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Authors: Alfred Bester

Las Estrellas mi destino (21 page)

BOOK: Las Estrellas mi destino
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Presteign y sus invitados lo contemplaron asombrados. Una gigantesca máquina, aullando y golpeando, se acercó, arrastrándose sobre los maderos. Tras ella depositaba raíles paralelos de acero. Equipos de trabajo con martillos neumáticos y pilones clavaban los raíles a las traviesas de madera. La vía fue llevada hasta la puerta de Presteign en un amplio arco y luego se curvó hasta perderse. La aullante máquina y los equipos de trabajo desaparecieron en la oscuridad.

—¡Buen Dios! —se oyó claramente decir a Presteign. Los invitados surgieron de la casa para mirar.

A lo lejos se oyó un agudo silbido. A lo largo de la vía llegó un hombre montado en un caballo blanco, portando una gran bandera roja. Tras él soplaba una locomotora de vapor arrastrando un solitario vagón mirador. El tren se detuvo ante la puerta de Presteign. Un jefe de tren bajó del vehículo seguido por un mozo. El mozo colocó una escalerilla. Una dama y un caballero vestidos con trajes de noche descendieron.

—No estaré mucho tiempo —le dijo el caballero al jefe de tren—. Vuelva por mí dentro de una hora.

—¡Buen Dios! —exclamó de nuevo Presteign.

El tren resopló, alejándose. La pareja subió por las escaleras.

—Buenas noches, Presteign —dijo el caballero—. Lamento terriblemente que ese caballo ensuciara sus terrenos, pero la antigua ley de Nueva York sigue insistiendo en que vaya una bandera roja ante los trenes.

—¡Fourmyle! —gritaron los invitados.

—¡Fourmyle de Ceres! —se emocionaron los mirones.

La fiesta de Presteign tenía ahora asegurado el éxito.

Dentro del amplio y lujoso vestíbulo, Presteign examinó a Fourmyle con curiosidad. Foyle soportó la aguda mirada gris acero con ecuanimidad, mientras saludaba y sonreía a los entusiastas admiradores que había adquirido desde Canberra hasta Nueva York, y con los que Robin Wednesbury estaba charlando.

Control, pensó; sangre, tripas y cerebro. Me interrogaron en su oficina durante una hora tras aquella loca tentativa que hice contra el Vorga. ¿Me reconocerá?

—Su rostro me es familiar, Presteign —dijo Fourmyle—. ¿Nos hemos visto antes?

—No he tenido el honor de encontrarme con un Fourmyle hasta esta noche —contestó ambiguamente Presteign. Foyle se había entrenado a leer en los hombres, pero el apuesto y duro rostro de Presteign era inescrutable. Frente a frente, el uno sociable pero determinado y el otro reservado e indomable, parecían como un par de estatuas de bronce a punto de ser fundidas.

—Me han dicho que se vanagloria de ser un recién llegado, Fourmyle.

—Sí. Sigo los pasos del primer Presteign.

—¿De verdad?

—Recordará usted que se vanagloriaba de haber iniciado la fortuna de la familia en el mercado negro del plasma durante la Tercera Guerra Mundial.

—Fue la Segunda, Fourmyle. Pero los hipócritas de nuestro clan nunca lo reconocen. Su nombre, entonces, era Payne.

—No lo sabía.

—¿Y cuál era su infeliz nombre familiar antes de que lo cambiase a Fourmyle?

—Era Presteign.

—¿En serio? —La sonrisa de basilisco demostró haber notado el golpe—. ¿Reclama estar relacionado con nuestro clan?

—Lo reclamaré a su tiempo.

—¿En qué grado?

—Digamos... una relación de sangre.

—Qué interesante. Detecto una cierta fascinación por la sangre en usted, Fourmyle.

—No cabe duda de que es una debilidad de la familia, Presteign.

—Le agrada ser cínico —dijo Presteign, no sin cinismo—, pero dice la verdad. Siempre hemos tenido una debilidad fatal por la sangre y el dinero. Es nuestro vicio. Lo admito.

—Y yo lo comparto.

