Las Brigadas Fantasma (32 page)

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Authors: John Scalzi

Tags: #ciencia ficción

BOOK: Las Brigadas Fantasma
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Jared, Sagan, Harvey y Seaborg se acercaron, desenvainaron sus cuchillos de combate y se colocaron espalda contra espalda, cada uno encarándose a una dirección distinta. Desenvainar los cuchillos era un inútil gesto de desafío: ninguno de ellos creía que los obin tuvieran que acercarse para matarlos a todos. Pero sintieron cierto consuelo al saber que morirían cerca unos de otros. No era la integración, pero era lo mejor que podían esperar.

El segundo aparato había aterrizado ya. De su interior emergieron seis obin, tres con armas, dos con otro equipo, y uno con las manos vacías. El de las manos vacías se dirigió hacia los humanos con el peculiar paso de su raza, y se detuvo a una distancia prudencial, la espalda cubierta por los tres obin que empuñaban armas. Sus parpadeantes ojos múltiples parecieron fijarse en Sagan, que era quien tenía más cerca.

—Rendíos —dijo, en inglés sibilante pero claro.

Sagan parpadeó.

—¿Cómo dices?

Por lo que sabía, los obin nunca hacían prisioneros.

—Rendíos —repitió el obin—. Moriréis si no lo hacéis.

—¿Nos dejarás vivir si nos rendimos? —dijo Sagan.

—Sí.

Jared miró a Sagan, que estaba a su derecha; pudo ver que sopesaba la oferta. A él le parecía bien; quizá los obin los matarían a todos si se rendían, pero sin duda lo harían si no lo hacían. No ofreció su opinión a Sagan: ella no se fiaba de él ni quería oír su opinión sobre nada.

—Bajad las armas —dijo Sagan por fin.

Jared soltó su cuchillo y se descargó el MP; los demás hicieron lo mismo. Los obin también les hicieron quitarse las mochilas y cinturones, dejándoles sólo sus unicapotes. Un par de obin que formaban parte del grupo original que los perseguía se acercaron a recoger las armas y el equipo y se los llevaron a las naves. Cuando uno pasó delante de Harvey, Jared notó que su compañero se tensaba. Sospechó que Harvey hacía esfuerzos por no darle una patada.

Sin las armas y el equipo, Jared y los otros fueron obligados a separarse mientras los obin que portaban aquel equipo lo pasaban por sus cuerpos, buscando armas ocultas. Los dos obin escanearon a los otros tres y luego se dirigieron a Jared, sólo para interrumpir su examen. Uno de ellos hizo un comentario al jefe obin en su idioma nativo. El jefe obin se acercó a Jared, con dos obin armados detrás.

—Tú vienes con nosotros —dijo.

Jared miró a Sagan, buscando pistas sobre cómo quería ella que reaccionara, pero no hubo ninguna.

—¿Adonde voy a ir? —preguntó Jared.

El jefe obin se volvió y dijo algo. Uno de los obin que tenía detrás alzó su arma y le disparó a Steve Seaborg en la pierna. Seaborg cayó al suelo gritando.

El jefe obin devolvió su atención a Jared.

—Tú vienes con nosotros —repitió.

—¡Joder, Dirac! —dijo Seaborg—. ¡Ve con los puñeteros obin!

Jared se salió de la fila y permitió que lo escoltaran hacia el aparato.

* * *

Sagan vio cómo Jared se salía de la fila y durante un instante pensó en abalanzarse contra él y romperle el cuello, privando así a los obin y a Boutin de su premio y asegurando que Dirac no tuviera la oportunidad de hacer ninguna estupidez. El momento pasó y, además, habría sido muy difícil conseguirlo. Y entonces todos habrían muerto con absoluta certeza. Tal como estaban las cosas, al menos aún seguían con vida.

El jefe obin volvió su atención hacia Sagan, a quien reconocía como líder del escuadrón.

