Las ardillas de Central Park están tristes los lunes (53 page)

BOOK: Las ardillas de Central Park están tristes los lunes
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Los problemas estaban surgiendo sobre todo en China. El precio de la mano de obra, antes barato, aumentaba un diez por ciento cada año y numerosos empresarios se marchaban a otros países para deslocalizarse otra vez. El nuevo destino elegido era Vietnam. Pero a Vietnam ¡había que ir! Estudiar las costumbres del país, el idioma, volver a empezar y aprenderlo todo desde cero...

Otro problema en China: la falsificación. Habían construido una fábrica justo al lado de una de las suyas que copiaba sus modelos para venderlos a bajo precio a sus competidores europeos. Él había protestado ¡y le habían demandado simulando que había sido él quien había copiado! Sin olvidar las exigencias de los aduaneros franceses, que inventaban cada día nuevas normas de seguridad para los productos procedentes de China. Se había visto obligado a fabricar palés de cartón o de madera tratada para evitar las epidemias.

La crisis golpeaba también a los chinos. Muchas fábricas cerraban por falta de pedidos. O se hundían por los impagos de los americanos. Cerraban y se olvidaban de pagar lo que debían. Los dueños desaparecían y era imposible contar con la justicia china para encontrarlos.

Y ya no podía más...

Había intentado implantarse en Rusia... Había abierto una fábrica, envió prototipos para fabricar, invirtió dinero. ¡Y todo había desaparecido de la noche a la mañana! ¡Hasta las plantas del hall de la entrada! Su inversión se había volatilizado y, al cruzarse con el responsable que había contratado, éste había cambiado de acera para evitarle. No podía luchar solo. Rusia se había convertido en el Salvaje Oeste. Era la ley del Colt.

Tampoco podía reducir el tamaño de su negocio: únicamente las grandes empresas sobrevivían. Las pequeñas iban cerrando una tras otra.

Notaba que ya no tenía visión de futuro. El cansancio, la edad, las ganas de descansar... En su próximo cumpleaños, apagaría sesenta y nueve velas. Ya no era un hombre joven, aunque se sintiese en plena forma...

A los sesenta y nueve años un hombre no es viejo, se repetía para convencerse. Ni mucho menos. Recordó a su padre a su edad y se comparó con él. ¡Seco como una pasa, el pobre! La cara amarillenta y arrugada, los labios encasquetados en las encías a falta de dientes que los mantuvieran en su sitio, y los ojos caídos como lágrimas negras. Mientras que él rebosaba de vida y de vigor. Aunque resoplara al subir las escaleras... La semana anterior, se había sentido mal justo antes de llegar al tercer piso. Se había agarrado al pasamanos y se había apoyado en el siguiente escalón, llevándose la mano al corazón.

No se lo había contado a Josiane.

La cabeza había empezado a darle vueltas, el corazón se le había encogido produciéndole un extraño dolor punzante en el lado derecho, se había quedado con una pierna en el aire, esperando a recuperar el aliento, y había continuado subiendo mientras contaba los escalones para que se le pasara el mareo. ¡No! No iría a ver a un médico. Con esa gente, llega uno en buen estado y se va con los pies por delante. Su padre había vivido hasta los noventa y dos con su piel de albaricoque sin consultar ni a uno solo. El único hombre de medicina que consentía en visitar era su dentista. Y eso porque bromeaba con él, porque era simpático, un experto en vinos y le gustaban las mujeres a más no poder. Pero de los demás huía como de la peste, y no le había ido mal.

En la cama, con Bomboncito, nunca había sentido punzadas en el corazón. Ni el menor ahogo... ¿Acaso eso no es una prueba mejor que cualquier electrocardiograma?

Y sin embargo, eso no impide...

Tenía que encontrar un ayudante. Un hombre joven, listo, hábil, enérgico, dispuesto a trabajar duro, a viajar quince días al mes. El mirlo blanco.

Se había puesto a pensar cuando Chaval había ido a verle...

No se lo había dicho a Josiane, pero... no le había dicho que no a Chaval. Le había dicho venga a verme otro día, no sé si necesito a alguien, y sobre todo no sé si puedo confiar en usted. El otro había protestado, había entonado el mea culpa, había hablado de un error de juventud, le había recordado sus buenos servicios... y era cierto que no era mal trabajador, el pijo ese, antes de perder la cabeza y marcharse a la competencia. Dudaba. Dudaba. ¿Se puede confiar en un hombre que te ha traicionado una vez? ¿Puede uno perdonar y archivar esa traición en el cajón de los errores de juventud, de la ambición de un joven fogoso e impaciente, siempre hambriento de más poder y dinero?

No era mal tipo, Chaval. Nada malo, cuando trabajaba para él como jefe de ventas. Un agudo sentido del negocio y un buen instinto contable. Hasta Josiane le halagaba en aquella época. Ahora era muy distinto. Se pondría hecha una fiera si se enterase de que Chaval volvía.

Así que, claro, no le convenía que Bomboncito quisiese recuperar un puesto en la empresa.

