La vidente de Kell (52 page)

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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

BOOK: La vidente de Kell
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Riva había recuperado la calma. Cuando el rey y su esposa habían regresado con Geran, el príncipe de la corona, se había celebrado una gran fiesta, pero ningún pueblo, por sentimental que sea, puede vivir entre festejos permanentes, y después de unas semanas todo había vuelto a la normalidad.

Garion se pasaba los días encerrado con Kail. En su ausencia se habían tomado numerosas decisiones, y aunque casi sin excepción aprobaba las medidas tomadas por Kail, quería informarse sobre ellas. Además, muchas de aquellas medidas necesitaban la ratificación real.

El embarazo de Ce'Nedra seguía su curso normal. La pequeña reina estaba radiante, había engordado y su humor se había vuelto imprevisible. Los extraños antojos por comidas exóticas que suelen acosar a las damas en su condición no parecían divertir a Ce'Nedra. La población masculina sospechaba desde hacía tiempo que estas apremiantes tentaciones gastronómicas no eran más que una singular forma de entretenimiento para sus esposas. Cuanto más extravagante e inalcanzable fuera el alimento en cuestión y más complicado el proceso que debía seguir el amante esposo para conseguirlo, mayor era la insistencia de las damas de que morirían si no lo obtenían en abundancia. Garion suponía que, en el fondo, las mujeres sentían necesidad de reafirmar su seguridad. Si un marido se mostraba dispuesto a volver patas arriba el mundo para encontrar fresas fuera de temporada o extraños mariscos propios de mares remotos, era clara señal de que seguían amando a su esposa, aunque su cintura hubiera desaparecido. Sin embargo, este juego no resultaba tan divertido para Ce'Nedra, pues cada vez que hacía un pedido aparentemente imposible, Garion se retiraba a la habitación contigua, hacía aparecer el alimento en cuestión y se lo presentaba al instante..., por lo general en bandeja de plata. Esto enfurecía de tal modo a Ce'Nedra, que con el tiempo se dio por vencida y olvidó los antojos.

Una fría tarde de otoño, un barco malloreano, cubierto de escarcha, entró al puerto de Riva, y el capitán envió al palacio un pergamino con el sello de Zakath de Mallorea. Garion agradeció efusivamente al marino, ofreció la hospitalidad de la Ciudadela a toda su tripulación y luego se apresuró a llevar la carta de Zakath a las habitaciones reales.

Ce'Nedra tejía sentada junto al fuego. Geran y el pequeño lobo estaban tendidos junto al hogar, ambos dormidos y moviéndose ligeramente en sueños. Siempre dormían juntos. Ce'Nedra había abandonado sus intentos por separarlos, pues no había puerta en el mundo capaz de mantener apartados a aquellos dos amigos.

—¿Qué ocurre, cariño? —le preguntó a Garion al verlo entrar.

—Acabamos de recibir una carta de Zakath —respondió.

—¡Oh! ¿Y qué dice?

—Aún no la he leído.

—Ábrela, Garion. Me muero por saber lo que ocurre en Mal Zeth.

Garion rasgó el precinto lacrado, desplegó el pergamino y empezó a leer:

«Para Su Majestad, rey Belgarion de Riva, Señor Supremo del Oeste, justiciero de dioses, señor del Mar Occidental, y para su honorable esposa, la reina Ce'Nedra, co-regente de la Isla de los Vientos, princesa del imperio de Tolnedra y joya de la casa de los Borune, de Zakath, emperador de Mallorea.

«Espero que al recibir ésta, ambos gocéis de excelente salud y envío mis recuerdos a vuestra hija, haya nacido ya o no. (Os aseguro que aún no me he vuelto vidente. Aunque en una oportunidad Cyradis me dijo que ya no tenía el don de predecir el futuro, no estoy seguro de que esto fuera enteramente cierto.)

