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Authors: Douglas Adams

Tags: #ciencia ficción

La vida, el universo y todo lo demas (22 page)

BOOK: La vida, el universo y todo lo demas
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Sin soltar la pelota, que aún sujetaba firmemente en la mano derecha, se elevó por el aire gimoteando de sorpresa.

Giró y remolineó por el aire, dando vueltas sin sentido. Viró hacia el suelo, lanzándose frenéticamente y arrojando al mismo tiempo la bomba a una distancia donde no podía hacer daño.

Se precipitó contra el robot por detrás. Aún tenía alzado el bate de múltiples usos, pero se vio súbitamente desprovisto de algo a lo que golpear.

Con un repentino y enloquecido acceso de energía, Arthur arrancó el bate del sorprendido robot, ejecutó un deslumbrante giro en el aire, se apartó con un impulso poderoso y con ímpetu febril desprendió de los hombros la cabeza del robot.

- ¿Vienes ya? - preguntó Ford.

EPÍLOGO: La Vida, eL Universo y Todo lo Demás

Y al fin volvieron a viajar.

Hubo un momento en que Arthur Dent no quiso hacerlo. Dijo que la Energía

Bistromática le había revelado que el tiempo y la distancia eran una sola cosa, que el

Universo y la mente eran lo mismo, que la percepción y la realidad eran idénticas, que cuanto más se viajaba más se quedaba uno en el mismo sitio, y que entre una cosa y otra prefería estarse quieto durante un tiempo para ordenar todo aquello en su mente, que ahora formaba parte del Universo, de manera que no tardaría mucho; luego se tomaría un buen descanso, haría unos ejercicios de vuelo y aprendería a cocinar, cosa que siempre había tenido intención de hacer. La lata de aceite de oliva griego constituía ahora su posesión más preciada, y afirmó que la manera inesperada en que había aparecido en su vida le había vuelto a conferir cierto sentido de la unidad de las cosas, cosa que le hacía sentir que...

Bostezó y se quedó dormido...

Por la mañana, mientras se disponían a llevarle a un planeta tranquilo e idílico donde no les importase que hablase de aquel modo, recibieron inopinadamente una llamada de socorro emitida por ordenador y se desviaron del rumbo para investigar.

Una pequeña nave espacial del tipo Mérida, indemne al parecer, parecía bailar una extraña jiga en el vacío. Una breve inspección realizada por ordenador reveló que la nave se encontraba en buenas condiciones; su ordenador funcionaba, pero el piloto estaba loco.

- Medio loco, medio loco insistió el piloto cuando le llevaron a bordo, delirando.

Era periodista y trabajaba en la Gaceta Sideral. Le dieron un sedante y enviaron a Marvin para que le hiciese compañía hasta que prometiera hablar con sentido común.

- Estaba informando de un juicio en Argabuthon - dijo al fin.

Incorporó la estrecha y agotada espalda; sus ojos miraban frenéticamente. Sus cabellos blancos parecían saludar a alguien que estuviera en la habitación de al lado.

- Tranquilo, tranquilo - dijo Ford.

Trillian le puso una mano en el hombro para calmarle.

El periodista volvió a tumbarse y miró al techo de la enfermería de la nave.

- El caso ya no tiene importancia - dijo -, pero había un testigo... un testigo..., un hombre llamado Prak. Una persona difícil y extraña. Al final se vieron obligados a administrarle un narcótico para que dijera la verdad, una droga de la verdad.

Sus ojos giraron desvalidamente en las órbitas.

- Le dieron demasiado - prosiguió en un leve murmullo -. Le dieron demasiado. -

Empezó a llorar -. Creo que los robots empujaron el brazo del médico.

- ¿Robots? - preguntó bruscamente Zaphod -. ¿Qué robots?

