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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

La Yihad Butleriana (79 page)

BOOK: La Yihad Butleriana
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Como no podía desechar sus propias proyecciones, el Omnius de la Tierra reaccionó en consecuencia. Formó un cordón defensivo de naves robóticas para impedir el paso a la Armada de la Liga. Puso en órbita un enjambre de ojos espía, con el fin de observar la batalla desde todas direcciones. Gracias a subrutinas diferentes, efectuó más de cinco mil simulacros alternativos, hasta elegir la táctica correcta de la flota robótica.

Pero Omnius no estaba enterado de los escudos Holtzman. Cuando las máquinas pensantes dispararon explosivos y proyectiles cinéticos, la avanzadilla de naves de la Armada ni siquiera se enteró del ataque, y continuó su avance.

Las naves robóticas se reagruparon y esperaron nuevas órdenes, mientras los circuitos gelificados de Omnius se esforzaban por comprender qué pasaba.

Los primeros bombarderos hrethgir penetraron en la atmósfera; cientos y cientos de naves lanzadas hacia la superficie. Cada una iba cargada con una cabeza nuclear.

Omnius efectuó nuevas proyecciones. Por primera vez, consideró la muy realista posibilidad de su propia destrucción.

Vorian Atreides pilotaba una pequeña nave equipada con escudo protector, uno de los kindjals salusanos con armas más potentes. No llevaba armas atómicas (el segundo Harkonnen no confiaba en él hasta esos extremos), pero Vor podía colaborar en atacar a las naves enemigas y facilitar la tarea de los bombarderos.

Esto era muy diferente de lo que hacía en el
Viajero onírico.

El segundo Harkonnen había querido que se quedara a salvo en la nave insignia, donde Vor podría proporcionar consejos tácticos para derrotar a las máquinas, pero el joven había explicado que quería participar en la derrota de Omnius. Como hijo de Agamenón, Vor ya había aportado valiosa información sobre las naves de guerra enemigas, su blindaje, sus armas integradas. Ahora era el momento de aplicar esos conocimientos a la práctica.

—Por favor —había dicho a Xavier—. Te he devuelto a Serena. Aunque solo sea por eso, ¿no vas a satisfacer mi petición?

La expresión dolida del segundo reveló a Vor que Xavier todavía la amaba. El oficial dio la espalda a Vor, como para ocultar sus sentimientos.

—Toma una nave, pues. Sumérgete en el corazón de la batalla…, pero vuelve vivo. Creo que Serena no soportaría perderte, después de todo lo que ha sufrido.

Eran las primeras palabras amables que aquel hombre enigmático le dirigía, la primera vez que alguien insinuaba que Serena le tenía afecto.

Xavier miró por fin hacia atrás y le dedicó una sonrisa cautelosa.

—No traiciones mi confianza.

Vor había corrido a las hileras de ballestas y elegido un kindjal.

La fuerza atacante se dirigió hacia el complejo informático central de Omnius. Las máquinas pensantes se precipitaron contra las naves de la Armada con determinación suicida, destruyendo cientos de bombarderos, patrulleros y kindjals carentes de protección. Algunos de los escudos fallaron, sobrecalentados o mal instalados, y la batalla entró en una fase de mayor crueldad.

En pleno combate, Vor vio que una nave más lenta de las máquinas pensantes se acercaba, escoltada por un numeroso grupo de naves automáticas. El solitario vehículo se abrió paso entre el enjambre de naves de la Armada, y evitó cualquier confrontación directa.

Intentaba huir.

Vor entornó los ojos. En un momento como este, ¿por qué escapaba al espacio una sola nave robot? Omnius tendría que haber empleado todos sus recursos. El instinto del joven le dijo que no debía permitir que aquella nave solitaria escapara.

Vor intentó concentrarse en la batalla que rugía a su alrededor, y disparó sus armas. Proyectiles de energía desintegraron varias naves robóticas y desorientaron a otras, lo cual permitió que cuatro bombarderos más de la Armada se abrieran paso.

Mientras tanto, la nave misteriosa continuaba huyendo de la batalla. ¿Qué estaría tramando Omnius? ¿Qué llevaba a bordo la nave? Ninguna otra nave de la Armada se había fijado en ella.

Vor sabía que debía hacer algo. Era vital, lo presentía.

El segundo Harkonnen le había dado órdenes estrictas de acompañar a las naves cargadas de bombas nucleares hasta que arrojaran su mortífero cargamento, pero las cosas podían cambiar en el fragor de la batalla. Además, él no era una máquina, que seguía órdenes ciegamente. Era capaz de innovar.

Mientras continuaba vigilando la trayectoria de la nave, comprendió de repente lo que estaba pasando. Era una nave de actualización, que portaba una copia completa del Omnius de la Tierra, los pensamientos y datos de la supermente hasta el mismo momento del ataque. Incluiría una grabación y un análisis completos del alzamiento de los esclavos y las órdenes de exterminar a todos los humanos.

