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Authors: Andy McDermott

Tags: #Aventuras

La tumba de Hércules (57 page)

BOOK: La tumba de Hércules
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Con un «bang» explosivo, las varas de quince centímetros salieron disparadas y cruzaron la habitación. Diseñadas para atravesar el metal, el tornillo apenas encontró resistencia al penetrar la caja torácica de Komosa y su corazón antes de salir por su espalda y clavarse en el mamparo. Atravesado, como una mariposa en una tabla, Komosa miró horrorizado a Chase antes de soltar su último resuello burbujeante. La cabeza se le cayó hacia delante y la sangre, que salía a borbotones del limpio agujero de su pecho, se unió al río que bajaba de la boca rota. La pistola rebotó sobre la cubierta, a sus pies.

—Eso ha sido horrible —suspiró Nina.

—El muy cabrón se lo merecía —dijo Chase, débil, dejando caer la pistola de tornillos vacía y arrastrándose hacia ella.

—No, me refería al chiste.

De la boca de Chase se escapó un sonido que casi podría haber sido una risa.

—¿Estás bien?

—Olvídate de mí. ¿Y la bomba? —dijo Nina, mirándola y tratando de leer las cifras de la pantalla—. ¡Oh, Dios mío! ¡Solo quedan seis minutos!

Chase cambió de dirección, encontrando en algún lugar fuerzas para erguirse. Tambaleándose, se acercó al cuerpo de Komosa y recogió el arma.

—Tienes que ir al puente y enviar un «mayday»… canal dieciséis. Después vira el barco y aléjalo de tierra todo lo que puedas.

—¿Y tú?

—¡Yo voy a intentar evitar que esto estalle! Que la cadena quede tirante alrededor de la tubería.

Ella obedeció.

—¡Pensaba que habías dicho que tenía un sistema antisabotaje!

Chase colocó la boca de la pistola, temblorosa, contra la cadena, apuntando lo más lejos de las manos de Nina que pudo.

—¡Tengo que hacer algo!

Disparó. La cadena se rompió y las muñecas de Nina se separaron tras el impacto.

—¡Vamos, muévete!

Volviendo a mirar, preocupada, su cara ensangrentada, Nina salió corriendo de la bodega.

Chase avanzó a trompicones hacia la bomba.

—Vale, ¿qué tenemos aquí?

El cronómetro marcaba 00:05:22.

—Cinco minutos para evitar que explote una bomba nuclear. Puedo hacerlo. Sí.

Apoyándose en la tapa, miró el corazón de la base de acero. Los tornillos gruesos que mantenían abajo la bala de uranio se habían retraído. Trató de introducir una mano en el agujero, esperando poder tirar de la bala y apartarla de los raíles, pero el hueco era milimétrico y no pudo ni tan siquiera rozarlo con la uña.

Si no podía sacar la bala, quizás podría bloquear su camino…

En su mente, a través del irritante mareo, se sucedieron fragmentos de información de las reuniones informativas del SAS. En una bomba de este tipo, había que mantener las dos piezas de uranio al menos a veinticinco centímetros de distancia para impedir que reaccionaran entre sí y emitiesen radiación prematuramente. Eso explicaba el hueco que separaba la base y la tapa.

Por lo que si conseguía bloquear los raíles…

Sin aliento, Nina entró en el puente.

Como esperaba, se encontraba vacío… Todos los que habían estado a bordo se habían marchado en el rotor basculante. Horrorizada, se dio cuenta de que la vista que se apreciaba a través de los amplios ventanales era la del familiar sur de Manhattan: Battery Park, una franja verde a la izquierda con el bloque de cristal de la torre Freedom elevándose detrás de los viejos edificios de ladrillo; a la derecha, la terminal de transbordadores y el puerto marítimo de South Street, los rascacielos anónimos del distrito financiero, una pared iluminada por el sol detrás de la línea de costa. El Ocean Emperor giraba lentamente para subir por el East River.

