—Supongo que no se te ocurrió echarnos una mano —le reprochó Belgarath.
—Os habéis apañado bastante bien sin mí —dijo el enano encogiéndose de hombros, luego eructó y arrojó los restos de su desayuno a la loba.
—Te estoy muy agradecida —dijo ella con cortesía mientras clavaba las mandíbulas en la carcasa a medio comer.
Garion no estaba seguro de que el hombrecillo deforme pudiera comprenderla, aunque suponía que lo hacía.
—¿Qué hace un eldrak en Mallorea? —preguntó Belgarath.
—No es exactamente un eldrak, Belgarath —respondió Beldin y escupió varias plumas mojadas.
—De acuerdo, pero ¿cómo puede saber un grolim malloreano qué aspecto tiene un eldrak?
—¿Es que no me escuchas, viejo amigo? Hay vanas criaturas similares a ésa en estas montañas. Tienen un parentesco lejano con los eldraks, pero no son iguales. Para empezar no son tan grandes, y además, tampoco son tan listos.
—Creí que todos los monstruos vivían en Ulgo.
—Usa la cabeza, Belgarath. Hay trolls en Cherek, algroths en Arendia y dríadas en el sur de Tolnedra. Además, está ese dragón, que nadie sabe exactamente dónde vive. La única diferencia es que en Ulgo hay una mayor concentración, eso es todo.
—Supongo que tienes razón —admitió Belgarath y se volvió hacia Zakath—. ¿Cómo has llamado a esa bestia?
—Un oso-simio. Tal vez no sea el nombre adecuado, pero la gente que vive por aquí no se anda con remilgos.
—¿Dónde está Naradas? —le preguntó Seda al grolim herido.
—Yo lo vi por última vez en Balasa —respondió el grolim—, pero no sé adonde iba después.
—¿Zandramas estaba con él?
—Yo no la vi, aunque eso no quiere decir que no estuviera allí. La sagrada sacerdotisa ya no se exhibe en público muy a menudo.
—¿A causa de las luces que han aparecido bajo su piel? —preguntó con astucia el hombrecillo con cara de comadreja.
—Tenemos prohibido hablar de eso —dijo el grolim asustado mientras su palidez crecía—, incluso entre nosotros.
—No te preocupes, amigo —dijo Seda mostrándole una de sus dagas—, tienes mi permiso.
El grolim tragó saliva y asintió con la cabeza.
—Eres un tipo muy valiente —le dijo Seda dándole una palmadita en el hombro—. ¿Cuándo aparecieron esas luces?
—No estoy seguro, pues Zandramas pasó una larga temporada en el oeste con Naradas, y cuando regresó las luces ya habían aparecido. Uno de los sacerdotes de Hemil solía hablar mucho sobre este asunto. Decía que era una especie de epidemia.
—¿Solía hablar?
—Cuando ella lo descubrió, le hizo arrancar el corazón.
—Ésa es la Zandramas que todos conocemos y queremos, no hay duda.
Tía Pol llegó por el sendero cubierto de nieve, seguida por Ce'Nedra y Velvet, y se puso a curar las heridas del grolim sin hacer ningún comentario, mientras Durnik y Toth volvían a buscar los caballos al refugio. Luego desataron las lonas de las tiendas y rompieron la estructura de troncos. Cuando llegaron con los caballos a donde estaba el grolim herido, Sadi sacó su maletín rojo de una alforja.
—Será mejor evitar riesgos —le dijo a Garion mientras extraía un pequeño frasco. Garion alzó una ceja, en un gesto inquisitivo—. No le hará daño —le aseguró el eunuco—, pero lo volverá más tratable. Además, ya que eres tan humanitario, te alegrará saber que esto le aliviará el dolor de las heridas.
—No estás de acuerdo con que le hayamos respetado la vida, ¿verdad?
