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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

La vidente de Kell (44 page)

BOOK: La vidente de Kell
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—Tuve mucha ayuda.

—Es cierto, pero también tienes derecho a presumir un poco. Sin embargo, yo en tu lugar no me excedería. La vanidad es un defecto muy desagradable.

Garion reprimió una sonrisa.

—¿Por qué yo? —preguntó con el tono más plañidero y estúpido posible.

Hubo un silencio lleno de asombro y luego la voz rió.

—Por favor, Garion, no vuelvas a preguntar eso.

—Lo siento. ¿Qué pasa ahora?

—Que te puedes ir a casa.

—Me refería al mundo.

—Gran parte de lo que ocurra dependerá de Zakath. Eriond es el dios de Angarak, y a pesar de Urgit, Drosta y Nathel, Zakath será el auténtico señor supremo de Angarak. Aunque ello exija tomar medidas drásticas y deshacerse de unos cuantos grolims, tendrá que obligar a todos los angaraks del mundo a tragarse sus prejuicios y aceptar a Eriond.

—Lo conseguirá. Zakath es muy bueno obligando a la gente a tragarse cosas.

—Espero que Cyradis suavice esa faceta suya.

—Muy bien. ¿Y qué pasará cuando por fin los angaraks acepten a Eriond?

—El movimiento se extenderá. Es probable que vivas lo suficiente para ver a Eriond convertido en dios de todo el mundo. Eso era lo que estaba previsto desde el comienzo.

—¿«Y él tendrá supremacía y dominio»? —citó Garion con congoja, recordando una profecía grolim.

—Conoces bien a Eriond. ¿Te lo imaginas sentado en un trono recreándose en la contemplación de sacrificios?

—No, la verdad es que no. Pero ¿qué pasará con los demás dioses? ¿Qué será de Aldur y los demás?

—Seguirán su camino. Ya han acabado con lo que tenían que hacer aquí y hay muchos otros mundos en el universo.

—¿Y qué pasará con UL? ¿Él también se marchará?

—UL no puede marcharse de ningún sitio pues está en todas partes. ¿Eso responde a todas tus preguntas? Tengo que ocuparme de otras cosas, como solucionar la situación de alguna gente. Ah, por cierto, enhorabuena por tus hijas.

—¿Hijas?

—Pequeñas hijas mujeres. Son muy pícaras, pero también son más bonitas que los niños y suelen oler mejor.

—¿Cuántas? —preguntó Garion, asustado.

—Varias, pero no voy a decirte el número exacto, pues no quisiera estropearte la sorpresa. Cuando vuelvas a Riva, será mejor que empieces a ampliar las habitaciones infantiles del palacio. —Hubo una larga pausa—. Adiós, Garion —dijo la voz cuyo tono había dejado de ser seco—. Cuídate.

Y luego se desvaneció.

El sol se ponía y Garion, Ce'Nedra y su hijo Geran se habían reunido con los demás en el portal de la gruta. Estaban sentados alrededor del cadáver del dragón con expresiones serenas.

—Deberíamos hacer algo —murmuró Belgarath—. No era tan malo. Su único crimen era la estupidez. Siempre sentí pena por él, y odiaría dejarlo aquí para que los pájaros se alimentaran de sus restos.

—Acabo de descubrir una faceta sentimental en tu personalidad, Belgarath —señaló Beldin—. Me decepcionas, ¿sabes?

—Todos nos volvemos sentimentales cuando nos hacemos mayores —respondió Belgarath encogiéndose de hombros.

—¿Se encuentra bien? —le preguntó Velvet a Sadi cuando el eunuco regresaba con la pequeña botella de cerámica de Zith—. Has tardado mucho.

—Está bien —respondió Sadi—. Una de las crías quería jugar y pensó que sería divertido esconderse de mí. Me llevó un tiempo localizarla.

—¿Hay alguna razón para permanecer aquí? —preguntó Seda—. Si encendemos esa baliza, el capitán Kresca pasará a recogernos antes de que anochezca.

