Read La vidente de Kell Online

Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

La vidente de Kell (43 page)

BOOK: La vidente de Kell
6.75Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Aunque era evidente que Geran ya sabía andar, Ce'Nedra había insistido en llevarlo en brazos y mantenía la cara apretada contra la del pequeño, separándose sólo de vez en cuando para besarlo. Geran no parecía molesto por aquellas expresiones de afecto.

Zakath había rodeado con un brazo los hombros de la vidente de Kell y la expresión de su rostro indicaba que no tenía intenciones de quitarlo de allí. Garion recordó con una sonrisa cómo, en los inicios de su relación, poco después de declararse mutuamente su amor, Ce'Nedra solía acurrucarse junto a él, adoptando una posición semejante. Se acercó con pasos cansados a Eriond, que contemplaba las olas bañadas por el sol.

—¿Puedo preguntarte algo? —le preguntó.

—Por supuesto, Garion.

—¿Es así como deben ser las cosas? —preguntó con una mirada sugestiva a Cyradis y a Zakath—. Zakath perdió a alguien muy querido cuando era joven, y si ahora perdiera a Cyradis se desmoronaría. No me gustaría que sucediera eso.

—Tranquilízate, Garion —sonrió Eriond—. Nada los separará. Es uno de los designios del destino.

—Bien, ¿y ellos lo saben?

—Cyradis sí. Ella se lo explicará a Zakath cuando llegue el momento.

—Entonces ¿sigue siendo una vidente?

—No. Esa etapa de su vida concluyó cuando Polgara le quitó la venda de los ojos. Sin embargo, ella ya ha visto el futuro y tiene una memoria excelente.

Garion meditó un momento y de repente sus ojos se llenaron de asombro.

—¿Quieres decir que el destino de toda la humanidad dependía de la elección hecha por un vulgar ser humano ? —preguntó, incrédulo.

—Yo no llamaría «vulgar» a Cyradis. Ella comenzó a prepararse para su misión cuando era apenas una niña. Sin embargo, en cierto sentido tienes razón. La elección debía ser hecha por un ser humano y sin ninguna ayuda. Ni siquiera su propio pueblo pudo auxiliarla en ese momento.

—Debe de haber sido terrible para ella —observó Garion con un escalofrío—. Se habrá sentido desesperadamente sola.

—Lo estaba, pero la gente que toma decisiones siempre está sola.

—Sin embargo, no fue una elección al azar, ¿verdad?

—No. No se trataba de elegir entre tu hijo y yo, sino entre la Luz y las Tinieblas.

—Entonces no veo dónde estaba la dificultad. Todo el mundo prefiere la Luz.

—Tal vez tú y yo sí, pero los videntes siempre han sabido que la Luz y las Tinieblas son sólo dos aspectos de una misma cosa. No te preocupes por Zakath y Cyradis, Garion —dijo Eriond, volviendo al tema original—. Nuestro mutuo amigo —se señaló la frente con un dedo— ha tomado medidas al respecto. Zakath será un hombre importante durante el resto de su vida, y nuestro amigo suele premiar a la gente por sus acciones, incluso antes de que sucedan.

—¿Como con Relg y Taiba?

—O tú y Ce'Nedra... o también Polgara y Durnik.

—¿Puedes decirme cuál es la misión de Zakath? ¿Que puedes querer tú de él?

—El va a completar la tarea que tú iniciaste.

—¿Acaso yo no lo hacía bien?

—Por supuesto que sí, pero no eres angarak. Con el tiempo lo comprenderás. No es tan complicado.

Garion tuvo una idea súbita y de inmediato supo que estaba en lo cierto.

—Conocías tu identidad desde el principio, ¿verdad?

—Sabía que existía la posibilidad de que esto ocurriera. Sin embargo, esa posibilidad no se concretó hasta que Cyradis hizo su elección. —Miró a los demás, congregados alrededor del cuerpo inmóvil de Toth—. Creo que nos necesitan —dijo.

