La velocidad de la oscuridad (42 page)

BOOK: La velocidad de la oscuridad
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Lo recuerdo, y recuerdo que él no hizo nada para ayudarnos y más tarde nos dijo que deberíamos acceder por nuestro propio bien.

—La compañía ha decidido que el señor Crenshaw ha actuado mal —dice el señor Aldrin—. Quieren que sepáis que vuestros trabajos no corren ningún peligro, no importa lo que decidáis. Podéis quedaros tal como estáis, y podéis trabajar aquí con los mismos apoyos que tenéis ahora.

Tengo que cerrar los ojos; es demasiado para soportarlo. Contra la oscuridad se dibujan formas danzantes, de colores brillantes y resplandeciendo de alegría. Si ellos no van a imponer el tratamiento, no tengo que decidir si quiero o no.

—¿Qué hay de Cameron? —pregunta Bailey.

El señor Aldrin niega con la cabeza.

—Tengo entendido que ya ha iniciado el tratamiento. No creo que puedan detenerlo a estas alturas. Pero será plenamente recompensado...

Creo que decir eso es una tontería. ¿Cómo se puede compensar a alguien por cambiar su cerebro?

—En cuanto al resto de vosotros, si queréis el tratamiento, naturalmente que estará disponible, tal como se os prometió.

No se nos prometió, sino que se nos amenazó con él. No lo digo.

—Recibiréis la paga completa durante el tiempo que requiera el tratamiento y la rehabilitación, y seguiréis recibiendo cualquier aumento de sueldo o promoción que hubieseis obtenido; vuestra antigüedad no se verá afectada. El departamento legal de la compañía está en contacto con la organización familiar de Ayuda Legal de vuestro Centro, y representantes de ambos estarán disponibles para explicaros los aspectos legales y ayudaros con cualquier papeleo legal que sea necesario. Por ejemplo, si decidís participar necesitaréis hacer disposiciones para domiciliar las facturas en vuestras cuentas y todo eso.

—Entonces... ¿es completamente voluntario? ¿Realmente voluntario? —pregunta Linda, agachando la cabeza.

—Sí. Completamente.

—No comprendo el motivo por el que el señor Crenshaw ha cambiado de opinión —dice ella.

—No ha sido precisamente el señor Crenshaw. Alguien... de más arriba ha decidido que el señor Crenshaw había cometido un error.

—¿Qué le ocurrirá al señor Crenshaw? —pregunta Dale.

—No lo sé. Se supone que no puedo hablar con nadie sobre lo que podría suceder, y de todas maneras no me lo han dicho.

Creo que si el señor Crenshaw trabaja para esta compañía encontrará un modo de causarnos problemas. Si la compañía puede cambiar de dirección a estas alturas, puede volver a hacerlo otra vez, con una persona diferente al mando, igual que un coche puede ir en cualquier dirección dependiendo del conductor.

—En vuestra reunión de esta tarde con el equipo médico también habrá representantes de nuestro departamento legal y de Ayuda Legal —dice el señor Aldrin—. Y probablemente algunas otras personas también. Pero no tendréis que tomar ninguna decisión inmediatamente.

Sonríe de pronto, y es una sonrisa completa, boca y ojos y mejillas y frente, todas las líneas trabajando de la misma forma para demostrar que está realmente feliz y más relajado.

—Me siento muy aliviado —dice—. Soy feliz por vosotros.

Ésa es otra expresión que literalmente no tiene ningún sentido, Yo puedo estar triste o alegre o enfadado o asustado, pero no puedo tener una sensación que otra persona debería tener en vez de esa persona. El señor Aldrin no puede ser realmente feliz por mí; yo tengo que ser feliz por mí mismo, o no es real. A menos que quiera decir que es feliz porque cree que nosotros seremos más felices si no nos vemos obligados a seguir el tratamiento y «soy feliz por vosotros» significa «soy feliz porque las circunstancias os benefician».

El busca del señor Aldrin suena y él se excusa. Un momento después asoma la cabeza al gimnasio y dice:

—Tengo que irme. Os veré esta tarde.

La reunión ha sido trasladada a una sala más grande. El señor Aldrin está en la puerta cuando llegamos, y otros hombres y mujeres trajeados están dentro de la sala, alrededor de una mesa. Ésta tiene una superficie de madera que no parece tan falsa y hay una alfombra verde. Las sillas son del mismo tipo, pero el tejido del tapizado es dorado oscuro con motas verdes en forma de pequeñas margaritas. Al fondo hay una mesa grande con sillas a cada lado y una gran pantalla en la pared. Hay dos montones de carpetas sobre la mesa: uno de dos carpetas y el otro con suficientes para que cada uno de nosotros tome una.

Como la otra vez, ocupamos nuestros asientos y los demás ocupan los suyos. Conozco al doctor Ransome; el doctor Handsel no está. Hay otra doctora, una mujer mayor; lleva una placa con su nombre: L. HENDRICKS. Es la que se levanta primero. Nos dice que se llama Hendricks; nos dice que dirige el equipo de investigación y que sólo quiere participantes voluntarios. Se sienta. Un hombre con traje oscuro se levanta y nos dice que se llama Godfrey Arakeen y que es abogado de la división legal de la compañía, y que no tenemos nada de qué preocuparnos.

