La tiranía de la comunicación (12 page)

BOOK: La tiranía de la comunicación
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Nuevas formas de dominación: la tríada del Norte

Aunque aparentemente la situación general en el campo de la información y la comunicación parecía mantenerse estable desde los años setenta, la situación se vio modificada sustancialmente dos décadas más tarde. Hasta entonces existía un único polo dominante en los aspectos tecnológico, económico y de contenidos. Pero, al igual que en otros campos, fue sustituido por una especie de «tríada» constituida por Estados Unidos, Japón y la Unión Europea.

La tecnología en el mundo de la información y la comunicación para «difusión hacia el gran público» pasó a ser fundamentalmente japonesa.

El capital adquirió un gran componente europeo, apareciendo, como uno de los principales grupos de comunicación del mundo, el alemán Bertelsmann. Los europeos se implantaron en los grandes holdings de comunicación norteamericanos: fue el caso de la Thomson francesa, o de sociedades como la News Corporation de Rupert Murdoch (británico, aunque sea norteamericano de nacionalidad y australiano de nacimiento) y cuyos canales de televisión Sky son británicos con dimensiones y aspiración planetarias.

En lo que respecta a los contenidos y programas, el predominio en la elaboración era de Estados Unidos, aun cuando no siempre pertenecieran ya a ese país. Algunas empresas japonesas compraron grandes compañías norteamericanas de cine. Así, la Columbia fue absorbida por Sony, la Universal por Matshusita. También las empresas francesas se movieron en este sentido: el Crédit Lyonnais se hizo con la propiedad de empresas de producción de cine en Hollywood.

En consecuencia, se produjo una diversificación: donde a principios de los setenta dominaban exclusivamente los norteamericanos, pasaron a dominar los tres polos de la «tríada». En cualquier caso, seguía el control en el Norte.

La información como mercancía

La primera enseñanza respecto a los años setenta es que hay que abandonar aquella paranoia absoluta que inducía a creer que una suerte de «comité central» dominaba el mundo de la información y la comunicación, como un manipulador de marionetas desde la sombra.

En los tiempos del neoliberalismo triunfante, el sector de la información constituye un mercado en el que todo se negocia y donde todo tiene un precio. La prueba es que en las reuniones del GATT se contemplaba con el mismo rasero que el comercio de automóviles, de acero o de trigo. Y tratándose de productos que cuentan con un mercado, hay informaciones con más valor que otras. Para obtener las informaciones más rentables conviene saber dónde se encuentran y captarlas, lo cual es difícil. Y, por ejemplo, en la medida en que los acontecimientos pueden producirse en cualquier lugar del mundo, lo ideal sería contar con cámaras en todas partes.

El fenómeno resultante es que cada vez hay más cadenas de televisión y que al mismo tiempo cada vez son más débiles por sí solas. Por ejemplo, antes en España había una sola emisora de televisión con dos cadenas, y era muy poderosa, como es lógico. Ahora hay varias, pero cada una de ellas es menos potente de lo que era la única, y cuenta con muchos menos medios para enviar equipos que estén atentos a lo que pueda ocurrir en cualquier lugar. ¿Quién puede permitirse esta movilidad y presencia?. Únicamente las llamadas agencias de imágenes. Si nos centramos en el sector de la información televisada, a escala internacional sólo hay dos agencias de imágenes, además de la CNN, que dominan el mercado mundial y que difunden el mismo material audiovisual a todo el mundo: Visnews y WTN.

Las agencias de imágenes saben que las informaciones rentables son como los yacimientos de oro: se dan únicamente en unos pocos lugares, no en todos. Los yacimientos informacionales rentables son aquellos que tienen tres dimensiones: violencia, sangre y muerte. Y toda información que cuente con ellas se vende automáticamente. Si además se puede transmitir en directo y en tiempo real, entonces puede alcanzar una difusión planetaria, porque es exactamente el tipo de información que las televisiones desean.

El dominio de la tríada en cifras

Volvamos a la hegemonía de lo que hemos dominado la tríada que domina los medios de comunicación. Sus integrantes, Estados Unidos, la Unión Europea y Japón, representan el 70 por 100 del Producto Bruto mundial, lo que constituye ya en sí mismo un abuso de dominación. Ahora bien, si consideramos únicamente la producción de bienes y servicios de información, el nivel de control respecto a la totalidad del planeta se eleva al 90 por 100.

En este sentido es interesante recoger algunas cifras publicadas por la Unesco ya en 1990:

- De las 300 empresas más importantes de información y comunicación, 144 eran norteamericanas, 80 de la Unión Europea y 49 japonesas, es decir, la inmensa mayoría.

