La Yihad Butleriana (23 page)

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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: La Yihad Butleriana
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Xavier luchó por liberarse de la confusión inducida por el cansancio. Después de frotarse los ojos, se quedó sorprendido al ver que Octa estaba detrás de los dos hombres. Sostenía en su pálida mano un collar de diamantes negros centelleantes, colgando de una cadena de oro, que se apresuró a entregarle.

—Serena me dijo que esperara cinco días, y que después te lo diera.

Octa parecía etérea, delicada. Se apartó a un lado, sin mirarle a los ojos.

En busca de respuestas, Xavier sacó el collar de la cadena. Cuando tocó los diamantes negros, el sudor de su mano activó un diminuto proyector que mostró una pequeña imagen holográfica de Serena. La miró, estupefacto y aterrado. Daba la impresión de que la imagen le miraba solo a él.

—Xavier, amor mío, he ido a Giedi Prime. La liga habría discutido el problema durante meses, mientras el pueblo sojuzgado sufre. No puedo permitirlo. —Su sonrisa era enternecedora, pero esperanzada—. Cuento con un equipo compuesto por los mejores ingenieros, comandos y especialistas en infiltración. Tenemos todo el equipo y experiencia necesarios para entrar en el planeta sin ser localizados y activar el transmisor de escudo secundario. Terminaremos la construcción e instalaremos los sistemas, lo cual nos permitirá aislar el planeta de las naves de las máquinas pensantes, al tiempo que las de superficie quedan atrapadas. Has de venir con la Armada y reconquistar este planeta. Contamos contigo. Piensa en lo mucho que podemos ayudar a la humanidad.

Xavier no daba crédito a sus oídos. La imagen de Serena continuó recitando el mensaje grabado.

—Te esperaré allí, Xavier. Sé que no me decepcionarás.

Xavier apretó las manos hasta que los nudillos palidecieron. Si alguien podía salir triunfante de semejante misión, era Serena Butler. Era impetuosa, pero al menos intentaba hacer algo. Y sabía que su decisión obligaría a los demás a actuar.

Octa empezó a llorar en voz baja a su lado. El virrey Butler entró en el despacho como una exhalación, consternado por lo que había oído.

—Muy propio de ella —dijo Xavier—. Ahora, hemos de pensar en una respuesta. No nos queda otro remedio.

31

Pensad en la guerra como un comportamiento.

G
ENERAL
A
GAMENÓN
,
Memorias

En la arena bañada por el sol abrasador de la zona ecuatorial de la Tierra, Agamenón se preparaba para luchar contra la máquina gladiadora de Omnius. La supermente consideraba estos simulacros de combate un desafío para los titanes supervivientes, una forma de que descargaran su agresividad y se mantuvieran ocupados, pero para Agamenón significaba la oportunidad de asestar un golpe al enemigo verdadero.

Doscientos treinta años antes, esclavos humanos y robots habían terminado este coliseo semicircular abierto al aire libre para las batallas de Omnius. A la supermente le gustaba poner a prueba la capacidad destructiva de diferentes diseños robóticos. Vehículos blindados y sistemas de artillería conscientes podían enfrentarse en circunstancias controladas.

Mucho tiempo atrás, el genio Barbarroja había programado gusto por el combate y sed de conquista a la inteligencia artificial que evolucionó hasta convertirse en Omnius. Ni siquiera mil años después la supermente había perdido su afición a la victoria.

A veces, en estas competiciones se enfrentaban hombres contra máquinas. Esclavos elegidos al azar entre cuadrillas de obreros recibían garrotes, explosivos o rayos cortantes, y salían a la arena a luchar contra robots. La violencia irracional de humanos desesperados nunca dejaba de desafiar a la mente calculadora de Omnius. En otras ocasiones, el ordenador omnipresente prefería demostrar su superioridad contra los cimeks.

En vistas al combate, Agamenón había dedicado considerables esfuerzos a diseñar su nuevo cuerpo de lucha. A veces, Omnius enviaba a luchar contra los titanes a sus modelos más significados. En otras, respondía con absurdas monstruosidades que nunca habrían sido prácticas en ningún tipo de lucha. Todo fuera por el espectáculo.

Meses atrás, cuando Barbarroja había conseguido una gran victoria contra Omnius, el cimek había solicitado permiso para atacar a los humanos libres como recompensa. Si bien el ataque contra Salusa Secundus había fracasado, la segunda tentativa de los titanes se había saldado con la conquista de Giedi Prime. Barbarroja se encontraba al mando de docenas de neocimeks encargados de sojuzgar a la población. De nuevo un titán se convertía en señor y dueño de un planeta. Al menos, era un paso en la dirección correcta…

Si hoy lograba vencer en la arena, Agamenón tenía sus propios planes.

Cuando las sirenas sonaron para anunciar el evento, Agamenón rodó hacia delante sobre extremidades flexibles y pasó entre las columnas de la Puerta de los Desafíos. Sentía la energía de sus sistemas de movilidad, el latir de la energía que recorría sus senderos neuroeléctricos.