Yo no estoy preocupado todavía.

Nos habla de las normas que regulan la contratación y el despido de empleados discapacitados. Yo no sabía que la compañía tuviera una exención de impuestos por contratarnos, dependiendo del porcentaje de trabajadores discapacitados por división y especialidad. Tiene sentido que nuestro valor para la compañía sea que somos una ventaja fiscal, no el trabajo que hacemos. Dice que el señor Crenshaw debería habernos informado de nuestro derecho a hablar con un ombudsman de la compañía. No sé qué es un ombudsman, pero el señor Arakeen ya está explicando la palabra. Presenta a otro hombre con traje, el señor Vanagli, me parece oír. No estoy seguro de cómo escribir su nombre y me cuesta oír todos los sonidos que tiene. El señor Vanagli dice que si tenemos alguna preocupación sobre algo en el trabajo debemos ir a hablar con él.

Sus ojos están más juntos que los del señor Arakeen y la pauta de su corbata me distrae, dorada y azul con formas de diamantes dispuestas como escalones que suben y bajan. No creo que yo pudiera hablarle sobre mis preocupaciones. De todas formas, no se queda, sino que se marcha después de decir que vayamos a verlo en cualquier momento en horas de oficina.

Luego una mujer con traje oscuro nos dice que es la abogada de Ayuda Legal, que normalmente trabaja con nosotros en el Centro y que está aquí para proteger nuestros derechos. Se llama Sharon Beasley. Su nombre me hace pensar en comadreja, pero tiene una cara ancha y amistosa que no parece de comadreja. Su pelo es suave y rizado y le llega hasta los hombros. No es tan brillante como el de Marjory. Lleva pendientes de círculos concéntricos, cada uno con una pieza de vidrio de un color diferente: azul, rojo, verde, púrpura. Nos dice que el señor Arakeen está allí para proteger a la compañía y que, aunque no tiene ninguna duda acerca de su honradez y su sinceridad (veo que el señor Arakeen se agita en su asiento y que su boca se tensa, como si se estuviera enfadando), seguiremos necesitando alguien de fuera a nuestro lado, y ella es esa persona.

—Tenemos que dejar claro cuál es la situación ahora en lo referente a vosotros y este protocolo de investigación —dice el señor Arakeen cuando ella vuelve a sentarse—. Un miembro de su grupo ya ha empezado el tratamiento; a los demás se les ha prometido una oportunidad para probar este tratamiento experimental. —Pienso de nuevo que fue una amenaza, no una promesa, pero no interrumpo—. La compañía mantiene esa promesa, así que si alguno de ustedes decide formar parte de ese protocolo, puede hacerlo. Recibirán el salario íntegro pero no la paga para los sujetos de investigación, si así lo deciden. Serán considerados empleados de otra clase, y su empleo será la participación en esta investigación. La compañía está preparada para cubrir todos los gastos médicos que surjan del tratamiento, aunque normalmente esto no lo cubriría su seguro. —Hace una pausa y le asiente al señor Aldrin—. Pete, ¿por qué no reparte esas carpetas?

Cada carpeta lleva una pegatina con un nombre en la tapa y otra que dice: PRIVADO Y CONFIDENCIAL: NO SACAR DE ESTE EDIFICIO.

—Como verán —dice el señor Arakeen—, en estas carpetas se describe con todo detalle lo que la compañía está dispuesta a hacer por ustedes, decidan participar en esta investigación o no.

Se vuelve y entrega una a la señora Beasley, que ella abre rápidamente y empieza a leer. Yo abro la mía.

—Si deciden no participar, verán (en la página siete, párrafo uno) que no habrá repercusiones en lo referido a sus contratos. No perderán su empleo, no perderán antigüedad, no perderán su estatus especial. Simplemente continuarán tal como están, con el mismo entorno de apoyo necesario en el trabajo...

Me entra la duda al respecto. ¿Y si el señor Crenshaw tenía razón y de verdad hay ordenadores que pueden hacer lo que nosotros hacemos mejor y más rápido? Algún día la compañía podría decidir cambiar, aunque no cambie ahora. Otras personas perderán su trabajo. Don tuvo un montón de trabajos. Yo podría perder el trabajo. No sería fácil encontrar otro.

—¿Está diciendo que tenemos un trabajo de por vida? —pregunta Bailey.

El señor Arakeen tiene una expresión extraña en la cara.

—Yo... no he dicho eso.

—Entonces, si la compañía decide dentro de unos cuantos años que no ganamos suficiente dinero para ella, podríamos perder nuestro empleo.

—La situación podría requerir una reevaluación a la luz de posteriores condiciones económicas, sí —dice el señor Arakeen—. Pero no prevemos esa situación en este momento.

