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Authors: Andy McDermott

Tags: #Aventuras

La tumba de Hércules (40 page)

BOOK: La tumba de Hércules
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Nina alineó con cuidado los pedazos de pergamino antiguo, uniéndolos por las tenues marcas marrones, y después se inclinó hacia atrás para tener una visión de conjunto. Por primera vez en más de dos mil años, el mapa escondido en las páginas del
Hermócrates
de Platón estaba completo.

Ella miró a Chase, nerviosa. El inglés estaba sentado en una silla en una esquina de la biblioteca del
château
, con las manos esposadas a la espalda y Komosa y otro guardia en cada flanco. A Nina le habían dejado muy claro que castigarían duramente a Chase por cualquier retraso o error en el montaje de las piezas del mapa. Para remarcarlo, Komosa había colocado varios instrumentos en una mesita cercana, que incluían desde una porra hasta unos alicates o un taladro eléctrico de mampostería.

Chase la miró a su vez. Sabía, tan bien como Nina, que en cuanto encontraran la tumba se acabaría su utilidad para Corvus y Sophia. Lo único que podían hacer, por el momento, era seguirles el juego y buscar cualquier oportunidad de escapar…

—¿Y bien? —preguntó Sophia, impaciente, cruzando la sala para mirar el mapa—. ¿Dónde está?

—Jesús, dame un momento —se quejó Nina mientras abría un atlas—. No tengo todas las líneas de costa del mundo memorizadas.

Sin embargo, sí que tenía una buena idea sobre dónde empezar a buscar. Una de las páginas perdidas anteriormente mostraba una rosa de los vientos, por lo que sabía que la costa estaba en la parte sur de un mar. Considerando los límites explorados por los antiguos griegos, casi seguro que ese mar era el Mediterráneo, lo que situaba a la tumba en el norte de África.

Y eso tenía sentido, pensó Nina. De acuerdo con la leyenda, Hércules pasó mucho tiempo viajando por la antigua Libia… que ocupaba una extensión mucho mayor de la que delimitan hoy en día las fronteras del país moderno que lleva ese nombre. La tumba bien podía estar situada en algún lugar histórico de la Antigüedad.

Solo tuvo que echarle un vistazo al atlas para restringir la lista de posibles localizaciones. La línea de costa se dibujaba irregularmente del sudeste al noroeste, pero en el extremo más septentrional giraba bruscamente hacia el nordeste. Dada la escala del mapa antiguo, solo una zona cumplía esa descripción.

El dedo de Nina señaló la costa de Túnez, el golfo de Gabés.

—¿Es ahí? —preguntó Sophia.

—Cuadra, sí —dijo Nina, mirando uno y otro mapa—. Las desembocaduras de los ríos están aquí y aquí, esta isla justo al borde de la costa, al este…

Corvus se acercó a la mesa.

—¿Túnez?

—Quizás no —le dijo Sophia, trazando la ruta sobre el pergamino desde la costa al lugar de la tumba—. La escala no…

—¿Te importa? —la increpó Nina, dejando que la incomodidad académica que sentía ante tantas suposiciones se impusiera a todas las preocupaciones por las posibles represalias—. Veamos, este lago hacia el oeste debe ser hacia el este en el mapa moderno, que está a ochenta kilómetros de la costa. Incluso teniendo en cuenta las imprecisiones de la escala, se encuentra a un tercio del camino desde la costa hasta el final de la ruta, así que la tumba debe hallarse a unos doscientos cuarenta kilómetros hacia el interior, al sudoeste de Gabés. Lo que la situaría en…

—Argelia —anunció Chase desde el otro extremo de la habitación—. La conozco bien.

—Oh, ya —dijo Sophia, con un suspiro despreciativo—: «Ver las estrellas en el Gran Erg, el cielo más increíble que he visto nunca…». ¿Cuántas veces he oído esa historia?

—Fotografíalo —le ordenó Corvus a uno de sus hombres, que se subió a una banqueta para sacar fotos del mapa completo desde arriba—. Gracias, doctora Wilde. Ahora que ha localizado la tumba de Hércules, creo que mi gente podrá ocuparse de todo.

—Déjeme adivinar —dijo Nina mirándolo, desafiante—. ¿Nos va a enviar en su
jet
privado de vuelta a Nueva York?

—Difícilmente —le contestó. Se giró hacia Komosa—. Deshazte de ellos.

—No.

La autoridad en la voz de Sophia los sorprendió a todos, incluso a Corvus; fue una orden tajante.

—Todavía los necesitamos.

—¿Por qué, cariño? —le preguntó Corvus, lentamente.

—Porque, cariño, la doctora Wilde no nos lo ha contado todo.

Agarró la coleta de Nina y tiró hacia atrás. Nina gimió de dolor.

—¿Verdad, Nina?

—No sé a qué te refieres —contestó Nina, entre dientes.

—Oh, sí que lo sabes. ¿Te acuerdas del vuelo a Botsuana, cuando me dijiste que pensabas que había más pistas escondidas en el
Hermócrates
, pistas que no solo se referían a la localización de la tumba, sino también a cómo acceder a ella? —dijo Sophia, retorciéndole la muñeca y sacudiéndole la coleta hacia abajo con más fuerza—. Creo que te estás guardando información, pues confías en que, aunque encontremos la tumba, no seremos capaces de entrar… o que caeremos víctimas de las trampas.