—Me parece una medida imprudente, Garion —dijo Sadi con seriedad—. Un enemigo muerto no ofrece ningún riesgo, mientras que uno vivo puede perseguirte. Sin embargo, acepto tu decisión.
—Te haré una concesión —dijo Garion—. Permanece junto a él, y si ves que no podemos controlarlo, haz lo que creas oportuno.
—Eso está mejor —asintió Sadi con una pequeña sonrisa—, aunque aún debemos enseñarte los rudimentos del pragmatismo político.
Condujeron los caballos colina arriba, hacia la ruta de las caravanas, y luego montaron. El tempestuoso viento que había acompañado a la tormenta también había despejado la mayor parte de la nieve del camino, aunque había altos montículos en lugares resguardados, donde el camino se curvaba tras grupos de árboles o afloraciones rocosas. Cuando el sendero estaba despejado, avanzaban con rapidez, pero cada vez que se encontraban con estos montículos se veían forzados a reducir la marcha. Ahora que la tormenta había acabado, la luz destellaba sobre la nieve, y aunque Garion cabalgaba con los ojos entornados, después de una hora de viaje comenzó a sentir un fuerte dolor de cabeza.
Entonces Seda tiró de las riendas.
—Creo que es hora de tomar ciertas precauciones —les anunció.
Sacó un pañuelo del interior de su capa y se lo anudó sobre los ojos. Garion recordó a Relg, que nunca salía a la luz con los ojos descubiertos.
—¿Una venda? —preguntó Sadi—. ¿Acaso te has convertido en un vidente, príncipe Kheldar?
—No soy el tipo de persona capaz de presagiar el futuro, Sadi —respondió Seda—. El pañuelo es lo bastante fino para ver a través de él. Sólo intento protegerme los ojos del resplandor que produce el sol sobre la nieve.
—Es deslumbrante, ¿verdad? —asintió Sadi.
—Así es, y si lo miras demasiado tiempo, puede enceguecerte... al menos por un tiempo —respondió Seda mientras se anudaba el pañuelo—. Éste es un truco que suelen emplear los pastores de renos en el norte de Drasnia. Funciona muy bien.
—No corramos riesgos —dijo Belgarath mientras se cubría los ojos con un trozo de tela. Luego sonrió—. Quizás así es como los magos dalasianos enceguecen a los grolims cuando intentan acercarse a Kell.
—Me decepcionaría que fuera de una forma tan simple —observó Velvet mientras ataba un pañuelo sobre sus ojos—. Prefiero que la magia sea hermosa e inexplicable. ¡Esa teoría suena tan prosaica!
Avanzaron con esfuerzo a través de los montículos de nieve, ascendiendo en dirección a un paso elevado que unía dos picos colosales. Cuando llegaron al paso, ya era media tarde. Al llegar a la cima, el sinuoso sendero se volvió recto. Por fin se detuvieron para dejar descansar a los caballos y contemplar el amplio desierto que se extendía al otro lado del paso.
Toth se quitó el pañuelo de los ojos e hizo un gesto a Durnik. El herrero lo imitó y buscó con la vista el punto que señalaba el mudo. Entonces su rostro se llenó de temor reverente.
—¡Mirad! —dijo en un murmullo ahogado.
Los demás también se descubrieron los ojos.
—¡Por Belar! —exclamó Seda—. ¿Cómo es posible que exista algo tan grande?
Los picos que los rodeaban, y que les habían parecido enormes, quedaron reducidos a una insignificancia. Ante sus ojos se alzaba, solitaria y espléndida, una montaña gigantesca, mucho más grandiosa de lo que cualquier mente humana pudiera imaginar. Era un cono perfectamente simétrico, abrupto, con empinadas caras. Su base era descomunal y su cumbre se elevaba a más de mil metros por encima de los picos circundantes. La gran mole parecía irradiar una paz absoluta, como si, tras alcanzar el máximo esplendor a que puede aspirar una montaña, ahora simplemente se limitara a existir.
