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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

La vidente de Kell (40 page)

BOOK: La vidente de Kell
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Cuando se levantó, ya no lloraba, y los temores de Garion se desvanecieron, así como la niebla de la mañana que había oscurecido el arrecife se había disipado con el ataque del sol.

—Id —dijo con voz resuelta señalando el portal, ahora sin custodia—. Se acerca la hora. Entrad en la gruta, Niño de la luz y Niña de las Tinieblas, pues debemos hacer una elección, que, una vez hecha, nadie podrá deshacer. Venid conmigo al Lugar que ya no Existe, donde se decidirá el destino de todos los hombres.

Con pasos firmes y seguros, la vidente de Kell los condujo al portal coronado con una escultura de la cara de Torak.

Garion se sintió indefenso ante el poder de aquella voz clara y siguió junto a Zandramas a la estilizada vidente. Cuando atravesaba el portal con la Niña de las Tinieblas, Garion sintió un suave roce sobre su hombro derecho. Entonces comprendió con mordaz jocosidad que las fuerzas que controlaban aquel encuentro no estaban completamente seguras de sí mismas y habían alzado una barrera entre él y la hechicera de Darshiva. El desprotegido cuello de Zandramas estaba a escasos centímetros de sus vengativas manos, pero la barrera la hacía tan inalcanzable como si estuviera al otro lado de la luna. Garion intuyó vagamente que sus amigos lo seguían a él, mientras Geran y Otrath, que no dejaba de temblar con violencia, caminaban tras los pasos a Zandramas.

—No es necesario que las cosas sean así, Belgarion de Riva —dijo Zandramas con un murmullo urgente—. ¿ Cómo es posible que nosotros, los dos seres más poderosos del universo, nos sometamos a la caprichosa elección de esta loca jovencita? Hagamos nuestras propias elecciones y convirtámonos los dos en dioses. Entonces podremos dejar a un lado a UL y a los demás, y juntos dominar a toda la creación. —El remolino de luces debajo de la piel de su rostro comenzó a moverse con mayor rapidez y sus ojos se encendieron con un resplandor rojizo—. Una vez que seamos dioses, podréis abandonar a vuestra esposa, que después de todo es humana, y podréis uniros a mí. Así seréis padre de una raza de dioses, ambos nos saciaremos mutuamente con placeres sobrenaturales. Me encontraréis hermosa, rey de Riva, como todos los hombres, y yo consumiré vuestros días con la pasión divina que compartiremos en el encuentro de la Luz y las Tinieblas.

Garion estaba asombrado e incluso un poco asustado ante la determinación del espíritu que dirigía a la Niña de las Tinieblas, tan implacable e inmutable como un roca de diamante. El joven notó que no cambiaba porque no podía hacerlo y creyó vislumbrar un hecho que parecía importante: la Luz podía cambiar, cada día recibía un testimonio de ello, pero las Tinieblas no. Por fin comprendió el verdadero significado del conflicto eterno que había dividido al universo: las Tinieblas pretendían un estancamiento invariable, mientras la Luz perseguía la evolución. Las Tinieblas se detenían en una supuesta perfección, mientras la Luz seguía avanzando inducida por la idea de que todo era perfeccionable. Cuando Garion habló, no respondió a las hipócritas insinuaciones de Zandramas, sino al propio espíritu de las Tinieblas.

—Las cosas cambiarán, ¿sabes? —dijo—. Nada de lo que digas me convencerá de lo contrario. Torak me ofreció convertirse en mi padre, y ahora Zandramas pretende ser mi esposa. Yo rechacé a Torak y ahora rechazo a Zandramas. No puedes condenarme a la inmovilidad. Si yo cambio algo, por pequeño que sea, estarás perdida. Ve a parar el curso de la marea, si es que puedes, y déjame hacer mi trabajo en paz.

