Read La velocidad de la oscuridad Online
Authors: Elizabeth Moon
Es un suelo de baldosas de vinilo, gris claro con motas de gris más oscuro; es una mesa de aglomerado con acabado de madera; es mi zapato lo que estoy mirando, parpadeando para espantar la seductora pauta de la lona tejida y viéndolo como un zapato, con un suelo debajo. Estoy en la sala de terapia. Soy Lou Arrendale, que antes era Lou Arrendale el autista y ahora es Lou Arrendale el desconocido. El pie en mi zapato está en el suelo, está en un piso, está en los cimientos, está en la superficie de un planeta está en el sistema solar está en la galaxia está en el universo está en la mente de Dios.
Alzo la cabeza y veo el suelo extendiéndose hasta la pared; oscila y se estabiliza de nuevo, estirándose tan plano como lo hicieron los constructores, pero no perfectamente plano, pero eso no importa; se llama plano por convención. Yo hago que parezca plano. Eso es lo que es plano. Lo plano no es un absoluto, lo plano: plano es lo
bastante
plano.
—¿Te encuentras bien? Lou, por favor... ¡respóndeme!
Estoy lo
bastante
bien.
—Estoy
okay
—le digo a Janis.
Okay
significa «bastante bien», no «perfectamente bien». Ella parece asustada. Yo la he asustado. No pretendía asustarla. Cuando asustas a alguien, debes tranquilizarlo—. Lo siento —digo—. Sólo es uno de esos momentos...
Ella se relaja un poco. Me siento en el suelo, luego me incorporo. Las paredes no son del todo rectas, pero sí lo bastante rectas.
Yo soy bastante Lou. Lou-anterior y Lou-ahora, Lou-anterior me presta todos sus años de experiencia, experiencia que no siempre podía comprender, y Lou-ahora calibra, interpreta, recoloca. Tengo ambos...
soy
ambos.
—Necesito estar solo un rato —le digo a Janis. Ella parece preocupada otra vez. Sé que está preocupada por mí. Sé que no lo aprueba, por algún motivo.
—Necesitas la interacción humana.
—Lo sé. Pero tengo horas de eso al día. Ahora mismo necesito estar solo y descubrir qué ha pasado.
—Háblame de ello, Lou. Cuéntame qué ha pasado.
—No puedo. Necesito tiempo...
Doy un paso hacia la puerta. La mesa cambia de forma cuando paso junto a ella; el cuerpo de Janis cambia de forma; la pared y la puerta se abalanzan hacia mí como un borracho en una comedia... ¿Dónde he visto eso? ¿Cómo lo sé? ¿Cómo puedo recordar eso y también lidiar con un suelo que es sólo lo bastante plano, no plano? Con esfuerzo, hago que las paredes y la puerta vuelvan a ser planas; la mesa elástica vuelve a la forma rectangular que yo debería ver.
—Pero, Lou, si tienes problemas sensoriales puede que haya que ajustar la dosis...
—Me pondré bien —digo, sin mirar atrás—. Sólo necesito un descanso. —El argumento final—: Tengo que ir al cuarto de baño.
Sé (lo recuerdo, de alguna parte) que lo que ha sucedido implica la integración sensorial y el procesamiento visual. Caminar es extraño. Sé que estoy caminando: puedo sentir mis piernas moviéndose suavemente. Pero lo que veo es entrecortado, una brusca posición después de otra. Lo que oigo son pisadas y ecos de pisadas y ecos de los ecos de pisadas.
Lou-anterior me dice que esto no es como era, no desde que era pequeñito. Lou-anterior me ayuda a concentrarme en la puerta del servicio de caballeros y atravesarla, mientras Lou-ahora rebusca locamente en recuerdos de conversaciones entreoídas y libros leídos intentando encontrar algo que pueda ayudar.
