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Authors: Douglas Adams

Tags: #ciencia ficción

La vida, el universo y todo lo demas (10 page)

BOOK: La vida, el universo y todo lo demas
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- A mí me gusta mucho - añadió -, pero a ojos de la mayoría de la gente, sois involuntariamente culpables del mal gusto más grotesco. Sobre todo por eso de la pelotita roja que llega a la meta; eso es muy desagradable.

- Hum - dijo Arthur con el ceño fruncido en actitud reflexiva para indicar que sus sinapsis cognitivas se las arreglaban con el comentario lo mejor que podían -, hum.

- Y estos - anunció Slartibartfast, otra vez en tono abovedado y gutural, al tiempo que señalaba al grupo de hombres de Krikkit, que ya los habían sobrepasado - son los que empezaron todo, que volverá a iniciarse esta noche. Vamos, los seguiremos y veremos por qué.

Salieron de debajo del árbol y siguieron al alegre grupo por el oscuro sendero de la colina. Su instinto natural hizo que fueran tras su presa de forma silenciosa y furtiva aunque, como iban caminando simplemente por una grabación de Ilusión Informática, bien podían teñirse de azul y tocar la tuba por toda la atención que los perseguidos les prestaban.

Arthur observó que un par de miembros del grupo cantaban ahora una canción diferente. La melodía les llegó a través del suave aire nocturno; era una dulce balada romántica que habría asegurado Kept y Sussex para McCartney poniéndole en buenas condiciones para hacer una oferta razonable por Hampshire.

- Sin duda tú debes saber lo que está a punto de ocurrir - dijo Slartibartfast.

- ¿Yo? - repuso Ford -. No.

- ¿No estudiaste de niño Historia Antigua de la Galaxia?

- Estuve en el cibercubículo de detrás de Zaphod - explicó Ford -; era muy distraído. Lo que no significa que no aprendiera algunas cosas bastante sorprendentes.

En ese momento Arthur notó una extraña peculiaridad en la canción que cantaba el grupo. La melodía, que habría instalado sólidamente a McCartney en Winchester haciéndole mirar con resolución desde el Test Valley al rico botín de New Forest, tenía una letra curiosa. El compositor se refería a la cita con una chica no «bajo la luna» ni «bajo las estrellas», sino «sobre la hierba», lo que pareció a Arthur un poco prosaico.

Luego volvió a mirar al cielo, sorprendentemente vacío, y tuvo la clara sensación de que eso debía tener una importancia especial: ojalá pudiera saber cuál. Le dio la impresión de estar solo en el Universo, y lo dijo.

- No - repuso Slartibartfast apretando un poco el paso -, la gente de Krikkit nunca ha considerado que está «sola en el Universo». Mira, están envueltos en una Nube de Polvo, con su único sol y su único mundo, y se encuentran justo en el extremo más oriental de la Galaxia. Debido a la Nube de Polvo, nunca ha habido nada que ver en el cielo. De noche está enteramente vacío. Durante el día hace sol, pero como no se le puede mirar de frente, no lo hacen. Apenas prestan atención al cielo. Es como si tuviesen un punto ciego que se extendiera 180 grados de horizonte a horizonte.

»Y la razón por la que nunca han pensado en que «estamos solos», es que hasta esta noche no se enterarán de la existencia del Universo. Hasta esta noche.

Siguió andando, dejando que las palabras resonaran en el aire tras él.

- Figúrate - continuó -, ni siquiera pensar en que «estamos solos», sólo porque a ti nunca se te ha ocurrido que existe otro modo de estar.

Volvió a avanzar.

- Me parece que esto va a resultar un poco desconcertante - añadió.

Al decir eso oyeron un trueno agudo, muy tenue, por encima de sus cabezas, en el cielo vacío. Levantaron la vista, alarmados, pero durante unos instantes no vieron nada.

Luego Arthur notó que delante de ellos los del grupo habían oído el ruido, pero que ninguno parecía saber qué era. Se miraban mutuamente; consternados, pasaban la vista de izquierda a derecha, hacia adelante, hacia atrás, e incluso al suelo. No se les ocurrió mirar arriba.

La profundidad del horror y del sobresalto que manifestaron unos instantes después, cuando los restos llameantes de una nave espacial cayeron retumbando del cielo para estrellarse a unos setecientos metros de donde ellos estaban, era algo que había que haber estado allí para verlo.

Unos hablan en tonos apagados del Corazón de Oro, otros de la Astronave

Bistromática.

Muchos hablan de la legendaria y gigantesca Titanic Espacial, nave de travesía fastuosa y señorial botada en las grandes factorías navales de Artrifactovol; y no les falta motivo.

Era de una belleza sensacional, increíblemente alta, y con unas instalaciones más agradables que las de cualquier nave de lo que queda de la historia (véase más abajo la nota sobre la Campaña en pro del tiempo real), pero tuvo la desgracia de que su construcción se llevó a cabo en los primeros días de la Física de la Improbabilidad, mucho antes de que esa difícil y abominable rama del conocimiento fuese plenamente, o un poco, entendida. En su inocencia, los proyectistas e ingenieros decidieron incorporarle un prototipo de Campo de la Improbabilidad con la supuesta intención de garantizar que era

Infinitamente Improbable que alguna parte de la nave se estropeara alguna vez.

