La velocidad de la oscuridad (48 page)

BOOK: La velocidad de la oscuridad
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—¿Cuánto va a durar esto?

Hendricks no se encogió de hombros, pero la pausa podría haber sido su equivalente.

—No lo sabemos. Pensábamos (esperábamos, debería decir) que con la combinación de genética y nanotecnología, con crecimiento neural acelerado, la fase de recuperación sería más corta, más parecida a lo que se ve en el modelo animal. Sin embargo, el cerebro humano es inconmensurablemente más complejo...

—Deberían haber sabido eso de entrada —dijo Tom. No le importaba que su tono fuera acusador. Se preguntó cómo les iría a los otros, intentó recordar cuántos eran. Sólo había otros dos hombres en la habitación, trabajando con otros terapeutas. ¿Estaban los otros bien o no? Ni siquiera sabía su nombre.

—Sí. —La suave aceptación de la doctora lo irritó aún más.

—¿En qué estaban pensando...?

—En ayudar. Sólo en ayudar. Mire...

Señaló la ventana y Tom miró.

El hombre con la cara de Lou (pero no su expresión) puso a un lado la pauta completa y alzó la cabeza con una sonrisa a la terapeuta. Ella habló. Tom no podía oír sus palabras a través del cristal, pero vio la reacción de Lou, una risa relajada y un leve movimiento de cabeza. Era tan poco propio de Lou, tan extrañamente normal, que Tom sintió que se quedaba sin aliento.

—Sus interacciones sociales ya son más normales. Lo motivan fácilmente las pistas sociales: le gusta estar con gente. Una personalidad muy agradable, aunque todavía infantil en este punto. Su procesamiento sensorial parece haberse normalizado; su gama preferida de temperaturas, texturas, sabores y demás está ahora dentro de límites normales. Su uso del lenguaje mejora día a día. Hemos estado reduciendo la dosis de ansiolíticos a medida que la función mejora.

—Pero sus recuerdos...

—No hay manera de decirlo todavía. Nuestra experiencia restaurando recuerdos perdidos en la población psicótica sugiere que las técnicas que estamos empleando funcionan hasta cierto punto. Hicimos grabaciones multisensoriales, ya sabe, y ésas serán reinsertadas. Por el momento hemos bloqueado los accesos con un agente bioquímico específico (privado, así que ni siquiera pregunte), que empezaremos a reducir en las próximas semanas. Queremos asegurarnos de que tenemos un substrato completamente estable de procesamiento sensorial e integración antes de hacerlo.

—¿Entonces no saben si podrán devolverle su vida anterior?

—No, pero tenemos muchas esperanzas. Y no estará peor que alguien que pierde la memoria por un trauma.

Lo que le habían hecho a Lou sí que podía ser considerado un trauma, pensó Tom. Hendricks continuó.

—Después de todo, la gente se adapta y vive independientemente sin ningún recuerdo de su pasado, mientras pueda aprender lo necesario para el día a día y las habilidades para vivir en sociedad.

—¿Y a nivel cognitivo? —consiguió decir Tom con voz tranquila—. Ahora parece bastante discapacitado, y antes casi era un genio.

—Difícilmente, creo —dijo la doctora Hendricks—. Según nuestros tests, estaba por encima de la media, así que aunque pierda diez o doce puntos, su habilidad para vivir independientemente no correrá peligro. Pero no era un genio, en modo alguno.

El desdén en su voz, la fría ignorancia del Lou que Tom había conocido, parecía peor que la crueldad deliberada.

—¿Lo conocía a él, o alguno de los demás, antes?

—No, por supuesto que no. Los vi una vez, pero no habría sido adecuado que los conociera personalmente. Tengo los resultados de sus pruebas, y las entrevistas y grabaciones de memorias que realizaron los psicólogos de los equipos de rehabilitación.

—Era un hombre extraordinario —dijo Tom. La miró a la cara y no vio más que orgullo por lo que estaba haciendo e impaciencia por verse interrumpida—. Espero que lo vuelva a ser.

