—Es extraño —intervino Zakath—. Yo presidía un juicio y tenía que condenar a varios individuos. Entre ellos había una persona a quien quería mucho, pero de todos modos estaba obligado a condenarla.
—Yo también tuve una pesadilla —admitió Velvet.
—Estoy seguro de que todos las tuvimos —dijo Garion—. Durante el viaje hacia Cthol Mishrak, Torak se la pasó metiéndose en mis sueños. —Miró a Cyradis— ¿Es un recurso habitual en los Niños de las Tinieblas? —preguntó—. Hemos notado que los hechos se repiten cada vez que nos acercamos a uno de estos encuentros. ¿Es éste otro de los hechos que ha sucedido una y otra vez?
—Sois muy perceptivo, Belgarion de Riva —respondió la vidente—. En los innumerables milenios transcurridos desde el primer encuentro, sois el único Niño de la Luz o de las Tinieblas que se ha dado cuenta de que la secuencia debe repetirse hasta que termine la división.
—No puedo atribuirme todo el mérito de ese descubrimiento, Cyradis —admitió él—. Según tengo entendido, estos encuentros se vuelven cada vez más frecuentes. Quizá yo sea el único Niño de la Luz o de las Tinieblas que participó en dos encuentros. Además, me llevó bastante tiempo dilucidar lo que sucedía. ¿Las pesadillas también forman parte de las repeticiones?
—Vuestra conjetura refleja una gran astucia, Belgarion —dijo ella con una dulce sonrisa—, pero me temo que es incorrecta. Sin embargo, es una pena desperdiciar tan brillante percepción.
—¿Te estás burlando de mí, sagrada vidente?
—¿Me creéis capaz de algo semejante, noble Belgarion? —replicó ella imitando a la perfección el tono de Seda.
—Podrías azotarla —sugirió Beldin.
—¿Con esa mole que la cuida? —dijo Garion sonriéndole a Toth. Luego entornó los ojos—. No tienes permiso para ayudarnos, ¿verdad, Cyradis? —Ella suspiró y negó con la cabeza—. No te preocupes. Creo que podremos encontrar la respuesta solos. —Se volvió hacia Belgarath—. Muy bien —dijo—. Torak intentó asustarme con pesadillas y ahora parece que Zandramas pretende hacer lo mismo, con la diferencia de que esta vez nos lo está haciendo a todos. Si no es una de esas repeticiones, ¿de qué puede tratarse?
—Este chico comienza a desarrollar una gran capacidad analítica, Belgarath —dijo Beldin.
—Es natural —dijo el anciano sin falsa modestia.
—Te dislocarás el hombro intentando palmearte tu propia espalda —observó Beldin con acritud. Luego se incorporó y comenzó a pasearse de un sitio a otro, con el entrecejo arrugado en una mueca de concentración—. Bien —comenzó—: Primero: ésta no es una de esas tediosas repeticiones que nos han estado acosando desde el comienzo de este asunto, ¿verdad?
—Así es —asintió Belgarath.
—Segundo: ocurrió de una forma similar la última vez. —Se giró hacia Garion—. ¿No es cierto? —preguntó.
—Sí.
—Entonces sólo llevamos dos veces. Un hecho puede repetirse dos veces por simple coincidencia, pero supongamos que no es así. Sabemos que los Niños de la Luz siempre llevan acompañantes, y que los Niños de las Tinieblas van solos.
—Eso ha dicho Cyradis —asintió Belgarath.
—No tiene ninguna razón para mentirnos. Ahora bien, si el Niño de la Luz tiene acompañantes y el de las Tinieblas no, ¿eso no pondría a su bando en seria desventaja?
—Sería lógico pensarlo.
—Sin embargo, ambas fuerzas han mantenido siempre semejante equilibrio que ni siquiera los dioses han sido capaces de predecir el resultado. La Niña de las Tinieblas debe tomar medidas para compensar la aparente desventaja de su situación, y creo que estas pesadillas podrían formar parte de esas medidas.
