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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

La Yihad Butleriana (28 page)

BOOK: La Yihad Butleriana
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—¿Cómo es posible que no los vieras? —replicó Wibsen.

—¡Surgieron del agua, como nosotros!

Serena examinó la pantalla y vio que las naves se precipitaban hacia ellos. Activó las armas de estribor y disparó contra los atacantes. Alcanzó a uno pero erró los demás. No era una experta en armamento. De haber sospechado que tendrían que abrirse paso por la fuerza, nunca habrían aceptado el reto de infiltrarse en Giedi Prime.

—¡Jibb, toma los controles y prepárate para el despegue! —Wibsen salió disparado de la cabina—. Venderemos cara nuestra piel. —Agitó un dedo en dirección al copiloto—. Cuando me marche, espera tu oportunidad…, y no vaciles.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó Serena. El veterano, en lugar de contestar, se zambulló en el interior del único salvavidas.

—¿Qué hace? —preguntó Jibb.

—Ahora no hay tiempo para conducirle ante un consejo de guerra.

Serena no podía creer que el veterano les abandonara a su suerte.

Wibsen cerró la escotilla del módulo, y luces verdes se encendieron a su alrededor, indicando que estaba preparado para despegar.

Serena disparó de nuevo con las armas de estribor, las únicas apuntadas en dirección a las máquinas pensantes que se acercaban. Alcanzó otra nave, pero los cimeks y robots dispararon al unísono contra el forzador de bloqueos, destrozando las cañoneras. Serena miró abatida los sistemas de control. Se habían apagado.

Precedido de una gran explosión, el salvavidas de Wibsen salió despedido como una bala de cañón, rozando apenas la superficie.

—No te duermas en los controles. ¡Preparado! —dijo el veterano por la frecuencia de SOS.

Pinquer Jibb dio más potencia a los motores para iniciar el ascenso. La nave dibujó un surco en el agua.

Wibsen dirigió el módulo hacia los atacantes. Pensado para transportar a un solo superviviente de una explosión catastrófica, el salvavidas contaba con un casco resistente. Cuando se estrelló contra el enemigo más próximo, lo atravesó de un extremo a otro y colisionó con el que le precedía. El salvavidas se detuvo entre los restos de ambas naves.

—¡Adelante! —gritó Serena a Jibb—. ¡Despega!

El forzador de bloqueos se elevó hacia el cielo. Mientras subían, Serena miró la pantalla enfocada al agua.

Vio que la escotilla del salvavidas se abría. Wibsen salió renqueando, pero desafiante, rodeado de humo y vapor. Tres airados cimeks se abalanzaron sobre él.

El veterano introdujo una mano en el bolsillo y arrojó una esfera gris contra la nave cimek más cercana. La onda expansiva de la explosión repelió al enemigo, y envió a Wibsen al interior del salvavidas. Sujetó con mano temblorosa un rifle de cartuchos pulsátiles, con el que disparó una y otra vez, pero tres cimeks blindados se precipitaron hacia él desde sus naves. Serena vio horrorizada que las garras mecánicas articuladas descuartizaban al veterano.

—¡Cuidado! —gritó Pinquer Jibb, demasiado tarde.

Serena vio que naves robóticas apuntaban sus armas pesadas contra el forzador de bloqueos.

—No puedo…

El impacto proyectó a Serena contra la pared del fondo. Las explosiones destrozaron los motores de la nave, que se precipitó hacia el océano, sin que Jibb pudiera hacer nada. El forzador de bloqueos se hundió en las olas como un trineo descontrolado, levantando una columna de espuma blanca. El agua empezó a filtrarse por las grietas del casco.

Serena corrió hacia el armario de las armas y cogió un rifle pulsátil. Se colgó el arma al hombro, aunque nunca había utilizado uno, dispuesta a defenderse. Pinquer Jibb agarró otra arma.

Los cimeks penetraron en la nave, con ruidos metálicos similares a torpedos que impactaran. Se abrieron paso a través del casco hasta llegar al compartimiento central, como aves que intentaran apoderarse de la carne de un molusco.

Jibb abrió fuego cuando los primeros brazos plateados aparecieron por las grietas de la pared. Un rayo dañó el brazo de un cimek, pero rebotó en el interior y abrió la brecha todavía más.

Otro cimek entró por la escotilla superior. Serena disparó, y tuvo la suerte de alcanzar el contenedor cerebral. Un cimek más grande apareció detrás y utilizó el cuerpo de su compañero caído para protegerse de los disparos de Serena.

Cerca de Pinquer Jibb, un cimek con forma de escarabajo negro continuaba horadando el casco agrietado. El copiloto se volvió y trató de disparar una vez más, pero el cimek proyectó un largo brazo puntiagudo. Jibb dejó caer su arma cuando el brazo atravesó su pecho como una espada. La pechera de su uniforme se tiñó de sangre.

El extremo del brazo se metamorfoseó en dedos similares a garras, que arrancaron el corazón de su víctima y lo alzaron como si fuera un trofeo.