En el interior de la forma de gladiador, el núcleo corporal consistía en un par de esferas reforzadas, una rodeada por un blindaje opaco, la otra hecha de aleocristal transparente. Dentro del globo transparente colgaban los hemisferios blancogrisáceos de su cerebro humano, que flotaba en un electrolíquido azul pálido, conectado a mentrodos. Tenues descargas de fotones chisporrotearon en los lóbulos cerebrales cuando el cuerpo del cimek avanzó, dispuesto a luchar.

Alrededor de la esfera doble, voluminosos motores de impulsión zumbaban en el interior de cubiertas protectoras. Los motores hacían funcionar el sistema hidráulico de cuatro patas prensiles. Cada extremidad articulada terminaba en una masa de polímero metálico, capaz de adaptar la forma de un sinnúmero de armas.

Agamenón había construido esta forma feroz bajo la vigilancia de ojos espía que controlaban hasta el menor de sus movimientos. En teoría, Omnius archivaba dicha información en una parte aislada de su supermente, para no llevar una ventaja injusta en el combate. Al menos, eso afirmaba Omnius.

Mientras Agamenón esperaba, su oponente avanzó, controlado por la supermente. Omnius había elegido una forma provista de una armadura medieval exagerada: dos piernas enormes, con pies como los cimientos de un edificio y brazos que terminaban en puños enguantados, tan grandes como el núcleo corporal. Las proporciones eran exageradas, como el bravucón de la clase convocado en la pesadilla de un niño. Surgían púas de los gigantescos nudillos del robot, y descargas apocalípticas saltaban de un lado a otro del puño.

Agamenón avanzó al tiempo que alzaba sus extremidades frontales, similares a las de un cangrejo, cuyos extremos se convirtieron en garras. Aunque ganara el combate, la supermente no sufriría, ni siquiera se sentiría humillada por la derrota.

Por su parte, Omnius podía destruir por accidente el contenedor cerebral del titán. Cosas imprevistas ocurrían en estos combates, y tal vez Omnius, pese a la programación que le impedía matar de manera intencionada a un titán, contara con ello. Para Agamenón, el combate era algo muy serio.

Algunos observadores robóticos observaban desde los palcos con fibras ópticas potenciadas, pero guardaban silencio. Agamenón no necesitaba aplausos. Los demás asientos de piedra del coliseo estaban vacíos, y reflejaban la luz del sol. El gran estadio, como un sepulcro poblado de ecos, contaba con espacio suficiente para que los dos enemigos se despacharan a gusto.

Ninguna proclama precedió al combate, los altavoces no ofrecieron la menor información. Agamenón fue el primero en atacar.

El titán alzó sus brazos como látigos, reforzados con una película de diamante, y se lanzó hacia delante. Con sorprendente agilidad, el robot de Omnius levantó una enorme pierna y esquivó el ataque.

Agamenón atacó con otra extremidad delantera, coronada con una bola rompedora que disparaba rayos paralizantes. El guerrero de Omnius se estremeció al ser alcanzado en sistemas vulnerables. De repente, el gigante giró en redondo y golpeó con fuerza brutal el brazo segmentado del cimek. Ni siquiera la película de diamante pudo resistir el impacto, y la extremidad se desprendió de la cavidad flexible. El cimek, indiferente a la pérdida, levantó un brazo cortante que se metamorfoseó en una confusión de hojas de diamante.

Agamenón desgarró el torso blindado de su contrincante, y cortó una serie de fibras de control neuroeléctrico. Un líquido verdusco se derramó de los canales lubricantes cercenados. El robot hizo girar su otro puño erizado de púas, pero Agamenón se apartó a un lado.

La fuerza del golpe provocó que el robot gladiador perdiera el equilibrio. Agamenón levantó dos brazos cortantes y acuchilló las articulaciones del brazo con hierros al rojo vivo. Encontró puntos vulnerables con facilidad sorprendente, y el brazo derecho del gigante colgó inutilizado, una maraña de fibras neuroeléctricas y líquidos conductores.

Omnius hizo retroceder dos pasos a su robot para analizar los daños. Agamenón aprovechó su ventaja y acortó distancias. Entonces, desveló su primera gran sorpresa.

Una trampilla se abrió en un compartimiento oculto dentro del anticuado alojamiento del motor, y salieron disparados ocho cables reforzados de fibras conductoras, cada uno terminado en una garra conectora magnética. Los cables volaron como un nido de víboras sobresaltadas y se hundieron en el robot gigante. En cuanto los extremos alcanzaron su objetivo, Agamenón liberó una poderosísima descarga eléctrica.

El general cimek esperaba que aquel ataque traicionero acabaría con el robot de combate, pero Omnius debía de haber protegido bien a su guerrero. Agamenón lanzó otra descarga, como el picotazo de un escorpión, pero el gladiador de Omnius no cayó, sino que proyectó su puño enguantado con la fuerza de una locomotora.