—Esperamos compañía, Kheldar —dijo Eriond.

—¿Ah, sí? ¿A quién esperamos?

—A unos amigos que piensan detenerse aquí.

—¿Amigos tuyos o nuestros?

—Ambas cosas. Allí está uno de ellos —dijo Eriond señalando hacia el mar, y todos se volvieron a mirar.

Seda soltó una carcajada.

—Deberíamos haberlo imaginado —dijo—. Nadie como Barak para desobedecer órdenes.

Todos miraron hacia el tranquilo océano. La Gaviota parecía algo estropeada por el mal tiempo, pero avanzaba pesadamente entre las olas hacia estribor, en un curso que la alejaba del arrecife.

—Beldin —sugirió Seda—, ¿por qué no nos acercamos a la costa y les hacemos una señal luminosa?

—¿No puedes hacerlo tú solo?

—Lo haré encantado si me enseñas a prenderles fuego a las rocas.

—Oh, supongo que no había pensado en eso.

—¿Estás seguro de que no eres más viejo que Belgarath? Tu memoria también comienza a fallar, muchacho.

—No te pases, Seda. Vayamos a ver si podemos atraer a esa enorme bañera a tierra.

Los dos comenzaron a andar hacia la costa.

—¿Estaba prevista la llegada de Barak? —le preguntó Garion a Eriond.

—Tuvimos algo que ver —admitió Eriond—. Tú necesitarás quien te traslade a Riva, y Barak y los demás tienen derecho a enterarse de lo ocurrido aquí.

—¿Los demás también? ¿No es peligroso? En Rheon, Cyradis dijo que...

—Ya no hay ningún peligro —dijo Eriond—, pues la elección está hecha. En realidad, vendrán a vernos varias personas. A nuestro mutuo amigo le encanta atar cabos sueltos.

—Veo que tú también lo has notado.

La Gaviota se situó a sotavento del arrecife. Poco después, una chalupa, arrojada desde estribor, comenzó a deslizarse sobre el agua, que la luz del sol poniente parecía haber convertido en un río de oro fundido. Todos se unieron a Seda y a Beldin en la costa a esperar la chalupa que avanzaba lentamente hacia el arrecife.

—¿Por qué has tardado tanto? —le gritó Seda a Barak.

El hombretón estaba de pie en la proa de la chalupa, con su barba roja rutilante bajo la luz del sol.

—¿Qué tal ha ido todo? —preguntó Barak con una amplia sonrisa.

—Bastante bien —respondió Seda. Luego pareció recordar algo—. Lo siento, Cyradis —le dijo a la vidente—. He sido muy desconsiderado, ¿verdad?

—No, príncipe Kheldar. El sacrificio de mi compañero fue voluntario y estoy segura de que su espíritu se alegrará de nuestro triunfo tanto como nosotros.

Garion notó que todos sus amigos acompañaban a Barak en el bote. Detrás del enorme cherek, se vislumbraba el resplandor de la armadura de Mandorallen. También estaban Hettar, tan delgado y corpulento como de costumbre, Lelldorin e incluso Relg. Unrak, el hijo de Barak, iba encadenado a la popa. El joven había crecido mucho, pero era evidente que seguía sujeto a desconcertantes restricciones.

Barak apoyó un enorme pie sobre la regala, preparado para saltar fuera del bote.

—Ten cuidado —le dijo Seda—. Allí todavía hay bastante profundidad. Varios grolims tuvieron oportunidad de descubrirlo de la forma más dura.

—¿Los arrojasteis al agua? —preguntó Barak.

—No. Lo hicieron voluntariamente.

La quilla de la chalupa rozó las piedras erosionadas por el agua del anfiteatro y Barak y los demás desembarcaron.

—¿Nos hemos perdido algo interesante? —preguntó el hombretón.

—En realidad no —respondió Seda encogiéndose de hombros—. Sólo las acostumbradas trivialidades necesarias para salvar el universo. Ya sabes cómo son esas cosas. ¿Tu hijo se ha metido en problemas? —dijo Seda señalando a Unrak, cabizbajo entre sus cadenas.