—Las trampas no funcionarán después de miles de años —gruñó Nina—. Esto no es un juego de
Tomb Raider
.

Chase se aclaró la garganta.

—Eeeh… de hecho, había algunas en el Tíbet que aún funcionaban. Más o menos. Casi nos matan a mí y a Jason, al salir.

A pesar del dolor, Nina lo miró.

—Sí, lo sé. Debería habértelo contado. Lo siento.

—Esa es la razón por la que vuestra relación no funciona —le dijo Sophia a Nina—. Falta de comunicación.

Le soltó el pelo.

—Bueno, ilumínanos. ¿Cómo entramos?

—No lo sé —le contestó Nina, sinceramente.

Sophia le hizo un gesto a Komosa con la barbilla y este golpeó con su enorme puño a Chase en el estómago. Él trató de coger aire.

—¿Cómo entramos? —preguntó Sophia de nuevo.

—¡Jesús! —dijo Nina, aterrorizada—. ¡No lo sé!

Otro asentimiento, y Komosa cogió la porra y golpeó con saña en el cuello a Chase, que dejó escapar un grito de dolor mientras se caía de la silla y se golpeaba la cabeza contra el duro suelo de madera.

Sophia lo miró fríamente.

—¿Cómo entramos?

—¡Serás puta! —gritó Nina—. ¡Que ya te he dicho que no lo sé! ¡Déjalo en paz!

Sophia no tuvo que hacer ningún gesto esta vez para que Komosa se girara hacia la mesita y cogiese el taladro de mampostería. Accionó dos veces el gatillo y el aparato produjo un siniestro silbido robótico cada vez. Después se inclinó y colocó la punta contra el omóplato de Chase. Antes de que Nina pudiese decir nada, apretó el gatillo.

Chase gritó cuando el resistente taladro le perforó la carne. La sangre salió disparada, salpicando el suelo. Hasta Corvus parecía impresionado.

—¡Para! —gimió Nina, suplicándole a Sophia—. ¡Para, para! ¡No lo sé! ¡No tengo ni puta idea! Pero lo averiguaré, te lo diré, pero ¡para, por favor!

Sophia se lo pensó un momento y después señaló con un dedo la mesita. Con aire de decepción, Komosa devolvió el taladro a su lugar. Caían gotitas de sangre de la punta.

Sin preocuparle que alguien pudiese impedírselo, Nina corrió hacia Chase. La herida de la espalda tenía poco más de un centímetro de diámetro. Era un agujero perforado tan lleno de sangre que no podía ver a qué profundidad había llegado el taladro. Chase se estremeció, con la cara retorcida por un dolor mudo. Nina se arrodilló y presionó con una palma la herida rebosante, sintiendo el líquido caliente deslizarse entre sus dedos mientras miraba a Sophia.

—¡Por Dios, ayúdalo! ¡Haré lo que quieras, averiguaré cómo entrar en la tumba!

—Curadlo —ordenó Sophia.

Komosa apartó a Nina de Chase. Ella protestó y luchó, pero entonces dos hombres más levantaron a un Chase apenas consciente y lo sacaron de la habitación.

—Me alegro de que estés con nosotros —le dijo Sophia, con una mirada helada de triunfo—. Ponte a trabajar… Tienes hasta que encontremos la tumba para descifrar el texto. Si no, Eddie va a necesitar algo más que un par de vendas para curarse de lo que Joe le haga.

Empezó a cruzar la habitación como para seguir a los hombres que transportaban a Chase y se paró de repente, dándole una patada fuerte a Nina en un costado con la punta afilada de su bota. Nina se dobló del dolor.

—Y si me vuelves a llamar puta de nuevo, te cortaré tu jodida lengua.

Y tras esto, se giró sobre sus tacones y abandonó la biblioteca.

—Levántese, doctora Wilde —le ordenó Corvus—. Tiene trabajo que hacer. Yo organizaré la expedición a Argelia lo más pronto posible.

También él abandonó la biblioteca, parándose en la puerta.

—Por cierto, vaya a lavarse, no quiero que estropee los pergaminos.

Y tras esto, se fue, dejando a Nina mirando sus manos ensangrentadas.

21

Argelia

Los tres helicópteros atronaron sobre el Sáhara. No se veía nada bajo ellos excepto kilómetros y kilómetros de dunas de arena resplandecientes y ondulantes. A la sombra, la temperatura rondaría los treinta grados centígrados… Pero no había ni una sombra. El despiadado brillo del sol abrasaba todo con un calor enfermizo de cuarenta grados.

La cabina del helicóptero que iba en cabeza, un Sikorsky S-92, tenía aire acondicionado, pero ni Nina ni Chase encontraban consuelo en ello. Habían pasado dos días desde que los habían reunido, pero en ese tiempo Nina no había conseguido descubrir los secretos finales escondidos en el
Hermócrates
.

Y su tiempo se acababa rápidamente.

