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Authors: Craig Russell

Tags: #Intriga, #Policíaco

La venganza de la valquiria (31 page)

BOOK: La venganza de la valquiria
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—La mujer que hemos detenido alquiló el apartamento bajo el nombre de Ute Cranz. Pero ella dice que en realidad se llama Ute Paulus y que es la hermana de Margarethe Paulus…

—Un momento —dijo Fabel. Todo el cansancio desapareció de su rostro—. ¿Hablas de la mujer que se escapó del sanatorio de Mecklemburgo?

—La misma.

—¿Así que Ute Paulus ha asumido la tarea de su hermana de despedazar cuerpos masculinos? Eso, desde luego, explicaría que Margarethe haya podido mantenerse oculta. Si ha contado con la ayuda de Ute…

—Bueno, aquí es donde se complica la cosa. —Werner sonrió con ironía y se frotó el pelo casi rapado al cero—. He llamado al hospital estatal de Mecklemburgo y he hablado con un tal doctor Köpke, psiquiatra principal, que era quien se ocupaba de Margarethe Paulus. Según él, no existe ninguna Ute Paulus. Ninguna hermana. Solo Margarethe.

Werner puso la copia de una foto en el escritorio.

—Es Margarethe Paulus un año antes de la fuga. Le he echado un vistazo a la detenida. El color del pelo es distinto; pero aparte de eso, si es la hermana, tendrían que ser gemelas.

—Mierda. —Fabel se volvió hacia Vestergaard y le resumió lo que Werner acababa de contarle—. ¿Qué más ha dicho Köpke? —le preguntó luego a su subordinado.

—Dos cosas. Primero, que tiene que hablar con usted urgentemente. Necesita conocer la identidad de la víctima y cómo ha muerto. El doctor Köpke dice que podría tener una información indispensable para nosotros. También desearía hablar con el psiquiatra o psicólogo criminal que presencie o supervise el interrogatorio. Cosa que recomienda encarecidamente.

—¿Y segundo?

—Que utilicemos medidas extremas de seguridad para tratar con Margarethe Paulus. Dice que es la persona más peligrosa que ha tratado en su vida.

Cuando se dirigían a la sala de interrogatorios, Karin Vestergaard recibió una llamada en su móvil. Tras una breve conversación en danés, se detuvo a tomar unas notas.

—Era de mi oficina en Copenhague —dijo, mientras seguían por el pasillo—. El departamento de Investigación Criminal noruego ha seguido investigando los asuntos de Jørgen Halvorsen y ha descubierto un contacto que tenía aquí, en Hamburgo. Lo podemos hablar luego, cuando termine de interrogar a esa mujer. ¿Cree que fue ella la que mató a Jens?

—No lo sé. Hay un montón endiablado de coincidencias, por lo visto, y ella encajaría a la perfección en el perfil de la mujer que estamos buscando como responsable de todos estos asesinatos… si no fuera por el pequeño detalle de que sabemos con toda seguridad que estaba encerrada en el sanatorio. Es imposible que sea nuestro Ángel o nuestra Valquiria.

—Pero ya había escapado cuando mataron a Jens —dijo Vestergaard.

—Cierto. Vale la pena investigarlo. Averiguaré su paradero en esas fechas… si puedo. —Fabel se detuvo en el pasillo y se volvió hacia ella—. Escuche, Karin, este será un interrogatorio inicial para determinar los hechos básicos. No durara tanto. Quiero que luego lo repasemos todo detalladamente. Hay un par de muertes más que han salido a la luz y que, estrictamente, no han sido tratadas como asesinato. Están ocurriendo tantas cosas que temo que se nos pase algo por alto.

La mujer que aguardaba en la sala de interrogatorios no tenía aspecto de asesina. Ni a sueldo ni en serie. El departamento forense se había quedado su ropa para examinarla y ahora iba con una informe bata desechable de color blanco. Era de complexión delgada y también —Fabel no pudo dejar de notarlo— extraordinariamente atractiva. Al verlo entrar, levantó la vista con aire inexpresivo y sin el menor interés, como si le diese igual todo y su irrupción no tuviera nada que ver con ella. Fabel la reconoció por la foto que habían enviado desde el sanatorio de Mecklemburgo. Había entrado en la sala solo, sin Vestergaard, dejando que ella se reuniera con Werner y Anna en la habitación contigua, desde donde podían seguir el interrogatorio por un monitor.

