—Es un procedimiento lento —dijo Seda en voz baja a todos los presentes en la cubierta—, pero no sabemos quién está en el arrecife y no nos conviene anunciar nuestra presencia.
—La profundidad disminuye, capitán —informó el marinero que sostenía la sondaleza, sin subir la voz más de lo imprescindible.
Los preparativos de Garion y sus amigos habían expresado la necesidad de silencio con mayor claridad que las palabras. El marinero volvió a arrojar la sondaleza, y después de una espera que pareció interminable, dijo:
—Nos acercamos al fondo con rapidez, capitán. Calculo que estamos a unas dos brazas.
—Dejad los remos —ordenó Kresca a su tripulación en voz baja—. Arrojad el ancla. —Se volvió hacia su contramaestre—. Después de que nos hayamos marchado en la chalupa, avanza otros trescientos metros y atraca allí. Cuando volvamos silbaremos. Ya sabes, la señal acostumbrada. Entonces guíanos.
—De acuerdo, capitán.
—Por lo que veo, ya habéis hecho esto antes —dijo Seda.
—Alguna vez —admitió el capitán.
—Si todo va bien, tú y yo debemos tener una pequeña charla. Te haré una propuesta de negocios que podría interesarte.
—¿Nunca piensas en otra cosa? —preguntó Velvet.
—Nunca hay que dejar pasar una oportunidad, mi querida Liselle —respondió él con pomposidad.
—Eres incorregible.
—Supongo que tienes razón.
Un fajo de arpillera empapado de aceite y colocado en el escobén ahogó el ruido producido por la cadena de la pesada ancla al hundirse en las oscuras aguas. Garion adivinó, más que oyó, el chasquido metálico de las puntas del ancla contra las rocas, debajo de las olas turbulentas.
—Subamos a la chalupa —dijo Kresca—. La tripulación la bajará una vez que estemos a bordo. —Luego los miró con expresión culpable—. Me temo que tus amigos y tú tendréis que ayudar a remar, Garion, pues no cabe más gente en el bote.
—Por supuesto, capitán.
—Yo iré con vosotros para asegurarme de que lleguéis sanos y salvos a la costa.
—Capitán —dijo Belgarath—, cuando lleguemos a la costa, aléjate un poco con el barco. Te haremos una señal cuando estemos listos para que nos recojas.
—De acuerdo.
—Si no ves esa señal antes de mañana por la mañana, puedes volver a Perivor, porque eso significará que no volveremos.
—¿Lo que vais a hacer allí es realmente tan peligroso? —preguntó Kresca con expresión grave.
—Mucho más de lo que imaginas —respondió Seda—, aunque todos intentamos no pensar demasiado en ello.
Mientras remaban sobre el agua oleosa y oscura, nubes grisáceas de niebla se alzaban desde las turbulentas olas en el aire espectral. De repente, Garion recordó la brumosa noche en Sthiss Tor en que habían cruzado el río de la Serpiente, guiados sólo por el infalible instinto de Issus, el asesino tuerto. Sin dejar de remar, Garion se preguntó qué habría sido de él.
Después de cada diez brazadas, el capitán Kresca, que estaba en la popa ante el timón, les hacía un gesto para que se detuvieran e inclinaba la cabeza para oír el ruido de las olas.
—Otros doscientos metros —dijo por fin en voz baja—. Eh, tú —le dijo al marinero que llevaba otra sondaleza en la popa—, sigue sondando. No quiero chocar con una roca. Avísame cuando estemos cerca del fondo.
—De acuerdo, capitán.
La chalupa avanzaba entre las sombras y la niebla hacia la invisible playa donde se rompían las olas, deslizándose sobre el fondo de grava con un sonido chirriante. Cada una de ellas levantaba guijarros a su paso y los arrastraba hasta la misma orilla sólo para volver a empujarlos hacia el interior, como si el insaciable mar lamentara su incapacidad para devorar la tierra y convertir al mundo entero en un infinito océano, donde las enormes olas pudieran correr libremente.
El denso banco de niebla que se alzaba al este comenzó a aclarar cada vez más, a medida que despuntaba el alba sobre las oscuras y brumosas olas.
—Otros cien metros —dijo Kresca con voz tensa.
—Cuando lleguemos allí, ordena a tus hombres que se queden en el bote —dijo Belgarath—. Será mejor que no intenten desembarcar, pues no se lo permitirán. Empujaremos la chalupa en cuanto toquemos tierra.
Kresca tragó saliva y asintió con un gesto.
El rugido de las olas se volvió más fuerte y Garion percibió el intenso olor a algas, característico de toda zona donde el mar se encuentra con la tierra. Entonces, poco antes de que pudiera divisar la línea de la costa a través de la oscura niebla, las grandes y peligrosas olas se alisaron y el mar se tornó tan llano como un cristal.
—Éste ha sido todo un detalle por parte de las profecías —observó Seda.
—Chist —dijo Velvet llevándose un dedo a la boca—. Intento escuchar.
Cuando la proa de la chalupa rozó el fondo de grava, Durnik saltó a la superficie y la arrastró hacia la playa. Garion y sus amigos también bajaron y caminaron por el agua hasta la orilla.
