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Authors: Andy McDermott

Tags: #Aventuras

La tumba de Hércules (37 page)

BOOK: La tumba de Hércules
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Diez metros, cinco, estiró los brazos… La puerta se cerró con un sonido metálico.

Chase llegó hasta ella un segundo demasiado tarde.

—¡Joder!

Tiró de la manilla, pero no se movió.

Se giró para mirar el lugar por donde desapareció Sophia. Al fondo de la habitación había otra puerta, idéntica a la que tenía a su lado. Sin duda, con el mismo nivel de autorización.

Estaba atrapado. Y a pesar de hallarse en una sala donde se construían armas devastadoras, no había nada que pudiese utilizar para defenderse.

A no ser que…

Regresó corriendo a la sala de los condensadores de la que procedían los técnicos. Habían extraído el láser, que estaba en el interior de un tubo de acero de aproximadamente la longitud de su brazo y de diez centímetros de diámetro, y lo habían colocado al fondo de la habitación, sobre unos raíles metálicos. Todavía tenía un cable eléctrico reforzado conectado en un lateral. Unido a él mediante un cable plano había algún tipo de aparato de calibración, una caja llena de botones y válvulas.

Pero solo dos llamaron su atención. Uno era un dial grande con el símbolo estilizado de un rayo y el otro era un botón rojo.

Se escuchó un sonido electrónico.

La puerta se abrió de golpe y los guardias de seguridad empezaron a manar de ella con las pistolas en ristre, preparadas. Lo reconocieron…

Chase agarró el láser y lo giró, cogiéndolo con el brazo derecho al tiempo que, con el izquierdo, ponía el dial en potencia máxima y presionaba el botón.

Se desprendió un destello de luz azul y un sonido como de un disparo silenciado. Por un momento, Chase pensó que el láser se había sobrecargado… Y después, uno a uno los guardias fueron cayendo, muertos, mientras salían columnas de humo de unos agujeros limpios en el pecho. El rayo láser, a máxima potencia, invisible en el aire filtrado de la fábrica, había atravesado la fila de hombres en un milisegundo, dejando una mancha negra humeante en la pared más lejana, detrás de ellos.

—¡Oh, esto me gusta! —se emocionó Chase, experimentando un incongruente momento de júbilo por su nuevo juguete antes de recordar lo que tenía que hacer.

Se volvió de nuevo, apuntando al armario prominente que albergaba los láseres, en la sala de condensadores más alejada. Pulsó de nuevo el botón y vio un destello mínimo de una intensa luz azul en el armario. La ventanilla de acceso saltó por los aires con un sonoro «¡bang!» y una nube de humo. Las luces de emergencia rojas se encendieron en el panel de control.

Uno menos. Apuntó con el láser al siguiente condensador y disparó otra vez, consiguiendo una satisfactoria explosión cuando estalló el ensamblaje. Dos disparos más le sirvieron para ocuparse de los condensadores que quedaban.

Otro sonido, más distante. La puerta del otro lado de la habitación se había abierto y oyó a hombres gritando, entrando en la planta. Chase giró el láser para apuntar, pero no podía verlos desde su posición porque estaba bloqueado por el horno.

Hora de irse.

Buscó una salida. La ventana rota de la sala de reuniones estaba demasiado alta y no había nada a lo que pudiese subirse.

Pero había tuberías sobre ella, conductos para el aire acondicionado y el sistema de filtrado…

Volvió a pulsar el botón rojo y esta vez mantuvo el dedo apoyado firmemente sobre él mientras barría con el láser las tuberías suspendidas. El punto azul del rayo quemó y cortó el metal con la furia de una supernova. Los conductos seccionados quedaron colgando como una bisagra gigante y golpearon el suelo con un estruendo que resonó por la sala.

Chase tiró el láser para romperlo y corrió por el conjunto de tuberías caídas. El solo impulso lo llevó casi hasta la parte superior de la empinada cuesta, antes de que empezara a perder el equilibrio y de que el metal se combara bajo sus pies.

Más gritos, un disparo…

Se lanzó a través del agujero de la ventana como si estuviese haciendo salto de altura, pasando por encima del listón apenas por un centímetro. Cayó sobre la moqueta y rodó hasta pararse. A continuación, saltó sobre sus pies y encontró la Glock que Philippe había soltado. La cogió y rodeó la mesa corriendo para recuperar sus posesiones. Se guardó la granada en un bolsillo y después levantó su arma.

Con una pistola en cada mano se giró para encarar la puerta.

Escuchó sonidos de pisadas fuertes fuera…

Chase se giró hacia la ventana que daba a la planta de fabricación y levantó ambas pistolas, apretó los gatillos y después corrió…

La ventana se hizo añicos justo antes de que llegara y saltara a través de ella. Describió un arco hacia una de las salas blancas y estuvo a punto de estrellarse contra su techo de cristal.