- De las 75 primeras empresas de prensa, 39 eran norteamericanas, 25 europeas y 8 japonesas.

- De las 88 primeras firmas de informática, 39 eran norteamericanas, 19 europeas y 7 japonesas.

- De las 158 primeras empresas fabricantes de material de comunicación, 75 eran de EE UU, 36 europeas y 33 japonesas.

Y «el resto» (cuando se da) tampoco pertenece al Sur, sino a países como Canadá, Australia, Suiza, Austria, Taiwán, Corea del Sur... es decir, al Norte al fin y al cabo, independientemente de su ubicación puramente geográfica. Podemos añadir que, en 1998, la situación es similar, e incluso aún más gravemente desequilibrada, respecto a lo que reflejaban estas cifras de la Unesco.

Por otra parte, en 1990 la economía de la información y la comunicación representaba una cifra global de negocios de 1 billón 185 mil millones de dólares. De esta cantidad, 500 mil millones pertenecían a Estados Unidos, 264 mil millones a la Unión Europea, 253 mil millones a Japón y sólo 168 mil millones al resto del mundo. La dominación a la que nos hemos referido se refleja nítidamente en estas magnitudes.

Si añadiésemos las cifras de las empresas publicitarias que pertenecen al mundo de la comunicación, el desequilibrio sería aún más fuerte a favor del Norte. Excepto algunas publicitarias en América Latina (México, Argentina, Brasil) y en India, no hay grandes empresas publicitarias en el Sur.

Algunos expertos prevén que, hacia el año 2000, en los ocho o diez sectores industriales de la economía desarrollada, particularmente en los de la informática y las telecomunicaciones, no habrá más que siete u ocho redes de empresas multinacionales que dominarán el 75 por 100 del mercado mundial. Evidentemente, estas siete u ocho redes serán de empresas del Norte y, esencialmente de la tríada, porque lo que se observa es precisamente una serie de fusiones y concentraciones en este ámbito: el 80 por 100 de las operaciones de integración son tratos de empresas japonesas con europeas, de europeas con estadounidenses, de estadounidenses con japonesas...

La revolución de las comunicaciones interactivas

El mundo de las telecomunicaciones interactivas es uno de los que se ha visto más fuertemente sacudido por las grandes maniobras que agitan la economía mundial en los últimos años.

Por ejemplo, cuando Estados Unidos se dio cuenta de que Japón estaba alcanzando la capacidad suficiente para obtener el liderazgo mundial en la tecnología de las comunicaciones, especialmente en el campo informático, el equipo presidencial Clinton-Gore lanzó el proyecto de construcción de las grandes «autopistas de la comunicación».

Estas autopistas consisten en la interconexión de tres aparatos de comunicación: el teléfono, el ordenador y el televisor, realizándose ésta en doble sentido, en lo que se denomina conexión interactiva.

De esta forma, según estiman algunos expertos, el campo de la industria cultural y de la comunicación podría experimentar una gran transformación, además de constituirse, a principios del siglo xxi, en el principal mercado: un mercado de tres billones y medio de dólares.

Hasta hace poco se pensaba que esto sería difícil de lograr y que, en cualquier caso, sólo se conseguiría si se equipaba mediante cableado de fibra óptica al conjunto de los países desarrollados. Pero en este momento, gracias a los progresos en materia de compresión y descompresión digital de datos, ya se pueden utilizar como vectores, como transportadores de información, los cables telefónicos y coaxiales que difunden actualmente la televisión por cable. Basta con equipar a las redes existentes con una serie de equipos (módem) que permiten esta compresión y descompresión. De esta forma puede enviarse simultáneamente una gran cantidad de mensajes mediante el mismo medio de transporte.

Este es el origen de la cascada de concentraciones y alianzas a la que estamos asistiendo. Por ejemplo, el acuerdo que firmaron el primer grupo de comunicación mundial, Time-Warner, con la US West, una de las compañías telefónicas regionales más importantes de Estados Unidos. O la asociación del gigante ITT con el cableoperador Diatcom, el más importante de California. O los proyectos del magnate Rupert Murdoch, que ya domina la televisión por satélite en gran parte de Europa, especialmente en el Reino Unido, y que actualmente se plantea como objetivo el control de la televisión por satélite en el continente asiático. O, por citar otro caso, la alianza entre Bell Atlantic, principal compañía telefónica de Estados Unidos, con TCI, principal operador por cable de ese país. En términos accionariales y financieros ésta fue en su momento la fusión más importante de la Bolsa de Nueva York: 23.000 millones de dólares.