—Te veremos mañana por la mañana, capitán —dijo Garion en voz baja mientras Toth se preparaba a empujar el bote—. Al menos, eso espero —añadió.
—Buena suerte, Garion —respondió Kresca—. Cuando vuelvas, tendrás que explicarme todo este asunto.
—Es probable que prefiera olvidarlo —respondió Garion con tristeza.
—No si ganas —dijo Kresca mientras volvía a internarse en la niebla.
—Me gusta ese hombre —afirmó Seda—. Tiene una saludable actitud optimista.
—Alejémonos de la playa —dijo Belgarath—. A pesar de lo que dijo el amigo de Garion, tengo la impresión de que la niebla se está disipando. Me sentiré mucho mejor cuando pueda esconderme detrás de una roca sólida.
Durnik y Toth levantaron los dos sacos de lona que contenían las armaduras. Garion y Zakath desenvainaron las espadas y comenzaron a caminar por la playa de grava, seguidos por los demás. La montaña que se alzaba ante ellos parecía formada por granito moteado, recortado en bloques de aspecto artificial. Garion había visto suficientes montañas de granito en distintos sitios del mundo como para saber que ese tipo de roca se desmoronaba y erosionaba en los extremos, produciendo formas redondeadas.
—Es extraño —murmuró Durnik mientras pateaba con la bota húmeda el anguloso extremo de un bloque. Dejó el saco de lona en el suelo, sacó su cuchillo e intentó hundirlo en la piedra—. No es granito —dijo en voz baja—, parece granito pero es mucho más duro. Es otro tipo de roca.
—Ya la identificaremos más tarde —dijo Beldin—. Ahora busquemos un sitio donde refugiarnos, por si acaso las sospechas de Belgarath tuvieran algún fundamento. En cuanto nos hayamos instalado, saldré a dar un paseo alrededor de los picos.
—No podrás ver nada —predijo Seda.
—Pero podré oír.
—Allí —dijo Durnik señalando un lugar con su martillo—. Por lo visto, uno de esos bloques de piedra se soltó y rodó hasta la playa, dejando un hueco considerable donde esconderse.
—Parece un sitio apropiado —asintió Belgarath—. Beldin, cuando te transformes hazlo muy despacio. Estoy seguro de que Zandramas desembarcó a la misma hora que nosotros y podría oírte.
—Sé cómo hacerlo, Belgarath.
El hueco que se abría a un costado de aquel extraño pico escalonado era lo bastante amplio para ocultarlos y entraron en él con cuidado.
—Muy bien —dijo Seda—. ¿Por qué no aguardáis aquí hasta que recuperéis el aliento? Mientras tanto, Beldin explorará la isla convertido en gaviota y yo iré a buscar un camino.
—Ten cuidado —le dijo Belgarath.
—El día que olvides decírmelo, Belgarath, se habrán marchitado todos los árboles de la tierra.
El hombrecillo trepó para salir del hueco y desapareció en la niebla.
—Es verdad que siempre le dices lo mismo —observó Beldin.
—Seda es muy impulsivo y necesita que le repita las cosas con frecuencia. ¿Y tú no piensas marcharte nunca?
Beldin le dedicó un adjetivo poco halagador, se transformó despacio y se alejó volando.
—Tu carácter no ha mejorado, Viejo Lobo —le dijo Poledra.
—¿Esperabas que lo hubiera hecho?
—En realidad no —respondió ella—, pero la esperanza es lo último que se pierde.
Pese a los temores de Belgarath, la niebla no se desvaneció. Beldin regresó media hora después.
—No los he visto, pero los he oído con claridad. Los angaraks son incapaces de hablar en voz baja. Lo siento, Zakath, pero es verdad...
—Si quieres, promulgaré una ley para que las próximas tres o cuatro generaciones hablen en murmullos.
—No te molestes, Zakath —sonrió el enano—, mientras me queden algunos angaraks como enemigos, prefiero oírlos venir. ¿Ha vuelto Kheldar?
—Todavía no —respondió Garion.
—¿Qué demonios hace? Estos bloques de piedra son demasiado pesados para robarlos.
En ese momento Seda se asomó por la abertura del hueco y saltó con agilidad al suelo de piedra.
—No vais a creer lo que voy a deciros —predijo.
—Tal vez no —respondió Velvet—, pero ¿por qué no lo haces de todos modos?
—Este pico ha sido construido por la mano del hombre, al menos en parte. Los bloques que lo rodean son como terraplenes, lisos, pulidos y escalonados hasta aquella superficie llana de allí arriba, donde hay un altar y un enorme trono.
—¡Conque era eso! —exclamó Beldin chasqueando los dedos—. ¿Alguna vez has leído el Libro de Torak, Belgarath?
—Lo intenté en varias ocasiones, pero mi angarak arcaico no es demasiado bueno.
—¿Hablas angarak arcaico? —preguntó Zakath, sorprendido—. Es una lengua prohibida en Mallorea. Sospecho que Torak modificó unas cuantas cosas y no quería que nadie lo descubriera.
—Yo lo aprendí antes de la prohibición. Pero ¿a qué viene eso, Beldin?
