—Lo pensaré. Entrégame una lista detallada.
Después de darle sus sugerencias, habían transcurrido dos días sin que Serena viera al robot. Centinelas mecánicos se encargaban de los trabajadores de la villa, con Erasmo desaparecido en sus laboratorios.
Las paredes insonorizadas le impedían oír nada, aunque los olores nauseabundos y la desaparición de algunas personas la dejaron intrigada.
—No te gustaría saber lo que pasa ahí adentro —le dijo por fin otra esclava—. Considérate afortunada si no te piden que vayas a limpiar después.
Serena trabajaba la tierra margosa mientras escuchaba la música clásica que Erasmo siempre ponía. Le dolía la espalda y tenía las articulaciones hinchadas a causa de su avanzado estado de gestación, pero no cejaba en sus esfuerzos.
Erasmo se acercó con tal sigilo que ella no reparó en él hasta que alzó la vista y vio su rostro reflectante embutido en un cuello de volantes. Se levantó al instante para disimular el susto y se secó las manos en el mono.
—¿Aprendes más espiándome?
—Puedo espiarte siempre que me plazca. Aprendo mucho de las preguntas que hago. —La capa de polímero metálico transformó su rostro en una expresión petrificada de regocijo—. Bien, me gustaría que eligieras la flor que consideres más hermosa. Siento curiosidad por tu respuesta.
Erasmo ya la había puesto a prueba en otras ocasiones. Parecía incapaz de comprender las decisiones subjetivas, en su deseo de cuantificar cuestiones de opinión y gusto personal.
—Cada planta es hermosa a su manera —contestó la joven.
—Pese a todo, elige una. Después, explícame por qué.
Serena paseó por los senderos de tierra, mirando de un lado otro. Erasmo la siguió, grabando cada momento de vacilación.
—Hay características visibles, como color, forma y delicadeza —dijo el robot—, y variables más esotéricas, como el perfume.
—No olvides el componente emocional. —La voz de Serena se tiñó de nostalgia—. Algunas de estas plantas me recuerdan mi hogar de Salusa Secundus. Ciertas flores podrían tener un valor mayor para mí, aunque no necesariamente para nadie más. Tal vez recuerdo una ocasión en que el hombre al que amo me regaló un ramo. Pero tú no comprenderías tales asociaciones.
—No me vengas con excusas. Elige.
Serena señaló una inmensa flor elefante con franjas de un naja y rojo brillantes, realzadas por un estigma en forma de cuerno en el centro.
—En este momento, esta es la más hermosa.
—¿Por qué?
—Mi madre las cultivaba en casa. De niña, nunca pensé que fueran muy bonitas, pero ahora me recuerdan días más felices…, antes de conocerte.
Se arrepintió de inmediato de su sinceridad, porque revelaba demasiado sobre sus pensamientos íntimos.
—Muy bien, muy bien.
El robot no hizo caso del insulto y contempló la flor elefante, como si analizara todos sus aspectos con sus capacidades sensoras. Como un experto en vinos, intentó describir los méritos de su perfume, pero a Serena sus análisis le sonaron clínicos, faltos de las sutilezas y componentes emocionales que habían motivado su elección.
Lo más extraño era que Erasmo parecía consciente de sus deficiencias.
—Sé que los humanos son, en algunos aspectos, más sensibles que las máquinas…, de momento. Sin embargo, las máquinas cuentan con más posibilidades de llegar a ser superiores en todas las parcelas. Por eso deseo comprender todos los aspectos de la vida biológica consciente.
Con un estremecimiento involuntario, Serena pensó en los laboratorios cerrados, convencida de que las actividades secretas de Erasmo abarcaban algo más que el estudio de las flores hermosas.
Erasmo supuso que estaba interesada en sus observaciones.
—Bien desarrollada, una máquina pensante podría ser más perfecta intelectual, creativa y espiritualmente que cualquier humano, con una capacidad y libertad mentales sin paralelo. Me inspiran las maravillas que podríamos lograr, si Omnius no ejerciera tanta presión sobre las demás máquinas para que se conformen con lo que hay.
Serena escuchaba, con la esperanza de obtener información. ¿Captaba un conflicto en potencia entre Erasmo y la supermente?
—La capacidad de recabar información es la clave —continuó el robot—. Las máquinas absorberán no solo más datos, sino más sentimientos, en cuanto los comprendamos. Cuando eso ocurra, podremos amar y odiar con más pasión que los humanos. Nuestra música será más sublime, nuestros cuadros más exquisitos. Una vez adquiramos un conocimiento total de nosotros mismos, las máquinas pensantes crearán el mayor renacimiento de la historia.
Serena frunció el ceño.
—Podéis seguir mejorando, Erasmo, pero los seres humanos solo utilizamos una ínfima parte del cerebro. Poseemos un enorme potencial de desarrollar nuevas aptitudes. Vuestra capacidad de aprendizaje no es mayor que la nuestra.
