La verdad de la señorita Harriet (40 page)

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Authors: Jane Harris

Tags: #Intriga

BOOK: La verdad de la señorita Harriet
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Luego ella y la gigante se pusieron en pie y me hicieron una demostración de los distintos modos en que podía protegerme de un asalto violento por parte de las demás presas. Tal vez a esas alturas nada podía sorprenderme, o quizá seguía en estado de shock; pero el hecho es que me encontré observándolas con sumisión mientras me enseñaban cómo reaccionar ante un ataque por detrás, clavando el codo en el estómago del asaltante.

Esa extraordinaria demostración se vio interrumpida cuando la puerta se abrió, una vez más, y apareció una mujer robusta, que se limitó a decir:

—Baxter…, una visita.

—Gracias, señora Fee —dijo Cullen, y dirigiéndose hacia mí añadió—: Debe de ser su abogado.

Interpreté la mirada elocuente que me lanzó como una advertencia de que esa celadora era la que habrían mencionado antes, la nueva jefa de las celadoras.

—Por aquí —dijo Fee, y me condujo hacia la entrada del ala.

Por el camino miré con cautela alrededor, y alcé la vista hacia los rellanos que tenía sobre la cabeza, pero no había rastro de presas por ninguna parte, y me pregunté si siempre las tenían encerradas en sus celdas. Poco antes de que llegáramos a la salida del ala, Fee se detuvo frente a una puerta entreabierta y me indicó por señas que la cruzara. Entré en la habitación creyendo que me iba a encontrar con Caskie, pero quienes me estaban esperando no eran ni más ni menos que Elspeth Gillespie, de pie, y justo detrás, con caras pálidas y ansiosas, Ned y Annie.

—¡Herriet! —exclamó Elspeth, precipitándose hacia mí—. ¡Pobrecilla! Esto debe de ser horrible para usted. Todo es una terrible equivocación, por supuesto. Pero no se preocupe, haremos lo que esté en nuestras manos para sacarla de aquí.

Ned parecía no haber pegado ojo durante días. Estaba mortalmente pálido, con profundas ojeras. Parecía un hombre al límite de sus fuerzas. Sin embargo, me miró con intensidad y firmeza, no de manera acusadora sino con considerable compasión y comprensión. Era como si, a pesar de su frágil condición, quisiera compartir conmigo las pocas fuerzas que le quedaban.

—Debe decirnos si necesita algo, Herriet —decía Elspeth—. Como sabe, soy del Comité de Visitas, y sé bien qué se les permite tener. Pero esto no durará mucho; hay otra vista la semana que viene, y su abogado pedirá la libertad bajo fianza, de modo que saldrá pronto. Estos días han sido espantosos, Herriet, con la noticia de Rose, que nos hundió por completo, como puede imaginarse. Luego nos enteramos de que habían encontrado a la horrible gente que se la había llevado, ¡y antes de que nos diéramos cuenta el detective Stirling estaba llamando a nuestra puerta para decirnos que la habían arrestado a usted! Como si no fuera suficiente con lo de Rose. No sé qué puede estar diciendo esa gente de usted. Disparates, eso está claro. Le dije a Stirling que habían cometido un error, pero dice que no es competencia de él. Bueno, esto no va a quedar así, no se preocupe.

Continuó, pero yo escuchaba a medias, pues me interesaba más atraer la mirada de su nuera. Annie había dejado de mirar a través de los barrotes de la ventana y contemplaba el suelo. De vez en cuando levantaba la vista hacia Ned, como si quisiera comprobar cómo estaba. Había muchas sillas en la sala, alrededor de la mesa y contra la pared, pero aparte de la señora Fee (que se había sentado junto a la puerta), ninguno hicimos ademán de sentarnos; en cierto modo, parecía inapropiado. Ned estaba junto a la mesa, encorvado, retorciendo el sombrero entre sus manos. Apenas apartó la mirada de mi cara. Yo quería decirle algo, hablar con Annie, y me sorprendí interrumpiendo a Elspeth.

