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Authors: Douglas Adams

Tags: #ciencia ficción

La vida, el universo y todo lo demas (18 page)

BOOK: La vida, el universo y todo lo demas
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- Supongo que no podremos hacer nada a estas alturas, ¿verdad? - preguntó Arthur con voz nerviosa.

- No - suspiró Slartibartfast.

La expresión decepcionada que apareció en el rostro de Arthur fue un completo fracaso, y como se encontraba en la sombra dejó que se transformara en una de alivio.

- Lástima - dijo.

- Estúpidamente, no tenemos armas - sentenció Slartibartfast.

- Maldita sea - apostilló Arthur en voz muy baja.

Ford no dijo nada.

Trillian tampoco abrió la boca, pero tenía un aire extrañamente claro y reflexivo. Miraba más allá del asteroide, al vacío del espacio.

El asteroide giraba en torno a la Nube de Polvo, que rodeaba la envoltura de Tiempo Lento, que a su vez encerraba el mundo en que vivían los habitantes de Krikkit, los Amos de Krikkit y sus robots asesinos.

El impotente grupo no tenía medio de saber si los robots de Krikkit habían notado su presencia. Sólo podían suponer que sí, pero que de acuerdo con las circunstancias los enemigos sabían que no tenían nada que temer. Debían realizar una misión histórica, y podían mirar con desprecio a su público.

- Es horrible el sentimiento de impotencia, ¿verdad? - dijo Arthur, pero los demás no le hicieron caso.

En medio de la zona de luz a la que se acercaban los robots, se abrió en el suelo una grieta en forma de cuadrado. La grieta fue haciéndose cada vez más visible y pronto resultó que un bloque de terreno, de unos dos metros cuadrados, se iba elevando poco a poco.

Al mismo tiempo percibieron otro movimiento, pero era casi subliminal, y por unos instantes no estuvo claro si era aquello lo que se movía.

Luego, sí.

El asteroide se movía. Se acercaba despacio a la Nube de Polvo, como si tirara de él un pescador celestial arrastrándolo con su caña a las profundidades.

Iban a hacer en la vida real el viaje por la Nube de Polvo que ya habían hecho en la Cámara de Ilusiones Informáticas. Permanecieron en silencio, paralizados. Trillian frunció las cejas.

Pareció que pasaba una eternidad. Los acontecimientos empezaron a sucederse con vertiginosa lentitud cuando el costado principal del asteroide penetró en el vago y blando perímetro exterior de la Nube.

Y pronto se vieron inmersos en una oscuridad tenue y vacilante. Fueron atravesándola, débilmente conscientes de formas vagas y de espirales indistinguibles en la oscuridad salvo con el rabillo del ojo.

El polvo amortiguaba los haces de brillante luz. Los haces de brillante luz destellaban sobre las innumerables motas de polvo.

Una vez más, Trillian contempló el pasadizo desde lo más profundo de sus ceñudos pensamientos.

Y llegaron al final. No estaban seguros de si habían tardado un minuto o media hora, pero lo habían atravesado para encontrarse con un vacío nuevo, como si el espacio hubiese concluido su existencia delante de ellos.

Y entonces las cosas se sucedieron con rapidez.

Un haz de luz cegadora casi pareció estallar de la masa que se había alzado a un metro del suelo, y de su interior brotó un bloque de Perspex más pequeño que despedía colores deslumbrantes y retozones.

El bloque tenía unas ranuras profundas, tres hacia arriba y dos atravesadas, con idea evidente de albergar la Llave Wikket. Los robots se acercaron a la Cerradura, introdujeron la Llave y retrocedieron. El bloque giró sobre sí mismo con voluntad propia y el espacio empezó a alterarse.

El espacio recobró la existencia pareciendo revolver en sus órbitas los ojos de los observadores. Se encontraron mirando, cegados, a un sol deshilachado que se presentó ante ellos donde sólo segundos antes ni siquiera había habido espacio vacío. Pasaron unos momentos antes de que se dieran cuenta suficiente de lo que había pasado y se pusieran las manos sobre los ojos aterrorizados y ciegos. En esos breves instantes percibieron que una mota diminuta cruzaba despacio el ojo de aquel sol.

Retrocedieron tambaleantes y oyeron resonar en sus oídos el tenue e inesperado canto de los robots, que gritaban al unísono.

- ¡Krikkit! ¡Krikkit! ¡Krikkit! ¡Krikkit!

El sonido les dio escalofríos. Era áspero, frígido, vacío; era mecánico y lúgubre. También era triunfal.

Quedaron tan pasmados por aquellas dos conmociones sensoriales, que casi se perdieron el segundo acontecimiento histórico.

Zaphod Beeblebrox, el único hombre de la historia que sobrevivió a un ataque de los robots asesinos, salió corriendo de la nave de guerra de Krikkit. Empuñaba una pistola

Mat-O-Mata.

- Vale - gritó -. La situación está absolutamente controlada, igual que este momento del tiempo.

El único robot que guardaba la escotilla de la nave blandió en silencio el bate aplicándolo a la nuca izquierda de Zaphod.