El robot se quedó petrificado, como sorprendido.
—Muy cierto. ¿Cómo he podido pasar por alto un detalle tan importante? —Su rostro se convirtió en una máscara pasiva y contemplativa, y luego se metamorfoseó en una amplia sonrisa—. El camino de la perfección será largo. Harán falta más investigaciones.
Cambió bruscamente de tema, como para subrayar la vulnerabilidad de Serena.
—¿Cómo va tu bebé? Háblame de las emociones que sientes por su padre y descríbeme el acto físico de la copulación.
Serena guardó silencio, mientras intentaba detener la marea de recuerdos dolorosos. Erasmo consideró fascinante su reticencia.
—¿Te sientes atraída físicamente hacia Vorian Atreides? He sometido a todo tipo de análisis a ese joven apuesto. Es de una casta excelente. Cuando haya terminado tu embarazo, ¿te gustaría copular con él?
La respiración de Serena se aceleró, y concentró su mente en recuerdos de Xavier.
—¿Copular? Pese a tus numerosos estudios, hay muchas cosas de la naturaleza humana que tu cerebro mecánico nunca comprenderá.
—Eso ya lo veremos —repuso con calma Erasmo.
La conciencia y la lógica no son criterios fiables.
P
ENSADORES
,
Postulados fundamentales
Un grupo conectado de robots obrero correteó sobre el casco del
Viajero onírico
cuando la nave se posó sobre una estructura que abarcaba un cráter artificial en los terrenos del espaciopuerto. Diminutas máquinas reptaron en el interior de las lumbreras de escape y restregaron las cámaras del reactor, un ejército coordinado de unidades de mantenimiento que reparaban los daños infligidos por la Armada de la Liga.
Vor y Seurat contemplaban a los obreros desde lo alto de una plataforma, confiados en que las reparaciones se ejecutarían según las especificaciones programadas.
—Pronto podremos partir —dijo el capitán robot—. Debes de estar ansioso por derrotarme de nuevo en tus juegos de guerra.
—Y tú por contarme chistes que yo no considero divertidos —replicó Vor.
Ansiaba volver a bordo del
Viajero onírico
, pero también le asediaba otra clase de impaciencia, un dolor en el pecho que empeoraba cada vez que pensaba en la hermosa esclava de Erasmo. Pese al desprecio de Serena Butler, no podía dejar de pensar en ella.
Lo peor era que no entendía el motivo. Debido a sus vínculos paternos, Vor Atreides había gozado de numerosas esclavas sexuales, algunas tan adorables como ésta. Habían sido criadas y educadas para estas tareas, y vivían en cautividad entre las máquinas pensantes. Pero la esclava de Erasmo, pese a haber sido llevada a la villa contra su voluntad, no parecía sentirse derrotada.
Vor recreaba en la mente su rostro, sus labios sensuales, la mirada penetrante de sus ojos lavanda cuando le miraba con desagrado. Aunque su embarazo era evidente, aun así se sentía atraído hacia ella, y experimentaba unos extraños celos. ¿Dónde estaba su amante? ¿Quién era?
Cuando Vor regresara a la villa de Erasmo, ella no le haría caso o volvería a insultarle. No obstante, ansiaba verla antes de que Seurat y él partieran en otra larga gira de actualización. Ensayaba lo que iba a decirle, pero aun en su imaginación ella siempre se mostraba más ingeniosa que él.
Vor subió una escalerilla y se internó en un estrecho espacio interior, donde vio que un obrero de mantenimiento disponía nuevas redes de circuitos líquidos en el panel de navegación principal. El obrero escarlata trabajaba con sus herramientas incorporadas. Vor avanzó unos centímetros y lanzó un vistazo al panel abierto. Observó la pauta mareante de componentes de colores.
—Te llevarás una decepción si esperas pillarlo cometiendo un error —dijo Seurat desde atrás—. ¿O intentas llevar a cabo tu tantas veces anunciado sabotaje?
—Soy un sucio hrethgir. Nunca sabes lo que podría hacer, vieja Mentemetálica.
—El hecho de que no rías mis chistes indica que careces de inteligencia para trazar un plan tan tortuoso, Vorian Atreides.
—Tal vez todo se reduzca a que no eres divertido.
Por desgracia, las chanzas y los trabajos de reparación no impedían que siguiera pensando en Serena. Se sentía como un adolescente, excitado y confuso al mismo tiempo. Quería hablar con alguien de sus sentimientos, pero no a su amigo robot, que aún comprendía menos a las mujeres que Vor.
La verdad era que necesitaba hablar con Serena. Tal vez con su perspicacia e inteligencia, ella había leído en su interior, pero lo que vio no le agradó. Le había llamado
esclavo incapaz de ver las cadenas
. Un insulto desconcertante, teniendo en cuenta todos los privilegios de su vida. No tenía ni idea de a qué se refería.