Corrió hacia el timón. Era obvio que el barco tenía puesto el piloto automático… Si conseguía anularlo y girar de nuevo hacia el puerto…

El timón giró bajo sus manos, pero el viraje del barco no se modificó. La dirección se controlaba electrónicamente y no estaba unida directamente al timón. Y el ordenador no cedía el control.

—¡Mierda!

Buscó una manera de desconectar el piloto automático. No encontró nada que le llamase la atención, solo hileras de pantallas indescifrables.

La radio…

Eso fue fácil de encontrar, por lo menos. Había unos auriculares simples con el cable enrollado. Giró uno de los diales hasta que apareció el «16» en la pantalla LED y se puso los auriculares.

—¡Mayday, mayday, mayday! Este es el Ocean Emperor en el sur de Manhattan… ¡Llevamos una bomba nuclear a bordo! Repito, este es el barco Ocean Emperor anunciando un «mayday», ¡hay una bomba nuclear a bordo que estallará en cuatro minutos!

Esperó una respuesta. Pasaron varios segundos en los que no escuchó nada más que el débil silbido de la estática. Estaba a punto de intentarlo de nuevo cuando una voz masculina, bastante enfadada, habló con voz distorsionada.

—Ocean Emperor, le habla la Guardia Costera. Debemos informarles de que emitir un mayday falso es un crimen federal que acarrea sanciones de hasta seis años de prisión y una multa de doscientos cincuenta mil dólares.

—¡Muy bien, lo que ustedes digan! —resopló Nina—. ¡Suban sus culos a bordo para arrestarme… pero háganlo rápido, porque no soy capaz de parar este barco!

Otra pausa.

—¿Ha dicho… bomba nuclear? —preguntó el hombre.

—¡Sí! ¡Bomba nuclear! ¡B-o-m-b-a, bomba! ¡Tenemos a Hiroshima en la bodega y no sabemos cómo pararla! Llamen a Seguridad Interior, llamen al presidente, llamen a quien cojones necesiten llamar, ¡pero háganlo en los próximos cuatro minutos!

Alguien más habló de fondo antes de que se cortase la transmisión. Nina cambió el peso del cuerpo, nerviosa, de un pie a otro.

—Vamos, vamos, haced algo…

Finalmente, llegó la respuesta.

—Ocean Emperor, estamos emitiendo una alerta máxima —dijo el hombre.

—¡Oh, gracias a Dios!

—Pero si está diciendo la verdad… no hay mucho que nosotros podamos hacer en los próximos minutos. Es cosa suya pararla.

Nina miró el auricular.

—¡Bueno, eso ayuda! ¡Muchas gracias!

Lo tiró sobre la consola y bajó corriendo las escaleras.

—¡Eddie! ¡Tenemos un problema!

Chase oyó el grito lejano.

¿Y eso es una novedad
?, pensó.

Había reunido los pocos objetos que había encontrado en la bodega: la pistola de Komosa, la pistola de tornillos… y había tratado de hacer cuña con ellos en el interior de los raíles verticales para bloquear el camino de la bala de uranio. Pero no era suficiente. Podían evitar que la bala golpease la tapa y llegase a la masa crítica… pero se acercaría lo suficiente como para emitir una ola de radiación que no solo lo mataría a él e irradiaría todo el yate, dejando una enorme pieza de chatarra letalmente radioactiva a la deriva en una de las ciudades con mayor densidad de población del planeta, sino que seguramente sería lo bastante poderosa como para afectar a la gente que había en tierra también.

Necesitaba algo más. Pero la bodega estaba vacía. Solo estaban él y la bomba.

Y el cadáver de Komosa…

Comprobó la cuenta atrás. Tres minutos.

Menos.

