—No lo sé —respondió Hettar—. Nathel es un muchacho patético y creo que Unrak siente pena por él. Supongo que Nathel nunca ha recibido afecto en su vida y por eso está dispuesto a aceptar compasión. Ha estado siguiendo a Unrak como un cachorro desde que lo recogimos. —El alto algario miró a Garion—. Pareces cansado —dijo—. Deberías dormir un poco.
—Estoy agotado —admitió Garion—, pero prefiero no dormir de día para no alterar el ritmo de mi sueño. Vayamos a hablar con Barak. Parecía algo molesto cuando atracó en la costa.
—Ya sabes cómo es Barak. Perderse una pelea lo pone de pésimo humor. Sin embargo, un buen relato le gusta casi tanto como una buena lucha.
Era agradable volver a estar con los viejos amigos. Desde la partida de Rheon, Garion había sentido una especie de vacío en su vida. Perder la temeraria confianza de sus amigos había contribuido a ello, pero por encima de todo había echado en falta la camaradería, el generoso sentido de la amistad que se ocultaba bajo sus constantes disputas. Mientras se dirigían hacia la popa, donde Barak guiaba el timón con su enorme manaza, Garion vio a Zakath y a Cyradis a sotavento de una chalupa. Le hizo un gesto a Hettar para que se detuviera y se llevó un dedo a los labios, pidiendo silencio.
—No está bien escuchar las conversaciones ajenas, Garion —murmuró el algario.
—No es eso —dijo Garion con otro murmullo—. Sólo quiero asegurarme de que no tendré que intervenir.
—¿Intervenir?
—Ya te lo explicaré luego.
—¿Y qué vas a hacer, sagrada vidente? —le preguntaba Zakath a la esbelta joven, con el corazón en la boca.
—Tengo todo un mundo de posibilidades ante mí, Kal Zakath —respondió ella con un deje de tristeza—. Me han liberado de la carga de mi misión, y ya no necesitáis llamarme «vidente», pues también he sido relevada de esa responsabilidad. Ahora mis ojos están fijos en la fea, vulgar luz del día y yo también soy una mujer fea y vulgar.
—No eres fea, Cyradis, y distas mucho de ser vulgar.
—Sois muy amable, Kal Zakath.
—¿Por qué no dejamos el «Kal», Cyradis? Es una afectación que significa rey y dios. Ahora que he visto a los verdaderos dioses, comprendo que he sido muy presuntuoso al pretender llamarme así. Pero ahora volvamos al tema que nos interesa. Tus ojos habían estado vendados durante muchos años, ¿verdad?
—Sí.
—Entonces ¿no has tenido oportunidad de mirarte al espejo por mucho tiempo?
—Ni oportunidad ni necesidad.
Zakath era un hombre astuto y sabía reconocer el momento indicado para las excentricidades.
—Entonces permitid que mis ojos sean vuestro espejo, Cyradis —dijo—. Contemplaos en ellos y comprobad vuestra enorme belleza.
Cyradis se ruborizó.
—Vuestros halagos me dejan sin aliento, Zakath.
—No son halagos, Cyradis —dijo él con naturalidad, volviendo a la forma de tratamiento habitual—. Eres la mujer más hermosa que he visto y si regresas a Kell, o te marchas a cualquier otro sitio, dejarás un enorme vacío en mi corazón. Has perdido a tu guía y amigo. Permíteme convertirme en ambas cosas. Regresa conmigo a Mal Zeth. Tenemos tanto de que hablar que necesitaremos el resto de nuestras vidas para hacerlo.
Cyradis giró la cara y la pequeña sonrisa triunfal que se dibujó en su rostro reflejaba con claridad que sabía mucho más de lo que estaba dispuesta a reconocer. Luego se volvió una vez más hacia el emperador de Mallorea, con los ojos muy abiertos en una expresión de inocencia.
—¿Realmente seríais capaz de encontrar algún placer en mi compañía? —preguntó.
