les dio el mandato para hacer eso? Pero se trata de decisiones que ya han sido tomadas. Se decidió privatizar el Banco de Francia y no hubo un referéndum. Se decidió que la moneda no dependería ya de la soberanía nacional, aunque la moneda sigue siendo un instrumento de la soberanía.

¿Qué es la soberanía hoy? No son las fronteras, no es la política exterior, no es la seguridad. ¿Dónde está la soberanía? Se ha disuelto, el poder se ha disuelto, y sabemos que hay una especie de proyección hacia el exterior de esas responsabilidades y que incluso la propia estructura del poder, a escala planetaria, está convulsionada.

Porque además estamos en un mundo que ya no es polar, donde las organizaciones internacionales ya no juegan el papel que jugaban antes, donde geopolíticamente Estados Unidos ejerce una hegemonía fáctica. Estamos en un mundo en el que los mercados financieros exigen la aplicación de una cierta política, fijada por la OCDE, el FMI. Y todos los gobiernos del tipo que sean: socialista en Italia, de derecha conservadora en España, de izquierda en Portugal tienen exactamente la misma política, con los mismos condicionantes para la sociedad. Esto demuestra cómo la política hoy va a remolque de la economía. Y no se trata de la economía en el sentido de lo real, sino de la economía financiera, por tanto de una economía de especulación.

¿Qué papel juegan los media en este contexto? Habría que partir de la constatación de que vivimos en una situación nueva de crisis, no de crisis en el sentido económico y social del término, sino una crisis de civilización, de percepción del rumbo del mundo, tropezamos con dificultades que tienen su origen en un cierto número de fenómenos a escala planetaria que han transformado la arquitectura intelectual y cultural en la que nos desenvolvemos, aunque no sabemos describir este edificio en cuyo interior nos encontramos. Es una crisis de inteligibilidad. Sabemos que las cosas han cambiado, pero los instrumentos intelectuales y conceptuales de que disponemos no nos permiten comprender la nueva situación. Estaban hechos para permitirnos desmontar, analizar, desconstruir la situación anterior. Pero ya no nos sirven para comprender la nueva realidad.

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