Volvió a disparar, apuntando hacia abajo. El techo explotó y un monzón de cuchillas afiladas cayó sobre la sala blanca que cubría. Los pies de Chase golpearon bruscamente un banco y notó dolor en su pierna. Lo ignoró y realizó una voltereta hacia delante. Estantes llenos de las frágiles pastillas de silicio se desplomaron y crujieron bajo él hasta que llegó al final del banco y aterrizó sobre ambos pies.

Tenía la chaqueta cubierta de los restos rotos de brillantes microprocesadores.

—Chips hasta en la sopa —murmuró cuando se orientó.

Había aterrizado cerca de un lateral de la enorme sala y la puerta por la que había entrado estaba en el centro de la pared más alejada. Tenía una barrera de cristal entre él y la salida.

Gritos desde arriba… Los guardias acababan de entrar en la sala de reuniones y habían visto adónde había ido. Y muchos más atravesaban la puerta que le quedaba a la izquierda. Tenían una línea de disparo clara por el pasillo central.

Pero la distancia más corta entre dos puntos es una línea recta…

Con las dos pistolas levantadas, Chase volvió a correr, en dirección a la salida más lejana. No le frenó que la ruta estuviese bloqueada por salas blancas… Él siguió disparando y las paredes de cristal siguieron estallando a su paso mientras técnicos aterrorizados se agachaban, tratando de cubrirse. Corrió a través del laberinto transparente a medida que este se deshacía y fragmentos brillantes de cristal se esparcían alrededor de sus vigorosas piernas, como si estuviese atravesando las olas.

La pistola de Philippe sonó vacía. Sin dudarlo, Chase la tiró y siguió disparando con su automática hasta llegar a la última sala blanca. Una bala se llevó por delante las dos paredes… y corrió más rápido entre los restos, sacando con su mano libre la tarjeta al llegar a la puerta.

Los guardias corrían tras él. Disparó un único tiro al bulto, más para obligarlos a ponerse a cubierto que para matarlos. Se dispersaron.

Pasó la tarjeta.

Luz verde. Campanilla. ¡Adelante!

La atravesó corriendo e inmediatamente dobló para bajar por el pasillo lateral que llevaba al vestíbulo. Había un guardia de seguridad en su camino, pero Chase lo eliminó de un balazo antes de que el hombre pudiese siquiera apuntarlo.

El vestíbulo era un espacio corporativo anónimo con murales de microcircuitos sobre las paredes. No había más guardias. Chase volvió a girar, en dirección a las puertas dobles. El Mercedes de Yuen seguía aparcado allí y el conductor estaba de pie fuera del coche, esperando nerviosamente a su jefe.

Chase no perdió el segundo que le habría llevado abrir las puertas. En lugar de ello, simplemente disparó un tiro, tanto para romper el cristal como para advertirle al conductor que saliese de su camino, y saltó a través del hueco del marco hasta aterrizar al lado de la puerta abierta del coche. El conductor había captado el mensaje y ya estaba haciendo una buena media de carrera en dirección a Berna.

Se metió de un brinco en el Mercedes y se encontró con el motor encendido; el conductor estaba preparado para llevar a su jefe a un lugar seguro lo más rápidamente posible. Pero Chase no tenía intención de ir a ese lugar cuando pisó a fondo el acelerador y el coche casi derrapó y se alejó de la planta de fabricación de microchips, dejando tras de sí una estela de goma quemada.

Tenía que impedir que Sophia se marchase con la bomba. Costase lo que costase.

19

Chase sabía hacia dónde había ido Sophia. Para llevar la bomba a su avión tenía que coger el teleférico y subir a la parte superior de la presa.

La estación estaba en la esquina noroeste de las instalaciones. Giró derrapando para entrar en la carretera que iba paralela al río y aceleró en su dirección. Se trataba de una torre con un techo alto inclinado que se distinguía fácilmente entre los edificios industriales.

Había una furgoneta blanca aparcada delante. Las puertas traseras estaban totalmente abiertas y el interior, vacío. Ya habían trasladado la bomba a otro lugar.

Chase miró el cable que se extendía hasta la estación superior. No había ninguna cabina colgando en él.

Sophia aún no había partido. Todavía tenía una oportunidad de pararla.

Unos faros lo iluminaron desde atrás: un todoterreno doblaba una esquina, persiguiéndolo. Estaba a unos cien metros, pero no tardaría en alcanzarlo en cuanto Chase parase el Mercedes. Y entonces hubo un movimiento delante: el segundo guardaespaldas, Eduardo, apareció en la entrada de la estación.

Chase se agachó. Un disparo alcanzó el parabrisas y formó grietas tipo tela de araña que nublaron su vista al momento. La bala pasó silbando a su lado y se clavó en el asiento de atrás, rasgando el cuero ruidosamente.

Una segunda bala hizo saltar al espejo retrovisor y produjo un tintineo de cristal roto.
Siete años de mala suerte
, pensó Chase. Pero a uno de ellos se le acabaría la suerte en bastante menos tiempo, en menos de siete segundos…

Hizo girar el Mercedes y lo dirigió hacia la rampa que daba a la entrada.