- ¿Quién diablos ha hecho eso? - dijo la cabeza izquierda, cayendo hacia adelante de mala manera.

La cabeza derecha miró atentamente hacia una distancia media. - ¿Quién ha hecho qué? - dijo.

El bate llegó a la nuca derecha.

Zaphod midió el suelo con todo su cuerpo, adoptando una forma bastante extraña.

Al cabo de unos segundos concluyó todo el acontecimiento. Unas cuantas descargas de los robots fueron suficientes para destruir la Cerradura para siempre. Se partió, se fundió y sus piezas se dislocaron.

Sombríamente y, casi podría decirse, con aire decepcionado, los robots se encaminaron de vuelta a la nave de guerra, que desapareció con un zumbido.

Trillian y Ford descendieron frenéticamente por la inclinada cuesta hacia el cuerpo oscuro y quieto de Zaphod Beeblebrox.

26

- No sé - declaró Zaphod por lo que le pareció trigésimo séptima vez -; podían haberme matado, pero no lo hicieron. Tal vez pensaran que yo era una especie de individuo maravilloso, o algo así. No logro entenderlo.

Los demás se limitaban a tomar nota en silencio de sus opiniones respecto a aquella teoría.

Zaphod estaba tumbado en el frío suelo del puente de mando. Su espalda parecía forcejear con el suelo cuando el dolor le atravesaba el cuerpo y le golpeaba en las cabezas.

- Creo - susurró - que esos fulanos sin gracia tienen algo fundamentalmente espectral.

- Están programados para matar a todo el mundo - indicó Slartibartfast.

- Podría ser - resolló Zaphod entre bofetadas de dolor.

No parecía convencido del todo.

- Hola, nena - dijo a Trillian, deseando que aquello compensara su comportamiento anterior.

- ¿Estás bien? - dijo ella cariñosamente.

- Sí - contestó Zaphod -. Estupendamente.

- Bien - repuso ella, retirándose a meditar.

Miró a la enorme visipantalla situada sobre las butacas de vuelo, giró un interruptor y empezaron a proyectarse imágenes locales. Una de ellas era la blancura de la Nube de Polvo. Otra, el sol de Krikkit. Otra, el propio Krikkit. En los intervalos se ponía furiosa.

- Bueno, pues ése es el adiós a la Galaxia - dijo Arthur, dándose una palmada en las rodillas y levantándose.

- No - dijo gravemente Slartibartfast -. Nuestro rumbo está claro.

En su frente se hicieron surcos suficientes para sembrar verduras de raíz pequeña. Se puso en pie, paseó de un lado para otro. Cuando volvió a hablar, lo que dijo le asustó tanto, que tuvo que sentarse otra vez.

- Hemos vuelto a fracasar de manera lastimosa. Muy penosa.

- Eso es porque no nos importa lo bastante - comentó Ford en voz baja -. Te lo dije.

Colocó los pies sobre el panel de instrumentos y con aire incierto empezó a hurgar algo que tenía en una uña.

- Pero a menos que decidamos tomar medidas - dijo el anciano en tono quejumbroso, como si luchara contra cierta indiferencia profunda de su naturaleza -, todos seremos destruidos, moriremos todos. Sin duda eso sí nos importa, ¿verdad?

- No lo suficiente para querer que nos maten por ello - repuso Ford, que esbozó una especie de falsa sonrisa exhibiéndola por toda la cámara para todo aquel que quisiera contemplarla.

Slartibartfast consideró ese punto de vista como sumamente sugestivo, y luchó contra él. Se volvió de nuevo a Zaphod, que rechinaba los dientes y sudaba de dolor.

- Seguro que tienes alguna idea - dijo el anciano - de por qué te han perdonado la vida. Es insólito. De lo más raro.

- Casi estoy por pensar que ni siquiera lo saben ellos - dijo Zaphod, encogiéndose de hombros -. Ya te lo he dicho. Me lanzaron una descarga muy débil, sólo para quitarme el sentido, ¿no? Me subieron a su nave, me dejaron tirado en un rincón y no me hicieron caso. Como si se sintieran molestos de tenerme allí. Si decía algo, me dormían otra vez. Tuvimos unas conversaciones magníficas. «¡Eh..., uf!» «¡Hola..., uf!» «Me pregunto...,

¡uf!» Me tuvieron entretenido durante horas, ¿sabes?

Volvió a encogerse de dolor.

Jugaba con algo que tenía entre los dedos. Lo sostuvo en alto. Era el Arco de Oro, el Corazón de Oro, el centro de la Energía de la Improbabilidad Infinita. Sólo eso y el Pilar de Madera habían escapado intactos de la destrucción.

- He oído que tu nave puede moverse un poco - dijo -. Así que, ¿qué te parece si me llevas zumbando a la mía antes de que vosotros...?

- ¿Es que no vas a ayudarnos? preguntó Slartibartfast.

- ¿A nosotros? - dijo bruscamente Ford -. ¿Quiénes somos nosotros?

- Me encantaría quedarme y ayudaros a salvar la Galaxia - insistió Zaphod, incorporando un poco la espalda -, pero tengo un par de dolores de cabeza y noto que se avecina un montón de jaquecas pequeñas. Pero la próxima vez que haga falta salvarla, ahí estaré. Oye, nena. ¿Trillian?