—¿Una pasión por la sangre y el dinero?

—Ciertamente. Una gran pasión.

—¿Sin piedad, sin perdón, sin hipocresía?

—Sin piedad, sin perdón, sin hipocresía.

—Fourmyle, es usted un joven tal y como a mí me gustan. Si no reclama una relación con nuestro clan, me veré obligado a adoptarlo.

—Llega tarde, Presteign. Yo ya lo he adoptado a usted.

Presteign tomó el brazo de Foyle.

—Tengo que presentarle a mi hija, Lady Olivia. ¿Me lo permite?

Cruzaron el vestíbulo. Foyle dudó, preguntándose si debía llamar a Robin a su lado para alguna posible emergencia, pero se sentía demasiado triunfador. No lo sabe, nunca lo sabrá, pero entonces llegó la duda: yo nunca sabré si lo sabe. Está hecho del más duro acero. Me podría enseñar una o dos cosas acerca del autocontrol.

Las amistades saludaron a Fourmyle.

—Buena broma la que nos gastó en Shanghai.

—Maravilloso carnaval en Roma, ¿no le parece? ¿Oyó hablar de aquel hombre ardiendo que apareció en las Escaleras Españolas?

—Lo esperábamos en Londres.

—Qué celestial entrada que ha hecho —le dijo Harry Sherwin-Williams—. Nos ganó a todos, Fourmyle. Nos ha hecho parecer a los demás como un puñado de inocentes mamones.

—Se pasa usted de raya, Harry —le dijo fríamente Presteign—. Ya sabe que no permito palabras soeces en mi casa.

—Lo siento, Presteign. ¿Dónde está su circo ahora, Fourmyle?

—No lo sé —dijo Foyle—. Espere un momento.

Se reunió una multitud, sonriendo anticipadamente ante la última locura de Fourmyle. Éste sacó un reloj de platino y abrió la tapa. El rostro de un sirviente apareció en la esfera.

—Esto... usted, como se llame... ¿Dónde estamos ahora?

La respuesta fue débil y temerosa:

—Dio órdenes de que convirtiésemos a Nueva York en nuestra residencia permanente, Fourmyle.

—¿Eh? ¿Lo hice? ¿y?

—Compramos la Catedral de San Patricio, Fourmyle.

—¿Y dónde está eso?

—La vieja San Patricio, Fourmyle. En la Quinta Avenida y lo que fue antes la Calle Cincuenta. Hemos instalado el campamento en su interior.

—Gracias —Fourmyle cerró la tapa de platino—. Mi dirección es la Vieja San Patricio, Nueva York. Hay que reconocerles una cosa a las religiones antiguas... al menos construían iglesias lo bastante grandes como para albergar un circo.

Olivia Presteign estaba sentada en un trono bajo dosel, rodeada por admiradores que hacían la corte a esta bella albina, hija de Presteign. Era extraña y maravillosamente ciega, pues podía ver tan sólo el infrarrojo, en las longitudes de onda desde los 7500 angstroms a un milímetro, muy por debajo del espectro visible normal. Veía las ondas caloríferas, los campos magnéticos, las ondas radiales; veía a sus admiradores en una extraña luz de emanaciones orgánicas contra un fondo de radiación roja.

Era la Dama de los Hielos, una Gélida Princesa con ojos y labios de coral, imperativa, misteriosa, inalcanzable. Foyle la contempló y apartó la vista confuso ante la mirada ciega que tan sólo lo podía ver como ondas electromagnéticas y luz infrarroja. Su pulso comenzó a correr más rápido; un centenar de centelleantes fantasías acerca de él mismo y de Olivia Presteign cruzaron por su corazón.

«¡No seas estúpido!», pensó desesperado. «Contrólate. Deja de soñar. Esto puede ser peligroso...»

Lo presentaron; le habló en una voz grave y argentina; le dio una fría y grácil mano; pero la mano pareció estallar entre la suya con una descarga eléctrica. Fue como un inicio de reconocimiento mutuo... casi una unión de impacto emocional.

Esto es una locura. Ella es un símbolo. La Princesa de los Sueños... la inalcanzable. ¡Contrólate!

