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Authors: Lars Kepler

Tags: #Intriga

La vidente (27 page)

BOOK: La vidente
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Cuando el médico terminó de vendarla y Elin volvió al salón, el servicio de limpieza ya había retirado todos los cristales y había fregado el suelo. Se habían llevado la vitrina y Robert se había encargado de que la fuente de cerámica fuera enviada a un restaurador del Museo Mediterráneo.

82

Elin Frank avanza a paso lento por el pasillo sin sonreírle a nadie. Se dirige al despacho del comisario Joona Linna. Se ha puesto gafas de sol negras para ocultar el rastro ajado que las lágrimas han dejado en sus ojos. Lleva el abrigo Burberry de color gris grafito desabrochado y se ha envuelto el pelo en un chal de seda plateado. Los profundos cortes de su muñeca laten incesantes bajo las vendas y le duelen.

Los tacones repican contra el suelo. Un póster con el título SI CREES QUE NO VALES NADA Y QUE LOS MORATONES FORMAN PARTE DEL DÍA A DÍA, TIENES QUE VENIR A VERNOS CUANTO ANTES ondea a su paso. Unos pocos hombres con jersey azul marino se meten en la zona de operaciones especiales. Una mujer fornida con jersey de angora de color rojo y falda negra ceñida sale de un despacho y se queda esperando a Elin con los brazos caídos.

—Me llamo Anja Larsson —dice la mujer.

Elin intenta decir que quiere hablar con Joona Linna, pero la voz no le da para tanto. La robusta mujer le sonríe y le dice que la acompañará hasta el comisario.

—Perdón —susurra Elin.

—No pasa nada —dice Anja y la lleva hasta la puerta de Joona, llama con los nudillos y abre.

—Gracias por el té —dice Joona y le ofrece una silla a Elin.

Mientras ella se sienta Anja y Joona intercambian una mirada fugaz.

—Traeré un poco de agua —dice Anja y los deja solos.

El despacho queda en silencio. Elin intenta guardar la suficiente calma como para empezar a hablar. Espera unos segundos y luego dice:

—Sé que es demasiado tarde para todo y sé que no le ayudé cuando vino a verme y… puedo imaginarme lo que piensa de mí…

Pierde el hilo de lo que iba a decir, las comisuras de sus labios se doblan hacia abajo y las lágrimas comienzan a brotar imparables, aparecen por debajo de las gafas de sol y ruedan por sus mejillas. Anja vuelve a entrar con un vaso de agua y un racimo de uvas enjuagadas en un platillo y se marcha de nuevo.

—Ahora sí me gustaría hablar sobre Vicky Bennet —dice Elin con más presencia de ánimo.

—Le escucho —dice él en tono afable.

—Tenía seis años cuando vino a mí y la tuve… la tuve durante nueve meses…

—Así lo tenía entendido —dice Joona.

—Pero lo que no sabe es que yo… la traicioné como no se debe traicionar a nadie.

—A veces es inevitable.

Elin se quita las gafas de sol con manos temblorosas. Observa meditativa al comisario que tiene delante, su pelo claro y revuelto, la expresión seria de su cara y sus ojos grises, extrañamente cambiantes.

—Ya no me puedo querer a mí misma —dice ella—. Pero quiero…, quiero proponerle una cosa… Estoy dispuesta a cubrir todos los costes… para que encuentren los cuerpos y para que el caso continúe sin escatimar gastos.

—¿Por qué querría hacer eso? —pregunta él.

—Aunque ya no se pueda arreglar nada, quizá… Quiero decir, ¿y si fuera inocente?

—No hay ningún indicio de ello.

—No, pero me cuesta creer que…

Elin se queda callada y sus ojos se vuelven a llenar de lágrimas.

—¿Porque de niña era bonita y entrañable?

—Lo cierto es que en general ni siquiera era eso —sonríe Elin.

—Casi me lo imaginaba.

—¿Continuarán con el caso si pongo los medios necesarios?

—No podemos aceptar su dinero por…

—Estoy segura de que a nivel legal se puede solucionar.

—Puede ser, pero eso no cambiaría nada —le explica Joona con delicadeza—. El fiscal está a punto de cerrar el caso…

—¿Qué puedo hacer? —susurra Elin desconcertada.

—No debería decirle esto, pero yo voy a continuar, porque estoy convencido de que Vicky sigue viva.

—Pero en las noticias han dicho… —murmura Elin, y se pone de pie tapándose la boca con una mano.

—El coche estaba a cuatro metros de profundidad y había sangre y pelos en el marco del parabrisas roto —dice él.

—Pero ¿usted cree que están vivos? —pregunta ella secándose rápidamente las mejillas.

—Sé que no se ahogaron en el río —dice Joona.

—Dios mío —susurra Elin.

83

Elin se vuelve a sentar en la silla y llora mirando hacia otro lado. Joona le da tiempo, se acerca a la ventana y mira al exterior. Está lloviznando y los árboles del parque se mecen con la brisa del mediodía.

—¿Tiene idea de dónde podría esconderse? —le pregunta él al cabo de un rato.