Fabel le hizo una seña al agente uniformado que la había estado vigilando; se sentó frente a ella, dejó sus papeles sobre la mesa metálica y la informó de sus derechos.

—Quiero que entienda una cosa, Margarethe —dijo—. La interrogaré de nuevo más tarde en compañía de otro agente y en presencia de un psicólogo y de un abogado que represente sus intereses. Entonces podremos entrar en detalles. Por ahora, solo quiero que me confirme su identidad.

—Yo soy Ute Paulus, y no Margarethe como usted me ha llamado. Margarethe Paulus es mi hermana.

—Pero eso no es así, Margarethe. No hay ninguna Ute Paulus. Usted no tiene ninguna hermana. Así figura en los registros.

Ella se rio con frialdad.

—Los registros se falsifican. En el Este, los expedientes de la gente se cambiaban o falsificaban continuamente. Yo no soy Margarethe, soy Ute.

—¿Quién es esta? —le preguntó Fabel, deslizando por encima de la mesa la copia de la foto del sanatorio.

—Es Margarethe.

—Es usted. Óigame, es inútil que lo niegue. Hemos tomado las huellas dactilares y coinciden con las de esta paciente —dijo, señalando la foto—. Margarethe Paulus, treinta y ocho años, natural de Zarrentin, al noroeste de Mecklemburgo. Usted no tiene hermanas ni hermanos, y sus padres han muerto. Esta foto es suya. La encerraron en el sanatorio de seguridad de Mecklemburgo en mayo de 1984. —Paulus no respondió. Fabel inspiró hondo—. ¿Por qué le ha hecho eso a Robert Gerdes?

—Su nombre no era Gerdes. —No había ira en su voz, ni ninguna otra emoción. Tampoco en sus ojos mientras continuaba hablando—. Se llamaba Georg Drescher y era comandante de la Stasi.

—¿Por qué le ha hecho todo eso?

—Creía que había dicho que hablaríamos luego —dijo. Puso las manos en la superficie metálica. Tenía los dedos largos y delgados. Fabel se fijó en lo limpias que estaban sus uñas y solo entonces recordó que los forenses de Brauner se las habrían raspado por debajo para buscar restos. Le costaba imaginar que aquellos dedos hubieran podido perpetrar los horrores que acababa de ver en su apartamento.

—Quiero volver —dijo.

—¿Adónde? ¿Al apartamento?

—Al sanatorio.

—¿Cómo va a volver al sanatorio si usted no está internada allí? —preguntó Fabel. Volvió a señalar la foto—. La paciente es esta, Margarethe. Y usted dice que no es Margarethe.

—En el sanatorio es donde veo a mi hermana. Donde hablo con ella. La voy a visitar. Ahora podré visitarla continuamente.

Fabel suspiró y recogió sus papeles.

—Me parece que habremos de esperar hasta más tarde.

—Quiero volver ahora —repitió sin énfasis—. Al sanatorio.

—Me temo que no podrá volver de inmediato. Tendrá que quedarse con nosotros un tiempo —dijo Fabel, poniéndose de pie.

—Quiero volver. Al sanatorio. —Margarethe también se puso en pie. Fabel alzó una mano para detenerla.

—Tiene que permanecer sentada, Margarethe. Quédese aquí. El agente la acompañará otra vez a su celda.

