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Authors: Joe Abercrombie

Tags: #Fantasía

La voz de las espadas (65 page)

BOOK: La voz de las espadas
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Durante un instante sus aceros se engarzaron, pero de pronto Gorst agachó un hombro, lanzó un gruñido y se desembarazó de Jezal como se desembaraza un niño de un juguete del que ya se ha aburrido.

Sorprendido, abriendo desmesuradamente los ojos y la boca, Jezal salió despedido hacia atrás dando patadas contra el suelo y con toda la atención centrada en no perder el equilibrio. Oyó que Gorst volvía a soltar un gruñido y se quedó helado al ver cómo el acero largo de su rival dibujaba una curva en el aire y se precipitaba hacia él. En aquella posición no podía echarse a un lado y, además, ya era demasiado tarde para eso. Alzó instintivamente el brazo izquierdo, pero la gruesa hoja roma le arrancó el acero corto de las manos haciéndolo volar como una paja arrastrada por el viento y luego se estrelló contra sus costillas. El golpe le cortó la respiración y Jezal soltó un gemido de dolor que resonó en medio del silencio de la arena. Sus piernas cedieron y, suspirando como un fuelle cascado, cayó despatarrado sobre la hierba.

Esta vez no hubo aplausos. La multitud manifestó atronadoramente su descontento abucheando y silbando a Gorst con todas sus fuerzas mientras éste regresaba caminando pesadamente a su cercado.

—¡Muérete, Gorst!

—¡Ánimo, Luthar! ¡Ánimo y a por él!

—¡Vete a casa, bestia!

—¡Salvaje!

Los pitos se transformaron en una desganada aclamación cuando Jezal se levantó de la hierba con todo el costado izquierdo dolorido. Si le hubiera quedado una pizca de aliento, habría aullado de dolor. Pese a todos sus esfuerzos, pese a todo su entrenamiento, estaba totalmente superado, y lo sabía. Sólo de pensar que el próximo año tendría que volver a pasar por todo aquello le entraban ganas de vomitar. Mientras regresaba penosamente al recinto hizo todo lo posible por mostrarse imperturbable, pero cuando llegó no pudo evitar desplomarse en la silla y dejar caer en el suelo sus aceros mellados.

West se agachó a su lado y le levantó la camisa para comprobar el alcance de los daños sufridos. Jezal se asomó con aprensión, medio convencido de que se iba a encontrar un enorme agujero abierto en el costado, pero lo único que había era un verdugón rojo que le cruzaba las costillas y cuyos bordes comenzaban ya a amoratarse.

—¿Algo roto? —preguntó el Mariscal Varuz asomándose por encima del hombro de West. Jezal tuvo que hacer un gran esfuerzo para que no se le saltaran las lágrimas mientras el comandante le palpaba el costado—. ¡Parece que no, pero... maldita sea! —West arrojó la toalla al suelo—. ¿Es a esto a lo que llaman el noble deporte de la esgrima? ¿Es que no hay una regla que prohíba usar unos aceros tan pesados?

Varuz, con gesto sombrío, sacudió la cabeza:

—Todos tienen que tener la misma longitud, pero no existe ninguna regla relativa al peso. ¿Para qué iba a querer alguien usar unos aceros así de pesados?

—Pues ahora ya sabemos para qué, ¿no? —le espetó West— ¿No cree que deberíamos parar esto antes de que ese cabrón le arranque la cabeza?

Varuz hizo caso omiso del comentario:

—Escuche, muchacho —dijo el anciano mariscal agachándose para hablarle a Jezal a la cara—: ¡Es a siete toques! ¡El primero que llegue a cuatro gana! ¡Aún está a tiempo!

¿A tiempo de qué? ¿A tiempo de que, por muy romos que fueran los aceros, Jezal acabara partido en dos?

—¡Es demasiado fuerte para mí! —resolló Jezal.

—¿Demasiado fuerte, dice? ¡Nadie es demasiado fuerte para usted! —pero el propio Varuz parecía no tenerlas todas consigo—. ¡Aún está a tiempo! ¡Puede vencerle! —el anciano mariscal se estiró los mostachos—. ¡Puede vencerle!

Pero a Jezal no se le pasó por alto que no le había dicho cómo.

Glokta empezaba a estar preocupado; si no conseguía parar aquel convulsivo ataque de risa, podía llegar a ahogarse. Trató de imaginar algo que le divirtiera más que ver cómo machacaban a Jezal dan Luthar en un combate de esgrima, pero no se le ocurrió nada. En aquel momento el joven retorcía la cara en un gesto de dolor tras haber parado por los pelos el devastador tajo que le había soltado su contrincante. Desde que recibiera aquel golpe en las costillas no parecía manejar muy bien su lado izquierdo, y Glokta casi podía sentir su dolor.
Ah, qué agradable es sentir el dolor ajeno para variar
. Mientras Glokta apretaba las encías para tratar de contener la risa y Gorst hostigaba una y otra vez al favorito de las masas con sus tajos brutales, la multitud, malhumorada, rumiaba en silencio su decepción.