El servicio de caballeros está más tranquilo: no hay nadie. Destellos de luz corren hacia mis ojos desde los lisos apliques blancos de porcelana curva, los brillantes pomos y tuberías de metal. Hay dos cubículos en el fondo; entro en uno y cierro la puerta.
Lou-anterior advierte las baldosas del suelo y los azulejos de la pared y quiere calcular el volumen de la habitación. Lou-ahora quiere meterse en un lugar suave y oscuro y no salir hasta mañana.
Es de mañana. Todavía es de mañana y nosotros (yo) no hemos almorzado. Permanencia de objetos. Lo que necesito es una permanencia de objetos. Lo que Lou-anterior leyó en un libro (un libro que él leyó, un libro que yo no recuerdo del todo pero también recuerdo) vuelve a mí. Los bebés no lo tienen: los adultos sí. Las personas ciegas de nacimiento, cuya vista es restaurada, no pueden aprenderlo: ven una mesa metamorfoseándose a medida que pasan por su lado.
Yo no era ciego de nacimiento. Lou-anterior tenía permanencia de objetos en su procesamiento visual. Yo puedo tenerla también. La tenía hasta que he leído el cuento...
Noto que los latidos de mi corazón se regularizan y se hunden bajo la conciencia. Me agacho, mirando las baldosas del suelo. No me importa en realidad de qué tamaño son ni calcular el área del suelo o el volumen de la habitación. Podría hacerlo si estuviera atrapado aquí y aburrido, pero en este momento no estoy aburrido. Estoy confuso y preocupado.
No sé qué ha pasado. ¿Cirugía cerebral? No tengo cicatrices, ni el pelo me ha crecido de manera irregular. ¿Alguna emergencia médica?
La emoción me inunda: miedo y luego furia, y con eso una peculiar sensación de que me estoy hinchando y luego encogiendo. Cuando estoy furioso, me siento más alto y las otras cosas me parecen más pequeñas. Cuando estoy asustado, me siento pequeño y las otras cosas me parecen más grandes. Juego con esos sentimientos y es muy extraño sentir que el diminuto cubículo que me rodea cambia de tamaño. No puede estar cambiando de tamaño en realidad. Pero ¿cómo lo sabría yo si así fuera?
La música inunda de pronto mi mente, música de piano. Suave, fluida, un sonido organizado... Cierro los ojos, relajándome de nuevo. Me llega el nombre: Chopin. Un estudio. Un estudio de... no, deja fluir la música; no pienses.
Me paso las manos por los brazos, arriba y abajo, sintiendo la textura de mi piel, la esponjosidad del vello. Es relajante, pero no necesito seguir haciéndolo.
—¡Lou! ¿Estás ahí dentro? ¿Te encuentras bien?
Es Jim, el enfermero que me ha cuidado la mayoría de los días. La música se desvanece, pero la noto vibrando bajo mi piel, tranquilizadora.
—Estoy bien —digo. Noto que mi voz suena relajada—. Necesitaba un descanso, eso es todo.
—Será mejor que salgas, amigo. Ahí fuera están empezando a asustarse.
Suspirando, me levanto y abro la puerta. La permanencia de los objetos contiene su forma cuando salgo; las paredes y el suelo permanecen tan planos como deberían; el destello de la luz en las superficies brillantes no me molesta. Jim me sonríe.
—¿Estás bien entonces, amigo?
—Bien —repito. A Lou-anterior le gustaba la música. Lou-anterior usaba la música para tranquilizarse... Me pregunto cuánto de la música de Lou-anterior podría recordar todavía.
Janis y la doctora Hendricks están esperando en el pasillo. Les sonrío.
—Estoy bien —digo—. Es que necesitaba de verdad ir al cuarto de baño.
—Pero Janis dice que te has caído —dice la doctora Hendricks.
—Sólo un mareo. Algo referido a la confusión mientras leía me... confundió mis sentidos, pero ya ha desaparecido.
Miro a ambos lados del pasillo para asegurarme. Todo parece bien.