Chase se puso de pie y el dolor de cabeza se le intensificó. Atravesó la bodega, vacilante. La cubierta era como goma bajo sus pies, se sentía como caminando por un trampolín resbaladizo. Sospechaba que tenía una conmoción cerebral, pero no tenía tiempo para pensar en ello, así que estiró los brazos y cogió a Komosa por los hombros, tratando de desprenderlo de los tornillos que lo sujetaban contra la pared.

La sangre oscura salió a chorro, pegajosa, del agujero del pecho de Komosa cuando tiró de él, pero el cuerpo solo se movió ligeramente. El tornillo estaba atascado en el interior de su caja torácica.

Nina entró en la bodega.

—¡Eddie! —jadeó, al verlo moviendo el cuerpo—. ¿Qué estás haciendo?

—Ayúdame a bajarlo —dijo Chase.

—¿Para qué? —empezó a preguntar Nina.

Pero después vio las pistolas introducidas en los raíles que separaban las dos secciones de la bomba y entendió lo que pretendía.

—Espera, ¿pretendes usarlo para atascar la bomba? ¿Qué es esto,
Este muerto está muy vivo
?

—¡Él es lo único que tenemos! Vamos, ayúdame. ¿Cuánto nos queda?

Nina comprobó la pantalla.

—¡Dos minutos!

Atravesó corriendo la sala y se unió a él. Dejando a un lado la repugnancia que sentía, cogió uno de los brazos de Komosa. Chase agarró el otro.

—Vale —dijo él—, preparados… ¡tira!

Colocaron los pies contra la pared y se inclinaron hacia atrás, tirando con toda la fuerza que tenían. La cabeza de Komosa se inclinó, con la boca rota abierta del todo. Un horrible ruido, como un crujido fangoso, se escuchó en el interior del pecho del muerto, pero siguió sujeto.

—¡Este tío sigue siendo un tocapelotas incluso muerto! —exclamó Chase—. Vale, ¡tira!

Tiraron de los brazos una vez más, luchando por soltarlo. Se escuchó de nuevo ese sonido húmedo, esta vez acompañado de un ruido más seco.

—¡Vamos! —le gritó Chase al cuerpo—. ¡Suéltate, gilipoll…!

Con un crujido muy sonoro, la costilla que el tornillo había empalado se rompió por fin y Komosa se soltó del muro y cayó. Como tenían los pies colocados contra la pared, Nina y Chase perdieron el equilibrio y cayeron con él. Nina chilló cuando el enorme hombre aterrizó sobre ella y su mano muerta se abrió sobre su cara, como una araña gigante de carne. La apartó de un manotazo, asqueada.

Chase salió como pudo de debajo del cadáver y después lo levantó para que Nina pudiese salir.

—Vamos, solo tenemos… —dijo, comprobando el tiempo—. ¡Mierda! ¡Solo tenemos un jodido minuto!

Cada uno agarró una muñeca de Komosa y lo arrastraron, atravesando la bodega. Demasiado lentos. Con sus dos metros diez de puro músculo, el gigantón no era una carga ligera. Nina miró el cronómetro por encima del hombro.

Cincuenta segundos…

—¿Todos sus… sus putos pírsines… están hechos de plomo? —gruñó Chase ante su lento avance de pesadilla.

La bomba estaba a dos metros, uno y medio, uno…

Cuarenta segundos…

—¡Vale! —jadeó Chase cuando el cuerpo golpeó fuertemente la sólida base de la bomba.

—Mete los brazos por encima de las pistolas… ¡Tenemos que conseguir bloquear al menos treinta centímetros de ese hueco!

Se agachó y cogió una de las manos de Komosa, forzándola para introducirla entre los raíles. Nina hizo lo mismo con la otra.

Treinta…

Chase se estiró para coger los dedos de Komosa y tirar de la mano por el otro lado de la bomba. No se movió.

Los antebrazos del nigeriano eran demasiado anchos para pasarlos entre los raíles.

—¡Oh, joder, hostia! —gimió Chase.

Cambió de posición y agarró el codo del muerto, intentando empujar el brazo por el agujero. Nina soltó la mano que sujetaba para ayudarlo.

