—Hechiceros —dijo Polgara con frialdad.
—La hechicería grolim no es tan efectiva —repuso Beldin encogiéndose de hombros.
—¿Has podido ver las luces bajo su piel? —preguntó Garion.
—Desde luego. Su cara parece un prado lleno de luciérnagas en una noche de verano. Pero he visto algo más. Ese albatros está allí. Nos saludamos, pero no tuvimos tiempo de detenernos a hablar.
—¿Qué hacía? —preguntó Seda con desconfianza.
—Se limitaba a planear por allí. Ya sabes cómo son los albatros, mueven las alas una vez por semana. La niebla comienza a disiparse. ¿Por qué no esperamos a que termine de desvanecerse sobre uno de aquellos terraplenes, encima del anfiteatro? Se llevará un buen susto al ver aparecer entre la niebla a un grupo de figuras oscuras, ¿no os parece?
—¿Has visto a mi bebé? —preguntó Ce'Nedra con evidente angustia.
—Ya no es un bebé, pequeña, sino un robusto niño con rizos tan rubios como los que solía tener Eriond. Adivino por su expresión que no está muy feliz con su compañía y que va a tener el mismo genio que el resto de la familia. Creo que si Garion bajara ahora mismo y le entregara la espada, podríamos sentarnos todos a mirar cómo soluciona el problema sin ayuda de nadie.
—Preferiría que no matara a nadie hasta que cambiara los dientes de leche —dijo Garion con firmeza—. ¿Los demás también están allí?
—He reconocido al archiduque de Otrath por la descripción de su esposa. Lleva una corona barata y ropas reales de segunda mano. Sus ojos reflejan una carencia absoluta de inteligencia.
—Ése es mío —gruñó Zakath—. Nunca había tenido la oportunidad de ocuparme personalmente de un hombre culpable de alta traición.
—Su esposa te estará eternamente agradecida —sonrió Beldin—. Hasta es probable que viaje a Mal Zeth para ofrecerte personalmente su reconocimiento..., entre otras cosas. Es una mujer insaciable, Zakath. Te aconsejo que descanses bien antes de atenderla.
—No me agrada el curso que ha tomado la conversación —dijo Cyradis con voz cortante—. El día avanza y debemos seguir adelante.
—Lo que tú digas, cariñín —respondió Beldin hablando con la voz de Feldegast.
Cyradis no pudo evitar sonreír.
Todos volvían a hablar con tono jovial y jactancioso. Eran conscientes de que estaban a punto de presenciar el acontecimiento más importante de la historia, pero también sabían que burlarse de las cosas serias es una reacción natural en los seres humanos.
Seda salió primero del escondite, sin que sus suaves botas hicieran ningún ruido sobre las rocas húmedas. Garion y Zakath, por el contrario, tuvieron que extremar las precauciones para evitar los chirridos de sus armaduras. Los abruptos terraplenes tenían una altura de unos tres metros, pero estaban comunicados entre sí por escaleras situadas a intervalos regulares. Seda los condujo tres niveles más arriba y luego comenzó a rodear la pirámide truncada. Por fin se detuvo en el extremo norte.
—Será mejor que hagamos silencio —murmuró—. Sólo estamos a cien metros de ese anfiteatro y podría descubrirnos algún grolim con el sentido del oído desarrollado.
Giraron la esquina muy despacio y avanzaron con cautela por la cara norte del pico durante varios minutos. Luego Seda se detuvo y se asomó por encima del borde, intentando distinguir algo entre la niebla.
—Ya está —murmuró—. El anfiteatro es una hondonada rectangular situada a un costado del pico. Va desde la playa a ese portal, o como queráis llamarle. Si miráis por encima del borde, veréis que los terraplenes inferiores se interrumpen allí. El anfiteatro está justo debajo de nosotros y ahora mismo nos encontramos a unos cien metros de Zandramas.