Eduardo volvió a disparar dos veces: un tiro causó un agujero en el capó y otro rompió el parabrisas.

Un temporal helado golpeó a Chase. Trató de protegerse.

Con el motor rugiendo, el Mercedes subió la cuesta. Eduardo estaba atrapado en la puerta, no tenía adónde ir…

El coche lo embistió y lo dobló sobre el capó cuando chocó contra las puertas y se estrelló en el interior de la estación del teleférico.

Chase pisó el freno con fuerza, pero el coche viraba sin control hacia una pared…

Golpeó una esquina y la parte izquierda del parachoques frontal quedó aplastado en un instante. Eduardo salió volando del capó y rebotó en la pared, salpicando sangre.

Los airbags se inflaron simultáneamente con un sonido como de un tiro de rifle al expandirse el gas. Chase se sintió como si el muñeco de Michelin le hubiese dado un puñetazo en la cara. Alcanzó a oír, por encima del golpe de la colisión, cómo su cartílago crujía en el interior de su nariz.

El coche giró hasta pararse. El airbag se deshinchó y Chase se enderezó. Sintió una punzada de dolor en la nariz. No estaba rota, conocía la diferencia de sensaciones demasiado bien. Parecía una fisura muy fina que, sin embargo, le molestaría durante algún tiempo.

Pero si no salía pronto del coche, una nariz lastimada iba a ser el menor de sus problemas. Los guardias que lo perseguían llegarían en treinta segundos, o menos…

Levantó el arma y se abrió paso a través del Mercedes destrozado. El interior de la estación del teleférico, pintado de blanco, era insulso y funcional. El único toque de color eran las salpicaduras de rojo del lugar en la pared donde había tropezado el cuerpo de Eduardo. No había ni rastro de Sophia ni de la bomba, pero sí un tramo de escaleras hacia arriba.

Chase las subió corriendo y apareció en una habitación abierta y congelada… el punto final del recorrido del teleférico. Técnicamente, se trataba más de un sistema de cabinas que podían soltarse del cable para que los pasajeros pudiesen embarcar y desembarcar mientras otras cabinas seguían en movimiento. Había dos encajonadas allí, paradas, esperando a unirse al cable.

Y una tercera en movimiento.

Sophia estaba en la ventana trasera. Le sonrió a Chase, saludándolo con la mano cuando la cabina se deslizó de la estación brillantemente iluminada y salió a la luz de la luna.

Chase levantó el arma, apuntándole a la cabeza. Ella no se movió.

Y él tampoco. No podía apretar el gatillo. A pesar de lo que había hecho, de lo que planeaba hacer, seguía siendo la persona que una vez había sido su amante, su esposa…

—¡Mierda! —gruñó Chase, tan enfadado consigo mismo como con ella.

La cabina ascendió y Sophia empezó a ser solo una silueta en la ventana. El cable silbó por encima del estruendo de la maquinaria que lo movía.

El todoterreno chirrió hasta pararse fuera. Chase saltó a la primera de las cabinas en espera y encontró un panel de control delante de la ventana delantera. Había un botón rojo grande con el rótulo «Starten».

Lo pulsó.

Las cadenas y los engranajes traquetearon. La cabina dio bandazos por la vía, rodeando el cabrestante horizontal al final del cable, y después se alzó levemente al deslizarse de nuevo en él. Los trinquetes resonaron por encima del techo y la pinza de la cabina se agarró al cable de acero para iniciar el ascenso.

El coche de Sophia estaba a unos treinta metros. Iban a llegar a la parte superior de la estación con una diferencia de unos veinte segundos… por lo que Sophia apenas tendría tiempo de abandonar la cabina antes de que él llegase, por no hablar de trasladar la bomba a otro vehículo.

Ella miró a Chase. Él la saludó con un gesto menos alegre que el que ella le había mostrado antes. Sophia inclinó la cabeza en lo que en su día había sido una expresión de enfado familiar. Después levantó la mano, esta vez no para saludarlo, sino para señalar algo en su cabina.

O, más bien, algo detrás de ella.

Chase corrió a la ventana trasera. Otra cabina acababa de acoplarse al cable. Vio a tres guardias de seguridad a bordo.

Guardias armados.

Y no solo armados con pistolas. Llevaban carabinas Steyr AUG A3… y estaban abriendo las ventanas de su cabina, ¡preparándose para dispararle y convertir su cabina en queso suizo!

Chase sabía, por su peso, que en la pistola solo le quedaba una bala. La granada era un bulto duro y frío en el bolsillo de su chaqueta, pero aunque la colase perfectamente a través de la ventana abierta de la otra cabina, ellos tendrían tiempo de hacerle mil agujeros.

Comprobó lo que tenía delante. Su cabina se hallaba a un cuarto de camino y subía rápidamente. Le llevaría otro par de minutos llegar arriba.

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