- Unos robots blancos - susurró el hombre con voz ronca irrumpieron en la sala del juicio y robaron el cetro del juez, el cetro de la justicia de Argabuthon, un objeto desagradable de Perspex. No sé por qué lo querían. - Se echó a llorar de nuevo -. Y creo que empujaron el brazo del médico...

Sacudió la cabeza de un lado a otro, sin fuerza, tristemente, con aire desvalido y los ojos retorcidos de pena.

- Y cuando prosiguió el juicio - añadió en un murmullo llorón, haciendo una pausa y estremeciéndose -, pidieron a Prak una cosa de lo más lamentable. Le pidieron que dijera la Verdad, Toda la Verdad y Nada más que la Verdad. Pero ¿no comprendéis?

De pronto volvió a incorporarse sobre el codo y empezó a gritar.

- ¡Le habían dado demasiada droga!

Volvió a derrumbarse, quejándose en voz baja. Demasiada, demasiada, demasiada...

El grupo reunido en torno a su cama intercambió unas miradas. Tenían la espalda con carne de gallina.

- ¿Qué pasó? - preguntó Zaphod al cabo.

- Pues claro que la dijo - dijo el hombre con furia -. Por lo que yo sé, todavía sigue diciéndola. ¡Unas cosas horribles..., horribles!

Chilló de nuevo.

Trataron de calmarlo, pero volvió a incorporarse a duras penas.

- ¡Cosas horribles, incomprensibles - gritó -, cosas que volverían loco a cualquiera! Los miró con ojos de loco.

- O en mi caso, medio loco. Soy periodista.

- ¿Quieres decir - preguntó Arthur en voz baja - que estás acostumbrado a enfrentarte con la verdad?

- No - dijo el periodista con el ceño fruncido de perplejidad -. Me refiero a que presenté una excusa y me marché pronto.

Cayó en un estado de coma del que sólo se recobró una vez y brevemente.

En tal ocasión, descubrieron por él lo siguiente:

Cuando se hizo evidente lo que pasaba y que no se podía detener a Prak, viéndose la verdad en su forma absoluta y definitiva, se despejó la sala del tribunal.

No sólo se despejó, sino que se selló con Prak todavía dentro. A su alrededor se erigieron muros de acero y, sólo para estar seguros, se instalaron alambres de espino, cercas electrificadas, fosos de cocodrilos y tres ejércitos importantes, para que de ese modo nadie oyera hablar jamás a Prak.

- ¡Qué lástima! - dijo Arthur -. Me hubiera gustado escucharle. Es posible que supiera cuál es la Pregunta de la Respuesta Última. Siempre me ha molestado que nunca la hayamos encontrado.

- Piensa en un número - dijo el ordenador -. Cualquiera.

Arthur dijo al ordenador el número de teléfono de la oficina de información de la estación de King's Cross, porque si tenía alguna utilidad, podría ser ésa.

El ordenador introdujo el número en la ya reconstituida Energía de la Improbabilidad de la nave.

En Relatividad, la Materia dice al Espacio cómo curvarse, y el Espacio dice a la Materia cómo moverse.

El Corazón de Oro dijo al espacio que se contrajera, aterrizando suavemente en el interior del recinto de acero del Palacio de justicia de Argabuthon.

La sala del tribunal era un lugar sobrio, una sala amplia y oscura, sin duda hecha para la justicia y no, por ejemplo, para el Placer. Allí no podría celebrarse una cena; al menos, no con éxito. El decorado deprimiría a los invitados.

Los techos eran altos, abovedados y muy oscuros. Las sombras se movían furtivamente, con lúgubre determinación. El revestimiento de las paredes, de los bancos y de las pesadas columnas había salido de los árboles más oscuros y severos del aterrador Bosque de Arglebard. El negro y macizo Podio de la justicia que dominaba el centro de la sala era un monstruo de gravedad. Si un rayo de sol lograba alguna vez introducirse hasta ese lugar del palacio de Justicia de Argabuthon, se habría dado la vuelta para escapar de inmediato.