—Es el pico más alto del mundo —dijo Zakath en voz baja—. Los eruditos de la universidad de Melcena han calculado su altura y la han comparado con la de los picos más altos del oeste. Supera en más de mil metros a cualquier otra montaña.
—Por favor —dijo Seda con aflicción—, no me digas la altura exacta. —Zakath lo miró perplejo—. Como ya habrás notado, no soy una persona muy alta y la enormidad me deprime. Admito que tu montaña es más grande que yo, pero no quiero saber cuánto.
Mientras tanto, Toth seguía hablándole a Durnik por medio de gestos.
—Dice que Kell se encuentra a la sombra de esa montaña —explicó el herrero.
—No es una indicación muy concreta, mi señor —dijo Sadi con ironía—. Supongo que la mitad del continente se encuentra debajo de esa sombra.
Beldin llegó volando y volvió a transformarse.
—¿Grande, eh? —dijo mientras contemplaba el enorme pico blanco que se elevaba hacia el cielo.
—Lo hemos notado —respondió Belgarath—. ¿Qué nos espera de aquí en adelante?
—Un largo camino de bajada..., al menos hasta llegar a ese monstruo de allí.
—Eso ya lo veo desde aquí.
—Enhorabuena. He encontrado un sitio donde podréis deshaceros de vuestro grolim, o mejor dicho, varios sitios.
—¿A qué te refieres, tío? —preguntó Polgara con desconfianza.
—Hay varios picos altos junto a este camino —respondió él con suavidad—, y a menudo se producen accidentes, ¿sabes?
—Ni hablar. No le he curado las heridas para que luego tú lo arrojes desde lo alto de la montaña.
—Polgara, estás interfiriendo en la práctica de mi religión. —Ella lo miró con las cejas alzadas en un gesto de sorpresa—. Creí que lo sabías. Es uno de los mandamientos de mi fe: «Mata a cualquier grolim que se cruce en tu camino».
—Es probable que me convierta a esa religión —dijo Zakath.
—¿Estás absolutamente seguro de que no eres arendiano? —le preguntó Garion.
—Aunque eres una aguafiestas, Pol —suspiró Beldin—, te diré que he encontrado un grupo de ovejeros debajo de la línea de nieve.
—Querrás decir pastores —corrigió ella.
—Es lo mismo, la palabra no tiene importancia.
—Pastores suena más bonito.
—Más bonito —gruñó él—. Las ovejas son estúpidas, huelen mal y saben peor. Cualquiera que dedique su vida a cuidarlas tiene que ser estúpido o anormal.
—Esta tarde estás de buen humor —lo felicitó Belgarath.
—Ha sido un día ideal para volar —explicó Beldin con una amplia sonrisa—. ¿Tienes idea de cuántas corrientes de aire cálido se elevan desde la nieve cuando a ésta la toca el sol? Una vez volé tan alto que comencé a ver manchas delante de los ojos.
—Eso fue una estupidez, tío —lo regañó Polgara con brusquedad—. Nunca debes volar cuando el aire es tan tenue.
—Todos tenemos derecho a una pequeña estupidez de vez en cuando —dijo él encogiéndose de hombros—, y bajar en picado desde esa altura es una experiencia increíble. ¿Por qué no vienes y te lo enseño?
—¿Nunca crecerás?
—Lo dudo, y espero que no. —Se volvió hacia Belgarath—. Creo que deberíais acampar un kilómetro y medio más abajo.
—Todavía es temprano.
—No, en realidad es tarde. El sol del crepúsculo es bastante cálido y la nieve comienza a derretirse. Ya he visto tres avalanchas. Si no calculas bien tus pasos aquí arriba, puedes llegar abajo mucho antes de lo esperado.
—Parece un motivo de peso. Acamparemos al otro lado del paso.
—Yo iré delante. —Beldin se acuclilló y abrió los brazos—. ¿Estás segura de que no quieres venir, Polgara?
—No seas tonto.
Beldin se elevó en el aire con una risita espectral.