Si tal información se cargaba en otras encarnaciones de Omnius, todos los Planetas Sincronizados quedarían advertidos. Podrían preparar la defensa contra futuros ataques de la liga.

Vor no podía permitir que eso sucediera.

—Tengo algo que hacer —transmitió a sus camaradas cercanos—. No puedo dejar que esa nave escape.

Abandonó a los bombarderos que se hallaban bajo su protección y desvió su curso.

Vor oyó los gritos de indignación de los capitanes humanos a los que debía proteger.

—¿Qué estás haciendo?

Un defensor robótico se precipitó hacia el hueco y disparó sobre las naves de la Armada.

—¡Es una nave de actualización! Lleva una copia de Omnius.

Se alejó a más velocidad, justo cuando dos naves robóticas convergían sobre los bombarderos asignados a Vor. Sus compañeros le maldijeron cuando los robots abrieron fuego y detuvieron el avance de sus naves, pero Vor apretó la mandíbula, convencido de que su decisión era moral y tácticamente correcta.

Al ver que se marchaba, otras naves de la Armada le apostrofaron.

—¡Cobarde!

—¡Traidor!

—Ya os lo explicaré después —dijo Vor, resignado.

Cerró el sistema de comunicaciones para poder concentrarse en su tarea. Su pasado siempre provocaría que los humanos pensaran mal de él. La perspectiva de las censuras y la inquina no le molestaba. Tenía un trabajo que hacer.

Al cabo de unos momentos, los combatientes de Omnius habían derribado a uno de los bombarderos abandonados, pero nuevos escoltas de la Armada llegaron y abatieron a dos naves robóticas. Los restantes bombarderos continuaron su rumbo.

El cielo de la Tierra estaba surcado por estelas de iones pertenecientes a las naves de la Armada, grandes y pequeñas, que arrojaban armas nucleares como si fueran granos de trigo. Defensores robóticos hacían estallar las bombas en el aire, entre nubes de metralla radiactiva, lo cual inutilizaba los delicados detonadores e impedía reacciones nucleares en cadena.

Aun así, algunas bombas llegaban a su destino.

En el momento álgido de la batalla, el Omnius de la Tierra se quedó sin alternativas viables. Con la flota de la Armada dispersa como un enjambre de insectos asesinos, los defensores robóticos se sacrificaron lanzándose contra grupos de kindjals.

Para el segundo Harkonnen, era dolorosamente evidente que solo las naves protegidas por los escudos Holtzman tenían probabilidades de sobrevivir. Algunos sistemas habían fallado, lo cual había provocado la destrucción de varias naves protegidas. Pero ahora ya no había marcha atrás.

Las veinte naves de la Armada más grandes flotaban en órbita estacionaria, eliminando oleada tras oleada de naves atacantes, al tiempo que vaciaban los depósitos de armas atómicas. Cinco destructores descendieron para lanzar misiles nucleares guiados. El ataque bastó para destruir todas las subestaciones de Omnius.

En un último ataque vengativo, proyectiles de inteligencia artificial convergieron sobre las gigantescas ballestas. Bombas con mentes electrónicas, los proyectiles iban dirigidos contra sus blancos programados. Sin hacer caso de los bombarderos y kindjals, más pequeños, maniobraron para impedir trayectorias evasivas de las naves de guerra, y no hicieron caso de señuelos defensivos lanzados para engañar a los robots.

Xavier Harkonnen se encontraba en el puente de la nave insignia, aferrado a la barandilla de control, al tiempo que rezaba en silencio por el genio de Tio Holtzman.

—¡Esperemos que esos escudos aguanten! ¡Preparaos!

Seis proyectiles autoguiados colisionaron a velocidades casi relativistas con las barreras Holtzman y estallaron, pero los escudos resistieron.

Xavier sintió que le fallaban las rodillas a causa del alivio. La tripulación prorrumpió en vítores.

Pero a su alrededor, otras naves de la Armada, carentes de escudo, no tuvieron tanta suerte. Aunque las naves de la liga disparaban sin cesar, varios proyectiles de inteligencia artificial desintegraron naves humanas desprotegidas. Incluso una de las ballestas protegidas quedó vulnerable cuando dos de los escudos pequeños fluctuaron, creando una grieta en el blindaje. Debido al fuego constante de las máquinas pensantes, varios misiles robot se abrieron paso.

Once de las naves más grandes se desintegraron, junto con todos sus tripulantes. Solo continuaban intactas ocho, todas con escudos Holtzman. Un elevado porcentaje de la flota ya había sido aniquilada.

Xavier, agotado y tembloroso, veía el continuo gotear de pérdidas. Cerró los puños cuando dio nuevas órdenes con voz fría. Sintió los dedos pegajosos cuando imaginó la sangre de los cientos de miles de soldados sacrificados en aquel día terrible.

Observó con furia que Vorian Atreides huía de la batalla. Al menos, el hijo de Agamenón se había llevado un solo kindjal, y el segundo no perdió el tiempo en perseguirle. Cuando regresara a Salusa, ya acusaría al desertor. Si alguien regresaba. ¡Maldita fuera su traición! Xavier había tenido razón desde el primer momento.

