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Authors: Alfred Bester

Las Estrellas mi destino (20 page)

BOOK: Las Estrellas mi destino
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—¿Quién es usted? ¿Qué es lo que...?

La imagen desapareció.

Foyle se giró hacia Robin, humedeciéndose los labios.

—¿Lo vio? —La expresión de ella le dio la respuesta—. ¿Era real?

Señaló hacia el escritorio de Sergei Orel, a cuyo lado se había alzado la imagen. Los papeles del escritorio se habían encendido y estaban ardiendo. Foyle se echó hacia atrás, aún asustado y anonadado. Se pasó una mano por el rostro. El sudor la empapó.

Robin corrió hasta el escritorio y trató de apagar las llamas. Cogiendo montones de papeles y cartas, golpeó inútilmente con ellos. Foyle no se movió.

—No puedo apagarlo —jadeó ella al fin—. Tenemos que salir de aquí.

Foyle asintió, y entonces se recuperó por un puro esfuerzo de su voluntad.

—Roma —carraspeó—. Jauntearemos a Roma. Tiene que haber alguna explicación a todo esto. ¡Por Dios que la hallaré! Y mientras tanto, no voy a dejarlo correr. Roma. ¡Venga, muchacha, jauntee!

Desde la Edad Media, las Escaleras Españolas han sido el centro de la corrupción en Roma. Alzándose desde la Piazza di Spagna hasta los jardines de la Villa Borghese en una amplia subida, estas escalas han estado, están y estarán repletas de vicio. Por ellas caminan chulos, prostitutas, pervertidos, lesbianas e invertidos. Insolentes y arrogantes, se pavonean ofreciéndose, y se ríen de las personas respetables que a veces pasan por allí.

Las escalinatas fueron destruidas en las guerras nucleares de finales del siglo veinte. Fueron reconstruidas y destruidas de nuevo en la Guerra de la Restauración Mundial en el siglo veintiuno. De nuevo fueron reconstruidas, y esta vez cubiertas con un cristal a prueba de explosiones que las convirtió en una galería escalonada. El domo de la galería cortaba la vista de la cámara mortuoria de la casa de Keats. Ya no podían mirar los visitantes por la estrecha ventana para ver el último panorama que contemplaron los moribundos ojos del poeta. Ahora sólo se veía el humeante domo de las Escaleras Españolas, y a través del mismo las distorsionadas figuras de la corrupción de abajo.

La Galería de las Escaleras estaba iluminada por la noche, y en esta víspera de Año Nuevo se hallaba en el caos. Durante un millar de años, Roma ha recibido el Año Nuevo con un bombardeo: fuegos artificiales, cohetes, torpedos, disparos, botellas, zapatos, viejos cacharros de cocina y sartenes. Durante meses los romanos guardan basura para tirarla desde las ventanas más altas cuando llega la medianoche. El rugido de los fuegos de artificio en el interior de las Escaleras y el golpear de los desechos cayendo sobre el techo de la Galería era ensordecedor mientras Foyle y Robin Wednesbury bajaban desde el carnaval en el Palazzo Borghese.

Llevaban aún puestos los disfraces: Foyle las brillantes ropas escarlatas de Cesare Borgia y Robin el traje ornado en plata de Lucrezia Borgia. Usaban grotescas máscaras de terciopelo. El contraste entre sus trajes renacentistas y las modernas ropas de su alrededor ocasionó chanzas y burlas. Hasta los Lobos que frecuentaban las Escaleras Españolas, aquellos desafortunados criminales habituales a los que se les había quemado un cuarto de sus cerebros en una lobotomía prefrontal, se sintieron extraídos de su condición de apatía y los contemplaron. La multitud cerró filas alrededor de la pareja mientras ésta descendía por la Galería.

—¿Poggi? —dijo Foyle con voz tranquila—. ¿Angelo Poggi?

Un borracho hizo unos comentarios anatómicos sobre su persona.

—¿Poggi? ¿Angelo Poggi? —Foyle permaneció impasible—. Me han dicho que puede hallársele en las Escaleras por la noche. ¿Angelo Poggi?