La cara de Toth irradiaba paz y sus manos, entrelazadas sobre su pecho, cubrían la herida infligida por Mordja. Cyradis, rodeada por los brazos de Zakath, lo miraba con la cara empapada en lágrimas.

—¿Estás seguro de que es lo correcto? —le preguntó Beldin a Durnik.

—Sí —respondió el herrero con naturalidad—. Verás...

—No tienes por qué explicármelo, Durnik —dijo el jorobado—. Sólo quería saber si estabas seguro. Fabriquemos una camilla para transportarlo de una forma más digna. —Con un pequeño gesto, el hechicero hizo aparecer junto al cuerpo de Toth varios palos lisos y un rollo de soga. Entre los dos, amarraron con cuidado los palos y construyeron una camilla a la medida del enorme cuerpo del mudo—. Belgarath —dijo Beldin—, Garion necesitará ayuda.

Aunque cualquiera de ellos podría haber usado sus poderes para teletransportar el cuerpo de Toth al interior de la gruta, los cuatro hechiceros prefirieron hacerlo manualmente, en una ceremonia tan antigua como la humanidad.

Desde que la explosión del Sardion había derrumbado el techo de la cueva, el sol del mediodía inundaba de luz la sombría caverna. Cyradis se sobresaltó de forma casi imperceptible al ver el tétrico altar donde había estado el Sardion.

—Es tan oscuro y feo —dijo con voz triste y débil.

—No es muy bonito, ¿verdad? —asintió Ce'Nedra con aire crítico y se volvió a mirar a Eriond—. ¿Crees que...?

—Por supuesto —respondió él, y tras dirigir una breve mirada al tosco altar, éste se desdibujó y se convirtió en un catafalco de inmaculado mármol blanco.

—Eso está mucho mejor —dijo ella—. Muchas gracias.

No era un auténtico funeral. Garion y sus amigos se limitaron a rodear el catafalco y a contemplar el rostro de su difunto amigo. Había tanto poder concentrado en la pequeña gruta que Garion no podía saber con exactitud quién había hecho aparecer la primera flor. Finos tallos de hiedra comenzaron a crecer sobre los muros y a cubrirse de flores blancas. Luego, en un brevísimo instante, el suelo quedó alfombrado de musgo fresco. Cyradis se aproximó al catafalco cubierto de flores y colocó una sencilla rosa blanca, que le había entregado Poledra, sobre el pecho del gigante dormido. Besó su fría frente y suspiró.

—Las flores se marchitarán y morirán demasiado pronto —dijo.

—No, Cyradis —replicó Eriond con dulzura—, no lo harán—. Permanecerán frescas y lozanas hasta el final de los días.

—Os lo agradezco, dios de Angarak —dijo ella con franqueza.

Durnik y Beldin se habían retirado a conferenciar en un rincón, cerca de la fuente. Luego los dos alzaron la vista, se concentraron un momento y techaron la gruta con brillante piedra de cuarzo, que reflejaba la luz con toda la gama de colores del arco iris.

—Es hora de regresar, Cyradis —le dijo Polgara a la joven delgada—. Ya no podemos hacer nada más por él.

La hechicera y su madre cogieron ambas manos de la joven vidente y la condujeron fuera de la gruta. Los demás las siguieron.

Durnik fue el último en salir. Permaneció unos instantes junto al catafalco, con una mano apoyada sobre el hombro inmóvil de Toth. Por fin hizo aparecer la caña de pescar del mudo, la colocó con cuidado en el catafalco, junto a su amigo, y se despidió con una palmada afectuosa sobre las enormes manos de Toth. Luego se giró y se alejó de allí.

Una vez fuera, Beldin y el herrero cerraron el pasillo con una pared de cuarzo.

—Es un bonito detalle —le dijo Seda con tristeza a Garion, señalando la imagen sobre el portal—. ¿De quién fue la idea?

Garion se volvió a mirar. La imagen de Torak había desaparecido y, en su lugar, la cara de Eriond sonreía con expresión bondadosa.