»Han ocurrido muchas cosas desde vuestra partida. Sospecho que la corte imperial se alegró bastante con mi súbito cambio de personalidad, consecuencia directa de nuestro viaje a Korim y de lo sucedido allí. Por lo visto, antes debía de ser un gobernante intratable. Sin embargo, no pretendo insinuar que Mal Zeth se haya convertido en un reino digno de un cuento de hadas, lleno de buena voluntad y felicidad. El Estado Mayor no acogió con agrado mi tratado de paz con el rey Urgit. Ya sabes cómo son los generales, si los privas de su guerra favorita, gimotean, protestan y hacen pucheros como niños mimados. Varios de ellos me obligaron a tomar medidas serias. Por cierto, acabo de ascender a Atesca al cargo de comandante en jefe del ejército de Mallorea. Esto enfureció a los demás miembros de la plana mayor, pero es imposible complacer a todo el mundo.

»Urgit y yo nos mantenemos en contacto. Es un individuo muy extraño, casi tan gracioso como su hermano. Creo que lograremos entendernos. La burocracia estuvo a punto de sufrir un ataque colectivo de apoplejía cuando anuncié la autonomía de los Protectorados Dalasianos. Creo que los dalasianos deben tener la oportunidad de seguir su propio camino, pero muchos miembros de la burocracia tenían intereses establecidos allí y gimotearon, protestaron e hicieron pucheros igual que los generales. Sin embargo, todo eso llegó a un súbito fin cuando anuncié que Brador realizaría una investigación financiera de cada uno de los responsables de departamentos gubernamentales. La rapidez con que los burócratas se deshicieron de sus propiedades en los protectorados resultó asombrosa.

»Poco después de regresar de Dal Perivor, recibimos la sorprendente visita de un anciano grolim. Estuve a punto de echarlo de aquí, pero Eriond insistió en que se quedara. El anciano tenía un nombre impronunciable, pero por alguna misteriosa razón, Eriond se lo cambió por el de Pelath. Es un viejo muy agradable, pero a menudo habla de forma extraña. Su lengua se parece mucho a la de Los Oráculos de Ashaba, o a la de los textos sagrados malloreanos. Es muy raro.»

—Casi lo había olvidado —dijo Garion interrumpiendo la lectura.

—¿A qué te refieres, cariño? —le preguntó Ce'Nedra, alzando la vista del tejido.

—¿Recuerdas el grolim que conocimos en Peldane la noche en que te picó un pollo?

—Sí, parecía un hombre agradable.

—Era algo más que eso, Ce'Nedra. Era un profeta y la voz me dijo que se convertiría en el primer discípulo de Eriond.

—Eriond tiene mucho poder, ¿verdad? Ahora sigue leyendo, Garion.

«Cyradis, Pelath y yo hemos hablado mucho con Eriond y hemos acordado que su condición debe permanecer en secreto por un tiempo. Es tan inocente que todavía no quiero exponerlo a la depravación y la falsedad del alma humana. Será mejor que no se desanime, pues su carrera no ha hecho más que empezar. Todos recordamos las insaciables ansias de reverencia de Torak, pero cuando ofrecimos reverenciar a Eriond, él se limitó a reír. ¿Quizá Polgara olvidara algo en su educación?

»Sin embargo, hemos hecho una excepción. Visitamos Mal Yaska acompañados por el tercer, séptimo y noveno cuerpo del ejército. Los guardianes del templo y los chamdims intentaron huir, pero Atesca los rodeó con éxito. Esperé hasta que Eriond saliera de paseo con su caballo sin nombre y hablé con firmeza con los grolims reunidos. No quería causar problemas a Eriond, pero les señalé a los grolims que me sentiría muy decepcionado si no cambiaban su afiliación religiosa de inmediato. El hecho de que Atesca permaneciera a mi lado, jugueteando con su espada, contribuyó a que comprendieran mi punto de vista con asombrosa rapidez. Entonces, de forma inesperada, Eriond apareció en el templo. (¿Cómo es posible que su caballo sea tan veloz?) Les dijo que las túnicas negras no eran demasiado atractivas y que las blancas les sentarían mejor. Acto seguido, con una pequeña sonrisa en los labios, cambió el color de todo el vestuario de los grolims del templo. Me temo que eso no habrá ayudado a conservar su anonimato en Mallorea. Luego les indicó que ya no necesitarían sus cuchillos, y todas las dagas desaparecieron del lugar. Acto seguido extinguió los fuegos de los santuarios y decoró los altares con flores. Más tarde me enteré que estas pequeñas modificaciones se han extendido a toda Mallorea y en estos momentos Urgit investiga si los cambios han llegado también a Cthol Murgos. Creo que necesitaremos un tiempo para acostumbrarnos a nuestro nuevo dios.