Una prostituta maldijo a su madre.

—¿Angelo Poggi? Diez créditos a cualquiera que me lo traiga.

Se vio rodeado por manos extendidas, algunas sucias, otras perfumadas, pero todas ansiosas. Negó con la cabeza.

—Tráiganmelo primero.

La rabia romana restalló a su alrededor.

—¿Poggi? ¿Angelo Poggi?

Tras seis semanas de vagar por las Escaleras Españolas, el Capitán Peter Y'ang-Yeovil escuchó al fin las palabras que había esperado oír. Seis semanas de tediosa impersonación de la identidad de un tal Angelo Poggi, pinche del Vorga, muerto hacía tiempo, estaban produciendo al fin su fruto. Había sido un riesgo que había decidido correr cuando Inteligencia le había proporcionado la noticia de que alguien estaba haciendo cautelosas preguntas acerca de la tripulación del Vorga de Presteign, y pagando soberanamente por la información.

—Es una probabilidad entre un millón —había dicho Y'ang-Yeovil. Pero Gully Foyle, AS—128/I27:006, hizo ese loco intento de volar el Vorga y ocho kilos de Piros merecen correr ese riesgo.

Ahora, se aproximó por las escaleras hacia el hombre con el traje y máscara del Renacimiento. Había aumentado dieciséis kilos de peso con inyecciones glandulares. Se había oscurecido la tez con una manipulación en su dieta. Sus facciones, que jamás habían tenido rasgos orientales sino más bien corrían a lo largo de las líneas aguileñas del antiguo indio americano, se convertían fácilmente en inidentificables con un poco de control muscular.

El hombre de Inteligencia subió por las Escaleras Españolas, un grueso cocinero de aspecto poco recomendable. Extendió un paquete de sucios sobres hacia Foyle.

—¿Fotos curiosas,
signore
? ¿Creyentes de Sótano en sus prácticas? Muy curiosas. Muy prohibidas,
signore
. Entretenga a sus amigos... enternezca a las señoras.

—No —Foyle apartó las fotografías—. Estoy buscando a Angelo Poggi.

Y'ang-Yeovil hizo una microscópica señal. Su equipo en las escaleras comenzó a fotografiar y a grabar la entrevista, sin dejar de hacer el chulo o la prostituta. La Lengua Secreta del Núcleo de Inteligencia de las Fuerzas Armadas de los Planetas Interiores zigzagueó alrededor de Foyle y Robin en un cúmulo de débiles tics, sorbidos, gestos, actitudes y movimientos. Era el antiguo idioma chino por signos de los párpados, cejas, dedos e infinitésimos movimientos corporales.


Signore?
—susurró Y'ang-Yeovil.

—¿Angelo Poggi?

—Sí,
signore
. Soy Angelo Poggi.

—¿Pinche a bordo del Vorga? —Esperando el mismo estremecimiento de terror manifestado por Forrest y Orel, que al fin comprendía, Foyle adelantó un brazo y asió el codo de Y'ang-Yeovil—. ¿Sí?

—Sí,
signore
—replicó tranquilamente Y'ang-Yeovil—. ¿Cómo puedo servir a su excelencia?

—Quizá éste pueda decirnos algo —murmuró Foyle a Robin—. No tiene miedo. Tal vez sepa cómo evitar el Bloqueo. Deseo que me dé información, Poggi.

—¿De qué naturaleza,
signore
, y a qué precio?

—Quiero comprar toda la que tenga. Sea la que sea. Y ponga su propio precio.

—¡Pero
signore
! Soy un hombre con muchos años de experiencia, no se me puede comprar en lotes. Debo ser pagado artículo por artículo. Haga su selección y le diré el precio. ¿Qué es lo que quiere?

—¿Se hallaba a bordo del Vorga el dieciséis de septiembre de 2436?

—El costo de ese artículo es de diez créditos.

Foyle sonrió sin humor y pagó.

—Estaba,
signore
.