Estaba luchando tan duramente que casi no se dio cuenta de que lo habían despedido, graciosa e indiferentemente. No podía creerlo. Se quedó con la boca abierta como un estúpido.

—¿Cómo? ¿Todavía sigue ahí, Fourmyle?

—No podía creer que se me hubiera despedido, Lady Olivia.

—No es eso, pero me temo que impide el paso a mis amigos.

—No estoy acostumbrado a ser despedido. (No. No. ¡Lo has hecho mal!) Al menos por alguien a quien me gustaría contar entre mis amistades.

—No sea tedioso, Fourmyle. Márchese.

—¿Cómo la he ofendido?

—¿Ofendido? Ahora está siendo ridículo.

—Lady Olivia... (¿Es que no puedo hacer nada bien? ¿Dónde está Robin?) ¿Podemos empezar de nuevo, por favor?

—Si está tratando de comportarse incorrectamente, Fourmyle, lo está logrando admirablemente.

—Su mano de nuevo, por favor. Gracias. Soy Fourmyle de Ceres.

—De acuerdo. —Ella rio—. Le concederé que es usted un payaso. Ahora váyase. Estoy segura de que podrá encontrar a alguien a quien divertir.

—¿Qué ha sucedido esta vez?

—Realmente, caballero, ¿está tratando de hacerme enfadar?

—No (Sí lo estoy tratando. Tratando de abrirme paso en alguna forma... a través del hielo). La primera vez nuestro apretón de manos fue... violento. Ahora no ha sido nada. ¿Qué ha sucedido?

—Fourmyle —dijo cansadamente Olivia—. Admitiré que es usted divertido, original, gracioso, fascinante... cualquier cosa, si es que con ello logro que se vaya. Bajó tambaleante los escalones del trono.

Perra. Perra. Perra. No. Es el sueño tal como lo soné. El picacho helado que tiene que ser escalado y conquistado. Plantarle sitio... invadirla... dominarla... obligarla a rendirse... Se encontró cara a cara con Saúl Dagenham. Se quedó paralizado, conteniendo su sangre y sus tripas.

—Ah, Fourmyle —dijo Presteign—. Este es Saúl Dagenham. Tan sólo puede concedernos treinta minutos, e insiste en permanecer uno de ellos con usted.

—¿Lo sabrá? ¿Mandó a buscar a Dagenham para asegurarse? —atacó
toujours de l'audace
.

—¿Qué es lo que le pasó a su cara, Dagenham? —preguntó Fourmyle con curiosidad despreocupada.

El cráneo sonrió.

—Yo creí que era famoso. Envenenamiento por radiaciones. Estoy «caliente». Hubo un tiempo en que se decía «más caliente que un horno». Ahora dicen «más caliente que Dagenham». —Los mortíferos ojos traspasaron a Foyle—. ¿Qué es lo que hay tras ese circo suyo?

—Una pasión por la notoriedad.

—Yo también soy un viejo adepto del enmascaramiento. Reconozco los signos. ¿Cuál es su crimen?

—¿Se lo dijo Dillinger a Capone? —Foyle le devolvió la sonrisa, comenzando a relajarse, dominando su triunfo. Los he engañado a los dos—. Se le ve más feliz, Dagenham.

Instantáneamente se dio cuenta de su desliz. Dagenham lo notó de inmediato.

—¿Más feliz que cuándo? ¿Dónde nos vimos antes?

—No más feliz que cuándo. Más feliz que yo. —Foyle se volvió hacia Presteign—. Me he enamorado desesperadamente de Lady Olivia.

—Saúl, terminó tu media hora.

Dagenham y Presteign, a cada lado de Foyle, se giraron. Una mujer alta, resplandeciente en un traje de noche esmeralda, se acercó, con su rojo cabello brillando. Era Jisbella McQueen. Sus miradas se cruzaron. Antes de que la emoción pudiera reflejarse en su rostro, Foyle giró, corrió seis pasos hasta la primera puerta que vio, la abrió y la atravesó de un salto.

La puerta se cerró tras él. Se hallaba en un corto corredor sin salida.