Lo que constatamos es que los gigantes de la telefonía se asocian a los gigantes de la televisión (de transmisión hertziana o por cable), o bien a los propietarios de las empresas de informática, para tratar de obtener la triple conexión antes mencionada: teléfono, ordenador, televisor.

Todo ello tiene como objetivo la creación de «super-autopistas de las telecomunicaciones» y el impulso al nuevo «reino» de Internet, permitiendo, teóricamente, que el ciudadano disponga de lo que Marshall Mac Luhan describía (cuando definía a las comunicaciones) como «extensiones de cada uno de nuestros cinco sentidos».

De hecho, lo que se persigue hoy es que se pueda disponer en cada hogar de una pantalla que permita consultar, enviar mensajes, documentarse, ver películas, leer CD-Rom, seguir cursos a domicilio... según el deseo de cada cual. Una pantalla que también sirva para la telecompra (consultando directamente los catálogos de venta), que haga posible seleccionar exactamente la película que uno quiere ver, o pedir videoprogramas (programas televisivos ya emitidos, transmitidos el día anterior o diez años antes). Una pantalla a través de la que se pueda acceder, vía Internet, a todo un inmenso caudal de conocimientos mediante el vídeo (las enciclopedias en videodisco digital) y que a la vez permita la «visiofonía», es decir, hablar por teléfono viendo a la persona con la que se está comunicando; que se use para la teleconferencia, o sea, para conectar a varias personas que debaten sobre un mismo tema, sin necesidad de que se desplacen. Una pantalla que se utilice para acceder a la realidad virtual y para videojuegos. En fin, una pantalla que sea capaz de cumplir todas estas funciones a la vez y lo haga con imágenes de alta definición.

La guerra de alta definición

Otra de las batallas tecnológicas que se desarrolló a principios de los años noventa fue la de la televisión de alta definición (1.250 líneas). Se planteaban tres modelos de diferentes procedencias y tecnologías. El japonés era de tipo analógico y estaba ya a punto. Tenía el inconveniente (para poder imponerse) de que hacía obsoleta toda la infraestructura existente, al no ser compatible con los televisores domésticos.

Los europeos, por su parte, estuvieron trabajando en un proyecto que ya ha sido abandonado. Su tecnología de televisión de alta definición permitía el mantenimiento del parque existente, aunque, como es lógico, no se podrían ver en los televisores actuales, y en alta definición, programas emitidos como tales que serían vistos en la actual de 625 líneas (la alta definición es del doble y se supone que puede alcanzar la nitidez de una fotografía o una diapositiva).

Pero los norteamericanos, que se encontraban muy retrasados en materia de televisión de alta definición, percibieron que únicamente si eran capaces de dominar esta tecnología podrían liderar en el futuro las autopistas de las telecomunicaciones. De esta forma, impusieron, mediante la Comisión Federal de las Comunicaciones, una serie de normas que incluían la creación de una televisión digital que fuera transportable mediante cable y que fuera compatible con el parque existente. Los estadounidenses lograron culminar su objetivo, y va a ser finalmente la norma norteamericana en materia de televisión de alta definición la que se va a imponer en el mundo entero.

Puede apuntarse también que otra de las apuestas actuales es la de extender el teléfono celular por todo el planeta.

Las maniobras y estrategias descritas, como ha quedado de manifiesto, no sólo tienen que ver con la comunicación sino en general con la industria y la economía. Un gran país industrial del futuro tiene que ser, a partir de ahora, un país presente en estos sectores. Asistimos al desmantelamiento a escala global de la sociedad industrial clásica. La nueva sociedad industrial - según la tesis del vicepresidente norteamericano, Albert Gore - se erige sobre la base de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación.

El triunfo del multimedia

¿Se saldará la nueva batalla del multimedia con una derrota para Europa, tan grave como la que experimentó en su confrontación con Estados Unidos en materia de cine y televisión?

Como se recordará, la conclusión de los acuerdos del GATT en diciembre de 1993 estuvo marcada por los enfrentamientos entre Europa y Estados Unidos en el campo del audiovisual. Se trataba de conseguir que la extensión de los acuerdos del GATT a los servicios dejara fuera el audiovisual, en la medida en que las creaciones culturales no constituyen un producto como los demás.

Si este objetivo, que reclamaban Francia y todos los profesionales europeos del cine, se hubiera logrado, habría podido hablarse de una «excepción cultural». Pero la gran mayoría de los países de la UE eran hostiles a la posición francesa, y mucho más aún lo era la propia Comisión Europea.

La mayor parte de los países europeos, cuyas industrias cinematográficas han desaparecido prácticamente, carecían ya de cualquier interés nacional y no deseaban un enfrentamiento con Washington. Por su parte, la Comisión había sido ganada por las tesis neoliberales.

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