—Quiero saber acerca de una nave que cruzaron cerca del cinturón de asteroides. El pecio del Nomad. Lo cruzaron el dieciséis de septiembre. El Nomad pidió ayuda y el Vorga pasó de largo. ¿Quién dio esa orden?

—¡Ah,
signore
!

—¿Quién dio esa orden, y por qué?

—¿Por qué lo pregunta,
signore
?

—Eso no le importa. Dígame el precio y hable.

—Tengo que saber por qué una cuestión es preguntada antes de contestarla,
signore
. —Y'ang-Yeovil sonrió, grasiento—. Y pagaré por mi precaución rebajando el precio. ¿Por qué está usted interesado en el Vorga y el Nomad y ese abandono en el espacio? ¿Fue usted quizá el infortunado tratado de una forma tan cruel?

—¡No es italiano! Su acento es perfecto, pero la construcción es totalmente incorrecta. Ningún italiano construiría así las frases.

Foyle se puso rígido, alarmado. Los ojos de Y'ang-Yeovil, acostumbrados a detectar y deducir las minucias, se dieron cuenta del cambio de actitud. Inmediatamente supo que en alguna forma había cometido un desliz. Hizo una señal apresurada a su equipo.

Una tremenda pelea estalló en las Escaleras Españolas. En un instante, Foyle y Robin se hallaron cogidos entre una masa gritona que se peleaba. Los equipos del Núcleo de Inteligencia eran unos excelentes expertos en esta maniobra operativa, destinada a enfrentarse con un mundo jaunteante. Su coordinación casi instantánea podía hacer perder el equilibrio a cualquier hombre, desvalijándolo para identificarlo. Su éxito estaba basado en el simple hecho de que entre un ataque inesperado y una respuesta defensiva siempre hay un intervalo de reconocimiento. En ese intervalo, el Núcleo de Inteligencia lograba evitar que cualquier hombre pudiera salvarse a sí mismo.

En tres quintos de segundo, Foyle fue golpeado, pateado, martilleado en la frente, echado contra los escalones y aferrado. Le arrancaron la máscara de la cara, le arrebataron porciones de su vestimenta y se halló inerme ante la violación de las cámaras identificadoras.

Entonces, por primera vez en la historia del Núcleo, su programa fue interrumpido.

Apareció un hombre, acercándose al cuerpo de Foyle... un hombre enorme con el rostro horriblemente tatuado y unas ropas que humeaban y llameaban. La aparición era tan asombrosa que el equipo se quedó paralizado contemplándola. La multitud de las Escaleras lanzó un aullido ante el aterrador espectáculo.

—¡El Hombre Ardiente! ¡Mirad! ¡El Hombre Ardiente!

—Pero ése es Foyle —susurró Y'ang-Yeovil.

Durante quizá un cuarto de minuto la aparición permaneció allí, silenciosa, ardiendo, mirando con ojos ciegos. Entonces desapareció. El hombre derribado en el suelo desapareció también. Se convirtió en un centelleante movimiento que recorrió el equipo, localizando y destruyendo las cámaras, grabadoras y todos los aparatos de identificación. Entonces el relámpago tomó a la muchacha del traje del Renacimiento y desapareció.

Las Escaleras Españolas volvieron a la vida, dolorosamente, como si surgiesen de una pesadilla. El anonadado equipo de Inteligencia se congregó alrededor de Y'ang-Yeovil.

—¿Qué diablos era eso, Yeo?

—Creo que era nuestro hombre, Gully Foyle. Ya le vieron la cara tatuada.

—¡Y las ropas prendidas!

—Parecía un brujo en la hoguera.

—Pero si el hombre que ardía era Foyle, ¿en quién infiernos estábamos perdiendo el tiempo?

—No lo sé. ¿Tiene la Brigada de Comandos un servicio de inteligencia del que no nos hayamos enterado?

—¿Por qué los Comandos, Yeo?

—¿No vieron la forma en que aceleró? Destruyó todas las grabaciones que habíamos hecho.

—Sigo sin poder creer a mis ojos.