Luthar era un luchador rápido, vistoso y se movía bien una vez que había intuido por dónde le iban a venir los aceros.
Un luchador competente. Sin duda lo bastante bueno para ganar un Certamen en un año con una competencia un poco mediocre. Es rápido de pies y de manos, pero su mente no es lo bastante aguda. No todo lo que debiera de ser. Resulta demasiado previsible
.

La propuesta de Gorst era de una naturaleza completamente distinta. Aparentemente no hacía otra cosa que descargar una sucesión de tajos sin ningún propósito predeterminado. Pero Glokta no se dejaba engañar por las apariencias.
Es una nueva forma de hacer las cosas. En mis tiempos todo se reducía a lanzar una estocada tras otra. Seguro que el año que viene todo el mundo se dedica a soltar tajos con unos aceros tan pesados como ésos
. Glokta se entretuvo preguntándose si en sus buenas épocas habría podido vencer a Gorst.
Desde luego, habría sido un combate digno de verse, mucho más que este enfrentamiento desigual
.

Gorst desbarató sin mayor dificultad dos tímidos intentos de acometida de Jezal, y, acto seguido, Glokta crispó el rostro y la multitud prorrumpió en pitidos al ver cómo Luthar conseguía desviar por los pelos otro de aquellos tajos de carnicero, cuya fuerza casi le levantó los pies del suelo. Arrinconado en el borde del círculo como estaba, no tenía ninguna posibilidad de esquivar el siguiente golpe, y no le quedó más remedio que saltar a la arena.

—¡Tres a nada! —gritó el árbitro.

Glokta se retorció de felicidad al ver cómo Luthar, en su frustración, descargaba una tanda de golpes contra el suelo lanzando puñados de arena a diestro y siniestro como un niño enrabietado. Su rostro lívido era la viva imagen de la autocompasión.
Ah, mi querido capitán Luthar, me parece que esto se va a resolver con un cuatro a cero. Qué paliza. Qué bochorno. A ver si así aprende a ser un poco más humilde ese arrogante de mierda. A algunas personas no les viene mal que les den una buena paliza. Míreme a mí si no
.

—¡Adelante!

El cuarto asalto comenzó exactamente de la misma manera en que había concluido el tercero.
Con Luthar aguantando un aluvión de golpes
. Glokta lo tenía muy claro, a aquel hombre se le habían acabado las ideas. Su brazo izquierdo se movía con dolorosa lentitud y sus pies parecían haberse vuelto extremadamente pesados. Otro golpe avasallador se estrelló contra su acero largo obligándole a retroceder tambaleándose y jadeando hasta el borde del círculo. Lo único que tenía que hacer Gorst era presionarle un poco más.
Y algo me dice que no es el tipo de hombres que dejan escapar una oportunidad como ésta
. Glokta aferró su bastón y se puso de pie. Aquello estaba ya acabado y no quería que le cogiera el tumulto que se iba a formar cuando la decepcionada multitud saliera en estampida.

El acero largo de Gorst caía como una centella. Ahí estaba, el golpe final. Luthar trataría de pararlo y saldría despedido fuera del círculo.
O puede que le parta en dos esa cabezota que tiene. Con un poco de suerte
. Glokta sonrió y se dispuso a darse la vuelta para irse.

Pero por el rabillo del ojo vio que el tajo fallaba. Los ojos de Gorst parpadearon al ver cómo su acero largo se estrellaba contra la hierba con un golpe seco, luego gruñó al sentir que Luthar le alcanzaba la pierna con un tajo de su mano izquierda. Era el mayor signo de emoción que había mostrado a lo largo de todo el día.

—¡Uno para Luthar! —gritó tras una breve pausa el árbitro, sin conseguir eliminar del todo el tono asombrado de su voz.

—No —se dijo Glokta mientras la multitud estallaba en un grito de júbilo a su alrededor.
No
. En su juventud había participado en centenares de combates y había asistido a miles de ellos como espectador, pero nunca había visto nada igual, nunca había visto a nadie moverse tan rápido. Luthar era un buen espadachín, lo sabía.
Pero nadie puede ser así de bueno
. Con el ceño fruncido contempló a los dos contendientes, que, tras un breve descanso, volvían a colocarse en sus marcas.

—¡Adelante!

Luthar se había transformado. Antes de que Gorst tuviera tiempo de entrar en faena, le acosó descargando con furia una tanda de estocadas rápidas como una centella. Ahora era el gigantón quien parecía estar al límite de sus posibilidades: parando golpes, esquivándolos, tratando de mantenerse fuera del alcance de su rival. Era como si durante el descanso hubieran sacado a hurtadillas al viejo Jezal y lo hubieran reemplazado por otro completamente distinto, una especie de hermano gemelo más fuerte, más rápido y con más confianza en sí mismo.

Tras haberse visto privada durante tanto tiempo de un motivo de celebración, la muchedumbre se puso a soltar alaridos y a aullar como si les hubieran cortado a todos la yugular. Glokta, desde luego, no participaba de su entusiasmo.
Aquí pasa algo raro. Algo muy raro
. Echó un vistazo a los rostros de la gente que tenía a su alrededor, pero aparentemente nadie había notado nada fuera de lo normal. Sólo veían lo que querían ver: a Luthar propinando una monumental y muy merecida paliza a aquel bruto malcarado. Los ojos de Glokta recorrieron los bancos sin saber muy bien qué es lo que estaba buscando.