—Quiero hablar con usted sobre lo que sucedió realmente —le digo a la doctora Hendricks—. Dijeron que me habían sometido a cirugía cerebral, pero no tengo ninguna cicatriz visible. Y necesito comprender qué está pasando en mi cerebro.
Ella arruga los labios, luego asiente.
—Muy bien. Uno de los consejeros te lo explicará. Puedo decirte que el tipo de cirugía que empleamos no requiere abrir grandes agujeros en tu cabeza. Janis, concértale una cita.
Se marcha. Creo que no me gusta demasiado. Noto que es una persona que guarda secretos.
Cuando mi consejero, un joven alegre con una reluciente barba roja, explica lo que me han hecho estoy a punto de sufrir una conmoción. ¿Por qué accedió a esto Lou-anterior? ¿Cómo pudo arriesgarse tanto? Me gustaría agarrarlo y sacudirlo, pero él es yo, ahora. Soy su futuro, igual que él es mi pasado. Soy la luz arrojada al universo y él es la explosión de donde viene. No le digo esto al consejero, que es muy tranquilote y posiblemente pensaría que es una locura. Él no para de asegurarme que estoy a salvo y que cuidarán de mí; quiere que esté tranquilo y callado. Estoy tranquilo y callado por fuera. Por dentro estoy dividido entre Lou-anterior, que está calculando cómo se tejió esa pauta de su corbata, y mi yo actual, que quiere sacudir a Lou-anterior y reírse en la cara del consejero y decirle que no quiero estar a salvo y que me cuiden. Eso ya queda atrás. Es demasiado tarde para estar a salvo del modo que él quiere decir a salvo, y yo cuidaré de mí mismo.
Estoy tumbado en la cama con los ojos cerrados, pensando en el día. De repente estoy suspendido en el espacio, en la oscuridad. Muy lejos, diminutas chispas de luz, de muchos colores. Sé que son estrellas y que las más borrosas son probablemente galaxias. Empieza la música, otra vez Chopin. Es lento, reflexivo, casi triste. Algo en
mi
menor. Luego entra otra música, con una sensación diferente: más textura, más fuerza, alzándose bajo mí como una ola en el océano, sólo que esta ola es luz.
Los colores cambian: sé, sin analizarlo, que estoy corriendo hacia esas lejanas estrellas, más y más rápido, hasta que la ola de luz me impulsa y vuelo más rápido todavía, una percepción oscura, hacia el centro del espacio y el tiempo.
Cuando me despierto, soy más feliz que nunca y no sé por qué.
En su siguiente visita reconozco a Tom y recuerdo que ya ha estado aquí. Tengo tanto que contarle, tanto que preguntarle. Lou-anterior piensa que Tom lo conocía mejor que nadie. Si pudiera dejaría que Lou-anterior lo saludara, pero eso ya no funciona.
—Saldremos dentro de unos cuantos días —digo—. Ya he hablado con la encargada de mi apartamento; volverá a conectar la electricidad y a preparar las cosas.
—¿Te encuentras bien?
—Bien. Gracias por venir todas estas veces. Lamento no haberte reconocido al principio.
Él agacha la cabeza. Veo lágrimas en sus ojos; se avergüenza de ellas.
—No es culpa tuya, Lou.
—No, pero sé que te preocupaste —digo. Lou-anterior tal vez no habría sabido eso, pero yo sí. Puedo ver que Tom es un hombre que se preocupa profundamente por los demás. Puedo imaginar cómo se sintió cuando no reconocí su cara.
—¿Sabes qué vas a hacer? —pregunta.
—Quería preguntarte por la escuela nocturna —digo—. Quiero volver a la universidad.
—Buena idea. Puedo ayudarte con el proceso de admisión. ¿Qué vas a estudiar?
—Astronomía. O astrofísica. No estoy seguro de qué, pero algo así. Me gustaría ir al espacio.
Ahora él parece un poco triste y veo que fuerza la sonrisa que viene a continuación.