Ella volvió la cabeza brevemente.

- ¿Sí?

- ¿Quieres venir? ¿Al Corazón de Oro? ¿Emoción, aventura y desenfreno?

- Yo bajaré a Krikkit.

27

Era la misma colina, pero no del todo.

Esta vez no era una Ilusión Informática. Era el propio Krikkit, y tenían el pie puesto en él. Cerca de ellos, detrás de los árboles, estaba el extraño restaurante italiano que había traído sus cuerpos reales al mundo real de Krikkit.

La fuerte hierba que pisaban era real, igual que aquél suelo fértil. Las fragancias embriagadoras del árbol también eran reales. La noche era una noche auténtica.

Krikkit.

Para alguien que no sea de ese planeta, es el lugar más peligroso. El planeta que no toleraba la existencia de cualquier otro, cuyos encantadores, deliciosos e inteligentes habitantes aullaban de miedo, de fiereza y de odio asesino si se enfrentaban con alguien que no fuese de los suyos.

Arthur sintió un escalofrío.

Slartibartfast se estremeció. Ford, curiosamente, tembló.

Lo sorprendente no era que temblase, sino que realmente se encontrara allí. Pero cuando llevaron a Zaphod a su nave, Ford se sintió inesperadamente avergonzado por su deseo de escapar.

Error, pensó para sí, grandísimo error. Apretó contra el pecho una de las pistolas Mat-O-Mata con que se habían pertrechado en el arsenal de Zaphod.

Trillian se estremeció, miró al cielo y frunció las cejas.

El cielo tampoco era el mismo. Ya no estaba vacío.

Aunque la campiña que les rodeaba había cambiado poco en los dos mil años de las Guerras de Krikkit y en los meros cinco años que habían transcurrido localmente desde que Krikkit fue encerrado en la envoltura de Tiempo Lento diez billones de años atrás, el cielo era dramáticamente diferente.

De él pendían luces mortecinas y formas densas.

En lo más alto, donde ningún habitante de Krikkit miraba jamás, estaban las Zonas de Guerra y las Zonas de Robots: enormes naves de guerra y edificios en forma de torre que flotaban en los campos de Nil-O-Grav, muy por encima de las bucólicas e idílicas tierras de la superficie de Krikkit.

Trillian las contempló y meditó.

- Trillian - musitó Ford Prefect.

- ¿Sí? - dijo ella.

- ¿Qué haces?

- Estoy pensando.

- ¿Siempre respiras así cuando piensas?

- No me daba cuenta de que estaba respirando.

- Eso es lo que me preocupaba.

- Me parece que sé... - dijo Trillian.

- ¡Chss! - dijo alarmado Slartibartfast, cuya mano delgada y temblorosa les hizo adentrarse más en la sombra del árbol.

De pronto, como antes en la cinta, vieron luces que venían por el sendero de la colina, pero esta vez los haces luminosos no provenían de faroles sino de linternas eléctricas; no es que fuese un cambio espectacular, pero cualquier detalle hacía que sus corazones latieran fuertemente en sus pechos. En esta ocasión no había canciones melodiosas y extravagantes que celebraran las flores, las labores del campo y los perros muertos, sino voces apagadas que discutían con premura.

Una luz se movió lentamente en el cielo. Arthur se sintió sobrecogido por un terror claustrofóbico y el aire cálido se le agarró a la garganta.

Al cabo de unos instantes apareció un segundo grupo que se aproximaba por el otro lado de la negra colina. Se movían con rapidez y con paso decidido; sus linternas oscilaban sondeando los alrededores.

Era evidente que ambos grupos se juntarían, y no precisamente el uno con el otro. Iban a converger deliberadamente en el sitio donde se encontraban Arthur y los demás.

Arthur oyó un leve rumor cuando Ford Prefect se llevó al hombro el rifle Mat-O-Mata, y una tosecilla quejumbrosa cuando Slartibartfast hizo lo mismo con el suyo. Sintió el peso poco familiar de su propio rifle y, con manos temblorosas, lo alzó.

Movió los dedos torpemente para quitar el seguro y liberar el mecanismo de máximo peligro, tal como Ford le había enseñado. Temblaba de tal manera, que si en aquel momento disparaba contra alguien probablemente le habría marcado su firma a fuego.

Únicamente Trillian no alzó su fusil. Enarcó las cejas, volvió a bajarlas y se mordió el labio, absorta en sus pensamientos.

- ¿Se os ha ocurrido...? - empezó a decir, pero nadie tenía muchas ganas de hablar en aquel momento.

Una luz atravesó la oscuridad a sus espaldas y, al darse la vuelta, vieron a un tercer grupo de krikkitenses que les enfocaba con sus linternas.

El arma de Ford Prefect rugió con furia, pero el fuego volvió a entrar en ella y el fusil se le cayó de las manos.

Hubo un momento de terror puro, un segundo eterno antes de que alguien volviera a disparar.

Y cuando el segundo concluyó, nadie disparó.

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