Seda se incorporó y se acercó a Garion.
—Estas discusiones me dan dolor de cabeza —dijo en voz baja—. Voy a subir un rato a la cubierta.
El hombrecillo abandonó la bodega y el cachorro de lobo lo siguió, sin razón aparente.
—No creo que unas cuantas pesadillas puedan alterar el curso de los acontecimientos, Beldin —objetó Belgarath.
—Pero ¿y si las pesadillas fueran sólo una parte de su táctica, Viejo Lobo? —preguntó Poledra—. Tú y Pol estuvisteis en Vo Mimbre, en uno de esos encuentros, y habéis acompañado al Niño de la Luz en dos ocasiones. ¿Qué sucedió en Vo Mimbre?
—También tuvimos pesadillas —admitió Belgarath.
—¿Algo más? —preguntó el enano con interés.
—Tuvimos alucinaciones, aunque podrían haber sido provocadas por los grolims de la vecindad.
—¿Qué más?
—Todo el mundo pareció volverse loco. Tuvimos que hacer grandes esfuerzos para evitar que Brand atacara a Torak a dentelladas. Luego, en Cthol Mishrak, yo enterré a Belzedar bajo la roca y Polgara quería desenterrarlo para beberse su sangre.
—¡Padre! —exclamó ella—. Yo jamás deseé algo semejante.
—Es verdad, Pol. Ese día estabas furiosa.
—Todo encaja, Viejo Lobo —dijo Poledra con voz lúgubre—. Nuestro bando lucha con armas normales. La espada de Garion no lo parece tanto, pero al fin y al cabo es sólo una espada.
—No opinarías lo mismo si hubieras estado en Cthol Mishrak —dijo su esposo.
—Estuve allí, Belgarath —respondió ella.
—¿De veras?
—Por supuesto. Estaba escondida entre las ruinas, espiando. Bueno, por lo visto los Niños de las Tinieblas no atacan el cuerpo, sino la mente. Así consiguen mantener un perfecto equilibrio.
—Pesadillas, alucinaciones y, por fin, locura —enumeró Polgara con aire pensativo—. Es un formidable arsenal. Hasta es probable que hubiera funcionado... si no fuera por la torpeza de Zandramas.
—No te entiendo, Pol —dijo Durnik.
—Se equivocó —dijo Polgara encogiéndose de hombros—. Si sólo hubiera tenido pesadillas uno de nosotros, les habría restado importancia y no las habría mencionado el día del encuentro con Zandramas. Entonces esta conversación no se habría llevado a cabo.
—Me alegra saber que ella también comete errores —observó Belgarath—. Bueno, ya sabemos que ha estado manipulando nuestras mentes, así que el mejor contraataque consistirá en borrar esas pesadillas de nuestra mente.
—Además de tener cautela si comenzamos a ver cosas extrañas —añadió Polgara.
Seda y el lobo volvieron a la bodega.
—Es una mañana hermosa —informó con alegría mientras se agachaba a acariciar las orejas del cachorro.
—Espléndido —murmuró Sadi con sequedad.
El eunuco estaba untando con cuidado su pequeña daga con una nueva capa de veneno. Llevaba un grueso chaquetón de cuero y altas botas de piel, que le cubrían hasta la mitad del muslo. A pesar de su delgadez, en Sthiss Tor, Sadi aparentaba tener un cuerpo blando, incluso fláccido. Sin embargo ahora se lo veía atlético y fuerte. Después de un año sin drogas y con una práctica forzosa de ejercicios físicos, había cambiado mucho.
—Es perfecto —le dijo Seda—. Esta mañana tenemos niebla, caballeros —dijo—, una agradable, húmeda, niebla gris casi tan densa que se podría caminar sobre ella. Una niebla que haría las delicias de cualquier ladrón.
—Si Seda lo dice... —sonrió Durnik.