La exclamación de asombro que surgió de la boca de Zandramas no era humana. La súbita conciencia de Garion había horrorizado a las Tinieblas, y no sólo a su instrumento. Sintió que otra mente se adentraba en la suya, como para inspeccionarla, y no hizo ningún esfuerzo para rechazarla.

Zandramas refunfuñó con los ojos ardientes de odio y frustración.

—¿No has encontrado lo que buscabas? —preguntó Garion.

La voz que surgió de su boca era seca, inexpresiva:

—Tarde o temprano tendrás que hacer tu elección, ¿sabes?

Las palabras que brotaron de los labios de Garion tampoco eran suyas y reflejaban la misma frialdad e indiferencia:

—Aún queda mucho tiempo —respondió—. Mi instrumento elegirá cuando sea preciso.

—Buena jugada, pero no significa que hayas ganado la partida.

—Por supuesto que no. La última jugada está en manos de la vidente de Kell.

—Que así sea, entonces.

Caminaban por un pasillo largo con olor a moho.

—Odio este lugar —dijo Seda a su espalda.

—Todo irá bien —le aseguró Velvet con tono reconfortante—. No permitiré que te ocurra nada.

Entonces el pasillo se abrió en una gruta. Las paredes eran rugosas, irregulares, pues no se trataba de un edificio, sino de una cueva natural. Un hilo de agua brotaba del muro del fondo y caía incansablemente en un oscuro charco con un sonido cristalino. La gruta tenía un vago olor a reptil mezclado con el hedor a carne podrida, y el suelo estaba cubierto de mordisqueados huesos blancos. No dejaba de ser una ironía que la madriguera del dios dragón se hubiera convertido en la madriguera de la bestia del mismo nombre. Nunca se había necesitado otro guardián para custodiar la cueva.

En la pared de la izquierda se alzaba un enorme trono esculpido en la propia piedra, y ante él se hallaba uno de los famosos altares murgos. En el centro del altar reposaba una piedra oblonga, un poco más grande que la cabeza de una persona. La piedra brillaba con un resplandor rojizo y su turbia luz iluminaba la gruta. A un lado del altar yacía un esqueleto humano, con su descarnado brazo extendido en un gesto suplicante. Garion frunció el entrecejo. ¿Se trataba de algún sacrificio en honor a Torak? ¿Alguna víctima del dragón? Enseguida lo comprendió: era el erudito melcene que había robado el Sardion de la universidad y huido con él para morir allí, en absurda actitud de adoración hacia la misma piedra que lo había matado.

Por encima de su hombro, el Orbe dejó escapar un súbito gruñido animal y de inmediato la piedra roja del altar, el Sardion, respondió con un sonido similar. Siguió un confuso alboroto de palabras pronunciadas en multitud de lenguas procedentes de los más remotos confines del universo. Parpadeantes luces azules se encendían en el cuerpo del turbio Sardion rojo y, de forma similar, un furioso tono rojo bañaba el Orbe en fluctuantes oleadas, mientras los conflictos de todas las épocas se reunían en aquel reducido espacio.

—¡Contrólalo, Garion! —ordenó Belgarath con firmeza—. Si no lo haces, se destruirán el uno al otro... y al universo también.

Garion extendió el brazo y apoyó la señal de su palma sobre el Orbe, hablando en voz baja a la vengativa piedra.

—Todavía no —le dijo—. Todo en su momento.

No habría podido explicar por qué había elegido esas palabras en concreto. Refunfuñando, como un niño desobediente, el Orbe guardó silencio y el Sardion también interrumpió de mala gana sus gruñidos.

Las luces, sin embargo, continuaron bañando la superficie de ambas piedras.

«Has estado muy bien allí fuera», dijo la voz de la mente de Garion a modo de felicitación. «Nuestro enemigo está un poco desconcertado, pero no debes confiarte demasiado. Estamos en desventaja, porque el espíritu de la Niña de las Tinieblas tiene mucho poder en esta gruta.»