—Me alegro de que hayan venido. Gracias. Solo ver sus caras hace que me sienta mucho mejor, créanme. Y quiero que sepan lo mucho que siento lo de Rose. Me enteré ayer…, ¿o fue anteayer? Perdonen, pero he perdido la noción del tiempo. Lo siento muchísimo. Es tan terrible lo que ha pasado. Si puedo hacer algo…

Miré a Ned esperando una respuesta.

—Gracias, Harriet —respondió—. Pero todo está…, no se puede celebrar un funeral hasta que la policía haya terminado con el… el…

Miró la copa de su sombrero, incapaz de continuar. Comprendí, con una punzada de tristeza, que no podía pronunciar la palabra «cuerpo».

Elspeth le apretó el brazo de forma maternal.

—Aunque mientras tanto tenemos cosas que hacer. Así que discúlpenos, Herriet, pero no podemos quedarnos mucho tiempo. Tenemos que encargarnos de los preparativos.

—Los preparativos, sí, claro…

Era consciente de que parecía boba, pero no se me ocurría nada apropiado que decir. De haber sido una actriz sobre el escenario, hubiera pronunciado un discurso que habría tranquilizado y confortado a todos los presentes. Pero ni era actriz ni estábamos interpretando una obra de teatro. Solo era Harriet Baxter, y en ese momento me odié por mi falta de elocuencia, aunque supongo que visto en retrospectiva mi torpeza resulta comprensible. Las circunstancias eran totalmente extraordinarias, y allí estábamos, gente normal y corriente, en una situación que nadie podría haber previsto.

—Si no le importa —dijo Ned—, preferiríamos no hablar de… Rose…, al menos por el momento.

—Sí —dijo Elspeth enseguida—. Verá, es mejor ocupar la mente en otras cosas. Solo queríamos que supiera que estamos tan sorprendidos como debe de estarlo usted de los motivos por los que está aquí.

—Estará en buenas manos con ese Caskie —añadió Ned.

—Oh…, ¿lo conoce?

Negó con la cabeza.

—Ayer por la tarde… —empezó a decir, luego pareció cambiar una vez más de opinión.

—El señor Caskie vino a vernos —dijo Elspeth—. Parece muy concienzudo. Estuvo horas haciéndonos toda clase de preguntas.

—Eso es tranquilizador. Ojalá descubra por qué esa gente espantosa me ha escogido a mí. Es incomprensible.

—Sí, ¿verdad? —dijo Annie, hablando por primera vez—. ¿Está segura de que no los conoce, Harriet? Tal vez lo ha olvidado. ¿No podría habérselos cruzado en sus viajes? ¿O en la exposición?

Suspiré.

—No…, estoy segura de que me acordaría. ¡Alemanes! No conozco a ningún alemán en Glasgow. Es un misterio.

—Sí, claro —dijo Annie con tono áspero.

Me sentí un poco incómoda y me volví hacia Ned.

—¿Cómo está Sibyl?

—Bien —respondió Elspeth adelantándose a su hijo—. Iremos a verla más tarde. Está asistiendo a clases de escritura.

—Y las quemaduras, ¿se están curando?

—Por completo. Es milagroso lo deprisa que se está recobrando, ¿verdad, hijo?

Ned miraba ceñudo al suelo, como si se enfrentara al abismo. Elspeth se ruborizó mientras lo observaba. De pronto pareció agobiada por el remordimiento. Se hizo un violento silencio. Entonces habló Annie.

—Todo me parece muy extraño.

Ned se arrancó a sí mismo de su desesperación interior para lanzarle una mirada de reproche.

—Basta, Annie.

—Sí, cariño, solo quiero preguntarle algo —dijo ella, sin apartar una sola vez los ojos de mi cara—. Es muy extraño que esa gente esté diciendo todo eso sobre usted, ¿no le parece, Harriet? ¡Completos desconocidos! Y afirman que usted estuvo involucrada de algún modo con ellos en el secuestro de Rose. ¿Por qué lo dirán?