El herrero iba vestido con su ropa habitual, pero le había entregado su hacha a Toth y llevaba el terrible martillo con que había ahuyentado al demonio Nahaz.
—Las profecías vuelven a tenernos agarrados por las narices —dijo Beldin con furia—, pero al menos parece que anoche tomamos la decisión correcta. Una buena y densa niebla hace que la clandestinidad se vuelva casi inevitable.
Beldin había recuperado su apariencia normal: sucio, andrajoso y muy feo.
—Quizá sólo intenten ayudar —sugirió Velvet. La joven los había sorprendido a todos al entrar en la bodega media hora antes vestida con un ceñido traje de piel, similar al que solía llevar Vella, la bailarina nadrak. Era un atuendo extrañamente masculino y práctico—. Han hecho todo lo posible para ayudar a Zandramas. Tal vez ya sea hora de que obtengamos un poco de ayuda.
«¿Tiene razón?», Garion le preguntó a la conciencia que habitaba en su mente. «¿Tú y tu contrincante nos estáis ayudando, para variar?»
«No seas tonto, Garion. Nadie ayuda a nadie. A esta altura de la cuestión, eso está prohibido.»
«¿Entonces de dónde ha venido la niebla?»
«¿De dónde suele venir la niebla?»
«¿Cómo quieres que lo sepa?»
«Pregúntaselo a Beldin. Es probable que él pueda ayudarte. Esa niebla es perfectamente natural.»
—Liselle —dijo Garion—, acabo de consultar a mi amigo y la niebla no ha sido provocada por ningún truco. Es sólo una consecuencia natural de la tormenta.
—Me decepcionas —dijo ella.
Aquella mañana, Ce'Nedra había decidido ponerse una túnica dríada, pero Garion se había negado con firmeza. En su lugar, llevaba un simple vestido gris sin ninguna enagua que obstaculizara sus movimientos. Era evidente que estaba preparada para la acción y Garion estaba convencido de que ocultaba al menos un cuchillo entre sus ropas.
—¿Por qué no empezamos? —preguntó.
—Porque todavía está oscuro, cariño —explicó Polgara con paciencia—. Tenemos que esperar a que aclare un poco.
Polgara y su madre llevaban vestidos casi idénticos, aunque uno era gris y el otro marrón.
—Garion —dijo Poledra—, ¿por qué no bajas a la cocina y les pides que nos traigan el desayuno? Deberíamos comer algo ahora, pues dudo que tengamos tiempo o ganas de hacerlo más tarde.
Poledra y Belgarath, sentados lado a lado, se habían cogido inconscientemente de la mano.
Garion se sentía un poco ofendido por aquella orden. Después de todo, él era un rey y no el chico de los recados. Sin embargo, enseguida se percató de la irracionalidad de su enfado y comenzó a incorporarse.
—Iré yo, Garion —dijo Eriond, como si hubiese leído sus pensamientos.
El joven estaba vestido con su habitual túnica marrón y no llevaba ningún tipo de arma.
Mientras Eriond salía de la bodega, una extraña idea asaltó a Garion. ¿Por qué prestaba tanta atención a la apariencia de sus compañeros? Él los conocía bien y había visto las prendas que llevaban aquella mañana tantas veces que no había razón para que reparara en ellas. De repente comprendió con absoluta certeza lo que le ocurría. Uno de ellos iba a morir y él intentaba grabar todos los semblantes en su mente para recordar durante el resto de su vida a aquel que se sacrificaría. Miró a Zakath. El malloreano se había afeitado la barba, y pese al parche blanco que ésta le había dejado en la mandíbula y las mejillas, su piel oliveña ya no estaba pálida, sino bronceada y con aspecto saludable. Llevaba un atuendo tan sencillo como el de Garion, pues ambos tendrían que ponerse la armadura en cuanto llegaran al arrecife.
Toth, con su expresión impasible, también estaba vestido como de costumbre: con un taparrabos y una rústica manta de lana sobre un hombro. Sin embargo, en lugar de su pesada porra, tenía el hacha de Durnik sobre el regazo.