—Tu compañía daría sentido a mi vida, Cyradis —respondió él.
—Entonces me sentiré honrada de acompañaros a Mal Zeth —dijo ella—, pues sois mi más leal amigo y mi más querido compañero.
A un gesto de Garion, él y Hettar siguieron andando en dirección a la popa.
—¿Qué estábamos haciendo? —preguntó Hettar—. Esa conversación parecía bastante privada.
—Lo era —admitió Garion—, pero necesitaba asegurarme de que todo marchaba bien. Sabía que iba a suceder, pero me gusta comprobar las cosas con mis propios ojos. —Hettar lo miró con perplejidad—. Durante mucho tiempo, Zakath ha sido el hombre más solitario de la tierra —explicó Garion—, por eso era un ser vacío, cruel y peligroso. Sin embargo, todo ha cambiado. Ya no volverá a estar solo, y eso le ayudará a cumplir con su tarea.
—Déjate de misterios, Garion. Lo único que yo he visto ha sido una mujer intentando liar a un hombre.
—Eso parecía, ¿verdad?
A la mañana siguiente, Ce'Nedra saltó de la cama y corrió hacia la cubierta. Garion la siguió, alarmado.
—Perdona —le dijo a Polgara, que estaba apoyada en la barandilla.
Luego las dos mujeres vomitaron por encima de la borda.
—¿Tú también? —preguntó Ce'Nedra con una débil sonrisa.
Polgara asintió con un gesto mientras se limpiaba la boca con un pañuelo. Acto seguido, las dos se abrazaron y se echaron a reír.
—¿Se encuentran bien? —le preguntó Garion a Poledra, que acababa de subir a la cubierta, seguida por el ubicuo cachorrillo—. Nunca les habían afectado los viajes en barco.
—No es el viaje en barco lo que les ha afectado, Garion —dijo Poledra con una sonrisa enigmática.
—Entonces ¿por qué han...?
—Están bien, Garion, muy bien. Ahora vuelve a tu camarote. Yo me ocuparé de esto.
Garion acababa de despertarse y estaba un poco atontado, de modo que no tomó conciencia de lo que ocurría hasta que estaba casi al pie de la escalera. Entonces se detuvo con los ojos muy abiertos.
—¡Ce'Nedra! —exclamó—. ¿Y tía Pol?
Luego él también se echó a reír.
La aparición del señor Mandorallen, el invencible barón de Vo Mandor, en la corte del rey Oldorin provocó un silencio reverencial. Perivor estaba demasiado lejos para que la impresionante reputación de Mandorallen hubiera llegado allí, pero su sola presencia, esa abrumadora apariencia noble y elegante, causó una admiración absoluta. Mandorallen era la personificación del espíritu mimbrano y todo el mundo reparó en ello de inmediato.
Garion y Zakath, vestidos una vez más con la armadura completa, se acercaron al trono con el imponente caballero en el medio.
—Majestad —dijo Garion con una reverencia—, tengo el enorme placer de anunciaros que nuestra misión ha sido cumplida con éxito. La bestia que asolaba vuestras costas ha muerto y el peligro que acechaba al mundo ha desaparecido. El azar, que en ocasiones prodiga bendiciones con generosidad, también se ha dignado reunirnos a mis compañeros y a mí con unos antiguos y queridos amigos, a quienes os presentaré de inmediato. Sin embargo, como soy consciente de la gran importancia que esta visita puede tener para vos y vuestra corte, me permito presentaros en primer lugar a este valiente caballero de la lejana Arendia, mano derecha de Su Majestad el rey Korodullin, quien sin duda estará encantado de saludaros con el afecto de un verdadero compatriota. Tengo el honor de presentaros al señor Mandorallen, barón de Vo Mandor, el caballero más importante de este mundo.
—Cada vez lo haces mejor —lo felicitó Zakath con un murmullo.
—La práctica —respondió Garion, restándole importancia.