—No lo sé —respondió él—, aunque no creo que tenga importancia. —Tamborileó los dedos contra el peto de su armadura—. ¿Me ayudas a quitarme esto? —pidió—. No creo que vuelva a necesitarla.

—No —asintió Seda—, tal vez no. Por lo visto, te has quedado sin nadie con quien pelear.

—Eso espero.

Horas después, habían retirado los cuerpos de los grolims del anfiteatro y limpiado la suciedad que cubría el suelo de piedra. Sin embargo, no podían hacer nada con el enorme cadáver del dragón. Garion estaba sentado en el último peldaño de la escalera que descendía al anfiteatro. Ce'Nedra, con el pequeño Geran dormido en brazos, dormitaba acurrucada a su lado.

—No ha estado nada mal —dijo la voz familiar.

Sin embargo, ya no retumbaba en el interior de su mente, sino que parecía estar a su lado.

—Creí que te habías ido —respondió Garion, hablando en voz baja para no despertar a su mujer y a su hijo.

—No, en realidad no —respondió la voz.

—Creo recordar que en una ocasión me dijiste que cuando todo esto acabara habría una nueva voz, o quizá sería mejor llamarla «conciencia».

—En efecto, la hay, pero yo formo parte de ella.

—No entiendo.

—No es demasiado complicado, Garion. Antes del accidente había una sola conciencia, pero luego se dividió del mismo modo que todo lo demás. Ahora ha regresado, y como yo era parte de la original, he vuelto a unirme a ella. Volvemos a ser una unidad.

—¿Y eso te parece poco complicado?

—¿Quieres que te lo explique mejor?

Garion iba a decir algo, pero se interrumpió.

—¿Todavía podéis volver a separaros?

—No. Eso conduciría a otra división.

—Entonces ¿cómo...? —En el último momento, Garion decidió que no quería hacer esa pregunta—. ¿Por qué no dejamos el tema? —sugirió—. ¿De dónde venía esa luz?

—Del accidente que dividió el universo y también me separó a mí de mi adversario y al Orbe del Sardion.

—Pensé que eso había ocurrido hace mucho tiempo.

—Así fue. Hace mucho tiempo.

—Pero...

—Intenta escucharme por una vez, Garion. ¿Sabes algo sobre la luz?

—Es sólo luz, ¿verdad?

—Hay algo más. ¿Alguna vez oíste desde una cierta distancia a un leñador cortando troncos?

—Sí.

—¿Notaste que tú oías el sonido un momento después de que él cortara el leño?

—Sí, ahora que lo dices, así es. ¿Cuál es el motivo de ese fenómeno ?

—Ese intervalo es el período que el sonido tarda en alcanzarte. La luz se mueve a mucha más velocidad que el sonido, pero de todos modos tarda un tiempo en llegar de un sitio a otro.

—Si tú lo dices...

—¿Sabes en qué consistió el accidente?

—Tengo entendido que fue algo relacionado con las estrellas.

—Exacto. Una estrella se destruyó en el sitio equivocado. Como no estaba en el sitio indicado, incendió a un grupo de estrellas, a una galaxia entera. Cuando la galaxia explotó, rasgó la materia del universo, que se protegió dividiéndose. Ese Fenómeno nos condujo a esta situación.

—De acuerdo. ¿Y qué tiene que ver la luz con todo eso?

—Esa súbita luz procedía del estallido de la galaxia, del accidente. Sólo llegó a este sitio ahora.

Garion tragó saliva.

—¿A qué distancia sucedió ese accidente?

—Los números no significarían nada para ti.

—¿Cuánto tiempo hace que ocurrió?

—Ese es otro número que no comprenderías, pero puedes preguntárselo a Cyradis. Es probable que te lo diga. Ella tenía una razón muy especial para calcularlo con precisión.

—¡Eso es! —exclamó Garion que por fin comenzaba a comprender—. El instante señalado para la elección fue aquel en que la luz del accidente llegó al mundo.

—Muy bien, Garion.

—¿Y ese grupo de estrellas que explotó reapareció después de la elección de Cyradis? Tiene que haber alguna forma de reparar ese agujero en el universo, ¿verdad?