No le convenía en absoluto...

Marcel estaba inmerso en esos sombríos pensamientos cuando Junior llamó a la puerta.

—¡Eh! ¡Eh! ¿Puedo entrar o molesto?
May I come in or am I intruding
?

—¿Qué dice? ¿Qué dice? —preguntó Josiane vistiéndose a toda velocidad.

—Dice que quiere entrar...

—Un minuto, amorcito —gritó Josiane poniéndose la falda, la blusa, las medias y tratando de abrocharse el sujetador—. Date prisa —conminó a Marcel.

—¿Estáis en la cama? ¿Vestidos o desvestidos? —inquirió Junior.

—Esto... ¡Dile algo! Has sido tú el que me ha traído aquí...

—¡Ahora me dirás que te he violado! —bromeó Marcel volviendo a la realidad.

—¡Ya vamos, ya vamos, Junior! —repitió Josiane, que había perdido las bragas entre las sábanas y las buscaba a tientas.

—No corráis, por mí no hay prisa...
Take it easy, life without love is not worth living! And I know perfectly well how much you love each other
[52]
...

—¡Ay, Marcel! ¡Se ha tragado el método entero! ¡No es posible! ¿Entiendes lo que dice?

—Sí, y es un encanto... Nos desea toda la felicidad del mundo.

—¡Pero date prisa! ¡Le asustarás si te quedas desnudo como una enorme lombriz sobre la cama!

Marcel se levantó a desgana y buscó sus cosas con la mirada.

—Ha estado muy bien, Bomboncito, pero que muy bien...

—Sí, pero se acabó. Pasamos a otra cosa. Volvemos a ser respetables.

—No me hubiese importado quedarme en la cama...


Stay father, stay... I know everything about human copulation, so don’t bother for me
[53]
...

—¡Junior! ¡Habla en nuestro idioma! Vas a poner triste a tu madre...


Sorry, mother
! Es que tengo la cabeza llena de palabras inglesas. Estarás orgullosa de mí, he terminado el método. Sólo me falta un poco de práctica para tener un acento perfecto. Hortense se va a quedar estupefacta... ¿Habéis terminado de poneros los trapos o puedo entrar?

Josiane suspiró: entra, y apareció Junior.

Se apoyó al pie de la cama y declaró:

—En efecto, huele a copulación frenética...

Josiane le miró enfadada, y él rectificó:

—No era más que un comentario naturalista, os pido disculpas... ¿Todo bien, entonces?

—¡Muy bien, Junior! —exclamaron al unísono los padres, sorprendidos en flagrante delito.

—¿Y qué es lo que os ha empujado a esa maraña corporal, la necesidad de alejar una angustia, o una pulsión natural?

—Las dos cosas, Junior, las dos cosas —declaró Marcel mientras se vestía rápidamente.

—¿Tienes problemas en el trabajo, padre?

Junior había clavado su mirada en la de su padre y Marcel respondió sin darse cuenta. Confesó:

—La cosa está dura en estos momentos, ¿sabes? Hay crisis en todas partes y me cuesta, me cuesta...

—Y sin embargo, el sector del mueble no es como el del automóvil. El mueble cuesta más barato y a la gente, cuando hay crisis, le gusta refugiarse en su coqueto hogar. No tienes más que ver,
daddy
, que los programas de decoración en la tele nunca tuvieron tanto éxito como ahora.

—Lo sé, Junior...

—Estás en un sector del mercado interesante: todo para la casa y para todos los bolsillos. Tienes buenos diseñadores, buenos fabricantes, un buen circuito comercial...

—Sí pero, para sobrevivir, hay que crecer, construir fábricas nuevas, comprar pequeños negocios que fracasan... ¡y yo no puedo estar en todas partes! Tendría que clonarme... ¡Y eso todavía no han descubierto cómo hacerlo!

Hablaba con la mirada clavada en los ojos de su hijo. Leía en ellos el desarrollo de sus problemas y la esperanza de una solución. La mirada de Junior le serenaba. Volvía a llenarle de energía, de creatividad, de ganas de luchar de nuevo. Era como si se estableciera una alianza invisible. Cuanto más se regeneraba el adulto en los ojos del niño, más valor recuperaba.

—Hay que mirar siempre más lejos y con más ambición,
daddy
... El hombre que no avanza está condenado.

—Soy muy consciente de ello, hijo mío. Pero, desgraciadamente, debería multiplicarme o pasarme la vida en los aviones... y eso ¡ya no me apetece nada!

—Necesitarías encontrar un socio. Es eso lo que te falta y te atormenta...

—Lo sé. Pienso en ello...

—Lo encontrarás. No te desanimes.

—Gracias, hijo mío... Mis grandes éxitos, en otro tiempo, los conseguí apoyándome en informes realizados por mis comerciales. Mira, por ejemplo, las casas de madera importadas de Riga... Dieron un gran empujón a la empresa. ¡Pues bien! Fue una idea de otro. Yo no hice más que apropiármela... Me la pusieron en bandeja. Necesitaría docenas como ésa. Y me faltan, me faltan... Estamos todos agobiados por el trabajo. No tenemos tiempo de pensar, de espiar, de anticiparnos.