El aspecto de la vidente de Kell permanecía inmutable. Su blanca túnica con capucha seguía inmaculada y la venda que cubría sus ojos se mantenía lisa y sin arrugas. Garion se preguntó si se la quitaría para dormir y entonces lo asaltó una escalofriante idea: ¿Y si Cyradis fuera la persona destinada a morir? Ella lo había sacrificado todo por su misión. Las profecías no podían ser tan crueles como para exigirle ese último y supremo sacrificio.
Belgarath, por supuesto, era incapaz de cambiar. Llevaba las mismas botas desparejas, las calzas remendadas y la túnica rojiza con que había aparecido en la hacienda de Faldor, haciéndose pasar por un narrador llamado Lobo. La única diferencia era que esta vez no sostenía una espumosa jarra de cerveza en su mano libre. La noche anterior había cogido una con naturalidad, pero Poledra, con idéntica naturalidad aunque con suma firmeza, se la había quitado de la mano para vaciarla en una portilla. Garion sospechaba que sus días de borracheras habían llegado a un súbito final y pensó que sería agradable mantener una conversación con un Belgarath perfectamente sobrio.
Desayunaron casi sin hablar, pues ya no quedaba nada por decir. Ce'Nedra alimentó con diligencia al cachorrillo y luego miró a Garion con tristeza.
—Encárgate de él, por favor —le dijo. No tenía sentido volver a discutir ese tema con ella, pues estaba tan convencida de que moriría aquel día, que no había argumento capaz de quitarle esa idea de la cabeza—. Podrías dárselo a Geran —añadió—. Todos los niños deberían tener un perro. La obligación de ocuparse de él lo hará volverse responsable.
—Yo nunca tuve un perro —dijo Garion.
—Deberías haberle dado uno, tía Pol —dijo Ce'Nedra, volviendo a usar la familiar forma de tratamiento de manera inconsciente... o tal vez no.
—No habría tenido tiempo de cuidarlo, Ce'Nedra —respondió Polgara—. Nuestro querido Garion ha tenido una vida muy ocupada.
—Esperemos que deje de serlo cuando todo esto termine —dijo Garion.
Después del desayuno, el capitán Kresca entró en la bodega con un mapa en la mano.
—Como ya os dije anoche, este mapa no es muy preciso —se disculpó—. Nunca pude sondear con exactitud la costa que rodea ese pico. Podemos avanzar muy despacio hasta llegar a unos cien metros de la playa. Luego tendremos que seguir con la chalupa. Me temo que esta niebla complicará aún más el viaje.
—¿Hay una playa al este del promontorio? —le preguntó Belgarath.
—Una muy pequeña —respondió Kresca—. Aunque con la marea en cuadratura tal vez se vuelva un poco más ancha.
—Bien. Necesitamos desembarcar algunas cosas —añadió el anciano señalando los resistentes sacos de lona que contenían las armaduras de Garion y Zakath.
—Ordenaré a mis hombres que las lleven al bote.
—¿Cuándo podremos desembarcar? —preguntó Ce'Nedra, impaciente.
—Dentro de unos veinte minutos.
—¿Tanto?
El capitán asintió con la cabeza.
—A menos que se le ocurra un modo de hacer salir el sol más temprano.
Ce'Nedra se giró rápidamente hacia Belgarath.
—Olvídalo —le dijo.
—¿Podrías cuidar de nuestra mascota, capitán? —preguntó Poledra señalando al lobo—. Es demasiado impulsivo y no queremos que se ponga a aullar en un momento inoportuno.
—Por supuesto, señora —respondió Kresca, que por lo visto no había pasado el tiempo suficiente en tierra para reconocer a un lobo.
La última etapa del viaje resultó aún más tediosa. Los marineros levaron el ancla y comenzaron a remar. Sin embargo, después de cada par de brazadas, se detenían a arrojar una sondaleza con un peso de plomo.