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Authors: Alfred Bester

Las Estrellas mi destino (25 page)

BOOK: Las Estrellas mi destino
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—Sí.

—¿Y dejarme pudrir?

—Sí. Sí. Sí. Ya basta. Déjeme morir.

—Vive, so cerdo... ¡Sucio bastardo sin corazón! Vive sin corazón, vive y sufre. Te mantendré por siempre con vida, so...

Un brillante destello de luz atrajo la mirada de Foyle. Alzó la vista. Su imagen ardiente lo estaba contemplando a través de la amplia ventana cuadrada del almacén. Mientras saltaba hacia ella, el Hombre Ardiente despareció. Foyle abandonó el almacén y relampagueó hasta la sala de controles, en la que la burbuja de observación le daba doscientos setenta grados de campo de visión. El Hombre Ardiente no se veía por ninguna parte.

—No es real —murmuró—. No puede ser real. Es una señal, una señal de buena fortuna... un Ángel de la Guarda. Me salvó en las Escaleras Españolas. Me está animando a proseguir y encontrar a Lindsey Joyce.

Se ató en el sillón del piloto, encendió los cohetes de la nave y dio toda la aceleración.

—Lindsey Joyce, Colonia Skoptsy, Marte —se dijo, mientras era hundido contra la silla hidráulica—. Un Skoptsy... sin sentidos, sin placer, sin dolor. El estoicismo en su grado más elevado. ¿Cómo voy a castigarlo? ¿Torturarlo? ¿Meterlo en el almacén de babor y hacerle sentir lo que yo sentí a bordo del Nomad? ¡Maldición! Es como si estuviera muerto. Está muerto. Y tengo que imaginar una forma de golpear a un cadáver y hacerle sentir el dolor. Llegar tan cerca del fin y que le den a uno con la puerta en las narices... la maldita frustración de la venganza. La venganza tan sólo se da en los sueños... nunca en la realidad.

Una hora más tarde cortó la aceleración y su furia, se soltó del sillón y recordó a Kempsey. Regresó al quirófano. La tremenda aceleración del despegue había impedido el funcionamiento de la bomba sanguínea lo bastante como para matar a Kempsey. De repente, Foyle se sintió invadido por una nueva sensación de repugnancia hacia sí mismo. Luchó contra ella.

—¿Qué es lo que te pasa a ti? —susurró—. Piensa en los seiscientos, echados por la borda... piensa en ti mismo... ¿Te estás volviendo un Creyente de Sótano gallina, que ofrece la otra mejilla y gimotea pidiendo perdón? ¿Qué es lo que me estás haciendo, Olivia? Necesito fuerza, no cobardía... No obstante, apartó los ojos cuando echó afuera el cadáver.

Trece
  • TODAS LAS PERSONAS DE LAS QUE SE TENGA NOTICIA QUE SE HALLEN EMPLEADAS POR FOURMYLE DE CERES O ASOCIADAS CON EL MISMO EN CUALQUIER CAPACIDAD DEBEN SER DETENIDAS E INTERROGADAS. Y-Y DE INTELIGENCIA CENTRAL.
  • TODOS LOS EMPLEADOS DE ESTA COMPAÑÍA DEBEN MANTENER UNA VIGILANCIA ESTRICTA PARA DESCUBRIR A FOURMYLE DE CERES, E INFORMAR INMEDIATAMENTE AL SEÑOR PRESTO LOCAL. PRESTEIGN.
  • TODOS LOS CORREOS ABANDONARÁN SUS MISIONES ACTUALES Y SE PRESENTARÁN PARA SER REASIGNADOS AL CASO FOYLE. DAGENHAM.
  • SE DECLARARÁ INMEDIATAMENTE UN CIERRE DE LOS BANCOS INVOCANDO LA CRISIS DE GUERRA PARA IMPEDIR EL ACCESO DE FOURMYLE A SUS FONDOS. Y-Y DE INTELIGENCIA CENTRAL.
  • CUALQUIERA QUE TRATE DE AVERIGUAR ALGO ACERCA DE LA NAVE «VORGA» DEBE SER LLEVADO AL CASTILLO PRESTEIGN PARA SER EXAMINADO. PRESTEIGN.
  • TODOS LOS PUERTOS Y CAMPOS DE LOS PLANETAS INTERIORES TIENEN QUE ESTAR ALERTA PARA LA POSIBLE LLEGADA DE FOURMYLE. LOS ENCARGADOS DE LA CUARENTENA Y ADUANAS COMPROBARÁN TODAS LAS NAVES QUE ATERRICEN. Y-Y DE INTELIGENCIA CENTRAL.
  • LA VIEJA ST. PATRICK DEBE SER REGISTRADA Y VIGILADA. DAGENHAM.
  • QUE SE COMPRUEBEN LOS ARCHIVOS DE BO'NESS & UIG EN BUSCA DE LOS NOMBRES DE LOS OFICIALES Y TRIPULANTES DEL «VORGA» PARA ANTICIPAR, SI ES POSIBLE, EL SIGUIENTE MOVIMIENTO DE FOYLE. PRESTEIGN.
  • LA COMISIÓN DE CRÍMENES DE GUERRA DEBERÁ INCLUIR EL NOMBRE DE FOYLE COMO EL PRIMERO EN LA LISTA DE ENEMIGOS PÚBLICOS. Y-Y DE INTELIGENCIA CENTRAL.
  • SE OFRECE UNA RECOMPENSA DE 1 000 000 DE CRÉDITOS POR CUALQUIER INFORMACIÓN QUE LLEVE A LA CAPTURA DE FOURMYLE DE CERES, ALIAS GULLYVER FOYLE, ALIAS GULLY FOYLE, FUGITIVO EN LOS PLANETAS INTERIORES. ¡PRIORIDAD!