—Su madre suele dormir en diferentes garajes… Conocí a Susie una vez que se iba a quedar con Vicky un fin de semana… Le acababan de dar un piso en Hallonbergen, pero no funcionó, durmieron en el metro y a Vicky la encontraron sola en el túnel entre las paradas de Slussen y Mariatorget.

—Puede que nos cueste mucho encontrarla —dice Joona.

—Llevo ocho años sin ver a Vicky, pero el personal del Centro Birgitta… los que hayan hablado con ella tienen que saber algo —dice Elin.

—Sí —asiente Joona y se queda callado.

—¿Qué pasa?

Sus miradas se encuentran:

—La única persona con la que Vicky hablaba era la enfermera que fue asesinada… y su marido trabaja como asistente social. Él debería tener información… por poca que sea. Pero está psíquicamente muy mal y su médico no deja que la policía hable con él. No hay nada que hacer, el médico cree que un interrogatorio dificultaría su recuperación.

—Pero yo no soy policía —dice Elin—. Yo podría hablar con él.

Mira a Joona a los ojos y comprende que es justo lo que el comisario estaba deseando oír.

En el ascensor, Elin siente el agotamiento de haber estado llorando a lágrima viva. Piensa en la voz del comisario, su leve acento finlandés. Sus ojos grises eran hermosos a la vez que severos.

La mujer fornida que le hacía de ayudante había llamado al hospital de Sundsvall para oír que el asistente Daniel Grim había sido trasladado a la planta de psiquiatría, pero que el médico que llevaba su caso se había encargado de que la policía tuviera terminantemente prohibido tanto las visitas como cualquier tipo de contacto durante la rehabilitación.

Elin deja atrás el gran vestíbulo de cristal de la policía judicial, cruza la calle, se sienta en su BMW y marca el número del hospital de Sundsvall. La pasan con la sección 52 B y le dicen que la habitación de Daniel Grim tiene bloqueadas las llamadas entrantes, pero que el horario de visitas es hasta las seis.

Elin introduce la dirección en el navegador del coche y ve que el trayecto es de trescientos setenta y cinco kilómetros; si sale ahora llegará al hospital a las siete menos cuarto. Hace un cambio de sentido en mitad de la calle Polhemsgatan, se sube a la acera frente a la comisaría, baja a la calzada otra vez y sigue recto hasta la calle Fleminggatan.

En el primer semáforo la llama Robert Bianchi para recordarle que tiene una reunión con Kinnevik y Sven Warg dentro de veinte minutos en la Waterfront Expo.

—No me da tiempo —dice ella escueta.

—¿Les digo que pueden empezar sin ti?

—Robert, no sé cuándo volveré, pero no será hoy.

En la autopista E4 fija la velocidad a exactamente veintinueve kilómetros por hora por encima de la máxima permitida. Las multas no significan nada para ella, pero no le iría nada bien que le retiraran el permiso de conducir.

84

Joona siente y sabe que Vicky Bennet y el pequeño Dante están vivos. No puede abandonarlos ahora.

Una chica que ha matado a dos personas a golpes y que les ha destrozado la cara a otras dos con una botella rota, le ha robado ahora un niño a su madre y se ha escondido con él en algún lugar.

Todo el mundo los da por muertos.

Ya nadie los busca.

Joona piensa en qué punto de la investigación se encontraba cuando su compañera Sonja Rask de Sundsvall lo llamó para informarle de la grabación de la cámara de seguridad de la gasolinera. Joona había hablado con una de las alumnas del Centro Birgitta, que le había dicho que Vicky tomaba Zyprexa.

Joona se cercioró de los efectos secundarios del medicamento hablando con la esposa de Nålen, que era psiquiatra.

«Todavía faltan demasiados componentes —piensa—. Pero es posible que Vicky se pasara con la dosis del antidepresivo.»

Caroline dijo que cuando se tomaba una pastilla de Zyprexa le entraba un cosquilleo por todo el cuerpo y luego describió ataques repentinos de hiperactividad y rabia.

Joona cierra los ojos y se imagina a Vicky exigiendo que le dieran las llaves. Amenazó a Elisabet con el martillo, se enfadó y la golpeó una y otra vez. Después le quitó las llaves a la mujer muerta y abrió la puerta del cuarto de aislamiento. Miranda estaba sentada en la silla con el edredón sobre los hombros cuando Vicky entró y la golpeó en la cabeza con una piedra.

La tumbó en la cama y le puso las manos sobre la cara.

Entonces su rabia comenzó a disminuir.

Vicky quedó desconcertada, se llevó el edredón manchado de sangre y lo escondió debajo de su cama justo cuando empezó a sentir el efecto relajante de la medicina. Probablemente, le entró un sueño terrible, tiró las botas dentro del armario, escondió el martillo debajo de la almohada, se tumbó y se quedó dormida. Al cabo de unas horas se despertó, comprendió lo que había hecho, tuvo miedo, saltó por la ventana y huyó bosque a través.