Las máquinas pensantes eliminaban una nave de la liga tras otra, pero Xavier seguía lanzando a su flota hacia delante. Después de tanto esfuerzo y pérdidas, no podía retroceder. El fracaso doblegaría el alma humana y conduciría a la pérdida de la libertad en toda la galaxia.

Por un momento, pareció que la batalla se decantaba a favor de las máquinas. Tan solo una ínfima parte de la fuerza atacante había logrado alcanzar sus objetivos y arrojar armas atómicas sobre todos los continentes de la Tierra.

Entonces, se produjeron las primeras detonaciones atómicas.

Vor aumentó la velocidad, sin perder de vista ni un momento a la nave que huía. La aceleración le aplastó contra el asiento y deformó sus labios. Sus ojos se llenaron de lágrimas, sus músculos se tensaron. Pero no cedió. La solitaria nave de Omnius ya había abandonado la atmósfera, cada vez más lejos de las fuerzas de la Armada.

Múltiples armas atómicas empezaron a estallar en una sucesión de flores nucleares cegadoras que iluminaron el cielo, arrasaron los continentes y destruyeron todos los circuitos gelificados…

Vor aceleró y pensó en tácticas de sorpresa, a sabiendas de que la nave de actualización estaría pilotada por un robot inflexible. Pero él era un serio rival para la imaginación de cualquier máquina pensante.

En la esfera verdeazulada que iban dejando atrás, estallaron nubes blancas y amarillas que lastimaron los ojos de Vor. La tormenta nuclear habría distraído la atención de la Armada, que ya no estaría pendiente de él. Nadie sabía la importancia vital de lo que intentaba hacer.

La nave de actualización ascendió sobre el plano de la eclíptica, sin dejar de aumentar la velocidad. El capitán robot podía soportar aceleraciones a las que ningún humano sobreviviría. No obstante, Vor continuó la persecución, al borde de la inconsciencia, casi sin poder respirar. El kindjal era más veloz que su presa, y fue acortando distancias. Con manos que parecían pesar cientos de kilos, cargó las armas de su nave.

Durante la batalla había desintegrado una docena de enemigos, pero en este caso Vor solo quería incapacitar a su presa. Al ser una nave de actualización, su blindaje sería mínimo, como el del
Viajero onírico
. Su intención era cortar el paso a la nave y abordarla.

En cuanto tuvo el blanco a su alcance, al borde del difuso halo planetario, el capitán robot efectuó una serie de maniobras predecibles.

Vor abrió fuego. Sus disparos dañaron los tubos de escape, para que los motores empezaran a sobrecargarse. Incapaz de eliminar el calor, la nave estallaría o se desconectaría.

Cuando la nave herida deceleró, Vor lanzó dos proyectiles de advertencia hacia su proa. Las ondas de choque desviaron de su ruta a la nave.

—¡Ríndete y prepárate a ser abordado!

El robot respondió con sorprendente sarcasmo.

—Sé que los humanos poseen varios orificios corporales. Por lo tanto, te invito a que cojas una herramienta eléctrica y la insertes donde…

—¿Vieja Mentemetálica? —gritó Vor—. Déjame subir a bordo. Soy Vorian Atreides.

—Eso no puede ser verdad. Vorian Atreides nunca dispararía contra mí.

Vor transmitió su imagen. No le sorprendía que Seurat pilotara otra nave de actualización, puesto que Omnius no variaba sus rutinas. La cara ovalada de Seurat emitió una florida maldición que Vor utilizaba con frecuencia cuando era derrotado en algún juego de estrategia.

Vor ensambló su nave con la otra. A sabiendas del peligro, entró por la escotilla principal y se encaminó al puente de mando.

124

¿Mi definición de un ejército? ¡Unos asesinos domesticados, por supuesto!

G
ENERAL
A
GAMENÓN
,
Memorias

Desde las profundidades de sus ciudadelas de energía, Omnius observaba la Tierra. Sus ojos espía grababan cada fase del audaz ataque humano. Vio que las tornas cambiaban.

Omnius estudió las trayectorias de las miles de naves que llegaban, contó las que destruían sus defensores robóticos.

Aun así, algunas bombas atómicas llegaron a su destino.

Con un subconjunto independiente de rutinas de cálculo, Omnius llevaba la cuenta de las naves que había perdido. Eran fáciles de sustituir. Por suerte, la nave de actualización de Seurat había huido. Sus importantes pensamientos y decisiones serían distribuidos entre los Planetas Sincronizados.

Pese a la cantidad de memoria dedicada al problema, Omnius aún no había encontrado solución a la crisis cuando las primeras bombas atómicas detonaron sobre él. Las explosiones enviaron ondas electromagnéticas que barrieron el aire y la superficie de la Tierra. Oleadas de energía salieron disparadas en todas direcciones, y en un abrir y cerrar de ojos destruyeron toda la red de circuitos gelificados y mentes mecánicas, como un papel empapado en gasolina alcanzado por una chispa.

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