—Al menos, no será autista —contestó ella, como si eso justificara todo lo demás.

Tom abrió la boca para decir que no era tan malo ser autista y la volvió a cerrar. No tenía sentido discutir con alguien como ella, al menos aquí y ahora, y ya era demasiado tarde para Lou de todas formas. Ella era la mejor esperanza de recuperación para Lou... El pensamiento hizo que Tom se estremeciera involuntariamente.

—Debería volver usted cuando esté mejor —dijo la doctora Hendricks—. Entonces podrá apreciar mejor lo que hemos conseguido. Lo llamaremos.

El estómago de Tom se contrajo ante esa idea, pero se lo debía a Lou, al menos.

En el exterior, Tom se cerró el abrigo y se puso los guantes. ¿Sabía siquiera Lou que era invierno? No había visto ninguna ventana exterior en la unidad. La tarde gris, acercándose ya al crepúsculo, con la nieve sucia bajo sus pies, igualaba su estado de ánimo.

Maldijo la investigación médica mientras regresaba a casa.

Estoy sentado en una mesa, ante una desconocida, una mujer con bata blanca. Tengo la sensación de que llevo aquí mucho tiempo, pero no sé por qué. Es como pensar en otra cosa mientras estás conduciendo y de repente has recorrido diez kilómetros sin saber qué ha pasado realmente mientras.

Es como despertar de un sopor. No estoy seguro de dónde estoy ni de qué se supone que estoy haciendo.

—Lo siento —digo—. Debo de haberme perdido un momento. ¿Podría repetirlo?

Ella me mira, desconcertada. Entonces sus ojos se ensanchan levemente.

—¿Lou? ¿Te encuentras bien?

—Me encuentro bien. Tal vez un poco mareado...

—¿Sabes quién eres?

—Desde luego. Soy Lou Arrendale.

No sé por qué cree que no sé mi propio nombre.

—¿Sabes dónde estás? —pregunta ella.

Miro en derredor. Ella lleva bata blanca; la habitación parece vagamente de una clínica o una escuela. No estoy seguro.

—No exactamente —contesto—. ¿Una especie de clínica?

—Sí. ¿Sabes qué día es hoy?

De pronto me doy cuenta de que no sé qué día es. Hay un calendario en la pared, y un gran reloj, pero aunque el mes es febrero, no me parece que lo sea. Lo último que recuerdo es el otoño.

—No lo sé —digo. Empiezo a sentir miedo—. ¿Qué ha pasado? ¿He estado enfermo, tuve un accidente o algo?

—Te operaron el cerebro —dice ella—. ¿Te acuerdas de algo?

No. Hay una densa niebla cuando intento pensar en ello, oscura y pesada. Extiendo la mano para palparme la cabeza. No duele. No noto ninguna cicatriz. Mi pelo parece mi pelo.

—¿Cómo te sientes? —pregunta ella.

—Asustado. Quiero saber qué ha ocurrido.

Llevo levantándome y caminando, me dicen, desde hace un par de semanas, yendo a donde me dicen, sentándome donde me dicen. Ahora soy consciente de eso; me acuerdo de ayer, aunque los días anteriores son difusos.

Por las tardes, voy a terapia física. He estado en cama durante semanas, incapaz de andar, y eso me ha debilitado. Ahora me estoy recuperando.

Es aburrido, caminar arriba y abajo por el gimnasio. Hay un grupo de escalones con un raíl, para practicar subir y bajar escaleras, pero pronto eso se vuelve aburrido también. Missy, mi terapeuta física, sugiere que juguemos a la pelota. No me acuerdo de cómo se juega, pero ella me tiende un balón y me pide que se lo lance. Está sentada a sólo unos pasos de mí. Le lanzo el balón y ella me lo vuelve a lanzar. Es fácil. Me echo atrás y lanzo de nuevo el balón. Eso es fácil también. Ella me muestra un blanco que sonará si lo alcanzo. Es fácil desde tres metros; desde seis metros fallo unas cuantas veces, luego lo acierto siempre.