Garion escudriñó la niebla con la absurda esperanza de que la bruma se disipara de inmediato y le permitiera contemplar por fin la cara de su enemiga.
—Tranquilo —susurró Beldin—. Ya falta poco. No estropees la sorpresa.
Las voces estridentes y guturales de los murgos se alzaron sobre la niebla. Garion no podía descifrar las palabras, aunque tampoco necesitaba hacerlo.
Esperaron. El sol se asomaba al este del horizonte y su pálido disco era apenas visible a través de la neblina y las turbias nubes, consecuencia de la tormenta. De repente, la bruma comenzó a arremolinarse y girar, se disipó de forma gradual sobre sus cabezas, y Garion pudo ver el cielo. El arrecife seguía cubierto por un denso manto de sucias nubes vaporosas, pero éste se extendía apenas unos kilómetros hacia el este. De repente, a la altura del horizonte, el sol se asomó por debajo de las nubes y los cubrió con un resplandor naranja, como si el cielo se hubiera incendiado de repente.
—Muy colorido —murmuró Sadi mientras se pasaba la daga envenenada con nerviosismo de una mano a la otra. Dejó el maletín rojo en el suelo y lo abrió. Extrajo el frasco de cerámica, le quitó la tapa y lo colocó a su lado—. En este arrecife deben de haber ratones —dijo—, o huevos de gaviotas. Zith y sus bebés se encontrarán a gusto aquí. —Luego se incorporó y metió con cuidado en el bolsillo de su túnica una bolsita que había sacado del maletín—. Simple precaución —añadió a modo de explicación.
La niebla ya estaba debajo de ellos como un nacarado océano gris a la sombra de la pirámide. Garion oyó un extraño grito melancólico y alzó la vista. El albatros planeaba sobre la niebla con las alas quietas. El joven escudriñó con atención la oscura bruma y se llevó la mano a la espada de forma inconsciente. El Orbe irradiaba un tenue resplandor, aunque no era azul, sino de un furioso color rojo, casi el mismo tono del ardiente cielo.
—Esto lo confirma, Viejo Lobo —le dijo Poledra a su marido—. El Sardion está en esa cueva.
Belgarath, con su barba y su pelo plateados teñidos por el resplandor rojizo de la luz, respondió con un gruñido.
La niebla comenzó a arremolinarse, como si fuera un mar turbulento. Se disipó poco a poco, hasta que Garion pudo distinguir a sus pies las figuras brumosas, imprecisas y oscuras.
La niebla ya era sólo una tenue y vaporosa nube.
—¡Sagrada hechicera! —exclamó una voz llena de alarma—. ¡Mira!
Una figura encapuchada, envuelta en una brillante túnica negra de raso, se giró, y por fin Garion pudo contemplar el rostro de la Niña de las Tinieblas. Había oído varias descripciones de las luces que invadían su cuerpo, pero ninguna de ellas lo había preparado para lo que vio. Las luces no estaban quietas, sino que se movían incansablemente bajo su piel. A la sombra de la antigua pirámide, sus rasgos eran oscuros, casi invisibles, pero las luces producían la ilusión de que, tal como anunciaban las misteriosas palabras de Los Oráculos de Ashaba, «todo el universo estrellado» se hallaba confinado en su persona.
Garion oyó una ruidosa inspiración de Ce'Nedra. Giró la cabeza y vio a la menuda reina con la daga en la mano y los ojos encendidos de odio, mirando hacia la escalera que conducía al anfiteatro. Sin embargo, Polgara y Velvet, conscientes de lo que se proponía, se apresuraron a desarmarla.
Entonces Poledra se acercó al borde del terraplén.
—De modo que por fin ha llegado el momento, Zandramas —dijo con voz clara.
—Hace tiempo que esperaba que os unierais a vuestros amigos, Poledra —respondió la hechicera en tono insolente—. Me preocupaba que os hubierais perdido en el camino. Pero ya estáis todos y podré acabar con vosotros ordenadamente.