—No exactamente —respondió Barak—. Al mediodía se convirtió en un oso. Nos pareció un hecho bastante significativo.

—Por lo visto, es un problema hereditario, pero ¿por qué encadenarlo ahora?

—Los marineros se negaban a subir a la chalupa si no lo hacíamos.

—No lo entiendo —le dijo Zakath a Garion en un murmullo.

—Es una característica hereditaria —explicó Garion—. La familia de Barak se encarga de la protección del rey de Riva, y cuando la situación lo exige, se convierten en osos. Barak lo hizo en varias ocasiones cuando yo estaba en peligro, y por lo visto, su hijo Unrak lo ha heredado de él.

—Entonces ¿Unrak es tu protector? Parece un poco joven. Además, no creo que tú necesites protección.

—No. Sin duda será el protector de Geran, y es evidente que mi hijo corrió un serio peligro en la gruta.

—Caballeros —dijo Ce'Nedra con voz triunfal—, ¿puedo presentaros al príncipe de la corona de Riva?

Alzó al pequeño Geran para que todos pudieran verlo.

—Cuando por fin se decida a dejarlo en el suelo, el pequeño habrá olvidado cómo andar—le dijo Beldin a Belgarath en un susurro.

—No te preocupes. Dentro de poco comenzarán a cansársele los brazos —respondió Belgarath.

Barak y los demás rodearon a la menuda reina, mientras los marineros le quitaban las cadenas a Unrak con cierta reticencia.

—¡Unrak! —gritó Barak—. ¡Ven aquí!

—Sí, padre —respondió el joven mientras salía de la chalupa.

—Este jovenzuelo es responsabilidad tuya —le dijo Barak señalando a Geran— Me enfadaré mucho contigo si le sucede algo.

Unrak hizo una reverencia a Ce'Nedra.

—Majestad —dijo—, tenéis buen aspecto.

—Gracias, Unrak —sonrió ella.

—¿Puedo? —preguntó el joven y extendió los brazos hacia Geran—. Creo que Su Alteza y yo deberíamos empezar a conocernos.

—Por supuesto —respondió Ce'Nedra mientras entregaba su pequeño al joven cherek.

—Te hemos echado de menos, Alteza —le dijo Unrak al niño con una sonrisa— La próxima vez que decidas hacer un viaje tan largo, tendrás que avisarnos. Estábamos preocupados.

Geran rió. Luego extendió una mano y tiró de la barba roja y rala de Unrak. El joven se sobresaltó.

Ce'Nedra abrazó uno a uno a sus amigos, sin regatear besos. Mandorallen, como era de esperar, lloraba sin disimulo, demasiado emocionado para pronunciar uno de sus pomposos saludos. Por lo visto, Lelldorin se encontraba en un estado similar. Relg, por extraño que pareciera, no rehuyó los abrazos de la reina. Era evidente que su filosofía de la vida había experimentado un profundo cambio durante los años de matrimonio con Taiba.

—Creo que no conocemos a vuestros nuevos amigos —señaló Hettar con su habitual serenidad.

—¡Qué descuido de mi parte! —exclamó Seda golpeándose la frente con la palma abierta de la mano—. Ésta es Poledra, esposa de Belgarath y madre de Polgara. Los rumores sobre su muerte parecen haber sido infundados.

—¿Por qué no hablas con un poco de seriedad? —murmuró Belgarath mientras sus amigos saludaban a la mujer de cabello leonado con reverencia.

—Ni lo sueñes —respondió Seda—. Me estoy divirtiendo mucho con todo esto y sólo acabo de comenzar. Por favor, caballeros —les dijo a sus amigos—, permitidme continuar. De lo contrario, las presentaciones se extenderán hasta medianoche. Este es Sadi, a quien sin duda recordaréis, jefe de los eunucos del palacio de Salmissra.

—Antiguo jefe de los eunucos, príncipe Kheldar —corrigió Sadi—. Señores —añadió con una reverencia.