Pasaron la noche junto a la cuesta de un cerro, que aunque los dejaba expuestos al viento constante, los protegía de las avalanchas. Garion tuvo un sueño intranquilo. El viento que azotaba el cerro hacía tamborilear las paredes de lona de la tienda que compartía con Ce'Nedra y el ruido truncaba sus repetidos esfuerzos por conciliar el sueño.
—¿Tú tampoco puedes dormir? —preguntó Ce'Nedra en la fría oscuridad.
—Es por el viento —respondió él.
—Intenta no pensar en él.
—No necesito pensar en él. Es como intentar dormir en el interior de un enorme tambor.
—Esta mañana te comportaste como un valiente, Garion. Me asusté mucho cuando me enteré de lo del monstruo.
—No es la primera vez que tenemos que enfrentarnos con un monstruo. Con el tiempo, uno se acostumbra.
—¡Vaya! Ya nada te impresiona, ¿verdad?
—Son gajes del oficio. A todos los grandes héroes nos ocurre lo mismo. Además, luchar contra un par de monstruos antes del desayuno abre el apetito.
—Has cambiado, Garion.
—No lo creo.
—Sí, has cambiado. Cuando te conocí, no habrías dicho algo así.
—Cuando me conociste, yo me tomaba las cosas muy en serio.
—¿Y ahora no te tomas en serio lo que hacemos? —dijo en tono acusatorio.
—Por supuesto que sí, pero resto importancia a los pequeños incidentes que suceden a lo largo del camino. No tiene sentido preocuparse por algo que ya ha pasado, ¿verdad?
—Bueno, ya que ninguno de los dos podemos dormir... —dijo ella mientras lo atraía hacia sí y lo besaba con absoluta seriedad.
Aquella noche la temperatura bajó, y cuando se despertaron, la nieve que la noche anterior estaba peligrosamente blanda se había congelado y les permitió continuar el viaje sin excesivos riesgos de avalancha. Puesto que aquel lado del pico había soportado el azote del viento durante la tormenta, el camino estaba casi libre de nieve y pudieron descender a paso rápido. A media tarde, dejaron atrás los últimos rastros de nieve y cabalgaron hacia un mundo primaveral. Los prados húmedos y lozanos estaban salpicados por flores silvestres, que se mecían con la brisa de la montaña. Los arroyuelos procedentes de las laderas de los glaciares susurraban y danzaban sobre las brillantes rocas, mientras los ciervos de ojos apacibles miraban pasar al grupo de Garion con sereno asombro.
Varios kilómetros más allá del límite de las nieves perpetuas, comenzaron a ver rebaños de ovejas que pastaban con estúpida concentración, y consumían hierbas y flores silvestres con indiscriminando apetito. Los pastores que las cuidaban vestían simples túnicas blancas y permanecían sentados sobre rocas o montecillos, sumidos en somnolienta contemplación, mientras sus perros hacían todo el trabajo.
La loba trotaba con tranquilidad junto a Chretienne. Sin embargo, de vez en cuando observaba a las ovejas con un brillo de interés en sus ojos castaños, y sus orejas se crispaban.
—Te aconsejo que no lo hagas, pequeña hermana —le dijo Garion en el lenguaje de los lobos.
—No pensaba hacerlo —respondió ella—. Ya me he cruzado con estas bestias en otras oportunidades y también con los perros y los humanos que las cuidan. No es difícil atrapar a una de ellas, pero los perros se enfurecen cuando lo haces y sus ladridos te amargan la comida. —Sacó la lengua en una especie de sonrisa lobuna— Sin embargo, no hay nada de malo en hacer correr un poco a esas bestias. Todos los seres deberían saber a quién pertenece el bosque.
—Mucho me temo que el jefe de la manada desaprobaría esa conducta.
—Ah —asintió ella—. Quizás el jefe de la manada se tome las cosas con excesiva seriedad. Ya había observado esa cualidad en él.