—Vosotros os quedáis —dijo, y se marchó antes de que Sagan pudiera decir nada. Le teniente dio un paso adelante para dirigirse al obin que ya se retiraba, pero al hacerlo tres obin avanzaron, empuñando sus armas. Sagan levantó las manos y retrocedió, pero los obin continuaron avanzando, indicándole que ella y el resto del escuadrón tenían que moverse.

Sagan se volvió hacia Seaborg, que todavía estaba en el suelo.

—¿Cómo está tu pierna?

—El unicapote se lo quedó casi todo —dijo él, refiriéndose a la habilidad del unicapote para endurecerse y absorber parte del impacto de un proyectil—. No es tan grave. Sobreviviré.

—¿Puedes caminar?

—Mientras no se me exija que me guste.

—Entonces, vamos —dijo Sagan, y le tendió la mano para ayudarle a levantarse—. Harvey, encárgate de Wigner.

Daniel Harvey se acercó al soldado muerto y se lo cargó a la espalda.

Los condujeron a una depresión ligeramente apartada del centro del prado; el pequeño grupito de árboles que había dentro sugería que el lecho de rocas de debajo se había erosionado. Cuando llegaron a la depresión, Sagan oyó el zumbido de una nave que despegaba y un segundo zumbido que indicaba que llegaba otra. Esta última, más grande que las otras dos, aterrizó cerca de la depresión, y de sus entrañas salieron rodando una serie de máquinas idénticas.

—¿Qué demonios son esas cosas? —preguntó Harvey, soltando el cadáver de Wigner. Sagan no respondió. Observó cómo las máquinas se colocaban alrededor del perímetro de la hondonada, ocho en total. Los obin que habían venido con las máquinas se subieron en lo alto y retiraron las coberturas de metal, revelando grandes cañones de flechas. Cuando todas las cubiertas fueron retiradas, uno de los obin activó las armas, que se cargaron ominosamente y empezaron a rastrear objetos.

—Es una cerca —dijo Sagan—. Nos han encerrado aquí dentro.

Sagan probó a dar un paso hacia una de las armas, que giró hacia ella y siguió su movimiento. Dio otro paso adelante y la máquina emitió un doloroso y agudo chirrido; Sagan asumió que servía como aviso de proximidad. Imaginó que otro paso más y acabaría como mínimo con un disparo en el pie, pero no se molestó en comprobar la hipótesis. Retrocedió; el arma apagó su sirena pero no dejó de seguirla hasta que se retiró varios pasos.

—Tenían estos aparatos esperándonos —dijo Harvey—. Muy bonito. ¿Cuáles cree que son nuestras probabilidades?

Sagan contempló las armas.

—Las probabilidades son malas —dijo.

—¿Qué quiere decir? —preguntó Harvey.

—Son de la estación científica —dijo Sagan, señalando las armas—. Tienen que serlo. No hay ningún otro tipo de instalación cerca de aquí. Y éstas no son las cosas típicas que tendría que haber en una instalación científica. Las han usado antes para encerrar a gente.

—Sí, vale —dijo Seaborg—. ¿Pero a quién? ¿Y por qué?

—Seis naves de las Fuerzas Especiales han desaparecido —dijo Sagan, omitiendo la que los obin atacaron y destruyeron—. Esas tripulaciones fueron a alguna parte. Tal vez las trajeron aquí.

—Eso sigue sin responder por qué.

Sagan se encogió de hombros. No había resuelto todavía esa parte.

El aire se llenó del sonido de las naves al despegar. El ruido de los motores se atenuó, dejando atrás solamente los sonidos ambientales de la naturaleza.

—Magnífico —dijo Harvey. Le lanzó una piedra a una de las armas; la máquina siguió la piedra pero no le disparó—. Estamos aquí sin comida, ni agua ni refugio. ¿Cuáles creéis que son las probabilidades de que los obin nunca vuelvan a por nosotros?

Sagan pensó que esas probabilidades eran realmente muy grandes.

* * *

—Así que tú eres yo —le dijo Charles Boutin a Jared—. Qué curioso. Pensaba que sería más alto.