No hubo suerte. Solo entraban los primeros centímetros de la muñeca de Komosa y después sus músculos de culturista chocaban contra el acero.

Veinte…

Nina centró sus esfuerzos en el otro brazo y consiguió meter la mano y la muñeca en el agujero… pero eso fue todo. Saltó hacia atrás y le dio patadas al codo, intentando introducir a martillazos el brazo, pero sin éxito. Diez…

—¡Joder, joder, joder! —soltó Chase cuando el cronómetro empezó a mostrar solo unidades.

Hasta con las dos pistolas y las dos manos de Komosa obstruyendo los raíles no era suficiente para impedir que la bala de uranio alcanzase la distancia crítica. Necesitaba algo más, algo de al menos diez centímetros de ancho.

Pero no había nada.

Excepto…

Cinco…

—¡Apártate! —le gritó Chase a Nina, empujándola para alejarla de la bomba.

Tres, dos…

Con un rugido, Chase introdujo su propio brazo izquierdo en el agujero.

Uno…

Cero.

La carga explosiva bajo la bala de uranio en la base de la bomba detonó. El cilindro de uranio U-235 superdenso, del tamaño de una lata de refresco, saltó hacia arriba como una bala de cañón, desprendiendo fuego tras él cuando abandonó la base y subió por los raíles, golpeando la pistola de tornillos y la Browning y desplazándolas con él.

El conjunto chocó contra las manos muertas de Komosa y rompió sus huesos con la fuerza del golpe.

Y los empujó hacia arriba…

Hacia el brazo de Chase que, sin dejar de rugir, había tensado cada uno de los músculos para prepararse para el dolor que sabía que estaba a punto de sentir… Pero ese dolor superó todo lo que podía haberse imaginado: su antebrazo fue aplastado contra la parte baja de la tapa. Hasta con las manos de Komosa sirviendo de amortiguadores del impacto, los dos huesos de su antebrazo se rompieron cuando la bala subió por los raíles hacia la masa supercrítica de uranio que la esperaba…

Y se paró cerca de ella.

A tan solo unos veinticinco centímetros de la tapa.

Se quedó ahí quieta un momento y después volvió a bajar hasta la base, dejando un aro de humo acre flotando a su alrededor. La pistola de tornillos destrozada cayó tras ella y golpeó la cubierta… Hasta el acero torneado de la pistola se había doblado por el impacto.

Las manos de Komosa eran una mezcla pulposa y sanguinolenta que cayó sobre la pistola rota. Y solo quedaba Chase.

Con los ojos llorosos por el humo, Nina se puso de pie rápidamente y fue hasta él.

—¡Eddie! ¡Oh, Jesús, Eddie! ¿Estás bien?

Con la cara completamente pálida, Chase movió muy lentamente la diestra, con mucho cuidado, hacia los raíles para sujetarse la muñeca izquierda. Después, con mayor delicadeza todavía, sacó las dos manos. Nina se tapó la boca con ambas manos, horrorizada, cuando vio su brazo. Una astilla puntiaguda de hueso roto le sobresalía de la piel, llena de manchas púrpura y regueros de sangre que le caían de la herida.

Susurró algo, pero ella no pudo entenderle.

—Eddie, estoy aquí, estoy aquí —le aseguró ella, ayudándolo a sujetar el brazo herido—. ¿Qué dices?

Chase volvió a musitar, solo lo suficientemente alto como para que ella lo pudiese escuchar.

—Ahora que… solucionado… creo que… me echaré… una siesta —dijo, antes de que se le cerrasen los ojos y todo su cuerpo se relajase.

Nina lo sujetó, protegiéndole el brazo.

—Descansa —le susurró, besándole la mejilla.

Se quedó con él hasta que un equipo de rescate de emergencia, vestido con trajes amarillos antirradiación, los encontró por fin en la bodega.

BOOK: La tumba de Hércules
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