El cimek más grande arrojó el cuerpo inutilizado de su compañero contra Serena, la cual quedó atrapada contra la cubierta, incapaz de moverse.

El cimek en forma de escarabajo, de cuya extremidad todavía goteaba sangre, avanzó hacia Serena. Alzó dos patas puntiagudas sobre el cuerpo de la joven, pero el cimek más grande le ordenó que se detuviera.

—No les mates a los dos, de lo contrario no podremos ofrecerle nada a Erasmo. Pidió un resistente de Giedi Prime. Este nos irá de perlas.

Al oír sus palabras, Serena se quedó horrorizada. Su tono ominoso la llevó a pensar que la muerte sería preferible a lo que pudiera aguardarle. Sangraba por las heridas del brazo, las costillas y la pierna izquierda.

El asesino de Jibb le arrebató el rifle, mientras el cimek de mayor tamaño arrojaba fuera el cadáver. Extendió un brazo y la aferró con un puño metálico flexible. El titán la levantó de la cubierta, y luego acercó el rostro de la cautiva a sus fibras ópticas.

—Ah, encantadora. Incluso después de mil años, aún reconozco la belleza. Si volviera a ser humano, te demostraría mi admiración sin límites. —Sus sensores proyectaron un brillo cruel—. Soy Barbarroja. Es una pena que tenga que enviarte a la Tierra, con Erasmo. Por tu bien, espero que te encuentre interesante.

Extremidades plateadas la aprisionaron en su garra, como si fuera una gigantesca jaula. Serena se debatió, pero no podía huir. Había oído hablar de Barbarroja, uno de los titanes que habían derrocado el Imperio Antiguo. Más que nada, lamentaba no haber podido matarle, aunque hubiera debido sacrificar su vida.

—Una de las naves de Omnius parte mañana en dirección a la Tierra. Me encargaré de que te conduzcan a bordo —dijo Barbarroja—. ¿No te lo había dicho? Erasmo tiene laboratorios donde hace… cosas… muy interesantes.

39

No existe límite para mis posibilidades. Soy capaz de abarcar todo un universo.

Banco de datos secretos de O
MNIUS
, ficheros dañados

Dentro de su programa operativo de largo alcance, el recién instalado Omnius de Giedi Prime estudiaba un mapa tridimensional del universo conocido. Un modelo preciso, basado en extensas compilaciones de inspecciones y datos sensores, combinados con proyecciones y análisis basados en probabilidades.

Infinitas posibilidades.

Con insaciable curiosidad, el nuevo Omnius estudiaba nebulosas, soles gigantes y planetas. Con tiempo y esfuerzo continuado, todos formarían parte de la red de los Planetas Sincronizados.

Pronto llegaría la siguiente nave de actualización, con lo cual estaría casi a la par con las demás supermentes planetarias. No había podido sincronizarse desde que lo habían activado en Giedi Prime. El Omnius de Giedi Prime podría copiar sus nuevos pensamientos y compartirlos con los otros clones. Expansión, eficacia… ¡Tanto por hacer! La conquista de Giedi Prime era un paso más en el imperio cósmico de las máquinas. El proceso había empezado, y pronto se aceleraría.

Cobijado en el núcleo cibernético de la antigua ciudadela del magno, Omnius cargaba imágenes tomadas por los ojos espía: ruinas en llamas, niños humanos en potros de tortura, inmensas hogueras alimentadas por los miembros sobrantes de la población. Estudiaba con objetividad cada imagen, absorbía información, la procesaba. Mucho tiempo antes, el programa modificado de Barbarroja había enseñado a las máquinas pensantes a saborear la victoria.

Habían vuelto a poner en funcionamiento muchas fábricas de Giedi Prime, así como aerodeslizadores mineros y otras instalaciones. Barbarroja se había esforzado con brío por adaptar los centros de fabricación humanos a las necesidades de las máquinas pensantes. En estas fábricas, la nueva supermente había descubierto algo que creaba interesantes relaciones, posibilidades extraordinarias.

Los humanos habían diseñado y empezado a construir un nuevo modelo de sonda espacial de larga distancia, un explorador de planetas muy alejados. Tales sondas podían adaptarse como emisarios de las máquinas pensantes, nuevas subestaciones de la supermente.

En el mapa galáctico, Omnius reparó en la duración de los viajes que necesitaban las sondas de alta aceleración. Examinó el territorio denominado
Planetas No Aliados
, todavía no conquistados por las máquinas o las sabandijas humanas. Había tantos sistemas estelares que explorar, conquistar y desarrollar, y estas sondas lo harían posible. La nueva supermente lo consideraba una oportunidad, como lo harían sus camaradas de los Planetas Sincronizados.

Si podía esparcir semillas de su supermente, fábricas autónomas capaces de utilizar recursos locales para construir infraestructuras automáticas, sería capaz de establecer cabezas de playa en innumerables planetas habitados. Sería como una lluvia de chispas caídas sobre madera, y los hrethgir nunca podrían detener la expansión de Omnius. Formaba parte de su naturaleza básica.