—Diez minutos —anunció Sophia.

Ella y Komosa estaban en la parte trasera de la cabina con Chase y Nina. Corvus iba sentado en el asiento del copiloto, delante.

—Espero que se te encienda la lucecita pronto, Nina.

—Estas no son exactamente las condiciones ideales —se quejó Nina.

Tenía las manos esposadas delante para que pudiese trabajar con los pergaminos. Chase las tenía esposadas a la espalda. Le habían limpiado y vendado la herida del hombro, pero seguía sufriendo un dolor considerable. Por una razón no aparente, aparte de su propia diversión sádica, Sophia le había devuelto su chaqueta de cuero… que, a causa de las esposas, ahora no podía quitarse, por lo que sudaba bajo la brisa fresca del aire acondicionado.

La misma brisa agitaba las páginas que Nina sostenía, para su irritación. Pero esa era una distracción menor, porque su mente estaba tan concentrada como le era posible en su tarea.

Cada vez estaba más convencida de que había una pista en las palabras de Platón, una clave lingüística críptica que resolvería el puzle. Y cada vez que leía el antiguo texto griego, esa clave parecía acercarse un tentador pasito más.

Pero no tanto como para descubrirla. Frunció el ceño.

—¿Ninguna buena noticia? —le preguntó Chase.

Comparado con su carácter habitual, había estado particularmente callado desde que le hirieron.

Ella sacudió la cabeza.

—Lo único que se me ocurre es que haya algún código clave que debemos usar para desvelar las palabras pertinentes que describan cómo acceder a la tumba… Por ejemplo, coge la tercera palabra en la línea sexta de la página uno, «girar»; después, la palabra siete de la línea doce, «llave»… y así. O sea, ¡que dice claramente que hay palabras escondidas entre otras palabras! Pero no puedo encontrar nada que sea la clave en sí misma. Tiene que haber un punto de partida, una manera de saber dónde empezar y cómo actuar. De otro modo, sería imposible incluso para su pretendido destinatario. Sin embargo… no hay nada.

—¿Tampoco hay nada más en el papel? —preguntó Chase—. ¿Mensajes escondidos o algo así?

—Lo que ves es lo que hay —dijo Sophia—. Algo tan simple como la tinta invisible era el equivalente a la codificación cuántica en los tiempos de Platón, así que no queda nada más por descubrir. Las pistas deben de hallarse en las propias palabras.

Comprobó el reloj.

—Y tienes seis minutos para encontrarlas.

Nina volvió a centrar su atención en los pergaminos, explorando el texto lo más rápido que podía. Palabras escondidas entre palabras… pero ¿qué palabras? Leyó más rápido y la tinta veteada se hizo casi borrosa mientras los ojos repasaban cada página velozmente.

Pero sabía que no encontraría nada que no hubiese descubierto ya. Si había un código, su clave no estaba en el
Hermócrates
. O había que encontrarla en otra fuente que no obraba en su poder, en cuyo caso no tenía ninguna oportunidad de averiguarla… o no había ninguna clave.

—Conozco esa cara —dijo Chase, sonando esperanzado por primera vez en mucho tiempo.

Nina levantó la mirada.

—¿Ummm?

—Esa es la cara que pones cuando haces crucigramas, cuando descubres una palabra. ¿Qué has encontrado?

—Sí, ¿qué has encontrado? —preguntó Sophia, interesándose.

Corvus se giró en su asiento, observando fijamente a Nina.

—Yo… aún no estoy segura. Pero creo que he estado tratando el problema desde el ángulo equivocado. La referencia a palabras escondidas entre otras palabras, simplemente asumí que era un código… que hablaba de palabras específicas, individuales, que se combinaban para formar un mensaje.

Rebuscó entre los pergaminos hasta encontrar la primera página.

—¿Pero y si no es así? La pista para encontrar el mapa en el reverso era bastante literal… así que puede que esta también lo sea. «Las palabras de nuestro amigo Hermócrates revelarán otras palabras en su interior»… Y «cristal erubescente»… erubescente, cristal rojo, cristal de color…

Miró el techo de la cabina. Sobre los asientos delanteros había ventanas en el techo para darle al piloto una visión clara de las hélices del rotor. Estaban tintadas de verde para filtrar el sol. Nina se inclinó hacia delante y sostuvo la página para que la luz del sol cayese sobre él. Toda la página cambió de color y tomó un tono verde esmeralda chillón. Los tonos turbios de la tinta se volvieron de un marrón oscuro.

Nina prácticamente saltó del asiento.

—¡Lo tengo, lo tengo!

—¿Qué tienes? —preguntó Chase, confuso.

—Necesito algo rojo, un plástico o un cristal rojo —dijo Nina, mirando a su alrededor—. ¡Vamos, vamos!

Miró a Sophia.

—¡Haz algo útil, encuentra algo!

Sophia frunció el ceño, pero hizo lo que le decía.

—Joe, acércame mi maleta. La azul.

Komosa buscó detrás de su asiento, levantó una maleta de viaje y se la pasó. Sophia buscó entre su contenido.

—Aquí está —le dijo, pasándole una carpeta a Nina—. ¿Sirve esto?

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