—Mierda —dijo Seaborg lleno de frustración, y a falta de algo mejor que hacer, levantó el arma obin y disparó contra una de las baterías. El proyectil se clavó en la piel de metal de la enorme batería, levantando momentáneamente chispas, y entones Seaborg oyó un gemido agudo, como aire escapando por un agujero muy pequeño. Miró donde había disparado: un chorro de alta presión de gas verde escapaba por allí. Seaborg lo miró.
«Qué demonios —pensó, alzando el arma y apuntando al agujero por donde manaba el chorro—. Veamos si esa mierda es inflamable.»
Lo era.
* * *
El estallido del generador de energía tumbó a Jane Sagan de culo y la regó durante sus buenos tres segundos. Recuperó la visión justo a tiempo de ver tres grandes trozos de la sala del generador dando vueltas por el cielo en su dirección. Sagan retrocedió lo suficiente para evitar los escombros. Por instinto, comprobó su integración para ver si por algún milagro Seaborg había logrado sobrevivir. No había nada allí, por supuesto. Nadie sobrevive a una explosión semejante. Sin embargo, pudo sentir a Harvey, y se sorprendió durante un instante por su orgía de violencia. Sagan devolvió su atención a la estación científica, cuyas ventanas estaban hechas añicos donde se veían partes en llamas, y tardó varios segundos en formular un plan antes de darse cuenta de que volvía a disponer de integración. Desconectar la energía, de algún modo, le había devuelto su CerebroAmigo.
Sagan dedicó dos segundos de forma absolutamente inadecuada a regocijarse por el regreso de su integración y su CerebroAmigo antes de preguntarse si estaría aún integrada con alguien más.
* * *
El estallido derribó a Boutin y al obin al suelo. Jared sintió que su cápsula se estremecía violentamente. Pero se mantuvo en pie, igual que la segunda cápsula. Las luces se apagaron, para ser sustituidas un segundo después por el suave brillo verde de las luces de emergencia. El obin se levantó y se dirigió a la pared para activar el generador secundario del laboratorio. Boutin se irguió, llamó a Zoe y salió corriendo de la sala. Jared lo vio alejarse; también él tenía el corazón en un puño.
—Dirac —dijo Jane Sagan—. Respóndeme.
La integración fluyó sobre Jared como una luz dorada.
—Estoy aquí.
—¿Sigue vivo Boutin? —preguntó Sagan.
—Sí. Pero ya no es el objetivo de la misión.
—No te entiendo —dijo Sagan.
—Jane —dijo Jared, usando por primera vez que ambos pudieran recordar el nombre propio de Sagan—. Zoe está viva. Su hija. Tiene que encontrarla. Tiene que llevársela de aquí lo más rápido posible.
Hubo una vacilación infinitesimal por parte de Sagan.
—Tienes que contármelo todo. Y será mejor que te des prisa.
Lo más rápidamente que pudo, Jared vació todo lo que Boutin le había contado, incluidas las grabaciones de las conversaciones que había empezado a crear en cuanto Boutin restauró la capacidad de su CerebroAmigo, esperando sin ninguna esperanza que alguien de su escuadrón pudiera haber sobrevivido y encontrado un medio de localizarlo. Sagan no tenía tiempo para revisar todas las conversaciones, pero estaban allí, para el futuro.
—Tendríamos que llevarnos a Boutin de todas formas —dijo Sagan, después de que Jared terminara.
—No —Jared envió la palabra con toda la fuerza posible—. Mientras esté vivo, los obin vendrán a por él. Es su clave para lo que más quieren. Si estaban dispuestos a ir a la guerra porque él se lo pidió, irán a la guerra para recuperarlo.
—Entonces lo mataré.
—Busque a Zoe. Yo me encargaré de Boutin.
—¿Cómo?
—Confíe en mí —dijo Jared.
—Dirac —empezó a decir Sagan.