Jared no dijo nada. Al llegar a la estación científica le habían confinado a una cápsula nido, perfectamente asegurada, y lo condujeron a través de altos pasillos desnudos hasta que llegó a lo que supuso era un laboratorio, lleno de máquinas desconocidas. Jared se quedó allí durante lo que parecieron horas hasta que Boutin entró y se acercó a la cápsula, para examinarlo físicamente como si fuera un insecto grande y muy interesante. Jared esperaba que Boutin se acercara lo suficiente para poder darle un cabezazo. No lo hizo.

—Eso ha sido una broma —le dijo Boutin.

—Lo sé —respondió Jared—. Pero no tenía gracia.

—Bueno, estoy desentrenado. Ya habrás advertido que los obin no suelen ir por ahí soltando chascarrillos.

—Me he dado cuenta —dijo Jared. Durante todo el viaje hasta la estación científica, los obin habían guardado absoluto silencio. Las únicas palabras que el jefe obin le había dicho fueron «sal» cuando llegaron y «entra» cuando abrió la cápsula nido portátil.

—Puedes echarle la culpa a los consu por eso —dijo Boutin—. Cuando crearon a los obin supongo que se les olvidó incluir el ingrediente humorístico. Entre las muchas otras cosas que al parecer olvidaron.

A su pesar (o a causa de los recuerdos y la personalidad que tenía en la cabeza), Jared le prestó atención.

—¿Entonces es cierto? —preguntó—. Los consu elevaron a los obin.

—Si quieres llamarlo así… Aunque la palabra
elevar
por naturaleza implica buenas intenciones por parte del elevador, y no es el caso. Por lo que he deducido gracias a los obin, los consu se preguntaron un día qué pasaría si volvieran inteligente a una especie. Así que vinieron a Obinur, encontraron un omnívoro en un nicho ecológico menor, y lo dotaron de inteligencia. Ya sabes, sólo por ver qué pasaba a continuación.

—¿Y qué pasó a continuación?

—Una larga serie en cascada de consecuencias imprevistas, amigo mío —dijo Boutin—. Que terminan, por ahora, contigo y conmigo aquí en este laboratorio. Una línea directa desde entonces hasta hoy.

—No comprendo.

—Pues claro que no. No tienes todos los datos. Yo no tenía todos los datos antes de venir aquí, así que aunque supieras todo lo que yo sé, no lo sabrías. ¿Cuánto de lo que yo sé sabes?

Jared no dijo nada. Boutin sonrió.

—Suficiente, de todas formas —dijo—. Puedo decir que tienes algunos de mis mismos intereses. Vi cómo prestabas atención cuando mencioné a los consu. Pero tal vez deberíamos empezar con cosas sencillas. Por ejemplo, ¿cómo te llamas? Me resulta desconcertante hablar con mi cuasi-clon sin poder llamarte de ninguna forma.

—Jared Dirac.

—Ah —dijo Boutin—. Sí, el protocolo de nombres de las Fuerzas Especiales. Primer nombre aleatorio, apellido de científico famoso. Trabajé con las Fuerzas Especiales durante un tiempo…, indirectamente, ya que a vosotros no os gusta que las Fuerzas no-especiales se interpongan. ¿Cuál es el nombre que nos dais?

—Realnacidos —dijo Jared.

—Eso es. Os gusta pensar que sois distintos de los realnacidos. De todas formas, el protocolo de nombres de las Fuerzas Especiales siempre me ha divertido. El conjunto de apellidos es bastante limitado. Un par de centenares o así, y la mayoría basados en científicos europeos clásicos. ¡Por no mencionar los nombres de pila! Jared. Brad. Cynthia. John. Jane —fue diciendo los nombres con humorístico desdén—. Apenas hay nombres que no sean occidentales entre ellos, aunque sin motivo, ya que las Fuerzas Especiales no se reclutan en la Tierra como el resto de las FDC. Podrías haberte llamado Yusef al-Biruni y habría sido lo mismo. El grupo de nombres que emplean dice algo sobre la ideología de la gente que los creó a ellos, que te creó a ti. ¿No te parece?

—Me gusta mi nombre,
Charles —
dijo Jared.


