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Authors: Carlos Castaneda

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Las enseñanzas de don Juan (2 page)

BOOK: Las enseñanzas de don Juan
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Serví como aprendiz primero en Arizona y después en Sonora, porque don Juan se mudó a México durante el curso de mi preparación. El procedimiento que seguí fue verlo durante unos cuantos días cada determinado tiempo. Mis visitas se hicieron más frecuentes y más largas durante los meses de verano de 1961, 1962, 1963 y 1964. En retrospectiva, pienso que este método de conducir el aprendizaje impidió que la enseñanza fuera completa, porque retrasó la venida del compromiso pleno indispensable para convertirme en brujo. Sin embargo, el método fue benéfico desde mi punto de vista personal, porque me dio un poco de distancia, y eso fomentó a su vez un sentido de examen crítico que habría sido imposible de lograr si yo hubiera participado continuamente, sin interrupción. En septiembre de 1965 interrumpí voluntariamente el aprendizaje.

Varios meses después de mi retirada, medité por primera vez en la idea de ordenar sistemáticamente mis notas de campo. Como los datos que había reunido eran bastante voluminosos e incluían mucha información miscelánea, empecé por tratar de establecer un sistema de clasificación. Dividí los datos en grupos de conceptos y procedimientos interrelacionados y dispuse tales grupos en orden jerárquico de importancia subjetiva, es decir, de acuerdo con el efecto que cada uno había tenido sobre mí. En esa forma llegué a la siguiente clasificación: usos de plantas alucinógenas; procedimientos y fórmulas empleados en la brujería; adquisición y manipulación de objetos de poder; usos de plantas medicinales; canciones y leyendas.

Reflexionando sobre los fenómenos experimentados, advertí que mi intento de clasificación no había producido sino un inventario de categorías; cualquier intento de refinar mi plan no daría, por tanto, sino un inventario más complejo. Eso no era lo que yo deseaba. Durante los meses siguientes a mi abandono del aprendizaje, necesité comprender lo que había experimentado, y lo que había experimentado era la enseñanza de un sistema coherente de creencias por medio de un método pragmático y experimental. Desde la primera sesión en que participé, se me había hecho manifiesto que las enseñanzas de don Juan poseían cohesión interna. Una vez decidido definitivamente a comunicarme su saber, procedió a hacer sus explicaciones por pasos ordenados. Descubrir ese orden y comprenderlo resultó para mí una tarea en extremo difícil.

Mi incapacidad de lograr una comprensión parece haber nacido del hecho de que, tras cuatro años como aprendiz, seguía siendo un principiante. Resultaba claro que el conocimiento de don Juan y su método de trasmitirlo eran los de su benefactor; así, mis dificultades para comprender sus enseñanzas debieron de ser análogas a las que él mismo experimentó. Don Juan aludía a nuestra similitud como principiantes en comentarios incidentales sobre la incapacidad de comprender a su maestro durante su propio aprendizaje. Tales observaciones me llevaron a creer que para cualquier principiante, indio o no, el conocimiento de la brujería se hacía incomprensible por las características extranjeras de los fenómenos que el aprendiz experimentaba. Personalmente, como occidental, dichas características me resultaron tan ajenas que me fue prácticamente imposible explicarlas según mi propia vida cotidiana, y me vi forzado a concluir que sería inútil cualquier intento de clasificar mis datos de campo en mis propios términos.

Así se hizo obvio que el saber de don Juan debía ser examinado como él mismo lo comprendía; sólo en esos términos podría manifestarse en forma convincente. Sin embargo, al tratar de reconciliar mis puntos de vista con los de don Juan advertí que, cuando trataba de explicarme su saber, usaba siempre conceptos que lo hicieran "inteligible". Como esos conceptos eran ajenos a mí, tratar de comprender los conocimientos de don Juan como él los comprendía me colocaba en otra posición insostenible. Por tanto, mi primera tarea era determinar el orden de conceptualización empleado por don Juan. Trabajando en ese sentido, vi que él mismo había hecho hincapié particular en cierto terreno de sus enseñanzas: específicamente, los usos de plantas alucinógenas. Sobre la base de este descubrimiento, revisé mi propio esquema de categorías.

Don Juan usó, por separado y en distintas ocasiones, tres plantas alucinógenas: peyote (
Lophophora williamsii
), toloache (
Datura inoxia syn. D. meteloicles
) y un hongo (posiblemente
Psilocybe mexicana
). Desde antes de su contacto con europeos, los indios americanos conocían las propiedades alucinógenas de estas tres plantas. A causa de sus propiedades, han sido muy usadas por placer, para curar, en la brujería, y para alcanzar un estado de éxtasis. En el contexto específico de sus enseñanzas, don Juan relacionaba el uso de la
Datura inoxia
y la
Psilocybe mexicana
con la adquisición de poder, un poder que él llamaba un "aliado". Relacionaba el uso de la
Lophophora williamsii
con la adquisición de sabiduría, o conocimiento de la buena manera de vivir.