«¿Por qué no me lo dijiste antes?»

«¿Me habrías hecho algún caso? Ahora escucha con atención, Garion. Mi adversario ha aceptado dejar este asunto en manos de Cyradis. Zandramas, sin embargo, no hará concesiones y es muy capaz de usar algún truco. Colócate entre ella y el Sardion. Pase lo que pase, no permitas que se acerque a esa piedra.»

«De acuerdo», respondió Garion con amargura.

Sabía que si intentaba acercarse poco a poco no engañaría a la hechicera de Darshiva, de modo que se situó frente al altar con calma y resolución, desenvainó la espada y apoyó su punta en el suelo, con las manos cruzadas sobre la empuñadura.

—¿Qué os proponéis? —preguntó Zandramas con voz brusca y desconfiada.

—Lo sabes muy bien, Zandramas —respondió Garion—. Los dos espíritus han acordado dejar que Cyradis elija a uno de ellos, pero aún no he oído tu aprobación. ¿Todavía crees que puedes evitar la elección?

Su cara bañada de luces se desfiguró en una expresión de odio.

—Pagaréis por esto, Belgarion —respondió—. Todo lo que sois y lo que amáis perecerá aquí.

—Eso lo decidirá Cyradis, no tú. Mientras tanto, nadie va a tocar el Sardion hasta que se haya hecho la elección.

Zandramas apretó los dientes, presa de una súbita e impotente furia.

Entonces Poledra se acercó y su cabello leonado se tiñó con la luz del Sardion.

—Bien hecho, joven lobo —le dijo a Garion.

—Ya no tenéis vuestro poder, Poledra —dijo una extraña voz a través de la boca de Zandramas.

—Un tanto —dijo la familiar voz seca a través de los labios de Poledra.

—Yo no veo dónde está el tanto.

—Eso es porque siempre destruyes a tus instrumentos cuando acabas con ellos. Poledra fue la Niña de la Luz en Vo Mimbre, donde incluso fue capaz de vencer a Torak..., al menos de forma temporaria. Una vez que ese poder ha sido concedido, no puede retirarse. ¿No has tenido ocasión de comprobarlo cuando controló al Señor de los Demonios? —Garion estaba atónito. ¿Poledra había sido la Niña de la Luz durante aquella terrible batalla, quinientos años antes?—. ¿Reconoces el tanto? —preguntó la voz.

—¿Qué importancia tiene? El juego acabará pronto.

—Quiero que reconozcas el tanto. Nuestras reglas así lo exigen.

—De acuerdo, lo reconozco. Te has vuelto muy infantil con ese asunto, ¿sabes?

—Las reglas son las reglas y el juego aún no ha concluido.

Garion vigilaba a Zandramas con atención, preparado para impedir cualquier movimiento súbito hacia el Sardion.

—¿Cuándo será la hora, Cyradis? —preguntó Belgarath en voz baja a la vidente de Kell

—Pronto —respondió ella—. Muy pronto.

—Todos estamos aquí —dijo Seda mirando el techo con nerviosismo—. ¿Por qué no acabas de una vez?

—Éste es el día, Kheldar —respondió ella—, pero no el instante preciso. Cuando lo sea, aparecerá una gran luz, una luz tan poderosa que incluso yo seré capaz de verla.

La extraña calma que se apoderó de él advirtió a Garion que el gran acontecimiento estaba a punto de suceder. Era la misma calma que lo había embargado en las ruinas de Cthol Mishrak, en su encuentro con Torak.