Aunque no recuerdo mucho del pasado, no creo que me haya pasado la vida lanzándole una pelota a alguien. Los verdaderos juegos de pelota, si las personas de verdad juegan a ellos, deben de ser más complicados que esto.

Esta mañana me he despertado sintiéndome descansado y más fuerte. Me he acordado de ayer y del día anterior y un poco del anterior a ése. Estaba vestido antes de que el enfermero, Jim, viniera a comprobar cómo estoy, y he ido al comedor sin necesitar indicaciones. El desayuno es aburrido: sólo tienen cereales calientes y fríos, plátanos y naranjas. Cuando has tomado cereal caliente con plátano, caliente con naranjas, frío con plátano y frío con naranjas, quiero decir. Cuando he mirado alrededor, he reconocido a varías personas aunque he tardado un minuto en recordar cómo se llaman. Dale. Eric. Cameron. Los conocía de antes. También estaban en el grupo de tratamiento. Había más. Me he preguntado dónde estaban.

—Tío, me encantarían unas galletitas —ha dicho Eric cuando me he sentado a la mesa—. Estoy cansado de lo mismo.

—Supongo que podríamos pedirlo —ha dicho Dale. Quería decir «pero no servirá de nada».

—Probablemente es sano —ha dicho Eric. Estaba siendo sarcástico; todos nos hemos reído.

Yo no estaba seguro de lo que quería, pero no era el mismo cereal con fruta. Vagos recuerdos de comidas que me gustaban han revoloteado en mi cabeza. Me he preguntado qué recordaban los otros: sabía que los conocía de algo, pero no de qué.

Todos nos sometemos a varias terapias por la mañana: habla, cognición, habilidades de la vida diaria. He recordado, aunque no claramente, que llevo haciendo esto todas las mañanas desde hace mucho tiempo.

Esta mañana me ha parecido increíblemente aburrido. Preguntas y direcciones, una y otra vez. Lou, ¿qué es esto? Un cuenco, un vaso, un plato, una jarra, una caja... Lou, pon el vaso azul en la cesta amarilla... o el cuenco verde en la caja roja, o apila los bloques o algo igualmente inútil. La terapeuta tenía un impreso, en el que iba anotando cosas. He intentado leer el título, pero es difícil leer al revés. Creo que antes lo hacía fácilmente. En cambio he leído las etiquetas de las cajas: DIAGNÓSTICOS MANIPULATIVOS: GRUPO 1; HABILIDADES MANIPULATIVAS VIDA DIARIA: GRUPO 2.

Contemplo la sala. Todos estábamos haciendo lo mismo, pero cada uno con un terapeuta. Todos los terapeutas llevan bata blanca. Todos llevan ropa de colores bajo la bata blanca. Hay cuatro ordenadores al otro lado de la habitación. Me pregunto por qué no los utilizamos nunca. Ahora recuerdo lo que son los ordenadores, más o menos, y qué puedo hacer con ellos. Hay cajas llenas de palabras y números e imágenes y puedes hacer que contesten preguntas. Prefiero tener una máquina que responda preguntas a responderlas yo.

—¿Puedo usar el ordenador? —le pregunto a Janis, mi terapeuta de habla.

Ella parece sorprendida.

—¿Usar el ordenador? ¿Por qué?

—Esto es aburrido. Sigues haciendo preguntas tontas y diciéndome que haga cosas tontas: es fácil.

—Lou, es para ayudarte. Necesitamos comprobar tu grado de comprensión... —Me mira como si yo fuera un niño o no muy inteligente.

—Conozco las palabras corrientes; ¿es eso lo que quieres saber?

—Sí, pero no las conocías cuando te despertaste. Mira, puedo pasar a un nivel superior... —Saca otro libro de pruebas—. Veamos si estás preparado para esto, pero si es demasiado difícil no te preocupes...

