La tiranía de la comunicación (8 page)

BOOK: La tiranía de la comunicación
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El presentador: la información principal

Mucha gente elige ver el telediario de una u otra cadena por simpatía hacia su presentador. Lo importante ya no es la situación en Argelia, en Bosnia o en Ruanda, sino cómo Dan Rather, o cualquier otro presentador, va a reaccionar ante estas situaciones. El periodista pasa a ser así la información principal.

Y deja al público fascinado por su maestría intelectual. Da la impresión de estar muy atareado frente a su mesa, donde se ven algunas cuartillas; lleva un bolígrafo en la mano, habla bien. Esto es lo que más impresiona. Algunos telespectadores creen que improvisa o que se ha aprendido el texto del telediario de memoria, lo cual también les llena de asombro. Ignoran que simplemente está leyendo el texto en un aparato inventado en Estados Unidos: el teleprompter o autocue.

El teleprompter

El texto del presentador, mecanografiado en una banda de papel de nueve centímetros de ancho (para que el movimiento horizontal de sus pupilas sea prácticamente inapreciable) pasa por el objetivo de una cámara de vídeo en miniatura.

La velocidad de esta cinta es controlada por un asistente, que ha mecanografiado el texto y conoce el ritmo de lectura del presentador. Pasado al revés por un monitor de vídeo colocado horizontalmente, el texto refleja y pasa al derecho, mediante un juego de espejos, por un cristal inclinado a cuarenta y cinco grados. El conjunto monitor-cristal está incorporado a la cámara que encuadra de frente al periodista. La cámara filma a través del cristal, sin la interferencia del texto que el presentador va leyendo mirando directamente al objetivo.

El teleprompter ha liberado al periodista de las cuartillas escritas que antes tenía que consultar constantemente, levantando y bajando la vista. Ahora puede poner su soltura al servicio de una mayor seducción. Se esfuerza por captar la atención, vende su artículo: «Yo soy un vendedor», reconoce Patrick Poivre d'Arvor, el mas célebre presentador de telediarios en Francia, «vendo productos que los demás han preparado, puesto a punto; yo los lanzo lo más honestamente que puedo.»

Narrador omnisciente

El presentador se convierte así en el narrador omnisciente del folletín de la vida. Multiplica los seudoacontecimientos (una falsa noticia más una rectificación equivalen a dos informaciones... y dan, además, apariencia de seriedad) no dudando en provocar él mismo los hechos sobre los que, a continuación, reflexiona. Él es, finalmente, la garantía de la credibilidad del telediario. El público confía en él, lo que dice es la verdad.

Historia de la credibilidad

La información audiovisual ha pasado por tres fases históricas. A cada una de ellas corresponde un tipo de retórica de la credibilidad.

1) Por ejemplo, en el noticiario cinematográfico, que en España se llamó No-Do, la credibilidad surgía del hecho de que las imágenes eran comentadas por una voz en off anónima. Esta voz daba el sentido a las imágenes. Decía lo que veían los espectadores, lo que tenían que ver. Su anonimato credibilizaba el discurso cinematográfico, ya que era la voz de una instancia o de una alegoría: la información. Esta voz anónima (masculina en todos los casos) tenía una función casi divina: la de saberlo todo.

2) En el telediario de tipo hollywoodiense, con presentador único, la credibilidad está basada en un mecanismo exactamente opuesto al precedente. En el no anonimato del informador. Aquí quien me informa - el presentador o la presentadora - tiene nombre y apellidos, tiene rostro. Me mira a los ojos, me habla con franqueza, establece conmigo una relación de fuerte proximidad. Es mi amigo, entra en mi casa todas las noches. Esta relación de confianza es la base de la credibilidad en lo que me dice.

3) En los informativos de tipo CNN, de información continua, la credibilidad no se basa en ninguno de los dos mecanismos anteriores. Ni en una voz anónima, ni en el rostro amistoso de un presentador, sino en la capacidad tecnológica de conectarse en directo con el acontecimiento. Esta posibilidad asombrosa de realizar la «ubicuidad absoluta» fascina al telespectador, que cree asistir en directo, y en tiempo real, a los hechos. El mismo los ve con sus propios ojos, por tanto no puede equivocarse. El efecto tecnológico le hace pasar de espectador a testigo, y esto le hace creer en lo que ve.

Una fuente de beneficios

La evolución del estilo de los telediarios, el énfasis puesto sucesivamente en la dramatización y en la espectacularización de las informaciones, así como la personalización de los presentadores, transformó esta emisión en un entretenimiento muy apreciado por una audiencia amplísima.

El aumento del índice de audiencia despertó el interés de la publicidad, que comprime a los telediarios entre una interminable serie de anuncios comerciales al principio y al final de cada emisión (en Estados Unidos, hay además dos espacios publicitarios durante el transcurso del telediario) (22). Para algunas cadenas, el 80 por 100 de los ingresos publicitarios procede de los anuncios comerciales emitidos antes y después del telediario de la noche.