La importancia de las plantas consistía, para don Juan, en su capacidad de producir etapas de percepción peculiar en un ser humano. Así, me guió al experimentar una serie de tales etapas con el propósito de exponer y validar su conocimiento. Las he llamado "estados de realidad no ordinaria", en el sentido de realidad inusitada contrapuesta a la realidad ordinaria de la vida cotidiana. La distinción se basa en el significado inherente a los estados de realidad no ordinaria. En el contexto del saber de don Juan se consideraban reales, aunque su realidad se diferenciaba de la realidad ordinaria.

Don Juan consideraba los estados de realidad no ordinaria como única forma de aprendizaje pragmático y único medio de adquirir el poder. Daba la impresión de que otras partes de sus enseñanzas eran incidentales a la adquisición de poder. Este punto de vista permeaba la actitud de don Juan hacia todo lo que no estaba conectado directamente con los estados de realidad no ordinaria. A través de mis notas de campo hay referencias dispersas al sentir de don Juan. Por ejemplo, en una conversación insinuó que algunos objetos poseen en sí mismos cierta cantidad de poder. Aunque él en lo particular no tenía ninguna respeto por los objetos de poder, decía que los brujos menores a menudo se valían de ellos. Le pregunté frecuentemente sobre esos objetos, pero pareció no tener interés en discutirlos. Sin embargo, cuando el tema se trajo a colación. en otra oportunidad, consintió, con renuencia en hablar de ellos.

—Hay ciertos objetos empapados de poder —dijo—. Hay cantidades de objetos así cultivados por hombres poderosos con ayuda de espíritus amigos. Estos objetos son herramientas; no son herramientas comunes, sino herramientas de muerte. Pero no son más que objetos; no tienen poder de enseñar. Hablando con propiedad, están en el terreno de los objetos de guerra; están hechos para la lucha; están hechos para matar, cuando se los arroja.

—¿Qué clase de objetos son, don Juan?

—No son en realidad objetos; más bien son modos de poder.

—¿Cómo puede uno obtener esos modos de poder, don Juan?

—Depende de la clase de objeto que quieras.

—¿Cuántas clases de objetos hay?

—Ya te dije, docenas. Cualquier cosa puede ser un objeto de poder.

—Bueno, entonces, ¿cuáles son los más poderosos?

—El poder de un objeto depende de su dueño, de la clase de hombre que sea. Un objeto de poder cultivado por uno de esos brujos de mala muerte es una idiotez; en cambio, un brujo fuerte y poderoso da su fuerza a sus herramientas.

—¿Cuáles son entonces los objetos de poder más comunes? ¿Cuáles prefieren la mayoría de los brujos?

—No hay preferencias. Todos son objetos de poder, todos son lo mismo,

—¿Usted tiene alguno, don Juan?

No respondió; sólo me miró y se echó a reír. Permaneció callado largo rato, y pensé que mis preguntas lo molestaban.

—Hay limites para esos modos de poder —prosiguió—. Pero de esto yo tengo la seguridad que no entiendes ni una palabra. A mi me ha llevado casi una vida entender que, por sí solo, un aliado puede revelar todos los secretos de esos poderes menores y volverlos cosa de niños. Yo tuve herramientas así en un tiempo, cuando era muy joven.

—¿Qué objetos de poder tenía usted?

—Maíz pinto, cristales y plumas.

—¿Qué es el maíz pinto, don Juan?

—Un grano de maíz que tiene una raya de color rojo en la mitad.

—¿Es un solo grano?

—No. Un brujo tiene cuarenta y ocho.

—¿Qué hacen esos granos de maíz, don, Juan?

—Cada uno puede matar a un hombre entrando en su cuerpo.

—¿Y cómo entra en el cuerpo?

—Es un objeto de poder y su poder consiste, entre otras cosas, en entrar en el cuerpo.

—¿Y qué hace cuando entra?

—Se hunde; se acomoda en el pecho o en los intestinos. El hombre se enferma y, a menos que el brujo que lo atienda sea más fuerte que el que le hizo la brujería, muere tres meses después del momento en que el grano de maíz le entró en el cuerpo.

—¿Hay alguna manera de curarlo?

—El único modo es sacándole el maicito, pero muy pocos brujos se atreven a hacerlo. Puede que un brujo logre chuparlo, pero si no es lo bastante fuerte para rechazarlo, el maíz se le mete en el propio cuerpo y lo mata en lugar del otro.

—Pero ¿cómo logra un grano de maíz entrar en el cuerpo de alguien?

—Para explicar eso debo hablarte de la brujería del maíz pinto, que es una de las brujerías más poderosas que conozco. La brujería se hace con dos maicitos. A uno se lo esconde en el botón fresco de una flor amarilla. Luego, a la flor se la deja en algún lugar donde pueda quedar en contacto con la víctima: en el camino por donde él pase a diario, o en cualquier parte donde acostumbre llegar. Apenas la víctima pisa la flor, o la toca de cualquier manera, la brujería está hecha. El maicito pinto se hunde en su cuerpo.