Touché —
respondió Boutin—. Pero yo recibí mi nombre por tradición familiar, mientras que el tuyo fue un cortar y pegar. No es que haya nada malo en llamarse «Dirac». Por Paul Dirac, sin duda. ¿Has oído alguna vez hablar del «mar de Dirac»?

—No.

—Dirac propuso que el vacío era, en realidad, un enorme mar de energía negativa —dijo Boutin—. Y es una imagen encantadora. Algunos físicos de su época pensaron que era una hipótesis poco elegante, y tal vez lo fuera. Pero era poética, y no apreciaron ese aspecto. Pero para ti es física. No eres precisamente experto en poesía. Los obin son excelentes físicos, y ninguno de ellos sabe más de poesía que un pollo. Desde luego, no apreciarían el mar de Dirac. ¿Cómo te sientes?

—Aprisionado —dijo Jared—. Y necesito mear.

—Pues mea. No me importa. La cápsula se limpia sola, naturalmente. Y estoy seguro de que tu unicapote podrá retirar la orina.

—No sin que yo se lo diga a mi CerebroAmigo —respondió Jared. Sin comunicación con el propietario del CerebroAmigo, los nanobots del tejido del unicapote sólo mantenían las propiedades defensivas básicas, como endurecerse ante los impactos, diseñadas para mantener a salvo a su propietario cuando había pérdida de conciencia o traumas en el CerebroAmigo. Las capacidades secundarias, como la habilidad para secar el sudor o la orina, se consideraban no esenciales.

—Ah —dijo Boutin—. Bueno, déjame que lo resuelva.

Boutin se dirigió a un objeto que había sobre una de las mesas del laboratorio y lo pulsó. De repente la gruesa cobertura de algodón que entorpecía el cerebro de Jared se alzó, y su CerebroAmigo volvió a funcionar. Jared ignoró su necesidad de orinar en un frenético intento por contactar con Jane Sagan.

Boutin lo observó con una sonrisita en el rostro.

—No funcionará —dijo, después de contemplar durante un minuto los esfuerzos internos de Jared—. La antena que hay aquí es lo bastante fuerte para causar interferencias en unos diez metros. Funciona en el laboratorio y nada más. Tus amigos siguen bloqueados. No puedes contactar con ellos. No puedes contactar con nadie.

—No se pueden bloquear los CerebroAmigos —dijo Jared. Los CerebroAmigos transmitían a través de una serie de corrientes múltiples, redundantes y encriptadas, cada una comunicándose a través de una pauta cambiante de frecuencias que se generaba con una clave única creada cuando un CerebroAmigo contactaba con otro. Era virtualmente imposible bloquear siquiera una de aquellas corrientes; bloquearlas todas sería inaudito.

Boutin se acercó a la antena y volvió a pulsarla; la cobertura de algodón en la cabeza de Jared regresó.

—¿Decías? —preguntó Boutin. Jared contuvo la urgencia de gritar. Un minuto después, Boutin volvió a conectar la antena—. Normalmente, tienes razón —dijo—. Supervisé la última ronda de protocolos de comunicación del CerebroAmigo. Ayudé a diseñarlos. Y tienes toda la razón. No se pueden bloquear las corrientes de comunicación, no sin usar una fuente emisora tan alta como para interceptar todas las posibles transmisiones, incluida la tuya propia.

»Pero yo no bloqueo los CerebroAmigos de esa forma. ¿Sabes lo que es una "puerta trasera"? Es una entrada de fácil acceso que un programador o un diseñador deja para sí en un programa o diseño complejo, para poder meterse en las entrañas de aquello en lo que trabaja sin tener que ir saltando a través de aros. Coloqué una puerta trasera en el CerebroAmigo que sólo se abre con mi señal de verificación. La puerta trasera fue diseñada para dejarme monitorizar la función del CerebroAmigo en los prototipos para esta última repetición, pero también me permitió forzar las capacidades para calcular ciertas funciones cuando viera una oportunidad. Una de las cosas que puedo hacer es desconectar las capacidades transmisoras. No está en el diseño, así que nadie más que yo sabe que eso puede hacerse.

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