—Supongo que para cargar la culpa a alguien inocente y escapar así del castigo.

—Ya —dijo Annie, y sonó casi burlona.

—¿Hay algún problema? —le pregunté.

—No. —Se cruzó de brazos y me miró de un modo que solo puedo describir como hostil.

Ned se puso el sombrero y dio un paso hacia delante.

—Perdónenos, Harriet, pero estamos todos muy cansados y no podemos quedarnos mucho tiempo. Debemos irnos.

Trató de asir a su mujer del codo, pero ella se apartó.

—¡No! Quiero oír lo que tiene que decir.

Detrás de mí, la celadora se levantó.

—Está bien…, creo que esto es todo.

Luego, para mi sorpresa, se produjo una refriega bastante indigna. Annie estaba de pie, con los brazos cruzados, y de pronto soltó un grito y se abalanzó hacia mí. Elspeth gritó mientras Ned trataba de detener a su mujer, y la señora Fee se precipitó sobre mí para apartarme. De algún modo, perdí el equilibrio y caí indefensa al suelo, sin poder evitar golpearme la cabeza contra la mesa. Debí de perder el conocimiento durante un breve período de tiempo…, no tengo ni idea de cuánto.

Cuando abrí los ojos unos segundos después, me encontré sola en la habitación. Me llegó el olor a humo a través de los barrotes de la ventana: en algún lugar cercano, tal vez en Cathedral Square, o en la necrópolis, un jardinero quemaba hojas. A lo lejos los pasillos de la prisión resonaban con el estrépito de una conmoción, de voces alzadas y golpes de puertas metálicas, pero, fuera donde fuese el altercado, parecía estar ocurriendo muy lejos, y cuando escuché los sonidos se alejaron aún más, hasta que dejaron de oírse. Al final, todavía aturdida, me senté, y me sorprendió ver a una joven escuálida de pie en el umbral. Nunca había reparado en ella. Llevaba un chal raído sobre su traje insulso. En las manos tenía una bayeta mugrienta. Era difícil saber si era una presidiaria o alguna clase de asistenta. Me miró de forma desapasionada y me preguntó:

—¿Cómo se llama?

—Harriet. Harriet Baxter.

Ella asintió, luego retrocedió hasta desaparecer. Me puse de rodillas, y me estaba palpando un bulto en la sien cuando ella apareció de nuevo en la puerta, esta vez con un viejo balde de madera.

—Tenga —dijo, y sin más me tiró el cubo sobre la cabeza con todas sus fuerzas.

Tuve el tiempo justo de levantar el brazo para protegerme, antes de que la madera me golpeara el codo con fuerza. Cayó agua mugrienta en cascada por todas partes; el cubo golpeó con estruendo al suelo y la mujer salió corriendo, riéndose.

Por un momento me quedé demasiado aturdida para moverme. Luego, decidiendo que estaría en una posición menos vulnerable de pie, me levanté, y estaba tratando de escurrirme el agua de la falda cuando el tintineo de llaves, pasos y el chasquido de una puerta anunciaron el regreso de la señora Fee, que poco después apareció por fin en el umbral.

—Bien —dijo con severidad—. Sigue viva. ¡En esta cárcel deben de ser todos unos zoquetes! No sé si deberían dejar entrar aquí a esa gente, sea o no esa mujer del Comité de Visitas. ¿Testificarán en su caso?

—Es posible.

—El memo de la puerta debería haberles hecho más preguntas.

Su mirada era tan acusadora que me vi obligada a replicar.

—Disculpe, pero no puede acusarme de la incompetencia de sus colegas.

Fee entrecerró los ojos y me apuntó con un dedo a modo de advertencia, como si me hubiera calado.

—Está mojada.

—Muy observadora.

—¿Por qué está mojada?

Señalé el balde.

—Una mujer me ha tirado el balde de agua.

Fee meneó la cabeza de forma cansina.