Se supone que tengo que relacionar palabras con las imágenes correspondientes. Ella lee las palabras; yo miro las imágenes. Es muy fácil; termino en un par de minutos.

—Si me dejas leer las palabras, será más fácil —digo.

Ella parece sorprendida otra vez.

—¿Sabes leerlas?

—Por supuesto —digo, sorprendido de su sorpresa. Soy un adulto: los adultos saben leer. Siento algo incómodo por dentro, un vago recuerdo de no saber leer las palabras, de letras que no tenían sentido, de ser formas como cualquier otra forma—. ¿No leía, antes?

—Sí, pero no leíste inmediatamente.

Me tiende otra lista y la página de las imágenes. Las palabras son cortas y sencillas:
árbol
,
muñeca
,
casa
,
coche
,
tren
. Me tiende otra lista, ésta con animales, y luego una con herramientas. Todas son fáciles.

—Así que mi memoria está regresando. Recuerdo estas palabras y estas cosas...

—Eso parece —dice ella—. ¿Quieres probar una de comprensión lectora?

—Claro.

Me entrega un libro finito. El primer párrafo es una historia sobre dos niños que juegan a la pelota. Las palabras son fáciles; leo en voz alta, como ella me ha pedido que haga, cuando de repente parece como si dos personas leyeran las mismas palabras y obtuvieran un mensaje distinto. Me detengo entre «beis» y «bol».

—¿Qué? —pregunta ella cuando no digo nada durante un momento.

—Yo... no sé. Es gracioso.

No quiero decir gracioso de reírse, sino gracioso de peculiar. Un yo comprende que Tim está enfadado porque Bill le ha roto el bate y no quiere admitirlo; el otro yo comprende que Tim está enfadado porque su padre le regaló el bate. La pregunta que me hacen es por qué está enfadado Tim. No sé la respuesta. No con seguridad.

Intento explicárselo a la terapeuta.

—Tim no quería un bate por su cumpleaños; quería una bicicleta. Así que puede estar enfadado por eso, o puede estar enfadado porque Bill ha roto el bate que le regaló su padre. No sé cuál es la respuesta: la historia no da información suficiente.

Ella mira el librito.

—Bueno. La página de resultados dice que la «C» es la respuesta adecuada, pero comprendo tus dudas. Eso está bien, Lou. Has captado los matices sociales. Prueba otra.

Niego con la cabeza.

—Quiero pensar en esto —digo—. No sé qué yo es el nuevo yo.

—Pero, Lou...

—Discúlpame. —Me aparto de la mesa y me levanto. Sé que es descortés hacer eso; sé que es necesario hacerlo. Por un momento, la habitación parece más brillante, todos los bordes recortados claramente con una línea resplandeciente. Es difícil juzgar la profundidad; choco con la esquina de la mesa. La luz mengua; los bordes se vuelven difusos. Me siento desigual, desequilibrado... y entonces estoy agachado en el suelo, sujetándome a la mesa.

El borde de la mesa es sólido bajo mi mano; es de algún tipo de conglomerado revestido de madera falsa. Mis ojos ven el granulado de la madera y mi mano nota la textura de la no-madera. Puedo oír el aire entrando por los respiraderos de la habitación, y el aire entrando en mi propio sistema, y mi corazón latiendo, y los cilios de mis orejas (¿cómo sé que son cilios?) cambiando con las corrientes de sonido. Los olores me asaltan: mi propio sudor acre, el detergente usado en el suelo, los cosméticos de dulce perfume de Janis.

Fue así la primera vez que desperté. Lo recuerdo ahora: despertar inundado de datos sensoriales, ahogarme en ellos, incapaz de encontrar ninguna estabilidad, ninguna liberación de la sobrecarga. Recuerdo haberme debatido, hora tras hora, para encontrar sentido a las pautas de luz y oscuridad y color y tono y resonancia y olores y sabores y texturas...

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