—Majestad —dijo Mandorallen con voz resonante mientras hacía una reverencia—, es un honor saludaros a vos y a los miembros de vuestra corte, a quienes desde ya me atrevo a llamar hermanos. Me atribuyo el honor de presentaros los respetos del rey Korodullin y la reina Mayaserana, monarcas de nuestra amada Arendia, pues no me cabe duda de que, en cuanto regrese a Vo Mimbre y les revele que hemos tenido la dicha de encontrar a aquellos a quienes creíamos perdidos, los ojos de Sus Majestades se llenarán de lágrimas de gratitud y, a pesar de la inevitable distancia, os abrazarán como hermanos, pues si el gran Chaldan me da fuerzas, yo en persona regresaré a vuestra magnífica ciudad con misivas llenas del respeto y afecto de Sus Majestades, presagio de una pronta reunión, que incluso me atrevería a llamar reunificación, de las distintas ramas del sagrado linaje de la bendita Arendia.
—¿Cómo consiguió decir todo eso en una sola frase? —murmuró Zakath con admiración.
—Creo que han sido dos —respondió Garion con otro murmullo—. Mandorallen está en su elemento. Creo que esto llevará tiempo..., dos o tres días.
No fue tanto tiempo, pero el cálculo de Garion no había sido muy disparatado. Al principio, los discursos de los nobles de Perivor fueron bastante rudimentarios, pues la visita de Mandorallen había cogido por sorpresa a los miembros de la corte del rey Oldorin y el asombro había afectado a su elocuencia. Sin embargo, una noche en vela, enteramente dedicada a la fervorosa composición, había remediado esa deficiencia. El día siguiente transcurrió entre almibarados discursos, grandes banquetes y entretenimientos variados. A petición del público, Belgarath ofreció una versión sólo ligeramente adornada de los hechos acaecidos en el arrecife. El anciano tuvo la precaución de no hacer referencia a los incidentes más increíbles, consciente de que la aparición de divinidades en medio de una historia de aventuras podría despertar el escepticismo de los oyentes más crédulos.
Garion se inclinó hacia adelante para hablar con Eriond, que estaba sentado frente a él en la mesa del banquete.
—Al menos ha respetado tu anonimato —dijo en voz baja.
—Así es —asintió Eriond—. Tendré que encontrar un modo de agradecérselo.
—Supongo que devolverle a Poledra ha sido suficiente recompensa por ahora. Sin embargo, llegará el momento en que habrá que revelar tu identidad, ¿sabes?
—Primero es preciso hacer algunos preparativos. Creo que tendré que pedirle consejo a Ce'Nedra.
—¿A Ce'Nedra?
—Me gustaría saber cómo consiguió organizar el ejército que llevó a Thull Mardu. Creo que comenzó con un pequeño grupo y fue avanzando de forma gradual. Tal vez sea la mejor forma de hacerlo.
—Tu educación sendaria comienza a notarse, Eriond —rió Garion—. Durnik dejó su marca en nosotros dos, ¿no crees? —De repente carraspeó, incómodo—. Lo estás haciendo otra vez —le advirtió.
—¿Haciendo qué?
—Brillar.
—¿Se nota?
—Me temo que sí —asintió Garion.
—Tendré que aprender a controlarlo.
Los banquetes y diversiones se prolongaron hasta bien entrada la noche, durante varios días. Sin embargo, como los nobles no acostumbran a madrugar, Garion y sus amigos tenían las mañanas libres para discutir todo lo ocurrido desde su separación en Rheon. Intercambiaron noticias sobre los que habían quedado en casa: desde detalles domésticos —como niños y bodas— a asuntos de Estado. Garion se alegró de oír que el hijo de Brand, Kail, gobernaba el reino de Riva casi tan bien como lo habría hecho él mismo. Además, como los murgos estaban pendientes de la presencia malloreana al sudeste de Cthol Murgos, en los reinos del Oeste reinaba la paz y florecía el comercio. Esta última información hizo crispar la nariz de Seda.