«Para abreviar, te diré que todos los grolims se apresuraron a postrarse ante él. Sin embargo, como sospecho que al menos algunas de esas conversiones podrían ser falsas, aún no he desmovilizado al ejército. Eriond ordenó a los grolims que se pusieran de pie y se dedicaran a cuidar a los enfermos, los pobres, los huérfanos y las personas sin hogar.

»En el camino de regreso a Mal Zeth, Pelath aproximó su caballo al mío, me sonrió con su almibarada dulzura y me dijo: "Mi maestro cree que ha llegado el momento de que cambiéis de estado, emperador de Mallorea". Me llevé un buen susto. Por un momento creí que Eriond pretendía que abdicara y me convirtiera en pastor de ovejas o algo por el estilo. Pero Pelath continuó: "Mi maestro cree que habéis demorado una seria decisión durante demasiado tiempo".

»"¿Ah, sí?", le dije yo con cautela.

»"Esta demora está causando pesar a la vidente de Kell y mi maestro sugiere que debéis proponerle matrimonio cuanto antes. Desea solucionar ese asunto antes de que algo interfiera en los acontecimientos."

»De modo que cuando llegué a Mal Zeth hice la propuesta que me pareció más razonable... ¡y Cyradis me rechazó sin contemplaciones! Creí que mi corazón se detendría en ese mismo momento. Entonces nuestra mística vidente me ofreció un elocuente discurso, exponiendo con todo lujo de detalles lo que pensaba de las propuestas razonables. Nunca la había visto comportarse de esa manera antes. Se mostró apasionada y algunas de las palabras que usó, aunque arcaicas, no sonaban muy halagadoras. De hecho, tuve que buscar varias de ellas en el diccionario.»

—¡Bien hecho! —exclamó Ce'Nedra con vehemencia.

«En aras de la paz —continuó Garion, leyendo la carta—, me arrodillé y pronuncié una florida y embarazosa propuesta, entonces ella, emocionada por mi elocuencia, se aplacó y decidió aceptarme.»

—¡Hombres! —gruñó Ce'Nedra.

«Los gastos de la boda me llevaron al borde de la ruina, e incluso tuve que pedir dinero prestado a uno de los socios de Kheldar, a un monstruoso interés. Como es natural, nos casó el propio Eriond, y el hecho de que un dios oficiara la ceremonia puso el último clavo en la tapa de mi féretro. Sin embargo, Cyradis y yo nos casamos el mes pasado y debo reconocer que nunca había sido tan feliz en toda mi vida.»

—¡Oh! —dijo Ce'Nedra con la voz cargada de emoción y comenzó a buscar su pañuelo—. ¡Es maravilloso! —Aún hay más —señaló Garion. —Sigue —pidió ella mientras se secaba las lágrimas.

«Los malloreanos angaraks no se alegraron de que eligiera a una dalasiana por esposa, pero tuvieron la sabia precaución de guardarse sus reservas para sí. He cambiado mucho, pero tampoco tanto. Cyradis tiene algunas dificultades para adaptarse a su nuevo estado. No consigo convencerla de que las joyas son el ornamento apropiado para una emperatriz. En su lugar, usa flores y la servil imitación de las demás damas de la corte ha causado enorme pesar en los corazones de los joyeros de Mal Zeth.