Me pregunto cuánto durará «este momento». Mis padres perdieron su empleo con los vaivenes económicos de principios de siglo, y mi madre me dijo que a finales de los noventa creía que tenían un trabajo fijo. La vida lanza bolas con efecto, decía, y es tu trabajo pillarlas de todas formas.

La señora Beasley se endereza en el asiento.

—Creo que podría especificarse un período mínimo de garantía de empleo —dice—. A la luz de la preocupación de nuestros clientes y dadas las amenazas ilegales de su director.

—Amenazas que la dirección superior desconocía —responde el señor Arakeen—. No veo qué puede esperarse que...

—Diez años —dice ella.

Diez años es mucho tiempo, no un período mínimo. El rostro del señor Arakeen se ruboriza.

—No creo...

—¿Entonces planean rescindir los contratos a largo plazo? —pregunta ella.

—No he dicho eso. Pero ¿quién puede prever qué sucederá? Y diez años es un período demasiado largo. Nadie podría hacer una promesa así.

—Siete —dice ella.

—Cuatro.

—Seis.

—Cinco.

—Cinco con un buen seguro de desempleo —dice ella.

Él alza las manos, enseña las palmas. No sé qué significa este gesto.

—De acuerdo —dice—. Podemos discutir los detalles más adelante, ¿no?

—Por supuesto —contesta ella. Le sonríe con los labios, pero sus ojos no están sonriendo. Se toca el lado izquierdo del cuello de la camisa, lo palpa y lo echa un poco hacia atrás.

—Muy bien, pues —dice el señor Arakeen. Vuelve la cabeza a un lado y a otro, como para aflojarse el cuello—. Tienen garantizado el trabajo en las mismas condiciones durante al menos cinco años, decidan participar en el protocolo o no. —Mira a la señora Beasley, y luego a todos nosotros—. Ya ve, no pierden tomen la decisión que tomen en lo que se refiere a la seguridad de sus empleos. Es enteramente cosa suya. Sin embargo, todos están cualificados médicamente para someterse al tratamiento.

Hace una pausa, pero nadie dice nada. Pienso en el tema. Dentro de cinco años tendré cuarenta y tantos. Será difícil encontrar trabajo cuando tenga más de cuarenta años, pero la edad de jubilación no llegará hasta dentro de mucho más. Él asiente y continúa.

—Ahora, les daremos un poco de tiempo para revisar el material de sus carpetas. Como verán, las carpetas no pueden salir del edificio, por motivos legales. Mientras tanto, la señora Beasley y yo discutiremos los asuntos legales, pero estaremos aquí para responder a sus preguntas. Después, los doctores Hendricks y Ransome continuarán con la reunión médica prevista para hoy, aunque por supuesto no se espera de ustedes ninguna decisión sobre su participación o no.

Leo el material de la carpeta. Al final hay una hoja de papel con un espacio para mi firma. Dice que he leído y comprendido todo lo que hay en la carpeta y que he accedido a no hablar de ello con nadie fuera de la sección excepto con el ombudsman y la consejera de Ayuda Legal del Centro. No lo firmo todavía.

El doctor Ransome se levanta y presenta a la doctora Hendricks. Ella empieza a decirnos lo que ya hemos oído. Es difícil prestar atención porque ya conozco esa parte. Lo que quiero saber es qué viene a continuación, cuando empiece a hablar sobre lo que le sucederá de verdad a nuestro cerebro.

—Sin aumentar el tamaño de la cabeza no podemos añadir neuronas —dice—. Tenemos que ajustar el número, de manera que haya la cantidad adecuada de tejido neural haciendo las conexiones adecuadas. El cerebro lo hace por sí solo durante la maduración normal: se pierden un montón de neuronas con las que se empieza, si no establecen conexiones... y sería un caos si lo hicieran.

Levanto la mano y ella asiente.

—Ajustar... ¿significa eso que quitan parte del tejido, para dejar espacio al nuevo?

—No lo quitamos físicamente; es un mecanismo biológico, en realidad de reabsorción...

Cego y Clinton describían la reabsorción durante el desarrollo: las neuronas redundantes desaparecen, reabsorbidas por el cuerpo, un proceso controlado por un mecanismo de control de realimentación usando en parte datos sensoriales. Como modelo intelectual, es fascinante; no me inquietó saber que muchas de mis neuronas habían desaparecido cuando supe que le sucedía a todo el mundo. Pero si ella no está diciendo lo que creo que no está diciendo, se proponen que reabsorba algunas de las neuronas que tengo ahora, de adulto. Eso es diferente. Las neuronas que ahora tengo hacen todas algo útil para mí. Vuelvo a levantar la mano.

—¿Sí, Lou?

Esta vez es el doctor Ransome quien habla. Su voz parece un poco tensa. Creo que piensa que hago demasiadas preguntas.

—Entonces... ¿van a destruir algunas de nuestras neuronas para dejar sitio al nuevo tejido en crecimiento?

—Destruir exactamente, no —dice él—. Es bastante complicado, Lou; no estoy seguro de que vayas a comprenderlo.

La doctora Hendricks lo mira, luego aparta la mirada.

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