—Todo eso está muy bien —dijo Barak con voz atronadora—. Pero ¿no podríamos olvidar por un momento lo que ocurre en nuestras tierras para escuchar la historia que nos interesa? Me muero de curiosidad.
Entonces comenzaron a hablar. No les permitieron ninguna digresión y saborearon hasta el último detalle del relato.
—¿De verdad hiciste eso? —le preguntó Lelldorin a Garion, después de escuchar la emocionante descripción de Seda sobre el primer enfrentamiento con Zandramas, cuando ella había adoptado la forma de un dragón en las colinas del norte de la llanura arendiana.
—Bien —respondió Garion con modestia—, no fue toda la cola, sino apenas un metro y medio. Sin embargo, sirvió para llamar su atención.
—Cuando nuestro espléndido héroe vuelva a casa, podrá buscar un empleo en el campo del exterminio de dragones —rió Seda.
—Pero ya no quedan más dragones, Kheldar —señaló Velvet.
—Oh, no hay problema, Liselle —sonrió el hombrecillo—. Tal vez Eriond pueda hacer aparecer unos cuantos.
—Olvídalo —dijo Garion.
Luego, en cierto punto del relato, todos quisieron conocer a Zith y Sadi enseñó con orgullo a la pequeña serpiente verde y a su inquieta prole.
—A mí no me parece tan peligrosa —gruñó Barak.
—Eso díselo a Harakan —sonrió Seda—. Liselle se la arrojó a la cara en Ashaba. Zith le dio un par de mordiscos y lo dejó absolutamente petrificado.
—¿Lo mató? —preguntó el hombretón.
—Nunca he visto a nadie tan muerto.
—Te estás adelantando a la historia —lo riñó Hettar.
—Es imposible contaros todo lo que ocurrió en una sola mañana, Hettar —dijo Durnik.
—No te preocupes, Durnik —respondió Barak—. El viaje a casa es muy largo. Tendremos tiempo de sobra en alta mar.
Aquella tarde, por aclamación popular, Beldin se vio obligado a repetir el espectáculo que había ofrecido antes de marcharse al arrecife. Luego, sólo para demostrar los talentos de sus compañeros, Garion sugirió que se reunieran en el campo de torneos, donde disponían de más lugar. Lelldorin enseñó al rey y a la corte algunas de las más brillantes técnicas de tiro con arco, acabando con la demostración de una novedosa forma de recoger ciruelas de un árbol lejano. Barak dobló una barra de hierro hasta convertirla en algo similar a un lazo y Hettar los dejó atónitos con una deslumbrante exhibición de equitación. Sin embargo, el espectáculo no acabó demasiado bien. Cuando Relg atravesó una sólida pared de piedra, varias damas se desmayaron y algunos niños del público huyeron despavoridos.
—Creo que aún no están preparados para ver eso —dijo Seda, que se había vuelto de espaldas al ver a Relg aproximarse a la pared—. Yo no lo estoy —añadió.
Varios días después, un mediodía, dos barcos procedentes de distintas direcciones entraron en el puerto. Uno de ellos era un conocido barco de guerra cherek; del otro desembarcaron el general Atesca y Brador, el jefe del Departamento de Asuntos Internos. El rey Anheg y el emperador Varana descendieron por la pasarela del barco de guerra, con el capitán Greldik al frente.
—¡Barak! —gritó Anheg mientras bajaba—, ¿puedes darme alguna excusa para que no te lleve de vuelta a Val Alorn encadenado?
—Es muy quisquilloso, ¿verdad? —le dijo Hettar al hombretón de la barba roja.
—Se le pasará en cuanto lo emborrache —respondió Barak encogiéndose de hombros.
—Lo siento, Garion —dijo Anheg con voz resonante—. Varana y yo intentamos detenerlo, pero esa enorme chalana se mueve más rápido de lo que pensábamos.