»Yo había pensado reducir en una cabeza la altura de mi primo lejano, el archiduque Otrath, pero es un ser tan patético que por fin deseché la idea y lo envié a su casa. Luego, siguiendo una sugerencia que tu amigo Beldin me hizo en Dal Perivor, le ordené que comprara un palacio en Melcena a su esposa y que no se acercara a ella en lo que le quedara de vida. Según tengo entendido, la citada dama lleva una vida bastante escandalosa en Melcena, pero sin duda merece una mínima compensación por soportar a ese imbécil durante tantos años.

»Esto es todo por el momento, Garion. Estamos ansiosos por recibir noticias de nuestros amigos y os enviamos los más cordiales saludos.

»Con todo nuestro afecto.

»Kal Zakath y la emperatriz Cyradis.

»Observa que he tachado el ostentoso prefijo. Por cierto, mi gata volvió a serme infiel hace unos meses. ¿Crees que Ce'Nedra querrá un gatito? ¿O quizás uno para tu flamante hija? Si lo deseas, puedo enviarte dos.

A comienzos del invierno de aquel mismo año, la reina de Riva se volvió muy quisquillosa, y su descontento comenzó a crecer en proporción directa con su volumen. Algunas mujeres están especialmente dotadas para el embarazo, pero parecía obvio que la reina de Riva no era una de ellas. Se mostraba desdeñosa con su marido y severa con su hijo. En una ocasión, incluso había llegado a amagar un torpe puntapié al lobo. La criatura había esquivado el golpe con agilidad y luego se había vuelto hacia Garion, perplejo.

—¿La he ofendido de algún modo? —le preguntó a Garion en el lenguaje de los lobos.

—No —respondió Garion—. Mi compañera se encuentra inquieta porque se acerca el momento del alumbramiento y eso siempre vuelve a las hembras de los humanos incómodas y malhumoradas.

—Ah —dijo el lobo—. Los humanos son muy raros.

—Es verdad —admitió Garion.

Como era de esperar, Greldik fue el encargado de llevar a Poledra a la Isla de los Vientos en medio de una terrible tormenta de nieve.

—¿Cómo hiciste para encontrar el rumbo? —le preguntó Garion al marino vestido de pieles, mientras los dos bebían sendas jarras de cerveza junto al fuego.

—La esposa de Belgarath me indicó el camino —respondió Greldik encogiéndose de hombros—. Es una mujer asombrosa, ¿sabes?

—Sí, por supuesto.

—¿Puedes creer que ninguno de mis hombres bebió una gota de alcohol en todo el viaje? Ni siquiera yo. Por alguna razón, no nos apetecía hacerlo.

—Mi abuela tiene unos prejuicios muy arraigados. ¿Estarás bien aquí? Quiero ir arriba a charlar con ella.

—Desde luego, Garion —dijo Greldik y dio una palmada afectuosa al barril de cerveza—. Estaré muy bien.

Garion subió a las habitaciones reales.

La mujer de cabello leonado, sentada junto al fuego, acariciaba con aire ausente las orejas del lobo. Ce'Nedra estaba repantigada sobre un sofá, en una postura poco elegante.

—Ah, aquí estás, Garion —dijo Poledra y olfateó el aire con delicadeza—. Por lo visto, has bebido —añadió con voz reprobadora.

—Sólo bebí una jarra de cerveza con Greldik.

—Entonces ¿te importaría sentarte en el otro extremo de la habitación? Mi sentido del olfato está bastante desarrollado y el olor a cerveza me produce náuseas.

—¿Es por eso que no apruebas la bebida?

—Por supuesto. ¿Por qué si no?

—Creo que tía Pol la desaprueba por razones de tipo moral.

—Polgara tiene algunos prejuicios misteriosos. Ahora bien —continuó con seriedad— mi hija no está en condiciones de viajar, así que he venido aquí a ayudar en el parto de Ce'Nedra. Pol me dio muchísimas instrucciones, pero tengo intenciones de prescindir de casi todas. El parto es un proceso natural y creo que se ha de interferir lo menos posible en él. Cuando comience, quiero que saques de aquí a Geran y a su joven lobo, y que todos os marchéis al otro extremo de la Ciudadela. Os enviaré a buscar cuando todo haya terminado.

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