Entonces, como si sus pensamientos hubieran invocado por un instante al espíritu del dios tuerto, Garion creyó oír la horrible voz de Torak entonando el profético mensaje de la última página de Los Oráculos de Ashaba:

«Aunque nuestro mutuo sentimiento de odio pueda llegar a dividir los cielos, debéis saber, Belgarion, que somos hermanos. Somos hermanos porque compartimos una terrible tarea. Sin embargo, el hecho de que ahora estéis leyendo mis palabras significa que me habéis destruido, y por lo tanto habéis quedado a cargo de la totalidad de la misión. Los presagios de estas páginas son una aberración y no debéis permitir que sucedan. Destruid el mundo, destruid el universo si fuera necesario, pero no permitáis que sucedan. El destino de todo lo que ha sido, todo lo que es y todo lo que será se encuentra ahora en vuestras manos. Salud, mi odiado hermano, y adiós. Nos encontraremos —o ya nos habremos encontrado— en la Ciudad de la Noche Eterna, donde concluirá nuestra disputa. Nuestra misión, sin embargo, aún nos aguarda en el Lugar que ya no Existe. Uno de nosotros deberá ir allí y enfrentarse con el último horror. Si ése fuerais vos, no nos falléis. Si no queda otro remedio, deberéis segar la vida de vuestro único hijo como segasteis la mía.»

Esta vez, sin embargo, las palabras de Torak no llenaron a Garion de congoja, sólo reforzaron su decisión y le permitieron conocer la verdad. La visión que Torak había tenido en Ashaba era tan aterradora que en el momento de despertar de su profético sueño el dios mutilado se había sentido obligado a delegar la terrible tarea en manos de su más odiado enemigo. Aquel transitorio horror había superado incluso la colosal arrogancia de Torak. Sólo más tarde, después de que recuperara su orgullo, Torak había arrancado las páginas de la profecía. En aquel patético instante de lucidez, el dios mutilado había hablado con sinceridad por primera vez en su vida. Garion podía imaginar la humillación que habría sufrido Torak al descubrir la verdad. En el silencio de su mente Garion juró cumplir con la misión que le había asignado su más antiguo enemigo: «Haré todo lo que esté en mi poder para evitar esta aberración, hermano —le dijo al espíritu de Torak—. Descansad en paz, que yo os relevaré de vuestra carga».

El oscuro resplandor rojo del Sardion había disminuido la intensidad del remolino de luces de la piel de Zandramas y Garion logró ver sus rasgos con mayor claridad. Era evidente que la hechicera no estaba preparada para la repentina conformidad del espíritu que la dominaba. Su ambición de ganar a cualquier precio se veía frustrada por la falta de apoyo. Su propia mente —o lo que quedaba de ella— aún se esforzaba por evadir la elección. Al comienzo de los tiempos, las dos profecías habían acordado dejar la decisión en manos de la vidente de Kell. Los trucos, las evasivas y las innumerables atrocidades que había llevado a cabo la Niña de la Luz procedían de sus propias y retorcidas ideas grolims. En aquel momento, Zandramas era más peligrosa que nunca.

—Bien, Zandramas —dijo Poledra— ¿es éste el momento que habéis elegido para nuestro encuentro? ¿Nos destruiremos la una a la otra después de haber llegado tan cerca del momento crucial? Si aguardáis la elección de Cyradis, tendréis la oportunidad de conseguir aquello que deseabais con tanta ansiedad. Sin embargo, si queréis enfrentaros a mí, dejaréis todo este asunto en manos del azar. ¿Despreciaréis una posibilidad de éxito a cambio de una incertidumbre absoluta?

—Soy más fuerte que vos, Poledra —declaró Zandramas con voz desafiante—. Soy la Niña de las Tinieblas.

—Y yo fui la Niña de la Luz. ¿Cuánto estáis dispuesta a arriesgar por la posibilidad de que aún conserve toda mi fuerza y mi poder? ¿Lo apostaríais todo, Zandramas? ¿Todo?

Zandramas entrecerró los ojos y Garion percibió con claridad las vibraciones de su poder. Luego, con una súbita oleada de energía y un ruido ensordecedor, la hechicera lo liberó. Rodeada por una súbita aura de oscuridad, alzó al hijo de Garion entre sus brazos.

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