Los telediarios son, pues, en primer lugar, una fuente de beneficios para muchas cadenas. Sólo después viene la preocupación de informar.

Creíbles y fiables

Contrariamente a lo que podría creerse - ya que la televisión es, para muchos, la expresión del Estado o del gobierno (cuando es pública) o de los intereses comerciales (cuando es privada) - la mayoría de las encuestas revela que, a pesar de un descenso reciente de su credibilidad después de las mentiras de la guerra del Golfo, los telediarios son generalmente considerados como fiables. Mucho más que cualquier otra fuente de información.

La CNN

Esta simpatía del público por las informaciones televisadas no pasó desapercibida a un hombre de negocios norteamericano, Ted Turner, que en 1980 creó una cadena de televisión por cable, Cable News Network (CNN), dedicada por entero a la información.

La CNN emite programas de información desde Atlanta, en el estado de Georgia (sede también de la Coca Cola Company...), veinticuatro horas sobre veinticuatro. Sus emisiones comenzaron el 1 de junio de 1980. La CNN fue integrada en 1996 en el grupo Time-Warner, el más importante del mundo de la comunicación. Su financiación está asegurada por la publicidad, y dispone actualmente de concesiones en cinco satélites de telecomunicaciones, que le permiten difundir - caso único en el mundo, junto con el de la cadena musical MTV - en los cinco continentes. Es el primer ejemplo de información global.

El Sur, un infierno y un paraíso

¿Cómo referirse al Sur en este contexto? El Sur está más ausente que nunca, puede decirse que no está presente en nuestros canales digitales si no es como tema, como objeto. Y no como sujeto. No como productor de imágenes, sino como soporte de imágenes en la medida en que es actor de la información. En este sentido, cualquier observador se da cuenta de lo que le supone al Sur carecer de capacidad para producir imágenes.

En las pequeñas pantallas de nuestros países, el Sur está presente esencialmente en dos registros, en dos atmósferas comunicacionales.

1) La primera es, precisamente, en los telediarios. Con motivo de acontecimientos negativos de cualquier tipo, catástrofes naturales - terremotos, incendios, inundaciones, erupciones volcánicas, huracanes, sequías - el Sur está presente sobre todo cuando esos desastres acarrean drama, sufrimiento y muerte. O bien cuando hay desórdenes de tipo político: guerras civiles, guerrillas, insurrecciones, golpes de Estado, matanzas, ejecuciones. El Sur irrumpe en los telediarios casi exclusivamente en el caso de catástrofes políticas o naturales. Para los ciudadanos-telespectadores que ven los telediarios, el Sur es esencialmente un infierno. Es un lugar donde ocurren todos los cataclismos, todos los desórdenes, todas las violencias.

2) Hay otro discurso que habla del Sur en el sistema comunicacional: el discurso publicitario. La publicidad habla del Sur de manera simétricamente opuesta. Habla de paisajes maravillosos, de playas impolutas, de cielos majestuosos, de naturaleza virgen, de aborígenes afables, sonrientes y serviciales. Es decir que, en general, la publicidad habla del Sur como de un paraíso.

Por tanto, en nuestro sistema comunicacional, el Sur es un infierno o un paraíso pero jamás un espacio normal, con pueblos normales. Como, por ejemplo, cuando nuestro sistema comunicacional habla de nosotros. Cuando la televisión habla del Norte, habla de huelgas y de conflictos, pero también habla de debates políticos, de resultados electorales, de la situación económica, de la vida cultural, etc.

Del Sur no se habla nunca en términos neutros, ordinarios, porque no tiene la capacidad de emitir su propio discurso sobre sí mismo en dirección al resto del mundo. Esta es una de las consecuencias de su ausencia en el gran contexto comunicacional. Hoy el Sur - pensemos, en particular, en el África negra - ha salido de las preocupaciones del mundo desarrollado.

Por eso el Sur no tiene importancia en sí. Sólo tiene importancia en la medida en que el Norte esté presente o en cuanto los intereses occidentales (en torno al petróleo y el gas) estén involucrados. ¿Quién habla ahora de la guerra del sur de Sudán? ¿Quién habla de la guerrilla de Timor Este? Prácticamente nadie, pese a que son guerras en las que hay muertos cada día. Este es un elemento que verifica lo que se ha señalado antes. No solamente hay muertos que interesan, también hay muertos que no interesan.