—Has progresado mucho, Garion, estoy orgulloso de ti. ¿Recuerdas que Zandramas y el Sardion se deshicieron en pequeñas partículas de luz cuando estalló el techo de la gruta?

—No creo que pueda olvidarlo nunca —respondió Garion con un escalofrío.

—Había una razón para eso. Zandramas y el Sardion, o al menos sus partículas, se dirigen hacia ese «agujero», como tú lo has llamado y ellos se ocuparán de llenarlo. Como es natural, se harán más grandes en el camino.

—¿Y cuánto tiempo...? —Garion se interrumpió—. Supongo que me dirás que es otro número sin sentido.

—Sin ningún sentido.

—Cuando estábamos en la gruta, descubrí varias cosas con respecto a Zandramas. Lo tenía todo planeado desde el principio, ¿verdad?

—Mi adversario siempre fue muy metódico.

—Me refiero a que hizo todos los arreglos por adelantado. Tenía todo preparado en Nyissa antes de ir a Cherek para aliarse con los miembros del culto del Oso. Más tarde, cuando se dirigió a Riva a raptar a Geran, todo estaba dispuesto. Planeó las cosas de modo que sospecháramos del culto y no de ella.

—Habría sido un buen general.

—Pero fue más allá. Por buenos que fueran sus planes, siempre tenía una táctica prevista por si fallaba el plan original. —De repente lo asaltó una idea—. ¿Mordja pudo atraparla? Ella estalló en trozos cuando el Sardion explotó, ¿pero su espíritu se ha mezclado con esas estrellas o ha descendido al infierno? Poco antes de desaparecer, parecía horrorizada.

—La verdad es que no lo sé, Garion. Mi adversario y yo nos ocupamos de este universo, no del infierno, que, como es natural, es un universo aparte.

—¿Qué habría ocurrido si Cyradis hubiera elegido a Geran en lugar de a Eriond?

—Que en estos momentos el Orbe y tú estaríais de camino a una nueva morada.

Garion se estremeció.

—¿Y por qué no me lo advertiste? —preguntó con incredulidad.

—¿Crees que habrías querido saberlo? ¿De qué te habría servido?

Garion decidió dejarlo pasar.

—¿Eriond siempre fue un dios? —preguntó.

—¿Nunca escuchas mis explicaciones? Eriond debía ser el séptimo dios. Torak fue un error provocado por el accidente.

—Entonces ¿Eriond ha existido siempre?

—Siempre es mucho tiempo, Garion. El espíritu de Eriond estuvo presente desde el accidente. Cuando tú naciste, él comenzó a moverse por el mundo.

—Entonces ¿tenemos la misma edad?

—Para los dioses, la edad carece de significado. Ellos pueden tener la edad que quieren. El robo del Orbe puso en marcha todo lo que sucedió hoy. Zedar quería robar el Orbe, así que Eriond lo buscó y le enseñó cómo hacerlo. Eso marcó el inicio de tus hazañas. Si Zedar no hubiera robado el Orbe, todavía estarías en la hacienda de Faldor, casado con Zubrette. Espero que no te envanezcas con esta revelación, Garion, pero en cierto modo el mundo fue creado sólo para que tuvieras un lugar donde pisar mientras arreglabas las cosas.

—Por favor, no bromees.

—No bromeo, Garion. Eres la persona más importante que ha vivido o vivirá, con la posible excepción de Cyradis. Mataste a un dios malvado y lo reemplazaste por uno bueno. Cometiste un montón de torpezas en el camino, pero al final conseguiste triunfar. Estoy bastante orgulloso de ti. Después de todo, no lo has hecho tan mal.

BOOK: La vidente de Kell
6.75Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Latchkey Kid by Helen Forrester
Summer's End by Kathleen Gilles Seidel
How the Whale Became by Ted Hughes
Capitol Offense by William Bernhardt
His Captive Lady by Carol Townend
Stiff News by Catherine Aird
Leaving Before the Rains Come by Fuller, Alexandra