La medicina podría explicar la rabia y por qué durmió en las sábanas ensangrentadas.

Pero ¿qué hizo con la piedra? ¿De verdad existía tal piedra?

De nuevo Joona siente una oleada de duda. Por segunda vez en la vida se pregunta si Nålen no se estará equivocando.

85

A las seis menos cinco minutos Elin cruza las puertas de la sección 52 B, para a una enfermera y le dice que está buscando la habitación de Daniel Grim.

—El horario de visitas ha terminado —responde la mujer y sigue caminando.

—Dentro de cinco minutos —replica Elin sonriendo.

—Solemos parar a las seis menos cuarto para poder organizarnos.

—He venido en coche desde Estocolmo —suplica.

La enfermera se detiene y la mira con los ojos llenos de sospecha.

—Si hiciéramos excepciones con todo el mundo esto sería un ir y venir de gente las veinticuatro horas del día —dice arisca.

—Por favor, déjame sólo…

—No da tiempo ni para un café.

—No importa —asegura Elin.

La enfermera sigue sin parecer del todo convencida, pero le hace un gesto con la cabeza para que la acompañe, gira a la derecha y llama a la puerta de una habitación.

—Gracias —dice Elin y espera a que la enfermera se haya marchado para entrar.

Junto a la ventana hay un hombre de mediana edad con la cara gris. Aquella mañana no se ha afeitado, quizá tampoco el día anterior. Lleva vaqueros y una camisa arrugada. Con ojos extrañados mira a Elin y se pasa la mano por el pelo.

—Me llamo Elin Frank —dice en tono suave—. Sé que te estoy molestando y te pido disculpas por ello.

—No, es… es…

Elin lo mira y tiene la sensación de que ha estado varios días llorando. En otro contexto el hombre le habría parecido muy guapo. Sus rasgos afables, la inteligencia madura.

—Necesito hablar contigo, pero lo entenderé si ahora no tienes ánimo.

—No te preocupes —dice con una voz que parece poder romperse en cualquier momento—. La prensa estuvo aquí los primeros días, pero entonces no podía ni hablar, no tenía fuerzas, no tenía nada que decir…, o sea, me gustaría mucho ayudar a la policía, pero la cosa no ha ido demasiado bien…, no consigo poner orden en mi cabeza.

Elin intenta encontrar una forma de empezar a hablar de Vicky. Comprende que para él la chica debe de ser un monstruo que le ha destrozado la vida y que no le será fácil conseguir que la ayude.

—¿Puedo entrar un momento?

—No sé, sinceramente —dice él y se frota la cara.

—Daniel, lamento mucho todo lo que te ha pasado.

Él susurra un «gracias» y se sienta, luego levanta la cabeza y se dice a sí mismo:

—Digo gracias, aunque en verdad no lo acabo de entender —pronuncia despacio—. Es tan irreal, porque yo estaba preocupado por el corazón de Elisabet… y…

Su cara se apaga, se vuelve gris y absorta otra vez.

—No puedo imaginarme por lo que estás pasando —dice ella en voz baja.

—Ahora tengo un psicólogo para mí —dice él con una sonrisa rota—. Nunca se me habría ocurrido, que yo necesitara un psicólogo… Me escucha, se queda sentado y espera mientras yo me sueno los mocos, siento que… ¿Sabes? No deja que la policía me interrogue… Seguramente yo habría tomado la misma decisión si estuviera en su lugar…, pero al mismo tiempo, me conozco, no corro ningún peligro… A lo mejor debería decirle que creo que puedo hablar…; no es que sepa que puedo ser de ayuda pero…

—Seguro que es bueno hacerle caso al psicólogo —dice Elin.

—¿Tanto desvarío? —pregunta él sonriendo.

—No, pero…

—A veces se me ocurre alguna cosa que debería decirle a la policía, pero luego se me olvida, porque es raro, pero no consigo concentrarme, es como estar muerto de cansancio.

—Ya verás como pronto mejoras.

Daniel se pasa la mano por debajo de la nariz y mira a Elin.

—¿Te he preguntado para quién escribes?

Ella niega con la cabeza y responde:

—Estoy aquí porque Vicky Bennet vivió conmigo cuando tenía seis años.

86

La habitación está en silencio. Se oyen pasos en el pasillo, al otro lado de la puerta. Daniel parpadea detrás de las gafas y aprieta los labios como reuniendo todas sus fuerzas para intentar comprender lo que Elin acaba de decir.

—Supe de ella por las noticias…, lo del coche y el niño —susurra Daniel al cabo de un rato.

—Lo sé —responde Elin con calma—. Pero… si todavía siguiera con vida, ¿dónde crees que podría esconderse?

—¿Por qué lo preguntas?

—No lo sé… Me gustaría saber en quién confiaba.

Daniel la mira unos segundos antes de preguntar:

—¿Tú crees que sigue viva?

—Sí —contesta ella en voz baja.

—Lo crees porque te gustaría que fuera así —dice Daniel—. Pero ¿es que acaso tienes alguna prueba de que no se ha ahogado en el río?

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