—Espero que consigas lo que quieras —dice. Entonces, como si no quisiera presionar, añade—: Las clases nocturnas no te dejarán mucho tiempo para la esgrima.
—No. Tendré que ver cómo va. Pero iré a visitaros, si no te importa.
Él parece aliviado.
—Por supuesto, Lou. No quiero perderte la pista.
—Estaré bien.
Él ladea la cabeza y la sacude una vez.
—¿Sabes? Creo que sí. Creo que realmente lo estarás.
Apenas puedo creerlo, aunque todo lo que he hecho durante los últimos siete años apuntaba exactamente a esto. Estoy aquí sentado ante la mesa introduciendo mis notas, y la mesa está en una nave y la nave está en el espacio y el espacio está lleno de luz. Lou-anterior abraza la serie, danzando dentro de mí como un niño alegre. Yo finjo más sobriedad, con mi mono de trabajo, aunque siento una sonrisa que tira de las comisuras de mi boca. Los dos oímos la misma música.
El código identificador da mi grado académico, mi tipo sanguíneo, mi nivel de seguridad... no se menciona que me pasé casi cuarenta años de mi vida como una persona discapacitada, un autista. Algunos lo saben, por supuesto: la publicidad que rodeó el infructuoso intento de la compañía por lanzar al mercado un tratamiento de control de atención para los empleados nos consiguió más fama de la que queríamos. Bailey, en concreto, se convirtió en un bocado apetitoso para los medios. No supe lo mal que le fue hasta que vi los archivos de noticias: nunca nos dejaron verlo.
Echo de menos a Bailey. No fue justo lo que le sucedió, y antes me sentía culpable, aunque no fue culpa mía. Echo de menos a Linda y Chuy; esperaba que siguieran el tratamiento cuando vieran cómo funcionó conmigo, pero Linda no lo hizo hasta que terminé mi doctorado el año pasado. Está todavía en rehabilitación. Chuy no lo siguió nunca. La última vez que lo vi, dijo que era feliz tal como era. Echo de menos a Tom y Lucía y Marjory y a mis otros amigos de la esgrima, que tanto me ayudaron en los primeros años de recuperación. Sé que Lou-anterior amaba a Marjory, pero no sucedió nada por dentro cuando la miré después. Tuve que elegir, y (como Lou-anterior) elegí continuar, arriesgarme a tener éxito, a encontrar nuevos amigos, a ser quien soy ahora.
Ahí fuera está la oscuridad: la oscuridad que todavía no conocemos. Siempre está ahí esperando; va, en cierto sentido, siempre por delante de la luz. A Lou-anterior le molestaba que la velocidad de la oscuridad fuera mayor que la velocidad de la luz. Ahora me alegro de ello, porque eso significa que nunca llegaré al final, persiguiendo la luz.
Ahora puedo hacer yo las preguntas.
Elizabeth Moon
PAUL WITCOVER: Es usted conocida como escritora de ciencia ficción, pero aunque
La velocidad de la oscuridad
se desarrolla en el futuro cercano, el mundo que describe no difiere mucho del mundo de hoy. Ciertos aspectos de la tecnología, como la ingeniería genética y la nanotecnología, están más avanzados que en la actualidad, pero la sociedad donde Lou Arrendale y los otros personajes viven y trabajan parece contemporánea. ¿Hasta qué punto significó esta novela un cambio de ritmo para usted? ¿Es ciencia ficción? Y si es así, ¿qué la convierte en ciencia ficción?
ELIZABETH MOON: Fue en efecto un cambio de ritmo. De vez en cuando una idea o un personaje me absorbe y me desvía de lo que quisiera hacer a continuación. El que sea ciencia ficción o no depende de la definición que el lector aplique a la ciencia ficción. Aunque el libro se desarrolla en el futuro (o en el futuro cercano), los problemas a los que se enfrentan los personajes son del mundo de hoy.