No comprendieron que, debido a la naturaleza circular y casi recíproca de todos los cálculos de Improbabilidad, era bastante factible que casi de inmediato ocurriese algo

Infinitamente Improbable.

La Titanic Espacial ofrecía un aspecto monstruosamente bello mientras estaba fondeada como una ballena plateada del megavacío arcturiano entre la tracería iluminada por láser de los puentes de las grúas: una nube reluciente de alfileres y agujas luminosos frente a la honda negrura interestelar; pero al despegar, ni siquiera logró lanzar su primer mensaje por radio, un SOS, antes de sufrir un súbito, gratuito y absoluto fracaso existencial.

Sin embargo, el mismo acontecimiento que vio el desastroso fracaso de una ciencia en su infancia, también presenció la apoteosis de otra. Se demostró de manera concluyente que el número de gente que vio el reportaje televisivo en tres dimensiones de la botadura era mayor del que existía realmente en la época, lo que en la actualidad se ha reconocido como el mayor logro jamás alcanzado por la ciencia de la investigación de audiencia.

Otro acontecimiento espectacular para los medios de comunicación fue la supernova por la que horas después pasó la estrella Ysllodins. Allí es donde viven o, más bien, vivían los propietarios de las más importantes empresas de seguros de la Galaxia. Pero mientras de esas naves, y de otras grandiosas que vienen a la cabeza, como la Flota Galáctica de Combate - el GSS Temerario, el GSS Audacia y el GSS Locura Suicida -, se habla mucho, con respeto, orgullo, entusiasmo, cariño, admiración, pesadumbre, celos, resentimiento y, de hecho, con la mayoría de las mejores emociones conocidas, la que normalmente despierta mayor asombro es Krikkit Uno, la primera nave espacial que jamás construyera el pueblo de Krikkit.

No porque fuese una nave maravillosa, que no lo era.

Era un extraño montón de algo semejante a chatarra. Parecía que lo habían aplastado en algún patio, y en ese lugar fue precisamente donde lo aplastaron. Lo asombroso no era que la nave estuviera bien construida (no lo estaba), sino que llegara a construirse. El período de tiempo transcurrido entre el momento en que la gente de Krikkit descubrió que había una cosa llamada espacio y la botadura de su primera nave espacial, fue casi exactamente de un año.

Mientras se abrochaba el cinturón de seguridad, Ford Prefect se sintió sumamente agradecido de que aquello no fuese más que otra Ilusión Informática y de que en consecuencia se encontrara completamente a salvo. En la vida real no habría puesto el pie en aquella nave ni por todo el vino de arroz de China. Una de las frases que le vinieron a la cabeza fue: «Extremadamente insegura»; y otra: «¿Puedo bajarme, por favor?»

- ¿Va a volar esto? - inquirió Arthur, lanzando miradas sombrías por las tuberías atadas con cuerdas y por los alambres que festoneaban el atestado interior de la nave.

Slartibartfast le aseguró que sí, que se hallaban perfectamente a salvo, que todo iba a ser muy instructivo y nada desolador. Ford y Arthur decidieron relajarse y quedar desolados.

- ¿Por qué no volverse loco? - comentó Ford.

Delante de ellos y, desde luego, totalmente ignorantes de su presencia por la. mismísima razón de que en realidad no se encontraban allí, estaban los tres pilotos. Eran también los constructores de la nave. Habían estado aquella noche en el sendero de la colina cantando canciones enteramente tiernas. Sus cerebros quedaron levemente trastornados por la cercana colisión de la nave desconocida. Pasaron semanas arrancando hasta el último y minúsculo secreto de los restos de aquella nave chamuscada, sin dejar de cantar alegres cancioncillas de destripar astronaves. Aquélla era su nave, y en aquel momento también cantaban por ello, expresando el doble gozo del logro y de la propiedad. El estribillo era un poco conmovedor, describía la pena que el trabajo les había deparado durante tantas horas en el garaje, lejos de la compañía de sus mujeres e hijos, que les habían echado muchísimo de menos pero que habían mantenido su alegría contándoles historias interminables de lo bien que estaba creciendo el perrito.

¡Zas!, despegaron.

Surcaron el espacio con estrépito, como si la nave supiera exactamente lo que estaba haciendo.

- De ningún modo - dijo Ford poco después de que se recobraran del sobresalto de la aceleración, cuando salían de la atmósfera del planeta; e insistió -: En modo alguno termina nadie de proyectar y construir en un año una nave como ésta, por mucho entusiasmo que tenga. No lo creo. Demostrádmelo y seguiré sin creerlo.

Meneó la cabeza con aire pensativo y por un minúsculo ojo de buey contempló la nada del exterior.