—No renuncies. No abandones China, aunque tengas problemas allí. Serán los primeros en levantarse. Su sistema es mucho más ágil, mucho más flexible que el nuestro. Somos un país viejo, lleno de prohibiciones, de normativas. ¡Mientras que ellos viven a mil por hora, se inventan, se reinventan! Cuando los negocios recuperen un buen ritmo, ellos tirarán de la economía mundial y entonces no te arrepentirás de haberte quedado...

—Gracias, Junior, haces que me sienta con más huevos para luchar...

—Es una pena que todavía sea pequeño..., en fin, según las normas de nuestra sociedad..., porque me encantaría trabajar contigo una temporada, para echarte una mano. Estoy seguro de que formaríamos un equipo formidable...

—Me lees el pensamiento, Junior, me lees el pensamiento.

Josiane asistía al diálogo entre padre e hijo, con la boca abierta y los ojos como platos.

Muda.

Y si necesitaba una prueba más de que iba a ser definitivamente descartada por los dos hombres de su vida, acababa de obtenerla. ¡Ni un solo segundo se habían vuelto hacia ella para incluirla en su conversación! Hablaban de hombre a hombre, mirándose a los ojos, y ella se sintió, una vez más, cruelmente inútil.

Cuando entró en la empresa de Marcel, antes de convertirse en su amante, había intentado subir en el escalafón. Abandonar su puesto de secretaria que no despreciaba, eso no, pero del que estaba cansada. Trabajaba hasta tarde, mantenía el negocio abierto en agosto, atendía a los proveedores, proponía ideas nuevas para enriquecer y diversificar la empresa. Chaval u otro la dejaban trabajar, confeccionar los informes, establecer los presupuestos y, en el momento de enseñar el resultado a Marcel Grobz, se atribuían el mérito ellos solos. Y ella se quedaba allí, anonadada, balbuceando pero si he sido yo la que..., he sido yo..., y Marcel apenas levantaba una ceja para escucharla.

Era ella la que había encontrado el filón de las casas de madera de Riga, en Letonia. Casas de cien metros cuadrados importadas por veinticinco mil euros, vendidas a cincuenta mil, entrega y montaje incluidos. Con ventanas térmicas y planchas de madera de nueve centímetros de espesor. Robusto abeto rojo que crece lentamente a más de mil quinientos metros de altura y ofrece una densidad de setecientos cincuenta kilos por metro cúbico, frente a los cuatrocientos del abeto tradicional. Podía recitar todas las ventajas de esos chalés con los ojos cerrados. Sin consultar una sola nota. Había hablado de ello con Chaval que la había felicitado y le había prometido que, llegado el momento, sería ella quien presentaría el proyecto a su jefe. ¡Gusano! Se había llevado todo el mérito. Como de costumbre. La habían vuelto a timar como a una principiante. Marcel había disparado su volumen de negocio con los chalés de Riga y Chaval había recibido una importante comisión por haberle dado el soplo.

Eso había sucedido hacía mucho tiempo... Por aquel entonces ella se dejaba hacer. Era incapaz de defenderse. Acostumbrada a recibir tortazos y a echarse a los pies del maltratador. Una mala costumbre heredada de la infancia. Josiane no necesita estudiar, ¡sólo tiene que aprender a mover las caderas! Mi hija tiene talento de puta, decía su padre, mientras le daba una palmadita en la grupa. Contonéate, hija mía, contonéate. Las mujeres no necesitan ganarse el embutido, les chupan el embutido a los demás, que viene a ser lo mismo.

Y toda la familia se echaba a reír y a meterle algodón en las copas del sujetador para atraer al macho. Sus tíos la atrapaban en alguna esquina para «enseñarle las verdades de la vida», mientras sus tías y su madre reían maliciosamente añadiendo está aprendiendo el oficio, ésta no será una remilgada.

Ella no tenía fuerzas suficientes para resistirse.

Aquellos tiempos habían terminado. Se lo había jurado a sí misma, el día que volvió de la maternidad, con su niño querido en sus brazos. Ya nadie la arrastraría por el barro.

Y hete aquí que todo volvía a empezar. Que seguía mirando cómo los trenes pasaban lanzándole grava a la cara.

Tenía que reaccionar.

Estaba completamente fuera de juego...

Y no le gustaba esa idea.

Bajó la cabeza, reflexionó, fijó un punto en la habitación, eligió el borde de una cortina y se dirigió a él en un aparte..., tengo que salir de ésta, tengo que encontrar una idea que me saque de este callejón sin salida. Si no, pereceré, envejeceré a toda velocidad, me veré reducida al potaje de la cena, a escucharles hablar sin decir nada y, a mi edad, eso no es buena idea. Cuarenta y tres años... Todavía tengo cosas que hacer, ¿verdad? Todavía tengo cosas que hacer...

Porque después seré demasiado vieja para todo, hasta para chupar embutido.

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