Se oyó un clic, una pausa, y luego una voz grabada habló cortésmente:

—Ha entrado usted en una porción privada de esta residencia. Haga el favor de retirarse.

Foyle jadeó y luchó consigo mismo.

—Ha entrado usted en una porción privada de esta residencia. Haga el favor de retirarse.

Nunca lo supe... creí que había muerto allí... me reconoció...

—Ha entrado usted en una porción privada de esta residencia. Haga el favor de retirarse.

Estoy acabado... nunca me lo perdonará... debe estar contándoselo a Dagenham y Presteign ahora.

La puerta al salón se abrió, y por un momento Foyle pensó que había visto su imagen llameante. Entonces se dio cuenta de que tan sólo estaba viendo el cabello rojo de Jisbella. No se movía, tan sólo lo miraba y sonreía en furioso triunfo. Se irguió.

Por Dios, no caeré suplicando.

Sin prisas, Foyle atravesó el corredor, tomó el brazo de Jisbella y la llevó de regreso al salón. No se preocupó en mirar dónde estaban Dagenham y Presteign. Se presentarían, con fuerzas y armas, a su tiempo. Le sonrió a Jisbella; ella le devolvió la sonrisa, todavía triunfante.

—Gracias por escapar, Gully. Nunca pensé que pudiera ser tan satisfactorio.

—¿Escapar? ¡Querida Jiz!

—¿Bien?

—No puedes imaginarte lo hermosa que se te ve esta noche. Hemos progresado mucho desde la Gouffre Martel, ¿no? —Foyle señaló hacia la pista de baile—. ¿Bailamos?

Los ojos de ella se abrieron sorprendidos ante su tranquilidad. Le permitió que la llevase hasta la pista y la tomase entre sus brazos.

—A propósito, Jiz, ¿cómo has conseguido no volver a la Gouffre Martel?

—Dagenham lo solucionó. ¿Así que ahora bailas, Gully?

—Bailo, hablo cuatro idiomas miserablemente, estudio ciencias y filosofía, escribo horribles poemas, casi me mato con experimentos idiotas, hago esgrima como un tonto, boxeo como un bufón... en resumen, soy el notorio Fourmyle de Ceres.

—Se acabó Gully Foyle.

—Tan sólo lo soy para ti, cariño... y para aquel a quien tú se lo hayas dicho.

—Tan sólo Dagenham. ¿Te molesta que rompiese tu secreto?

—Al igual que yo, no podías evitarlo.

—No, no podía. Tu nombre surgió de mis labios espontáneamente. ¿Cuánto me hubieras pagado por hacerme callar?

—No seas tonta, Jiz. Este accidente te va a representar unos 17 980 000 Créditos.

—¿Qué quieres decir?

—Ya te dije que te daría todo lo que sobrase cuando hubiese acabado con Vorga.

—¿Has acabado con Vorga? —dijo sorprendida.

—No, cariño, tú has acabado conmigo. Pero mantendré mi promesa.

Ella se echó a reír.

—El generoso Gully Foyle. Sé verdaderamente generoso, Gully. Trata de escapar. Entretenme un rato.

—¿Chillando como una rata? No sé cómo hacerlo, Jiz. Me he entrenado tan sólo para cazar, nada más.

—Y yo maté al tigre. Dame una satisfacción, Gully. Dime que estabas cerca del Vorga, y que te arruiné el plan cuando estabas tan sólo a un paso de su final. ¿Sí?

—Desearía poderlo hacer, Jiz, pero no puedo. No estoy en ninguna parte. Estaba tratando de conseguir otra pista aquí, esta noche.

—Pobre Gully. Tal vez pudiera lograr sacarte de este lío. Podría decir... bueno... que me equivoqué... o que fue una broma... que realmente no eres Gully Foyle. Sé como confundir a Saúl. Lo puedo hacer, Gully... si es que aún me amas.

La miró y negó con la cabeza.

—Nunca ha habido amor entre nosotros, Jiz. Lo sabes. Soy demasiado monomaniaco como para dedicarme a otra cosa que a mi caza.

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