Vaya, el presunto Bayaz
. Estaba sentado en las filas delanteras, inclinado hacia delante y contemplando a los dos contendientes con un gesto de profunda concentración; su «aprendiz» y el norteño de las cicatrices se sentaban junto a él. No, nadie más lo había advertido, todo el mundo tenía los ojos clavados en los combatientes que tenían delante, pero Glokta sí que lo había notado. Se restregó los ojos y volvió a mirar.
Aquí pasa algo raro
.

—Digamos una cosa del Primero de los Magos: es un maldito tramposo —refunfuñó Logen.

Las comisuras de los labios de Bayaz se curvaron levemente mientras se secaba el sudor de la frente:

—¿He dicho yo alguna vez que no lo fuera?

Luthar volvía a estar en aprietos. En serios aprietos. Cada vez que paraba uno de los pesados golpes de su rival, el retroceso de sus espadas era mayor y su pulso se hacía menos firme. Cada vez que esquivaba un golpe, acababa un poco más cerca del borde del círculo amarillo.

Entonces, cuando el fin parecía estar cerca, Logen vio por el rabillo del ojo que el aire había empezado a reverberar en torno a los hombros de Bayaz, igual que había sucedido en el camino del sur cuando los árboles ardieron y él tuvo esa extraña sensación en las entrañas.

De repente, Luthar pareció cobrar nuevos bríos. El siguiente golpe lo paró con la empuñadura de su acero corto. Hacía sólo unos instantes ese mismo golpe habría hecho que el arma se le escapara de las manos. Pero ahora retuvo el acero de su rival durante un instante y luego soltó un grito y lo apartó de un golpe, dejando a Gorst desequilibrado. Dio un salto adelante y se lanzó de inmediato al ataque.

—Si le pillaran en el Norte haciendo trampas en un duelo —gruñó Logen haciendo un gesto negativo con la cabeza—, le abrirían el vientre y le arrancarían las entrañas.

—En tal caso es una suerte para mí que no estemos ya en el Norte —dijo Bayaz entre dientes. La calva ya había vuelto a cubrirse de perlas de sudor que le resbalaban por la cara en forma de gruesas gotas. Sus puños apretados temblaban debido al esfuerzo que estaba realizando.

Los furiosos ataques de Luthar se sucedían uno tras otro. Sus dos espadas eran un borrón en el aire. Gorst gruñía y refunfuñaba mientras desviaba los golpes, pero ahora Jezal era demasiado rápido y demasiado fuerte para él. Le fue acosando por el círculo como si fuera un perro rabioso que acosara a una vaca.

—Un maldito tramposo —rezongó de nuevo Logen justo en el momento en que la hoja del acero de Jezal surcaba el aire y dejaba una marca roja en la mejilla de Gorst. Unas gotas de sangre salpicaron a las gentes que había a la izquierda de Logen, que de inmediato prorrumpieron en un torrente de vítores. Por un instante aquello se pareció un poco más a uno de sus propios duelos. El grito del árbitro proclamando el empate a tres apenas pudo oírse. Gorst frunció levemente el ceño y se llevó la mano a la cara.

En medio de la barahúnda, Logen oyó a Quai susurrarle:

—Nunca apueste con un Mago...

Jezal sabía que era bueno, pero nunca se había imaginado que lo fuera tanto. Tenía la agudeza de un gato, la agilidad de una mosca, la fuerza de un oso. Las costillas habían dejado de dolerle, todo resto de cansancio se había esfumado y también todo asomo de duda. Era indomable, incomparable, imparable. El público le aclamaba estruendosamente, pero él distinguía cada una de sus palabras y veía cada uno de los rostros de la multitud. En lugar de sangre, su corazón bombeaba un fuego hormigueante, y sus pulmones tomaban aire en las nubes.

Ni siquiera se molestó en tomar asiento durante el descanso: estaba ansioso por retornar al círculo. La presencia de aquella silla era una afrenta para él. No oía lo que le decían Varuz y West. Dos seres insignificantes. Unas minúsculas figurillas que le miraban con ojos asombrados. No era para menos.

Se encontraban ante el más grande espadachín de todos los tiempos.

El tullido de Glokta jamás habría sospechado cuánta razón tenía: al parecer bastaba que Jezal pusiera un poco de su parte para que pudiera conseguir cuanto se propusiera. Rió entre dientes mientras regresaba bailoteando al círculo. Soltó una carcajada cuando arreciaron los vítores de la multitud. Y cuando Gorst llegó al círculo, le dirigió una amplia sonrisa. Todo estaba saliendo a pedir de boca. Los ojos que asomaban por encima del pequeño corte rojo que le había hecho Jezal seguían entrecerrados y lucían una mirada indolente, pero se advertía algo más: un atisbo de conmoción, de desconfianza, de respeto. No era para menos.

No había nada que Jezal no pudiera hacer. Era invencible. Era imparable. Estaba a un paso del...

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