Durante un rato no hubo incidentes en la travesía y Slartibartfast les tuvo pendientes de ella.

Sin embargo, muy pronto llegaron al perímetro interior de la Nube de Polvo, esférica y profunda, que envolvía el sol y su planeta natal, ocupando, por así decir, la siguiente órbita exterior.

Era como si se hubiese producido un cambio paulatino en la textura y consistencia del espacio. Ahora parecía que la oscuridad se desgarraba en ondas a su paso. La negrura del cielo nocturno de Krikkit era densa, vacía y helada.

La frialdad, la densidad y el vacío atenazaron lentamente el corazón de Arthur, que captó en lo más hondo los sentimientos de los pilotos, suspendidos en el aire como una gruesa carga estática. En aquel momento se hallaban en la frontera misma de la conciencia histórica de su raza. Era el límite exacto más allá del cual jamás habían especulado, o ni siquiera sabido que hubiese especulación alguna que hacer.

La oscuridad de la nube dio un bofetón a la nave. En su interior se encerraba el silencio de la historia. Su misión histórica consistía en averiguar si había algo o alguien al otro lado del cielo, desde donde pudieran llegar los restos de la nave, tal vez otro mundo extraño e incomprensible, aunque esa idea pertenecía a las estrechas mentes que habían vivido bajo el cielo de Krikkit.

La Historia se replegaba para asestar otro golpe.

La oscuridad seguía orlándose a su paso, el vacío se tragaba las sombras. Parecía cada vez más próxima, cada vez más densa, cada vez más honda. Y de pronto desapareció.

Salieron de la nube.

Vieron las gemas titilantes de la noche en su polvo infinito y sus cabezas cantaron de miedo.

Siguieron volando durante un rato, inmóviles frente a la extensión estrellada de la Galaxia, quieta ella misma frente a la infinita extensión del Universo. Y entonces dieron la vuelta.

- Tenía que pasar - dijeron los hombres de Krikkit al dirigirse de vuelta a casa.

En la travesía de vuelta cantaron una serie de canciones melodiosas y reflexivas sobre los temas de la paz, la justicia, la moral, la cultura, el deporte, la vida de familia y la destrucción de todas las demás formas de vida.

13

- Así que ya veis lo que pasa - dijo Slartibartfast moviendo despacio su café artificialmente fabricado, y en consecuencia agitando también la vorágine de intersecciones entre números reales e irreales, entre las percepciones interactivas de la mente y del Universo, para generar de ese modo las matrices reestructuradas de la subjetividad implícitamente - desarrollada que permitieran a su nave volver a componer el concepto mismo de tiempo y espacio.

- Sí - dijo Arthur.

- Sí - repitió Ford.

- ¿Qué hago con este trozo de pollo? - preguntó Arthur. Slartibartfast le miró con gravedad.

- Juega con él - recomendó -. Juega con él.

Hizo una demostración con su propia tajada.

Arthur hizo lo mismo y sintió el leve estremecimiento de una función matemática que vibraba por el muslo de pollo mientras se movía en cuatro dimensiones por donde Slartibartfast le había asegurado que era un espacio pentadimensional.

- De la noche a la mañana - explicó Slartibartfast -, todo el pueblo de Krikkit pasó de ser encantador, delicioso, inteligente...

-...aunque extravagante... - intercaló Arthur.

-...y normal y corriente - prosiguió Slartibartfast -, a ser un pueblo encantador, delicioso, inteligente...

-...extravagante...

-...y loco de xenofobia. La idea de Universo no encajaba en su concepción del mundo, por decirlo así. No pudieron asimilarla, sencillamente. Y así, por encantador, delicioso, inteligente y extravagante, si quieres, que fuesen, decidieron destruirlo. ¿Qué ocurre ahora?

- No me gusta mucho este vino - dijo Arthur, olisqueándolo.

- Pues devuélvelo. Todo forma parte de su elemento matemático.

Así lo hizo Arthur. No le gustó la topografía de la sonrisa del camarero, pero el dibujo lineal nunca le había gustado de todos modos.

- ¿A dónde vamos? - preguntó Ford.

- Volvemos a la Cámara de Ilusiones Informáticas - contestó Slartibartfast, levantándose y limpiándose la boca con la representación matemática de una servilleta de papel -, a ver la segunda parte.

14

- El pueblo de Krikkit - dijo su Ilustrísima Supremacía Sentenciatoria, el juez Pag DIMUSO (el Docto, Imparcial y Muy Sosegado), presidente de la junta de jueces en el juicio contra los crímenes de guerra de Krikkit - es, bueno, ya saben, no es más que una pandilla de tipos verdaderamente encantadores, ya saben, que da la casualidad de que quieren matar a todo el mundo. Demonios, yo me siento del mismo modo algunas mañanas. Mierda. Vale - prosiguió, poniendo los pies sobre el banco de enfrente y haciendo una pequeña pausa para quitarse un hilito de sus Playeras de Gala -, de manera que no es preciso que quieran ustedes compartir la Galaxia con esos tipos.

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