—Oh, puede creer en lo que no vio. Eso fue una técnica altamente secreta de los Comandos. Despedazan a sus hombres y los reconstruyen, mejorándolos. Tendré que hablar con el Cuartel General de Marte y averiguar si la Brigada de Comandos está realizando una investigación paralela.

—¿Confiará el Ejército en la Marina?

—Tendrán que confiar en Inteligencia —dijo irritado Y'ang-Yeovil—. Este caso es ya bastante crítico sin disputas jurisdiccionales. Y otra cosa: no había necesidad de maltratar a aquella chica en la maniobra. Fue indisciplinado e innecesario. —Y'ang-Yeovil hizo una pausa, no advirtiendo, por una vez, las miradas significativas que se cruzaban a su alrededor—. Tendré que averiguar de quién se trataba —añadió, soñador.

—Si también la han reconstruido, será realmente interesante, Yeo —dijo una suave voz, pulcramente desprovista de toda ironía—. El Muchacho y la Comando.

Y'ang-Yeovil se ruborizó.

—De acuerdo —tartamudeó—. Soy transparente.

—Tan sólo repetitivo, Yeo. Todos tus romances se inician en la misma forma: «No había ninguna necesidad de maltratar a esa chica...» Y entonces: Dolly Quaker, Jean Webster, Gwynn Roget, Marión...

—¡Sin nombres, por favor! —interrumpió una voz molesta—. ¿Acaso Romeo se lo cuenta todo a Julieta?

—Os mandaré a limpiar las letrinas a todos mañana —dijo Y'ang-Yeovil—. No os creáis que voy a soportar esta solapada insubordinación. Bueno, mañana no. Pero sí tan pronto como se cierre este caso. —Su rostro aguileño se ensombreció—. ¡Dios mío, qué lío! ¿Podremos olvidarnos alguna vez de la visión de Foyle ardiendo? Pero ¿dónde está? ¿Qué es lo que quiere hacer? ¿Qué es lo que significa todo esto?

Once

La mansión Presteign de los Presteign en Central Park estaba iluminada para el Año Nuevo. Encantadoras bombillas antiguas con filamentos en zig-zag y terminadas en punta proporcionaban una luz amarillenta. El laberinto a prueba de jaunteo había sido desmantelado y la gran puerta estaba abierta para la ocasión especial. El interior de la casa estaba protegido de las miradas de la multitud de afuera por una enjoyada pantalla colocada justamente detrás de la puerta.

Los mirones cuchicheaban y lanzaban exclamaciones a medida que los famosos y casi famosos de los clanes y tribus llegaban en coche, carroza, litera o en cualquier forma de transporte de lujo. El mismo Presteign de Presteign se hallaba junto a la puerta, gris acero, elegante, sonriendo con su sonrisa de basilisco y dando la bienvenida a su casa a la alta sociedad. Apenas había pasado una celebridad por la puerta y desaparecido tras la cortina cuando otra, aún más famosa, llegaba en un vehículo más fabuloso todavía.

Los Colas llegaron en un camión con toda una banda de música. La familia Esso (seis hijos, tres hijas) aparecía magnífica en su autobús de techo de cristal de la firma Greyhound. Pero los Greyhound llegaron (en un coche eléctrico Edison) pisándoles los talones, y se oyeron muchas chanzas y risas en la puerta. Pero cuando Edison de Westinghouse desmontó de su antiguo coche que funcionaba con gasolina Esso, completando el círculo, las risas en las escalinatas se convirtieron en un rugido.

Cuando la multitud de invitados se giraba para entrar en la casa de Presteign, una lejana conmoción atrajo su interés. Era un estrépito, un tremendo repiqueteo de martillos neumáticos y un molesto aullido metálico. Se acercaba rápidamente. El círculo exterior de mirones abrió un amplio camino. Un camión pesado se adelantó por ese camino. Seis hombres estaban lanzando vigas de madera de la parte trasera del camión. Siguiéndolos venía un equipo de veinte trabajadores colocando los maderos cuidadosamente en fila.

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