Un equipo de robots de mantenimiento esperaba fuera del núcleo protegido, preparados para proporcionar asistencia técnica. Guiado por su idea innovadora, la nueva supermente envió una señal a uno de ellos. Sus sistemas se activaron.

Durante semanas, mientras Barbarroja continuaba sojuzgando y reconstruyendo Giedi Prime, Omnius guiaba a sus máquinas de mantenimiento en la construcción de sofisticadas sondas de largo alcance, cada una de las cuales contenía una copia de su mente y su personalidad agresiva.

Después de aterrizar, las sondas desplegarían sistemas automatizados, establecerían fábricas autónomas en cada planeta, unidades que a su vez construirían más robots de mantenimiento…, colonias mecanizadas muy alejadas de los Planetas Sincronizados, muy lejos de la Liga de Nobles. Si bien las máquinas eran capaces de colonizar y explotar cualquier planeta, los cimeks insistían en concentrarse en los mundos compatibles con los humanos. Aunque los planetas desérticos causaban menos problemas, la supermente comprendía que ambos tipos eran deseables.

Cuando el trabajo hubo terminado, Omnius utilizó sus ojos espía para observar los lanzamientos. Cinco mil sondas alzaron el vuelo al unísono, programadas para esparcirse hasta los confines más alejados de la galaxia, aunque tardaran miles de años en alcanzar su objetivo. El tiempo no importaba.

Unidades compactas en forma de burbuja, las sondas llenaron el cielo de luces centelleantes y columnas de humo verde. En el futuro, cuando lo considerara conveniente, Omnius volvería a conectar con cada uno de aquellos mecanismos, uno tras otro.

Las máquinas pensantes eran capaces de trazar planes a largo plazo, y vivir para llevarlos a la práctica. Cuando los humanos llegaran a aquellos lejanos sistemas solares, Omnius ya estaría allí.

Esperando.

40

Todo ser humano es una máquina temporal.

Poema de campamento zensunni

A salvo en el interior de la estación de experimentos botánicos, que constituía su refugio desde hacía meses, Selim se arrebujó mientras otra feroz tormenta de arena asolaba el desierto. El clima era lo único que cambiaba en esta zona.

La tormenta duró seis días y seis noches, levantó polvo y arena, y oscureció el paisaje hasta dar la impresión de que un ocaso interminable se había posado sobre el planeta. Oyó que azotaba las paredes robustas de los edificios prefabricados.

No estaba asustado. Estaba a salvo y protegido…, aunque un poco aburrido.

Por primera vez en su vida, Selim era autosuficiente, ya no cautivo de los caprichos de los aldeanos que le daban órdenes porque era de padres desconocidos. Apenas comprendía la riqueza que se encontraba a su disposición, y aún no había empezado a descubrir los extraños objetos tecnológicos del Imperio Antiguo.

Recordó cuando su falso amigo Ebrahim y él habían explorado el desierto con otros zensunni, incluido el naib Dhartha y su joven hijo Mahmad. En una ocasión, Selim había descubierto un bulto formado por circuitos fundidos, procedentes sin la menor duda de una nave que había estallado. La arena lo había transformado en un conglomerado de diversos colores. Había querido regalarlo a Glyffa, la anciana que a veces le cuidaba, pero Ebrahim se había apoderado de los componentes fundidos para correr a enseñarlos al naib Dhartha, y preguntarle si podía quedárselos. En cambio, el naib se lo había arrebatado y tirado a una pila que amontonaban para venderla a un mercader de chatarra. Nadie había pensado en Selim…

En cualquier caso, mientras el tiempo se convertía en semanas, descubrió aspectos y dimensiones de la soledad. Día tras día, se sentaba delante de las ventanas arañadas, veía desvanecerse las tormentas, los ocasos rojizos teñidos de otros tonos. Miraba las dunas que se ondulaban hasta perderse en el horizonte. Los inmensos montículos se habían metamorfoseado en algo similar a seres vivos, pero su esencia no se había alterado.

Solo en mitad de aquella enorme extensión, parecía imposible que volviera a ver a otro ser humano, pero Budalá le enviaría una señal. Solo esperaba que fuera pronto.

Selim pasaba la mayor parte del tiempo dentro de la estación desierta, distraído con juegos individuales que había aprendido de pequeño. En el pueblo, aquellos cuyo linaje se remontaba a doce generaciones o más, incluso antes de que los zensunni llegaran a Arrakis, le habían condenado al ostracismo.

Desde muy pequeño, Selim había sido criado por diferentes zensunni, pero ninguno le había adoptado como si fuera de su familia. Siempre había sido un crío impulsivo y activo. Cualquier madre auténtica habría sido paciente con sus travesuras, pero Selim no tenía madre. En Arrakis, donde la supervivencia pendía de un hilo, pocos se preocupaban por un niño que parecía empeñado en no llegar a ningún sitio.

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