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Authors: Andy McDermott

Tags: #Aventuras

La tumba de Hércules (50 page)

BOOK: La tumba de Hércules
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—Parece un camino largo —le dijo Nina, pasándole una cámara digital submarina—. ¿Estarás bien?

—¿Medio kilometrillo? Ningún problema.

—Eddie, yo…

No pudo continuar.

—Eh —dijo él, tocándole la mejilla—. Volveré enseguida.

—Más te vale. O tendré que ir a buscarte.

Lo atrajo hasta ella y lo besó largamente antes de soltarlo, torciendo la boca.

—¿Qué pasa? —le preguntó Chase.

—Sabes a goma.

Él sonrió. Se colocó el regulador y saludó mientras se dejaba caer hacia atrás y se sumergía en el mar. Se tomó un momento para orientarse y se alejó nadando, despareciendo rápidamente bajo las ondulaciones del agua.

—Hasta pronto —dijo Nina, en voz baja.

A pesar de su maltrecho estado, a Chase no le llevó mucho tiempo cubrir el medio kilómetro. Nadó a solo unos centímetros de profundidad y salió un momento a la superficie cuando estaba a unos cien metros para comprobar su orientación, antes de sumergirse de nuevo.

El lecho marino sobre el que habían construido el hábitat, de acuerdo con Trulli, estaba a unos veintitrés metros de profundidad. El australiano le había hecho un esquema del fortín experimental: una pesada base de anclaje fabricada en acero y cemento conformaba los primeros cuatro metros y medio, donde había un hueco para el ascensor, unas escaleras y las líneas principales de todos los sistemas eléctricos y de soporte vital que subían desde el fondo hasta la plataforma de aterrizaje.

Había tres niveles más bajo la superficie. En el dibujo de Trulli se parecían a donuts. Eran como tres rosquillas que hacían que a Chase el hábitat le pareciese más una especie de estación espacial que una base submarina. Los niveles más alto y más bajo eran del mismo tamaño y el central tenía una circunferencia mayor. Pero el diseño básico era idéntico: cada uno tenía cuatro habitáculos con forma de una ancha luna creciente. Estaban unidos, creando un círculo, gracias a otros cuatro módulos conectados que salían desde el centro, como los radios de una rueda.

Sin embargo, esos niveles no eran la principal preocupación de Chase. Su destino final era la base de cemento. Aunque algunos de los módulos del segundo muelle circular tenían compartimentos estancos, todos estaban controlados por ordenador; su uso se destinaba a los turistas y el sistema se había diseñado para ser tan infalible como era humanamente posible.

—Para que a ningún imbécil se le pueda ocurrir pensar «¿Para qué sirve este botón?» e inundar el lugar. Si intentase abrir uno de los compartimentos, sonaría una alarma —les había explicado Trulli.

Pero había otro compartimento estanco, una ventanilla de mantenimiento que conducía a la base del hábitat. Y, de acuerdo con Trulli, este se controlaba manualmente… Era una entrada sin vigilancia.

Chase continuó bajando entre veloces bancos de peces, acercándose a la estructura. Unos brillantes óvalos, que parecían ojos, fueron aumentando su brillo mientras se aproximaba. No pudo evitar sentirse impresionado cuando estuvo lo suficientemente cerca como para distinguir los detalles. El diseño de Trulli, destinado al turismo, incluía un montón de ventanas de resina en los módulos y pequeñas cúpulas en el techo, a través de las que pudo observar el interior de las habitaciones.

Vio a una figura moviéndose en una de ellas. Con una mezcla de precaución y curiosidad, se acercó nadando y echó un vistazo a través de una de las ventanas del techo.

Era una sala de control. Había un hombre sentado delante de un ordenador; otro estaba regresando a su terminal, con una taza en la mano. Chase se movió sobre la cúpula para poder observarlo mejor. Hasta donde alcanzaba a ver, no le parecieron monitores de seguridad. Todas las pantallas tenían que ver con los sistemas vitales de la instalación: registraban el consumo de energía, comprobaban el aire… Nada de cámaras de vigilancia. Una cosa menos de la que preocuparse cuando entrase.

Pensó que era la oportunidad perfecta para echarle un vistazo al hábitat. Se giró y nadó alrededor de la circunferencia interior del nivel superior, observando cada una de las cúpulas.

No había rastro ni de Sophia, ni de la bomba. Los otros módulos de este nivel eran prototipos para diferentes configuraciones de suites de hotel. Tras comprobar el primer nivel, descendió y repitió el proceso en el segundo, más grande. Los módulos de habitabilidad de esta rosquilla parecían tener un propósito más técnico. De él sobresalían compartimentos estancos y muelles tubulares para los futuros submarinos de los turistas. Vio a otro par de hombres reparando un equipo en la primera cúpula en la que miró, no había nadie en la segunda…

Chase se quedó paralizado al borde de la tercera cúpula.

Sophia.

Y no solo Sophia: Komosa también estaba allí… y también la bomba.