Arthur y Trillian fueron los primeros en entrar, mientras Ford y Zaphod mantenían vigilancia en la retaguardia.

Al principio parecía completamente a oscuras y desierta. Sus pasos resonaban huecamente por la estancia. Era curioso. Todas las defensas seguían en su sitio y funcionaban en el perímetro exterior del edificio; habían hecho verificaciones superficiales. Por tanto, supusieron que la confesión de la verdad continuaba. Pero no había nada.

Luego, cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, distinguieron un tenue resplandor rojo en un rincón, y tras él una sombra que se movía. Lo enfocaron con una linterna.

Prak estaba repantigado en un banco, fumando desganadamente un cigarrillo. - Hola - dijo con un breve gesto.

Su voz resonó por la estancia. Era un hombrecillo de cabellos ásperos. Estaba sentado con los hombros echados hacia adelante; su cabeza y sus rodillas no paraban de moverse. Dio una calada al cigarrillo.

Lo miraban fijamente.

- ¿Qué ocurre? - preguntó Trillian.

- Nada - contestó Prak, agitando los hombros.

Arthur enfocó la linterna directamente sobre el rostro de Prak.

- Creíamos - dijo - que estabas obligado a decir la Verdad, Toda la Verdad y Nada más que la Verdad.

- Ah, eso. Sí. Lo estaba. Ya he terminado. No da para tanto como la gente imagina.

Aunque tiene cosas bastante curiosas.

Súbitamente estalló en carcajadas locas durante tres segundos y se detuvo. Permanecía allí sentado, moviendo la cabeza y las rodillas. Fumaba el cigarrillo con una sonrisita extraña.

Ford y Zaphod avanzaron de entre las sombras.

- Cuéntanoslo - dijo Ford.

- Ya no me acuerdo de nada - confesó Prak -. Pensé en anotar algunas cosas, pero primero no encontré un lápiz y luego me dije: ¿para qué molestarme?

Hubo un largo silencio durante el que recibieron la impresión de que el Universo había envejecido un poco. Prak miraba directamente a la luz de la linterna.

- ¿Nada? - preguntó Arthur al fin -. ¿No te acuerdas de nada?

- No. Salvo que lo más agradable era acerca de las ranas; eso sí lo recuerdo.

De pronto empezó a retorcerse otra vez de risa, golpeando los pies en el suelo.

- No creeríais algunas de las cosas de las ranas - jadeó -. Venga, salgamos a buscar una rana. ¡Qué distintas las veo ahora, chico!

Se puso en pie de un salto y ejecutó una danza breve. Luego se detuvo y dio una calada larga al cigarrillo.

- Vamos a buscar una rana que me haga reír. De todos modos, ¿quiénes sois vosotros?

- Hemos venido a buscarte - dijo Trillian, que no quiso borrar la decepción en su voz -.

Me llamo Trillian.

Prak agitó la cabeza.

- Ford Prefect - dijo éste, encogiéndose de hombros.

Prak sacudió la cabeza.

- Y yo - anunció Zaphod cuando consideró que el silencio volvía a ser lo bastante profundo para lanzar a la ligera una noticia tan seria - soy Zaphod Beeblebrox.

Prak meneó la cabeza.

- ¿Quién es ese individuo? - preguntó Prak, moviendo el hombro hacia Arthur, que permanecía silencioso, perdido en sus decepcionados pensamientos.

- ¿Yo? - dijo Arthur -. Pues me llamo Arthur Dent.

A Prak casi se le salieron los ojos de las órbitas.

- ¿En serio? - aulló -. ¿Tú eres Arthur Dent? ¿El mismo Arthur Dent?

Retrocedió tambaleándose, sujetándose el estómago con ambas manos, retorciéndose en otro paroxismo de risa.

- ¡Eh, sólo imaginar que te conocería! - jadeó, y prosiguió gritando -: ¡Chico, eres el más..., vaya, si haces que las ranas se pongan de pie!