—Habéis comenzado a preocuparos por el orden con cierto retraso, Zandramas —respondió Poledra—, pero eso no tiene importancia. Como estaba previsto, hemos llegado al sitio indicado a la hora señalada. ¿Por qué no dejamos de lado estas trivialidades y entramos dentro ? El universo podría impacientarse por nuestra demora.
—Todavía no —respondió Zandramas con firmeza.
—Qué tedioso —dijo la esposa de Belgarath con voz cansina—. Ése es vuestro peor defecto, Zandramas. Aunque hayáis comprobado mil veces que un método no funciona, seguís insistiendo con él. Habéis hecho innumerables trampas para evitar este encuentro, todas en vano. Vuestros intentos por escapar de la fatalidad sólo han servido para apresurar vuestra llegada a este lugar. ¿No creéis que ya es hora de olvidar los trucos y aceptar el destino con dignidad?
—No, no lo creo.
Poledra suspiró.
—De acuerdo, Zandramas —dijo con voz resignada—, como queráis. —Extendió un brazo señalando a Garion—. Ya que os negáis a colaborar, convoco al justiciero de los dioses.
Garion se llevó la mano a la empuñadura de la espada con deliberada lentitud. El arma produjo un furioso silbido al salir de su vaina, y cuando lo hizo, ardía con una incandescente luz azul. La mente de Garion estaba fría y serena. Todas las dudas habían quedado atrás, pues el espíritu del Niño de la Luz se había apoderado de él, como ya había ocurrido en Cthol Mishrak. Cogió la espada con ambas manos y la levantó despacio, hasta que la punta de la llameante cuchilla señaló las ígneas nubes.
—¡Éste será vuestro destino, Zandramas! —rugió con voz atronadora.
Garion notó que la forma arcaica de tratamiento surgía naturalmente de sus labios.
—Eso aún está por verse, Belgarion —respondió Zandramas. Como era de esperar, su tono sonaba desafiante, pero también parecía ocultar algo más—. No es tan fácil leer el destino.
A un imperioso gesto de la hechicera, los grolims formaron una falange a su alrededor y entonaron un cántico en una lengua antigua y disonante.
—¡Retrocede! —gritó Polgara de repente mientras ella, sus padres y Beldin se acercaban al frente del terraplén.
Una sombra oscura apareció en el límite de la visión de Garion y el joven comenzó a sentir una extraña aprensión.
—Tened cuidado —les dijo a sus amigos en voz baja—. Creo que intenta crear una de esas alucinaciones de las que hablábamos ayer.
A continuación experimentó una poderosa agitación y oyó un fuerte ruido. Una oleada de oscuridad surgió de las manos extendidas de los grolims congregados alrededor de Zandramas. Sin embargo, los cuatro hechiceros pronunciaron desdeñosamente y al unísono una sola palabra y la tenebrosa nube se deshizo en negros fragmentos que se separaban y corrían por el anfiteatro como ratones asustados. Varios grolims cayeron desplomados sobre el suelo de piedra, retorciéndose de dolor, y los demás retrocedieron, con las caras súbitamente pálidas.
—¿Quieres intentarlo otra vez, cariñín? —rió Beldin con la voz de Feldegast y tono burlón—. Porque si es así, deberías haber traído más grolims. ¿No crees que los estás gastando con excesiva rapidez?
—Odio oírte hablar de ese modo —le dijo Belgarath.
—Apuesto a que ella también lo odia. Se toma a sí misma muy en serio y las burlas la sacan de sus casillas.
Con expresión impasible, Zandramas arrojó una bola de fuego al enano, pero éste la hizo a un lado como si se tratara de un molesto insecto.
De repente, Garion comprendió lo que ocurría. La súbita nube de oscuridad y la bola de fuego eran simples trucos para distraer su atención de la sombra que se formaba en el límite de su vista.
La hechicera de Darshiva esbozó una sonrisa escalofriante.