—¿Recuerdas un pasaje cerca del comienzo, en medio de tanta palabrería, donde Torak decía que había subido a las tierras altas de Korim para discutir la creación del mundo con UL?
—Lo recuerdo de forma vaga.
—Bueno, como UL no quiso escucharlo, Torak le dio la espalda, reunió a los angaraks y los condujo hacia Korim. Entonces les comunicó sus planes y, al mejor estilo angarak, ellos se inclinaron ante él y comenzaron a sacrificarse unos a otros. En ese pasaje hay una palabra «Halagachak» que significa «templo» o algo así. Siempre creí que Torak hablaba en sentido figurado, pero por lo visto no era así. Ese pico es el templo, como confirman el altar y los terraplenes desde los cuales los angaraks contemplaban cómo los grolims sacrificaban al pueblo en honor a su dios. Si no me equivoco, éste también es el sitio donde Torak habló con su padre. Al margen de lo que pienses del viejo Cara Quemada, éste es uno de los lugares más sagrados de la tierra.
—¿Por qué hablas del padre de Torak? —preguntó Zakath, perplejo—. No sabía que los dioses tuvieran padre.
—Por supuesto que sí —dijo Ce'Nedra con presunción—. Todo el mundo lo sabe.
—Yo no lo sabía.
—UL es su padre —dijo la joven con deliberada naturalidad.
—¿No es el dios de los ulgos?
—No exactamente por elección —explicó Belgarath—. El primer Gorim lo obligó a serlo.
—¿Cómo se puede obligar a hacer algo a un dios?
—Con tacto —respondió Beldin—, con mucho, mucho tacto.
—Yo conocí a UL —informó Ce'Nedra gratuitamente—, y me tiene mucho afecto.
—A veces puede llegar a ser muy pesada, ¿no es cierto? —le dijo Zakath a Garion.
—¿Cómo lo has notado?
—No necesito vuestra aprobación —dijo ella agitando su cabellera en un gracioso gesto—. Si cuento con la de los dioses, quiere decir que estoy haciendo las cosas bien.
Garion se alegró de ver que Ce'Nedra estaba dispuesta a bromear con ellos, pues parecía un indicio de que no tomaba los supuestos presentimientos sobre su inminente muerte demasiado en serio. Sin embargo, hubiese dado cualquier cosa por quitarle el cuchillo.
—Oye, Seda —dijo Belgarath—, durante el curso de tus fascinantes exploraciones, ¿no habrás encontrado esa cueva, por casualidad? Creí que te habías internado en la niebla con ese propósito.
—¿La cueva? —dijo Seda—. Ah, sí, está prácticamente en medio de la ladera norte, frente a una especie de anfiteatro. La encontré diez minutos después de salir. —Belgarath le dirigió una mirada fulminante—. Sin embargo, no es exactamente una cueva —añadió Seda—. Es probable que en el interior sí lo sea, pero la entrada es una amplia puerta con columnas a cada lado y una cara familiar en el dintel.
—¿Torak? —preguntó Garion, acongojado.
—El mismo.
—¿No deberíamos ir hacia allí? —sugirió Durnik—. Si Zandramas ya ha llegado a la isla... —dejó la frase en el aire y abrió las manos.
—¿Qué pasa? —dijo Beldin y todos se volvieron a mirarlo con extrañeza—. Zandramas no puede entrar a la cueva sin nosotros, ¿verdad? —le preguntó a Cyradis.
—No, Beldin —respondió ella—. Eso está prohibido.
—Bien, entonces dejemos que espere. Estoy seguro de que disfrutará de la expectación. ¿Alguien ha traído algo de comer? El hecho de que me haya visto obligado a transformarme en gaviota no significa que tenga que comer pescado crudo.
Esperaron durante casi una hora, hasta que Beldin se convenció de que Zandramas ya estaría furiosa. Garion y Zakath aprovecharon la demora para ponerse las armaduras.
—Iré a echar un vistazo —dijo por fin el enano.
Se transformó muy despacio en una gaviota y se perdió entre la niebla. Cuando regresó, reía con malicia.
—Nunca había oído ese tipo de lenguaje de boca de una mujer —dijo—. Te supera incluso a ti, Pol.
—¿Qué hace? —preguntó Belgarath.
—Espera junto a la entrada o la puerta de la cueva, como prefieras llamarla. La acompañaban unos cuarenta grolims.
—¿Cuarenta? —exclamó Garion y se volvió hacia Cyradis—. Dijiste que las fuerzas estarían equilibradas —acusó.
—¿Acaso vuestra fuerza no equivale a la de cinco hombres, Belgarion? —se limitó a responder ella.
—Bueno...
—¿Por qué has hablado en pasado? —le preguntó Belgarath a su hermano.
—Yo diría que nuestra luminosa amiga ordenó a varios de ellos derribar algo que les obstaculizaba el paso. No sé si la propia puerta posee una fuerza especial o si Zandramas perdió la paciencia, pero es evidente que cinco de ellos ya han muerto. Zandramas está fuera, inventando nuevas palabrotas. Por cierto, todos los grolims llevan capuchas forradas de color púrpura.