—Sé que no confía en mí. Y sé por qué. Pero también recuerdo lo que me dijo una vez, teniente. Me dijo que, pese a todo, recordara que yo soy Jared Dirac. Se lo digo ahora, teniente. Sé quién soy. Soy Jared Dirac, de las Fuerzas Especiales de la Unión Colonial, y mi trabajo es salvar a la humanidad. Le pido que confíe en que voy a hacer mi trabajo.
Una pausa infinitamente larga. Desde el pasillo, Jared oyó a Boutin volver al laboratorio.
—Haz tu trabajo, soldado —dijo Sagan.
—Lo haré —respondió Jared—. Gracias.
—Buscaré a Zoe.
—Dígale que es amiga del señor Jared, y que su papá y él le dijeron que podía ir con usted. Y no olvide su elefanta de peluche.
Jared envió información sobre dónde pensaba que estaría Zoe, pasillo abajo.
—No lo olvidaré —dijo Sagan.
—Tengo que romper la integración con usted ahora. Adiós, teniente. Gracias. Gracias por todo.
—Adiós, Jared —dijo Sagan, y antes de romper la integración le envió una oleada de algo que parecía consuelo. Y seguidamente se marchó.
Jared se quedó solo.
Boutin entró de nuevo en el laboratorio y le gritó algo al obin, que manejó algunos interruptores. Las luces volvieron a encenderse.
—Terminemos con esto —le dijo Boutin al obin—. Nos atacan. Hay que acabar cuanto antes.
Boutin miró a Jared brevemente. Éste tan sólo sonrió y cerró los ojos. Oyó los sonidos del obin trasteando en el panel, a Boutin abriendo la cápsula nido y entrando en ella, y el bajo zumbido de su propia cápsula acumulando energía para la transferencia de conciencia.
Lo que más lamentaba Jared al final de su vida era que hubiese durado tan poco. Sólo un año. Pero qué año, con tanta gente y experiencias. Jared caminó con ellos en su mente y sintió su presencia una última vez: Jane Sagan, Harry Wilson, Cainen. El general Mattson y el coronel Robbins. El Segundo Pelotón, y la intimidad que compartían en la integración. El extraño capitán Martin y los gamoranos. Los chistes compartidos con el teniente Cloud. Sarah Pauling, tan querida. Y Zoe. Zoe, que viviría, si Sagan podía encontrarla. Y lo haría.
«No —pensó Jared—. Ningún pesar. Ninguno. Por nada.»
Jared oyó el suave zumbido cuando el obin inició la secuencia de transferencia. Se contuvo todo el tiempo que pudo. Luego se soltó.
* * *
Zoe gritó cuando el gran rugido sacudió su habitación haciendo que ella se cayera de la cama y el televisor se desprendiera de la pared. La niñera se acercó para ver si se encontraba bien, pero Zoe la apartó. No quería a la niñera, quería a papá, y en efecto un minuto después él entró por la puerta, la cogió en brazos y la consoló. Le dijo que todo iba a salir bien. Entonces la soltó y le dijo que dentro de unos minutos el señor Jared iría a por ella, que tenía que hacer lo que el señor Jared dijera, pero que de momento esperase en su habitación con la niñera, porque allí estaría a salvo.
Zoe lloró de nuevo durante un minuto y le dijo a su papá que no quería que se marchara. Él dijo que nunca volvería a dejarla. Eso no tenía sentido porque el señor Jared iba a ir a por ella dentro de un momento para llevársela, pero hizo que se sintiera mejor de todas formas. Entonces papá le dijo algo a la niñera y se marchó. La niñera fue al salón y volvió con una de esas armas que usaban los obin. Eso le pareció extraño porque, que Zoe supiera, la niñera nunca había usado un arma antes. No hubo más explosiones, pero de vez en cuando Zoe pudo oír disparos, haciendo
pop pop pop
en algún lugar del exterior. Zoe volvió a su cama, agarró a Celeste y esperó al señor Jared.