—Baxter, espero que no dé problemas. Sospecho que voy a estar bastante ocupada aquí, rodeada de zoquetes e imbéciles, para que venga usted y provoque una pelea cada cinco minutos. —Cogió el llavero—. Vamos, la llevaré de nuevo a la celda, y ya basta de bromas.

Esa tarde me escoltaron de nuevo a la sala de visitas. En esta ocasión me encontré a mi abogado, el señor Caskie, sentado a la mesa. Por desgracia, me traía noticias inquietantes. Me miró con gravedad mientras entraba y, tras unas pocas preguntas educadas sobre mi salud y bienestar, fue directo al grano.

—Señorita Baxter, parece ser que la policía ha ido a su banco con un mandamiento judicial. Han confiscado un libro mayor en el que consta que usted retiró grandes cantidades de dinero a principios de este año, entre la primavera y principios de verano.

—¿Grandes cantidades? Debe de tratarse de lo que saqué para Merlinsfield. Mandé hacer obras en una de las casas de mi padrastro. Tuve que pagar a los albañiles, así como los materiales y demás, así que retiré bastante.

—¿Guardó los recibos o alguna clase de registro escrito de esos pagos?

—Creo que sí, cuando era posible. Estarán en mi escritorio, en Bardowie, o en mi alojamiento de Queen’s Crescent.

—Ya…, si es que la policía no les ha echado el guante a estas alturas. Lo averiguaré. Verá, puede que tenga que presentar esos recibos como pruebas.

—Pero… ¿por qué?

Caskie suspiró.

—Bueno, todavía no he visto el libro de su banco, pero al parecer la cantidad retirada coincide con la que dice el alemán.

—Lo siento…, sigo sin entenderlo.

—Señorita Baxter, las cantidades que ese hombre dice que usted le pagó, y las fechas en las que afirma que se reunió con él para entregárselas, coinciden con las sumas y las fechas que constan en ese libro. Es de suponer que cuando él hizo su declaración no podía saber lo que había en el libro mayor de su banco. Pero, solo por poner un ejemplo, si dice que hay pruebas de que usted le pagó cierta cantidad, digamos cincuenta libras, el primer sábado de abril, y mire por dónde el día anterior, viernes, usted retiró cincuenta libras o un poco más, podría pintar mal. En otras palabras, señorita Baxter, durante el juicio un abogado astuto podría sugerir que usted retiró fondos ese día determinado para pagar a Schlutterhose el siguiente. Una coincidencia desafortunada, por supuesto, que resultaría bastante incómoda para nosotros.

17

Al regresar a mi celda después de la visita de Caskie, alguien me arrojó un objeto indescriptible desde un rellano superior. No me alcanzó, afortunadamente, por unas pulgadas, pero comprendí que cualquier incursión al exterior estaría plagada de dificultades, rayando en el peligro. Logré soportar los días siguientes ocupándome en lo que podía. Eso implicaba, en primer lugar, mantener correspondencia. Por ejemplo, escribí una larga carta a Annie. Sin embargo, aunque escribí varios borradores, al final decidí no enviársela. Escribí a Ned y a Elspeth, agradeciéndoles la visita, y, tras reflexionar, compuse una carta para mi padrastro. Tarde o temprano, uno de sus lacayos le informaría de mi detención, y me pareció mejor que se enterara por mí. Quería asegurarle que todo era un terrible malentendido y que no debía regresar del extranjero por mí. Temiendo que se enfadara conmigo por haber abandonado Merlinsfield, y ansiosa de no decepcionarlo, le aseguré que las obras en la casa se habían terminado de manera satisfactoria, luego escribí a Agnes Deuchars pidiéndole que me mantuviera informada de si había goteras o cualquier otro asunto que requiriera atención durante mi ausencia. También envié una nota a otras cuantas personas disuadiéndolas de ir a verme, ya que no tenía ningún deseo de que cualquiera de mis conocidos pisara ese horrible edificio.

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