La que originalmente había sido la lujosa suite privada de Corvus, ahora la empleaba como un impresionante almacén. Los lingotes de oro recuperados de la tumba de Hércules estaban apilados en montoncitos al lado de una de las paredes curvas, pero los tres ocupantes de la habitación (además de Sophia y de Komosa, estaba allí el hombre de perilla que Chase había visto con Yuen en la fábrica de Suiza) no miraban hacia ellos. Toda su atención se centraba en la bomba.

El hombre de barba se arrodilló ante ella, como si estuviese rezando, e introdujo con cuidado un instrumento electrónico en la ranura vertical de la ancha base de la bomba. El aparato contaba con una pantalla y un teclado numérico.

Un sistema de armado.

El corazón de Chase se aceleró y las burbujas se le amontonaron alrededor del regulador con cada respiración. Llevaba razón: fuese lo que fuese lo que Sophia pensaba hacer con la bomba, prefería hacerlo pronto.

Sus opciones se habían reducido a una. Aunque le sacase fotos a la bomba con la cámara submarina, cuando consiguiese volver a la lancha, atracar en tierra y enviar a Alderley las pruebas suficientes como para convencerlo de que hablase con el MI6, Sophia se habría marchado. Con el rotor basculante, podía llevarse la bomba a cualquier parte en un radio de mil quinientos kilómetros en tres horas.

Debía detenerla. Él solo.

La curva de la cúpula distorsionaba su visión de la habitación, pero alcanzó a ver al hombre con la barba introduciendo un código en el teclado, una larga serie de números que fueron apareciendo en la pantalla. Un código de armado: una precaución de seguridad. Ni siquiera los terroristas y los países rebeldes deseaban que cualquier bruto de baja graduación pudiese hacer explotar su caro juguete nuevo.

Una vez introducido el código, el hombre se giró hacia Sophia y le preguntó algo. Asintió tras su respuesta, se volvió de nuevo hacia el teclado y marcó otro número.

Chase pudo ver este con más claridad. Era una hora: 0845. Las nueve menos cuarto de la mañana.

Si Sophia planeaba soltarla sobre una ciudad, a esa hora sería cuando más gente habría en las calles… y suponiendo que el temporizador se hubiese puesto teniendo en cuenta el huso horario donde se encontraban, la bomba estallaría en menos de once horas.

El hombre giró una llave del dispositivo detonador y la pantalla se apagó. Después se puso en pie y le dio la llave a Sophia. Ella la miró durante un momento y después dijo algo que hizo que Komosa sonriese. Tras ello, cerró el puño sobre la llave y salió hacia el módulo de conexión, desapareciendo de la vista de Chase. Los dos hombres la siguieron.

Tenía que entrar en la base y sabotear la bomba.

De todas maneras, usó la cámara para sacar una foto de la habitación. Así, si no podía llegar hasta ella, al menos tendría pruebas para enviarle a Alderley. Después descendió hacia la base de cemento.

Pasó el tercer nivel y cogió una barra de luz química de su cinturón. La dobló para que las sustancias fluorescentes del interior se mezclasen. Una sombra surgió de entre la negrura inferior, con tonos naranja amarillentos, turbios.

La base.

Chase localizó rápidamente la escotilla estanca, justo donde Trulli le había dicho que estaría. Retiró una delgada capa de limo y giró la rueda que sobresalía para abrirla. La sala a la que se accedía, apenas lo suficientemente grande como para que entrase una persona con una botella de buceo, se había inundado automáticamente cuando empezó a abrirla. Se coló en ella.

En cuanto la cerró de nuevo, examinó los mandos del compartimento estanco. Había una palanca pesada en posición elevada. La bajó y empezaron a surgir burbujas de aire a su alrededor. El agua fue saliendo mientras se bombeaba más aire. El ruido agudo que resonó en la pequeña sala era casi ensordecedor.

Chase soportó el estruendo con una mueca, esperando hasta tener el agua por debajo de los tobillos antes de acercarse al compartimento interior. Allí había otra rueda. En cuanto el silbido del aire comprimido paró, la giró hasta que el cierre hermético cedió y se abrió.

Más allá había un pasillo iluminado pobremente, con agua que bajaba por las paredes… pero no de goteras, sino de la condensación. El pasadizo estaba frío porque esta parte del hábitat no tenía calefacción. Se liberó rápidamente de su equipo de buceo y lo colocó allí, listo para ponérselo de nuevo cuando se marchase. Solo se quedó con el cuchillo y con la cámara. Habría deseado tener también una pistola, pero Trulli no se la había podido conseguir.

Había más escotillas metálicas que daban a habitaciones laterales que Chase ignoró. Caminó por el pasillo hasta una sala circular. Allí encontró una escalera que conducía hasta una escotilla del techo: el acceso al corazón de la estructura. Se sacudió todo el agua que pudo del cuerpo y del traje húmedo y subió por la escalerilla. Levantó la escotilla con cuidado.