Margarethe lo agarró de la muñeca y Fabel notó con asombro el vigor de aquellos dedos delgados. Iba a intentar zafarse con la otra mano cuando se quedó aturdido por el golpe que le dio en la frente con el canto de la mano libre. Oyó que el agente corría hacia ellos. Margarethe agarró a Fabel del pelo, le estrelló la cara contra la mesa metálica y, usándolo para tomar impulso, le lanzó una patada en la cabeza al agente uniformado, que se estampó contra la pared de la sala y se quedó allí jadeando. Fabel notó que ella le hurgaba con los dedos bajo el brazo para sacarle la SIG-Sauer automática, pero la funda con mecanismo antihurto resistió sus tirones. Aprovechó para darle un empujón a Margarethe con todo su peso y la derribó en el suelo. A pesar de toda la adrenalina, no se le escapó la elegancia con la que ella caía y rodaba por el suelo para levantarse otra vez de un salto. El otro policía también se estaba levantando y se lanzó a la carga desde la pared, una torpe maniobra que ella esquivó con facilidad mientras le daba con la palma de la mano en la garganta. Fabel hizo ademán de sacar la pistola, pero ella saltó por encima de la mesa y le propinó un rodillazo a la altura del pecho que lo mandó contra la pared. Mientras se daba un doloroso golpe en la cabeza, Fabel oyó que su automática caía tintineando por el suelo. Entonces la puerta a su lado se abrió bruscamente e irrumpieron Werner y Anna y dos agentes más.

—¡Coged mi pistola! —gritó Fabel.

Se puso de pie justo a tiempo para ver cómo Margarethe le estampaba a Werner un puñetazo en toda la cara. Anna Wolff se situó detrás de ella y le pasó el brazo por el cuello con una llave férrea. Margarethe le lanzó un codazo a las costillas, pero Anna no la soltó y, dejándose caer, la arrastró al suelo con su peso. Werner y los otros dos se echaron sobre ella y, tras unos instantes de lucha desesperada, esposaron a Margarethe.

—Es suya, supongo… —Fabel levantó la vista y vio a Karin, que lo miraba desde lo alto con la automática en la mano.

—Gracias —dijo, y le dejó que lo ayudara a levantarse—. Menos mal que… —Notó que algo le goteaba por la frente y, cuando se puso la mano con cautela, se le llenaron los dedos de sangre.

Entre Werner, Anna y los otros dos pusieron de pie a Margarethe. Ella miraba fijamente a Fabel, que se quedó helado al ver su expresión. No había rabia ni odio en sus ojos, solo esa mirada vacía que ya le había llamado la atención al entrar en la sala de interrogatorios. Como si la explosión de violencia de un momento antes ni siquiera se hubiese producido.

—Llevadla otra vez a su celda —dijo Fabel—. Y mantenedla controlada.

Los agentes flanquearon a Margarethe, que ni siquiera parecía respirar con agitación, y la sacaron de allí. Anna y Werner permanecieron en la sala. A este le salía un hilo de sangre por la nariz.

—Debería hacérselo mirar —le dijo Vestergaard a Fabel, señalándole la frente.

—Sí, debería… —dijo Fabel, tomando el pañuelo doblado que le ofrecía y aplicándoselo a la herida—. Buen trabajo, Anna. Ha costado lo suyo reducirla.

—Hacía falta un toque femenino. Y me ha parecido que usted y el abuelo necesitaban ayuda. —Sonrió a Werner con complicidad—. ¡Una chica pateándoles el culo a todos!

—¿Y el otro agente? —preguntó Fabel.

—Se repondrá —dijo Werner, apretándose la narina con el dorso de la mano para frenar la hemorragia—. Le va doler la garganta a base de bien, eso seguro.

—Llevadlo al hospital —dijo Fabel—. Un golpe en la tráquea puede resultar muy peligroso, esa mujer sabía lo que se hacía. —Se apoyó en la pared e inspiró hondo—. Joder, vaya si lo sabía…

—Supongo que era eso lo que quería decirte el doctor Köpke, el psiquiatra del sanatorio de Mecklemburgo —dijo Werner—. Ha vuelto a llamar… mientras estabas aquí con esta psicópata.

—Ya le llamaré —dijo Fabel—. Pero antes, ¿podría traerme alguien un poco de codeína y una tirita…?

4

D
ónde la tiene ahora? —La voz, al otro lado de la línea, sonaba realmente angustiada.

—Otra vez en su celda, Herr doctor —dijo Fabel—. Ahí no puede hacer daño a nadie.