La niñera soltó un alarido, apuntó con el arma a algo que Zoe no pudo ver y luego salió corriendo por la puerta. Zoe gritó y se escondió bajo la cama, recordando lo que pasó en Covell y preguntándose si aquellas cosas parecidas a pollos iban a venir a por ella otra vez como hicieron allí. Oyó algunos golpes en la habitación de al lado y luego un grito. Zoe se tapó los oídos y cerró los ojos.
Cuando volvió a abrirlos había un par de pies en la habitación, acercándose a la cama. Zoe se puso una mano en la boca para callarse, pero no pudo evitar un gemido o dos. Entonces los pies se convirtieron en rodillas y luego apareció una cabeza ladeada y dijo algo. Zoe chilló y trató de escabullirse, abrazada a Celeste, pero en cuanto salió la mujer la agarró y la sostuvo en brazos. Zoe pataleó y gritó, y tardó un momento en darse cuenta de que la mujer repetía su nombre una y otra vez.
—Tranquila, Zoe —decía la mujer—. Tranquila. Shhhh. Shhh. No pasa nada.
Al cabo de un rato, Zoe dejó de intentar escapar y volvió la cabeza.
—¿Dónde está mi papá? ¿Dónde está el señor Jared?
—Los dos están ocupados ahora mismo —dijo la mujer, todavía sujetando a Zoe—. Me dijeron que viniera a por ti y me asegurara de que estás bien. Soy la señorita Jane.
—Papá dijo que tenía que esperar aquí al señor Jared.
—Lo sé. Pero ahora mismo los dos tienen cosas que hacer. Están pasando muchas cosas ahora mismo y no pueden venir a buscarte. Por eso me enviaron a mí, para cuidarte.
—La niñera me cuida.
—La niñera ha tenido que irse. Hay muchas cosas que hacer ahora mismo.
—He oído un ruido muy fuerte —dijo Zoe.
—Bueno, ésa es una de las cosas que mantienen ocupado a todo el mundo —dijo la señorita Jane.
—Vale —dijo Zoe, vacilante.
—Mira, Zoe. Lo que quiero es que pases tus brazos alrededor de mis hombros, y tus piernas por mi cintura; que te agarres con todas tus fuerzas a mí, y mantengas los ojos cerrados hasta que yo te diga que puedes abrirlos. ¿Podrás hacerlo?
—Aja. ¿Pero cómo agarraré a Celeste?
—Bueno, pongámosla entre tú y yo aquí mismo —dijo la señorita Jane, y colocó a Celeste entre su barriga y la de Zoe.
—Se aplastará —dijo Zoe.
—Lo sé. Pero no le pasará nada. ¿Estás preparada?
—Estoy preparada.
—Entonces cierra los ojos y agárrate fuerte —dijo la señorita Jane, y Zoe se agarró, aunque cuando salieron el dormitorio no había cerrado los ojos todavía, y al llegar al salón Zoe vio a lo que parecía ser la niñera durmiendo en el suelo. Entonces Zoe cerró los ojos y esperó a que la señorita Jane le dijera que volviese a abrirlos.
* * *
Los obin que Sagan había encontrado en el edificio la evitaban, haciéndole creer que estaban especializados como científicos, pero de vez en cuando uno de ellos intentaba dispararle o atacarle físicamente. No había suficiente espacio para empuñar el molesto rifle obin con precisión; Sagan se contentó con el cuchillo y trató de ser rápida. Esta medida estuvo a punto de fallarle cuando el obin que cuidaba a Zoe casi le arrancó la cabeza; Sagan arrojó el cuchillo para distraer a la criatura y luego se lanzó contra ella, luchando a brazo partido. Sagan había tenido suerte de que mientras rodaban por el suelo la obin se enganchara una pierna con los muebles; eso le dio tiempo suficiente para librarse de su tenaza, ponerse encima y estrangularla hasta matarla. Tras encontrar a Zoe y cogerla en brazos, llegó el momento de salir de allí.
—Harvey —dijo Sagan.
—Ahora mismo estoy ocupado —respondió Harvey. A través de su integración, Sagan pudo verlo abriéndose paso hacia un nuevo
hovercraft.