El obrero cambió de herramientas para poner a punto un puesto de recogida de datos. El brazo esbelto de la máquina se extendió más para manipular un botón de ajuste del interior del panel.
Seurat, que se hallaba de pie en la cabina del
Viajero onírico
, activó los controles principales de la nave, utilizando métodos de diagnóstico incorporados para verificar los sistemas de navegación.
—He descubierto un atajo a nuestra segunda escala de la ruta. Por desgracia, exige atravesar una estrella azul gigante.
—En ese caso, aconsejo una ruta diferente —dijo Vor.
—Estoy de acuerdo, aunque me molesta perder el tiempo.
Se preguntó qué sería de Serena cuando el niño naciera. ¿Lo destinaría Erasmo a los recintos de esclavos para que no interfiriera en las tareas de Serena? Por primera vez en su vida, Vor sintió compasión por un cautivo humano.
Como hombre de confianza, siempre se había considerado súbdito de los Planetas Sincronizados, y ansiaba convertirse en neocimek algún día. Creía que Omnius gobernaba a los humanos por su bien. De lo contrario, la galaxia se sumergiría en el caos.
Estaba acostumbrado a situaciones en que una parte dominaba y la otra se sometía. Por primera vez, se preguntó si existirían otro tipo de relaciones, basadas en la igualdad. Estaba claro que el capitán robot del
Viajero onírico
era el jefe de Vorian, pero habían llegado a un acuerdo positivo para ambos.
Vor se preguntó si Serena y él serían capaces de forjar una relación en que ambos se trataran con absoluta igualdad. Se trataba de un concepto radical, que hería su sensibilidad. Aun así, creía que ella no aceptaría menos.
El obrero de mantenimiento, encajado en un estrecho espacio detrás del mamparo y el panel de navegación, emitía extraños sonidos y repetía conexiones de prueba una y otra vez.
—Deja que pruebe esa herramienta —dijo Vor al robot con un suspiro.
El obrero giró hacia él y le entregó la sonda de diagnóstico, pero parte de sus extremidades recubiertas de metal interfirieron con una conexión del campo de circuitos expuesto, y se produjo un cortocircuito. El robot chilló. Del panel averiado surgió un hedor a circuitos y sistemas hidráulicos fundidos.
Vorian salió como pudo del estrecho espacio, y luego se pasó la mano por la frente. Seurat examinó el robot y los componentes ennegrecidos del sistema de navegación.
—Mi conclusión de experto es que hace falta un poco más de mantenimiento.
Cuando Vor rió del comentario, Seurat se quedó sorprendido.
—¿Por qué te parece divertido?
—Nunca pidas a nadie que te explique lo que es el humor, Seurat. Confórmate con las carcajadas.
Después de interrumpir el suministro eléctrico, Vor sacó el robot averiado y lo tiró sobre la cubierta. Se trataba de unidades fáciles de sustituir. Seurat envió la solicitud de un nuevo obrero.
Mientras esperaban a que continuaran las reparaciones, Vor habló de sus sentimientos contradictorios. Tal vez encontraría algo útil en la base de datos del robot.
Las fibras ópticas del robot centelleaban como soles diminutos.
—No entiendo tu problema —dijo Seurat, mientras descargaba un resumen de diagnósticos de un banco de datos de la nave—. Gozas de una situación privilegiada entre las máquinas pensantes. Presenta una solicitud a Erasmo.
Vor estaba exasperado.
—No es eso, Seurat. Aunque Erasmo me cediera a Serena… ¿qué pasaría si ella me rechazara?
—Amplía tu búsqueda. Te planteas dificultades innecesarias. Entre las candidatas humanas de la Tierra, encontrarás con facilidad una hembra compatible, incluso con facciones similares a las de esta esclava en particular, si tanto valoras sus atributos físicos. Vor se arrepintió de haber sacado el tema a colación.
—Las máquinas pensantes pueden ser tan estúpidas a veces.
—Nunca me habías hablado de tales emociones.
—Porque nunca había sentido esto.
Seurat se quedó petrificado.
—Soy consciente intelectualmente del imperativo biológico humano de copular y reproducirse. Estoy familiarizado con las diferencias físicas entre hombres y mujeres, y con vuestras urgencias hormonales. Siempre que la herencia genética sea aceptable, la mayoría de sistemas reproductores femeninos son iguales. ¿Por qué es más deseable esta tal Serena que cualquier otra?
—Nunca podría explicártelo, vieja Mentemetálica —dijo Vor mientras miraba por una ventanilla y veía que otro obrero se acercaba a la nave—. Ni siquiera puedo explicármelo a mí mismo.
—Espero que lo consigas pronto. No puedo permitirme el lujo de ir cargándome robots de mantenimiento.
Con frecuencia, la gente muere porque es demasiado cobarde para vivir.
T
LALOC
,
La Era de los Titanes