—Excelencia —respondió Hettar—. Estoy seguro de que las explicaciones llegarán más tarde.

—También recordaréis a Cyradis, por supuesto —continuó Seda—, la sagrada vidente de Kell. Ahora se encuentra un poco cansada, pues este mediodía tuvo que tomar una importante decisión.

—¿Dónde está ese hombretón que estaba contigo en Rheon, Cyradis? —preguntó Barak.

—Ay, señor de Trellheim —respondió ella—, mi guía y protector entregó su vida por nuestra causa.

—Lo siento mucho —dijo Barak con sencillez.

—Y éste, por supuesto —continuó Seda con naturalidad—, es Su Majestad imperial, Kal Zakath de Mallorea. Nos ha resultado bastante útil en algunas ocasiones.

Los amigos de Garion miraron a Zakath con una mezcla de desconfianza y sorpresa.

—Espero que podamos olvidar ciertos episodios desagradables del pasado —dijo Zakath con educación—. Garion y yo hemos superado nuestras diferencias.

—Majestad Imperial —respondió Mandorallen con una ruidosa reverencia—, me complace haber vivido lo suficiente para ver restaurada la paz del mundo.

—Vuestra prodigiosa reputación os honra a lo largo y ancho de todo el mundo conocido, mi señor de Mandor —respondió Zakath al mejor estilo mimbrano—. Aunque acabo de descubrir que esa reputación es sólo una sombra comparada con la magnífica realidad.

Mandorallen estaba radiante.

—No ha estado mal —le murmuró Hettar a Zakath.

El emperador le respondió con una sonrisa y luego miró a Barak.

—La próxima vez que veas a Anheg, dile que le enviaré la cuenta por todos los barcos que me hundió en el Mar del Este, después de la batalla de Thull Mardu. No estará de más ir preparándolo.

—Os deseo toda la suerte del mundo, Majestad —sonrió Barak—, pero sin duda descubriréis que es muy difícil que Anheg recurra a su tesoro.

—No te pongas así —le dijo Garion en voz baja a Lelldorin, que se había puesto pálido de furia al oír pronunciar el nombre de Zakath.

—Pero...

—No fue culpa suya —dijo Garion—. Tu primo murió en una batalla. Esas cosas pasan y no tiene sentido guardar rencores. Eso es lo que ha mantenido la inestabilidad en Arendia durante los últimos veinte años.

—Y estoy seguro de que todos reconoceréis a Eriond, a quien antes llamábamos Misión —dijo Seda con tono trivial—, el nuevo dios de Angarak.

—¿El nuevo qué? —exclamó Barak.

—Deberías mantenerte actualizado, mi querido Barak —dijo Seda mientras se lustraba las uñas en la pechera de su túnica.

—Seda —lo regañó Eriond.

—Lo siento —sonrió Seda—, no he podido resistir la tentación. ¿Podréis perdonarme, mi sagrada deidad? —Hizo una mueca—. Eso no suena muy bien, ¿sabes? ¿Cuál es la forma correcta de tratamiento?

—¿Qué tal si me llamas simplemente Eriond?

Relg, súbitamente pálido, se arrodilló de forma instintiva.

—Por favor, no hagas eso, Relg —dijo Eriond—. Después de todo, me conoces desde que era un niño, ¿verdad?

—Pero...

—Levántate, Relg —dijo Eriond, ayudándolo a incorporarse—. Por cierto, mi padre te envía recuerdos.

Relg lo miraba con expresión reverente.

—Oh, bueno —dijo Seda con ironía—, supongo que ha llegado el momento de revelarlo, caballeros. Todos conocéis a la margravina Liselle, mi novia.

—¿Tu novia? —exclamó Barak, atónito.

—Tarde o temprano, todos tenemos que sentar la cabeza —dijo Seda encogiéndose de hombros.

Todos se acercaron a felicitarlo. Sin embargo, Velvet no parecía muy complacida.

—¿Qué te ocurre, cariño? —le preguntó Seda con inocencia.

—¿No crees que has olvidado algo, Kheldar?

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