—¿Qué pasa con el grano de maíz después de que el hombre lo toca?

—Todo su poder entra en el hombre, y el grano queda libre. Se convierte en un maíz cualquiera. Puede dejarse en el sitio de la brujería, o puede barrerse; no importa. Es mejor barrerlo y echarlo al matorral para que algún pájaro se lo coma.

—¿Puede comérselo un pájaro antes de que el hombre lo toque?

—No. Ningún pájaro es tan estúpido, te lo aseguro. Los pájaros no se le acercan.

Don Juan describió entonces un procedimiento muy complejo por medio del cual pueden obtenerse tales maíces de poder,

—Debes tener en cuenta que el maíz pinto es un simple instrumento, no un aliado —dijo—. Cuando hayas hecho esa distinción no tendrás problema. Pero si consideras que esas herramientas son supremas, serás un tonto.

—¿Son los objetos de poder tan poderosos como un aliado? —pregunté.

Don Juan rió desdeñoso antes de contestar. Parecía estar esforzándose por tenerme paciencia.

—El maíz pinto, los cristales y las plumas son simples juguetes en comparación con un aliado —dijo—. Un hombre necesita objetos de poder sólo cuando no tiene un aliado. Buscarlos es perder el tiempo, sobre todo para ti. Tú deberías tratar de ganarte un aliado; cuando lo logres comprenderás lo que te estoy diciendo ahora. Los objetos de poder son como juego de niños.

—No me entienda mal, don Juan —protesté—. Por supuesto que quiero tener un aliado, pero también quiero saber todo lo que pueda acerca de los objetos de poder. Usted mismo ha dicho que saber es poder,

—¡No! —dijo categórico—. El poder depende de la clase de saber que se tenga. ¿De qué sirve saber cosas que no valen la pena?

En el sistema de creencias de don Juan, la adquisición de un aliado significaba exclusivamente la explotación de los estados de realidad no ordinaria que produjo en mí usando plantas alucinógenas. Creía que enfocando dichos estados y omitiendo otros aspectos del saber que él impartía, yo llegaría a una visión coherente de los fenómenos experimentados.

Por tanto, he dividido este libro en dos partes. En la primera, presento selecciones de mis notas de campo, relativas a los estados de realidad no ordinaria que atravesé durante el aprendizaje. Como he ordenado mis notas de acuerdo con la continuidad del relato, no siempre tienen una secuencia cronológica exacta. Nunca describí por escrito un estado de realidad no ordinaria hasta varios días después de haberlo experimentado, cuando ya podía tratarlo con calma y objetividad. En cambio, mis conversaciones con don Juan fueron anotadas conforme ocurrían, inmediatamente después de cada estado de realidad no ordinaria. Por ello, mis informes de estas conversaciones tienen a veces fecha anterior a la descripción completa de una experiencia.

Mis notas de campo revelan la versión subjetiva de lo que yo percibía al atravesar la experiencia. Esa versión se presenta aquí tal como la narraba a don Juan, quien exigía una reminiscencia completa y fiel de cada detalle y un recuento en pleno de cada experiencia. Al anotar dichas experiencias, añadí detalles incidentales, en un intento por recuperar el ámbito total de cada estado de realidad no ordinaria. Quería describir en la forma más completa posible el efecto emotivo que había experimentado.

Mis notas de campo manifiestan asimismo el contenido del sistema de creencias de don Juan. He condensado largas páginas de preguntas y respuestas entre don Juan y yo, con el fin de no reproducir la repetitividad propia de toda conversación. Pero como también quiero reflejar con exactitud el tono general de nuestras conversaciones, he quitado únicamente el diálogo que no aportó nada a mi comprensión de los conocimientos que don Juan me impartía. La información que él me daba era siempre esporádica, y por cada arranque de parte suya había horas de sondeo por la mía. Sin embargo, en muchas ocasiones expuso libremente sus conocimientos.

En la segunda parte de este libro, presento un análisis estructural sacado exclusivamente de los datos ofrecidos en la primera parte. A través de mi análisis intento cimentar los siguientes argumentos:
1
) don Juan presentaba sus enseñanzas como un sistema de pensamiento lógico;
2
) el sistema sólo tenía sentido examinado a la luz de sus propias unidades estructurales, y
3
) el sistema estaba planeado para guiar al aprendiz a un nivel de conceptualización que explicaba el orden de los fenómenos que había experimentado el mismo aprendiz.

“LAS ENSEÑANZAS”
I

LAS NOTAS sobre mi primera sesión con don Juan están fechadas el 23 de junio de 1961, En esa ocasión principiaron las enseñanzas. Yo había visto a don Juan varias veces antes, únicamente en calidad de observador. En cada oportunidad le había pedido instruirme sobre el peyote. Siempre hacia caso omiso de mi petición, pero jamás rechazaba de plano el tema y yo interpretaba sus titubeos como una posibilidad de que, rogándole más, podría inclinarse a hablar de sus conocimientos.

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