Puede haber excepciones, hay ocasiones en las que el discurso humanitario también circula; el telediario tiene siempre un cierto discurso humanitario; pacifista oficialmente, pero pocas veces insistirá en aspectos que proporcionarían una información profunda sobre países en los que «no ocurre nada», es decir, donde no hay cataclismos, desastres, guerra civil, etc. Sin embargo, la televisión realiza en ocasiones excelentes documentales sobre Estados o regiones del Sur, y si uno los ve puede aprender mucho. Pero, claro, la audiencia de este tipo de documentales y la audiencia del telediario no se pueden comparar. La primera es mucho más pequeña. Indiscutiblemente, podemos decir que, en este aspecto, la prensa escrita informa mucho mejor que el telediario. Sin embargo, no contextualiza esa información. Esa es la incapacidad en la que se encuentra la prensa escrita en el panorama informacional de hoy.

La información del pobre

La credibilidad de las informaciones televisadas es más elevada en la medida en que el nivel socioeconómico y cultural de los telespectadores es más bajo. Las capas sociales más modestas apenas consumen otros medios de comunicación y casi nunca leen periódicos; por eso no pueden cuestionar, llegado el caso, la versión de los hechos propuesta por la televisión. El telediario constituye la información del pobre. En eso estriba su importancia política. Manipula más fácilmente a los que menos defensa cultural tienen.

Una fábrica de opinión pública

Censura, distorsión, personalización y dramatización: estas son las cuatro plagas principales de los telediarios de tipo hollywoodiense. Estas tareas representan otros tantos tributos que hay que pagar para la conversión de la información en espectáculo, y su deriva en «culebrón».

La cascada de noticias fragmentadas produce en el telespectador extravío y confusión. Las ideologías, los valores, las creencias se debilitan. Todo parece verdadero y falso a la vez. Nada parece importante, y esto desarrolla la indiferencia y estimula el escepticismo.

La solución para este estado de cosas no es fácil. Y lo peor es que, probablemente, una apropiación democrática de los telediarios no modificaría fundamentalmente su naturaleza, ya que es su forma natural de desglose y de interpretación del mundo - más que el contenido (transformable) de las informaciones - lo que hace que el telediario masifique. No deja que nadie se forme su opinión. Para que todos reproduzcan la llamada opinión pública.

Un género en crisis

¿Van a desaparecer los telediarios? Sin duda alguna. Al menos bajo la forma de esas solemnes misas vespertinas que nos proponen aún en Europa las grandes cadenas. En Estados Unidos este tipo de emisiones ha entrado ya en crisis (y la experiencia nos muestra que en materia de televisión este país siempre va por delante). Entre otras razones, a causa de la competencia de las cadenas digitales especializadas, de Internet, de la bajada importante en la audiencia de las tres principales redes generalistas (ABC, CBS, NBC) y del muy elevado coste de la producción informativa.

Bajo el reinado de la información-espectáculo, la puesta en escena se impone a la realidad, la verdad se configura mediante falsas reglas.

En este sentido, un modelo de televisión aparece ya como condenado. En principio, un pequeño número de grandes cadenas se proponían mostrar, globalmente, el mundo exterior a los telespectadores. Dos tipos de emisiones reinaban entonces: las películas de cine y los telediarios.

Desde hace poco tiempo, la nueva televisión impone un modelo diferente. Es multipolar y el número de estaciones emisoras tiende a aumentar sin cesar. Su principal característica estriba en situar su propio universo en el centro de sus preocupaciones. El mundo de la televisión se convierte en el sujeto principal de esta nueva televisión, de ahí la importancia de las estrellas de la pequeña pantalla, de las emisiones rodadas en el plato y del papel de protagonista que se reserva al telespectador.

En resumen, la televisión se concentra en torno al único tema que interesa al mayor número de telespectadores y que, con frecuencia, constituye su única cultura: la propia televisión. La emisiones dominantes son ya los telefilmes, los juegos y un tipo de programas (reality shows) en los que la vulgaridad se reivindica explícitamente como el lazo fundamental de comunicación con el público.

Este tipo de concentración egocéntrica convierte en cada vez más caducas a las emisiones de información en las que, a pesar de todo, el mundo exterior sigue siendo el objetivo principal (de forma significativa los créditos y el decorado de los telediarios presentan siempre un mapamundi o un globo terráqueo). La mayor parte de las cadenas de más reciente aparición, tanto en Europa como en otros lugares, ya no presentan más que cortos flashes de noticias, con frecuencia leídos por un periodista y con una ausencia casi total de imágenes.

La relación con la verdad

¿Cómo se ha llegado a esta situación cuando, hasta el momento, las informaciones televisadas se hallaban en el centro del debate sobre el medio y figuraban a la cabeza de las preocupaciones de los dirigentes de los países? Para muchos de ellos, la conquista del poder significaba, hasta hace muy poco, el dominio de la televisión y la posibilidad, fantasmagórica, de manipular a la opinión pública mediante las informaciones. La fractura del antiguo modelo televisual parece a todas luces haber dado fin a esta quimera.

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