—No tiene importancia —dijo encogiéndose de hombros—. Sólo te estaba poniendo a prueba, mi pequeño bufón jorobado. Sigue riendo, Beldin. Me gusta ver a la gente morir feliz.
—Por supuesto —asintió él—. Sonríe tú también, cariñín, y echa un vistazo a tu alrededor. Ya que estás, puedes despedirte del sol, pues no creo que vuelvas a verlo.
—¿Crees que todas esas amenazas son necesarias? —preguntó Belgarath con voz cansina.
—Es lo tradicional —dijo Beldin—. Todo asunto serio debe ir precedido de insultos y fanfarronadas. Además, ella empezó. —Miró hacia abajo, donde los grolims de Zandramas comenzaban a avanzar en actitud amenazadora—. Sin embargo, creo que ya es hora de acabar con esto. ¿Qué tal si bajamos a preparar un gran guiso de grolims? A mí me gustan picados gruesos.
El hombrecillo extendió la mano, chasqueó los dedos e hizo aparecer un afilado cuchillo ulgo con punta curva.
Garion los condujo hacia las escaleras, y todos los hombres bajaron decididos con diversas armas en las manos.
—¡Vuelve atrás! —le gritó Seda a Velvet, que se había unido a ellos y empuñaba una daga con aire profesional.
—Ni lo sueñes —respondió ella con firmeza—. Estoy protegiendo mi inversión.
—¿Qué inversión?
—Ya hablaremos de eso más tarde. Ahora estoy ocupada.
El grolim al frente del grupo era un hombre gigantesco, casi tan grande como Toth. Balanceaba una enorme hacha en una mano y sus ojos tenían un brillo demencial. Cuando estaba a un metro y medio de Garion, Sadi le arrojó un polvo de extraños colores a la cara por encima del hombro del rey de Riva. El grolim sacudió la cabeza y se llevó las manos a los ojos. Luego estornudó, sus ojos se llenaron de horror y gritó. Por fin arrojó el hacha, sin dejar de aullar de terror, y volvió corriendo abajo, atropellando a los demás grolims a su paso. No se detuvo al llegar al suelo del anfiteatro, sino que continuó su carrera hacia el mar. Se sumergió hasta la cintura y luego saltó por encima de un terraplén oculto bajo el agua. Sin embargo, todo parecía indicar que no sabía nadar.
—Creí que se te había terminado ese polvo —le dijo Seda al eunuco mientras ejecutaba un hábil y largo lanzamiento con una de sus dagas.
Un grolim retrocedió, sujetándose el cuchillo que sobresalía de su pecho, pero entonces tropezó y se deplomó escaleras abajo.
—Siempre guardo un poco para emergencias —respondió Sadi mientras esquivaba una espada y hundía su daga envenenada en el vientre de otro grolim.
El grolim herido tensó su cuerpo y luego se tambaleó despacio hacia un costado de la escalinata. Varios individuos vestidos de negro trepaban por los empinados costados de las escaleras con la intención de sorprenderlos por la espalda. Velvet se arrodilló y clavó con frialdad una de sus dagas en la cara de un grolim que estaba a punto de llegar a lo alto. El murgo aulló de dolor, se llevó las manos a la cara y cayó hacia atrás, arrastrando consigo a varios de sus compañeros.
Entonces la rubia joven drasniana saltó al otro lado de la escalinata, agitando su cuerda de seda. Enlazó con destreza el cuello de un grolim que intentaba subir las escaleras. Luego se colocó debajo de los brazos del sacerdote, que se agitaban con desesperación, se giró hasta que quedaron espalda contra espalda, y se inclinó hacia adelante, levantando al indefenso grolim, que agarró con ambas manos el cordón que le rodeaba el cuello. Sus pies patalearon inútilmente en el aire por unos instantes, hasta que su cara se volvió morada y su cuerpo laxo. Velvet volvió a girarse, desató la cuerda y pateó el cadáver fuera de su camino con absoluta frialdad.