Aulló y chilló de risa. Se desplomó hacia atrás sobre el banco. Gritó y vociferó, histérico. Lloró de risa, pataleó en el aire, se golpeó el pecho. Poco a poco se calmó, jadeando. Los miró. Se fijó en Arthur. Volvió a derrumbarse, aullando de risa. Por fin se quedó dormido.

Arthur se quedó allí con la boca torcida mientras los demás llevaban a la nave a Prak, en estado comatoso.

- Antes de que recogiéramos a Prak - manifestó Arthur -, me iba a marchar. Todavía quiero hacerlo, y creo que sería preferible hacerlo lo antes posible.

Los otros asintieron en silencio. La quietud sólo se veía levemente rota por los lejanos y muy amortiguados ecos de la risa histérica procedente de la cabina de Prak, al otro extremo de la nave.

- Le hemos interrogado - prosiguió Arthur -; o al menos, le habéis interrogado, pues ya sabéis que yo no puedo acercarme a él, sobre todas las cosas, y no parece tener prácticamente nada con que colaborar. Sólo cosas insignificantes de cuando en cuando y eso acerca de las ranas que no deseo escuchar.

Los otros trataron de no sonreír.

- Bueno, yo soy el primero en apreciar un chiste - dijo Arthur y entonces tuvo que esperar a que los demás dejaran de reírse -. Soy el primero... - volvió a detenerse.

Esta vez se detuvo y escuchó el silencio. Había silencio de verdad, y se había producido de repente.

Prak había callado. Durante días habían vivido con una continua risa loca que resonaba por toda la nave, con sólo unos períodos breves de risitas suaves y de sueño. El ánimo de Arthur estaba lleno de paranoia.

Aquél no era el silencio del sueño. Sonó un timbre. Una mirada al tablero les informó de que Prak lo había hecho sonar.

- No se encuentra bien - dijo Trillian, con calma -. La constante risa le está destrozando el cuerpo por completo.

Arthur torció los labios, pero no dijo nada.

- Será mejor que vayamos a verle - dijo Trillian. Trillian salió de la cabina con cara seria.

- Quiere que pases - dijo a Arthur, que tenía una expresión sombría y taciturna.

Metió las manos hasta el fondo de los bolsillos de la bata e intentó pensar en decir algo que no fuese mezquino. Parecía sumamente desleal, pero no pudo.

- Por favor - insistió Trillian.

Se encogió de hombros y entró, sin alterar la expresión sombría y taciturna a pesar de la reacción que siempre provocaba en Prak.

Miró a su atormentador, que yacía tranquilo en la cama, pálido y agotado. Su respiración era muy poco profunda. Ford y Zaphod estaban de pie junto a la cama con expresión afectada.

- Querías preguntarme algo - dijo Prak con voz tenue y tosiendo ligeramente.

Sólo la tos hizo que Arthur se pusiera rígido, pero pasó pronto.

- ¿Cómo lo sabes? - preguntó.

- Porque es verdad - dijo sencillamente Prak, encogiendo los hombros.

Arthur comprendió.

- Sí - dijo al fin, arrastrando las palabras con esfuerzo -. Tenía una pregunta. Mejor dicho, lo que realmente tenía era una Respuesta. Quería saber cuál era la Pregunta.

Prak asintió con aire comprensivo y Arthur se tranquilizó un poco.

- Es..., bueno, es una larga historia - dijo -, pero la pregunta que me gustaría conocer es la Pregunta Última de la Vida, del Universo y de Todo lo Demás. Lo único que sabemos es que la Respuesta es Cuarenta y Dos, lo que resulta un poco exasperante.

Prak volvió a asentir con la cabeza. - Cuarenta y dos - dijo -. Sí, eso es.

Hizo una pausa. Pensamientos y recuerdos cruzaron por su rostro como sombras de nubes por la tierra.

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