El puño erizado de púas chocó contra la esfera protectora transparente que contenía el cerebro incorpóreo, y una tenue telaraña de grietas apareció en el cristal. El electrolíquido se derramó por las rendijas como sangre azul. Los mentrodos se rompieron, y el cerebro cayó de sus cables suspensores, colgando expuesto en el aire caliente.

Eso podía significar la muerte de Agamenón.

Pero el general cimek había engañado a Omnius. El cerebro protegido dentro del contenedor transparente no era más que una celada, una reproducción sintética de sus contornos cerebrales. El auténtico cerebro de Agamenón se hallaba en el interior de la esfera opaca metálica, desde la cual controlaba la forma de gladiador. Seguro e intacto.

No obstante, Agamenón estaba furioso y estupefacto. Omnius había demostrado su voluntad de infligir severos daños al titán más poderoso e ingenioso de todos. Por lo visto, las ansias de ganar de Omnius parecían capaces de imponerse a sus restricciones de programación. ¿O acaso la supermente estaba enterada de la treta desde el primer momento? Agamenón reaccionó con furor vengativo.

Al tiempo que se alejaba a la mayor velocidad posible, disparó la esfera que contenía el falso cerebro contra el núcleo corporal del gigantesco robot.

Después, Agamenón se agachó, levantó sus extremidades blindadas y bajó su contenedor cerebral entre las filas de gruesas extremidades para protegerse, como una tortuga escondiéndose dentro del caparazón.

La esfera chocó contra el gladiador y estalló. El cerebro falso estaba hecho de espuma sólida de alta energía. La explosión decapitó al robot y desgarró su torso. La onda de choque bastó para derrumbar parte del muro más cercano del coliseo.

Agamenón había sobrevivido, y el gladiador de Omnius estaba destruido.

—¡Excelente, general! —La voz electrónica resonó en la arena desde los altavoces, en tono muy complacido—. Una maniobra altamente novedosa y agradable.

Agamenón todavía se preguntaba si Omnius sabía que el cerebro visible era falso. O quizá la supermente había descubierto una forma de sortear las protecciones restrictivas que Barbarroja había instalado tanto tiempo antes. Ya nunca estaría seguro de si la supermente le dejaría morir en combate alguna vez. Tal vez Omnius quería evitar que los titanes se sintieran demasiado triunfadores o supervalorados, en especial Agamenón.

Solo Omnius lo sabía con toda certeza.

Entre las llamas y el humo que se elevaban de los restos de la monstruosa máquina, Agamenón alzó su forma, el vencedor incuestionable.

—Te he derrotado, Omnius. Reclamo mi recompensa.

—Por supuesto, general —contestó de buen humor el robot—. No hace falta que verbalices tu deseo. Sí, permitiré que tú y tus cimeks asestéis más golpes a los hrethgir. Divertíos.

32

Los supervivientes aprenden a adaptarse.

Z
UFA
C
ENVA
, discurso a las hechiceras

En la impecable cabina del
Viajero onírico
, Vorian Atreides y Seurat volvían a viajar entre sistemas estelares, recogiendo y entregando actualizaciones de Omnius para mantener la congruencia de la supermente distribuida por todos los Planetas Sincronizados. Intercambiaban actualizaciones con otras copias de la supermente, sincronizaban las encarnaciones de Omnius y partían con nuevos datos que distribuirían entre las redes. A Vor le encantaba ser un humano de confianza.

Los días transcurrían en el espacio, eternamente iguales. La extraña pareja realizaba sus labores con eficacia. Seurat y el pequeño grupo de robots de mantenimiento se encargaban de la limpieza y eficacia óptima de la cabina, mientras que Vor dejaba de vez en cuando manchas de comida o bebida, algunas cosas a medio terminar o desordenadas.

Como de costumbre, Vor se hallaba ante una consola interactiva del apretado compartimiento trasero, investigando en la base de datos de la nave con el fin de obtener más información sobre sus destinos. Le habían enseñado las ventajas de destacarse sobre los demás humanos privilegiados de la Tierra. El ejemplo de su padre, un hombre desconocido que había llegado a ser el más grande de los titanes, conquistador del Imperio Antiguo, le enseñaba lo que un simple humano podía lograr.

Le sorprendió ver que la ruta normal del
Viajero onírico
había cambiado.

—¡Seurat! ¿Por qué no me dijiste que habíamos conquistado un nuevo planeta? Nunca había oído hablar de este… Giedi Prime, en el sistema de Ophiuchi B. Antes estaba catalogado como un sólido planeta de la liga.

—Omnius programó ese destino en nuestra ruta antes de que partiéramos de la Tierra. Esperaba que tu padre lo hubiera conquistado en el momento de nuestra llegada. Omnius confía en que Agamenón se sacará la espina del fracaso en Salusa Secundus.

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