—Yo no me confiaría —dijo Köpke. Tenía la voz grave, algo rasposa. Fabel oyó un chasquido metálico y un sonido crepitante: un cigarrillo encendido. «Un médico debería ser más juicioso», pensó Fabel—. Quería prevenirle antes de que hablara con ella.

—No he recibido a tiempo el mensaje… —empezó a decir Fabel, pero Köpke lo interrumpió.

—¿Ha vuelto a matar?

—Sí. A un hombre. Y lo ha castrado.

—¿Cómo se llamaba? —El tono del psiquiatra era perentorio.

—No puedo…

—¿Se llamaba Georg Drescher? ¿O dice Margarethe que se llamaba así?

—No puedo confirmar ni negar la identidad de la víctima, debería saberlo.

—Escuche, Herr Hauptkommisar, podemos seguir jugando y acaso morirá más gente, o podemos hablar con franqueza y salvar quizá algunas vidas. ¿Qué me dice?

—¿Qué es lo que tiene que contarme, doctor Köpke?

—En primer lugar, encárguese de que Margarethe esté encerrada con las máximas medidas de seguridad. —Fabel lo oyó espirar y se imaginó una nube de humo serpenteando alrededor del rostro invisible del psiquiatra—. Debería mantenerla vigilada con no menos de dos guardias; a poder ser, tres. Segundo, haga lo posible para que cualquier exigencia que se le plantee suene como una petición. Ella reaccionará con la máxima hostilidad si tiene la sensación de que quiere usted imponerle su voluntad. Y créame, Herr Hauptkommisar, esa hostilidad la ejercerá de modo extremadamente profesional.

—Ya he podido hacerme una idea —dijo Fabel, tocándose la gasa que se había puesto en la frente con esparadrapo.

—Ah… —De nuevo sonó una calada, seguida de una rápida espiración—. Me lo temía. También necesito que me pase una orden judicial cuanto antes para que pueda transferirle legalmente el expediente del tratamiento de Margarethe Paulus. Tengo cintas grabadas y también vídeos de mis sesiones con ella y, créame, le interesará escucharlas.

—Entre tanto —dijo Fabel—, ¿qué le parece si me hace un resumen extraoficial?

—Margarethe Paulus era una niña de la RDA —dijo Köpke—. Sus padres, por los datos que he reunido, eran liberales, gente bohemia, y se enfrentaron con las autoridades. Acabaron en la cárcel y murieron los dos de cáncer antes de la reunificación. Margarethe quedó bajo la tutela del Estado. Lo que le interesará es lo que ella cuenta que sucedió entonces. Antes de proseguir, he de hablarle un poco de su historial médico. Cuando estaba aún en el orfanato del Estado empezó a sufrir severos dolores de cabeza. Debía de tener entonces unos ocho años. Fue internada en un hospital y se presumió que podía padecer un tumor cerebral. La intervención quirúrgica reveló que, en efecto, había en su cerebro una tumoración que resultó ser benigna. Pero la naturaleza misma del tumor no está del todo clara. Era un teratoma de cierto tamaño que podría haber sido considerado como un
fetus in fetu
.

—Perdón… —dijo Fabel, no con tono de disculpa, sino más bien irritado—. Va a tener que explicarse.

—Un teratoma es un tumor compuesto por todo tipo de tejidos. Puede contener pelo, dientes, tejido ocular. A veces tiene incluso extremidades: una mano o un pie, por ejemplo. En casos muy raros, un niño puede nacer con algo parecido a un gemelo en su interior.
Fetus in fetu
. Entre los médicos hay división de opiniones en este punto: o se trata de auténticos fetos que se han desarrollado en el interior del gemelo, en lugar de hacerlo en paralelo, o son sencillamente una variante más compleja de teratoma. En uno u otro caso, no están capacitados para vivir de forma independiente. Lo que se extirpó del cerebro de Margarethe tenía el aspecto de un feto rudimentario. Y de algún modo, quizás al leer más tarde sobre el tema, ella decidió que tenía una hermana viviendo en su interior.

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