Había estrellado el anterior contra una nave que intentaba despegar y matarlo desde las alturas.
—Tengo el objetivo y necesito apoyo. Y un vehículo.
—Cinco minutos y tendrá ambas cosas —dijo Harvey—. Pero no me agobie.
—No te estoy agobiando —respondió Sagan, y entonces interrumpió la conversación. El pasillo ante el apartamento de Boutin se extendía hacia el norte, más allá del laboratorio, y hacia el este, hacia otras partes del edificio. El pasillo del laboratorio la conectaría más rápidamente con un lugar donde Harvey pudiera recogerla, pero Sagan no quería arriesgarse a que Zoe viera a su padre o a Jared al pasar. Suspiró, volvió al apartamento y recuperó el arma obin, sosteniéndola torpemente. Era un arma para dos manos, y manos obin, no humanas. Sagan esperó que todo el mundo hubiera abandonado el edificio o estuviera ocupado con Harvey, para no tener que usarla.
Tuvo que hacerlo tres veces, la tercera para golpear con ella a un obin después de quedarse sin munición. El obin gritó. También gritó Zoe cada vez que Sagan empleó el arma. Pero mantuvo los ojos cerrados, como había prometido.
Sagan llegó al lugar por donde había entrado en el edificio, una ventana destruida en la planta baja junto a una escalera.
—¿Dónde estás? —le preguntó a Harvey.
—Lo crea o no, los obin no están dispuestos a prestarme su equipo —envió Harvey—. Deje de meterme bulla. Estaré allí pronto.
—¿No estamos a salvo todavía? —preguntó Zoe, con la voz apagada porque tenía la cabeza enterrada en el cuello de Sagan.
—Todavía no. Pronto, Zoe.
—Quiero a mi papá.
—Lo sé, Zoe —dijo Sagan—. Shhh.
Sagan oyó movimiento en los pisos de arriba.
«Vamos, Harvey —pensó—. Muévete.»
* * *
Los obin estaban empezando a fastidiar a Harvey. Cargarse a un par de docenas en el comedor había sido una experiencia única y satisfactoria, cierto, catártica, sobre todo a la luz de cómo los hijos de puta obin mataron a la mayor parte del Segundo Pelotón. Y empotrar el pequeño
hovercraft
contra aquella nave había producido sus propios placeres especiales. Pero una vez Harvey se quedó sin vehículo, empezó a darse cuenta de cuántos malditos obin había y de que era mucho más difícil manejarlos si ibas a pie. Y luego llamó Sagan (integrada de nuevo, menos mal), pero para decirle que necesitaba un transporte. Como si él no estuviera ocupado.
«Es la jefa», se dijo Harvey. Apoderarse de uno de los
hovercrafts
aparcados iba a ser difícil; los obin los guardaban en un patio que sólo tenía una entrada. Y había al menos dos obin dando vueltas, buscándolo.
«Y mira, ahí viene uno ahora», pensó Harvey, cuando uno apareció ante su vista. Harvey estaba agazapado y trataba de no llamar la atención, pero salió al descubierto y agitó las manos.
—¡Eh! —gritó—. ¡Capullo! ¡Ven a por mí, cabrón hijo de puta!
Ya fuera porque lo escuchó o porque lo vio moverse, el obin que manejaba el
hovercraft
se volvió hacia Harvey.
«Muy bien —pensó Harvey—, ¿y ahora qué cono hago?»
Lo primero era apartarse del chorro de flechas que salió disparado por el cañón del
hovercraft.
Harvey rodó, se levantó con una voltereta y apuntó su arma obin para disparar. El primer disparo ni siquiera se acercó. El segundo voló la nuca del obin.
«Por eso hay que llevar casco, gilipollas», pensó Harvey, y fue a recoger su pieza y luego a rescatar a Sagan. Por el camino varios obin a pie trataron de hacerle a Harvey lo que él le había hecho previamente al obin que conducía antes el
hovercraft.
Harvey prefirió dejarlos atrás en vez de dispararles, pero tampoco fue muy puntilloso al respecto.