El compartimento, en forma de cruz, le recordó al interior de la sala de control, de líneas elegantes y curvas a pesar de su funcionalidad. La imagen de una estación espacial futurista volvió a su mente con toda su plenitud. Las escotillas del final de cada uno de los brazos daban a los radios de conexión que llevaban a los módulos de habitabilidad del muelle inferior. Dos de los mamparos, como Chase sabía, albergaban líneas eléctricas y sistemas de soporte vital. El tercero contenía un ascensor.

Se dirigió hacia el cuarto (una escalerilla de emergencia) y abrió con cuidado la escotilla, escuchando atentamente por si percibía cualquier sonido de actividad que procediese de arriba. Lo único que escuchó fue el ronroneo de la maquinaria.

Al menos había ocho personas dentro del hábitat: Sophia, Komosa, el técnico nuclear, los cuatro hombres que había visto y, presumiblemente, el piloto del rotor basculante. Seguramente hubiese más. Y lo único con lo que contaba para enfrentarse a ellos eran su cuchillo y sus puños.

—Pan comido —se dijo a sí mismo, iniciando el ascenso.

La habitación central del siguiente muelle era un calco de la de abajo. Salió con cuidado de la escotilla y caminó sin hacer ruido hasta la puerta que llevaba al radio anexo a las habitaciones de Corvus. Desenfundó el cuchillo, abrió una rendija de la puerta y miró por ella.

El pasaje tubular estaba vacío. Hasta ahora, todo bien.

Chase lo recorrió rápidamente. Una portilla pequeña al fondo daba al mar. Había más puertas a derecha e izquierda. Escogió la derecha, con el cuchillo preparado para atacar…

No había nadie allí. Los lingotes de oro resplandecieron bajo la brillante luz de las bombillas del techo.

Y también la cubierta de acero de la bomba. Quitando el dispositivo de armado, estaba exactamente igual a como la recordaba en Suiza.

Examinó la base. Entre las tres barras de acero que sujetaban la tapa distinguió el brillo plateado y grisáceo del uranio en el fondo. Esa era la bala que se dispararía al interior de la masa mayor de uranio de la parte superior. Pero su camino estaba ahora mismo bloqueado por dos gruesas tuercas de acero. Una medida de seguridad para evitar que la bala se moviese durante el transporte y se acercase demasiado al otro pedazo de uranio. Porque si eso pasaba, aunque no desencadenaría una explosión nuclear, sí que liberaría una ráfaga de radiación letal. Seguramente, las tuercas se retraerían antes de la detonación.

Estaba completamente diseñada para ser infalible una vez puesta en marcha. ¿Cuál sería la mejor manera de sabotearla?

La respuesta le llegó instantáneamente. Era tan brutalmente simple como la propia bomba.

—¡Solo hay que machacarla, joder!

Colocó la punta del cuchillo contra la pantalla del temporizador y se dispuso a abrirla y a arrancar todos los cables que encontrara bajo ella…

La puerta por la que había entrado se abrió de golpe.

Chase se puso en pie de un salto al ver entrar a dos hombres. Uno, con gafas de montura negra, llevaba una barra de metal; el otro iba desarmado.

Chase corrió hacia ellos con el cuchillo levantado.

—¡Cógelo, Gordon! —chilló el hombre inerme.

El que llevaba la barra de metal echó el brazo hacia atrás para golpearlo… y dejó al descubierto la parte inferior de su cuerpo.

Chase lo golpeó, clavando el talón de pleno en la rótula del hombre. El cartílago crujió y el hombre chilló, olvidándose por completo ya de la barra de metal.

Chase lo ignoró. Ya se estaba girando hacia el segundo atacante sin dejar pasar un latido de tiempo. Este hombre había recibido un mejor entrenamiento de combate y se movía con más ligereza sobre los pies para esquivar las patadas, con los brazos levantados para bloquear los golpes de la hoja.

Chase lo atacó con el cuchillo, apuntándole a la cara, brutal y directamente. El hombre, casi ridículo en su defensa, levantó un antebrazo para esquivar el golpe… y la otra mano de Chase se lanzó a por él como una cobra y se cerró sobre su muñeca, acercándolo a su cuerpo.

Sin que el hombre tuviese tiempo de darse cuenta de lo que había pasado, la hoja se le clavó en el antebrazo, pasando entre los huesos y saliendo por la parte de atrás de su manga con un chorro de sangre. Chase retorció el cuchillo mientras lo sacaba, rasgando los músculos y cortando tendones y arterias. Más sangre salió a borbotones de las heridas.

Antes incluso de que este segundo hombre empezase a chillar, Chase se giró y le clavó el codo en la cara al primero, rompiéndole las gafas y haciéndole añicos la nariz. La cabeza salió impulsada hacia atrás y golpeó la pared exterior del compartimento. Se tambaleó, débil, hacia el suelo, dejando un rastro de sangre en el mamparo.

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