Tras dos siglos de colonización, la lucha por el aire era aún tan crítica en Marte que la Ley L-V, Ley de Linchamiento por Ofensas a la Vegetación, seguía en vigencia. Era un crimen castigable con la muerte el poner en peligro o destruir cualquier planta vital para la transformación de la atmósfera de bióxido de carbono de Marte en una de oxígeno. Aun las más mínimas hojas de hierba eran sagradas. No había ninguna necesidad de colocar letreros: PROHIBIDO PISAR EL CÉSPED. Un hombre que se alejase de un sendero a través de un prado era fusilado instantáneamente. Una mujer que arrancase una flor era ajusticiada en el acto. Dos siglos de muerte repentina habían inspirado una reverencia hacia las cosas verdes que crecían, que casi llegaba a ser una religión.

Foyle recordó esto mientras corría por el centro de la pista que llevaba hacia el Saint Michèle de Marte. Había jaunteado directamente desde el puerto de Sirte hasta la plataforma de Saint Michèle al pie de la pista que se extendía por medio kilómetro a través de los verdes campos hasta el Saint Michèle de Marte. El resto de la distancia tenía que ser cubierta a pie.

Al igual que el original Mont Saint Michèle en la costa francesa, su copia de Marte era una majestuosa catedral gótica cuyas espiras y torres se alzaban sobre una colina elevándose hacia el cielo. Las olas del océano rodeaban el Mont Saint Michèle de la Tierra. Las olas verdes de la hierba rodeaban el Saint Michèle de Marte. Ambos eran fortalezas. Mont Saint Michèle había sido una fortaleza de la fe antes de que se aboliera la religión organizada. El Saint Michèle de Marte era una fortaleza de la telepatía. En su interior vivía el único telépata completo de Marte: Sigurd Magsman.

—Y éstas son las defensas que protegen a Sigurd Magsman —canturreó Foyle en una mezcla de histeria y letanía—:
Primus
, el Sistema Solar;
secundus
, la ley marcial;
tertius
, Dagenham, Presteign y Compañía;
quartus
, la fortaleza en sí misma;
quintus
, los guardias uniformados, asistentes, sirvientes y admiradores de ese sabio barbudo al que todos conocemos tan bien: Sigurd Magsman, que vende sus asombrosos poderes por asombrosos precios... —Foyle rió sin moderación.

—Pero hay un
sextus
que yo conozco: el talón de Aquiles de Sigurd Magsman... por el que he pagado un millón de créditos a Sigurd III... ¿o era IV?

Pasó a través del laberinto exterior del Saint Michèle marciano con sus documentos falsificados, y se sintió tentado de ganar una audiencia con el mismo Gran Hombre mediante un farol o bien con una acción de comando; pero tenía poco tiempo y sus enemigos se acercaban, y no podía perder tiempo satisfaciendo su curiosidad. En lugar de esto, aceleró, restalló y se encontró en una humilde granja situada en el interior de un jardín vallado en el recinto del Saint Michèle marciano. Tenía unas ventanas oscuras y un techo de paja y se la podría haber confundido con un establo. Foyle entró en el interior.

La granja era un jardín de infancia. Tres placenteras ayas se sentaban inertes en mecedoras, con las manos heladas en el punto que hacían. La sombra desdibujada que era Foyle llegó por detrás de ellas y silenciosamente las inyectó con ampollas. Entonces desaceleró. Contempló al viejo, viejo niño; el arrugado y marchito muchacho que estaba sentado en el suelo jugando con trenes electrónicos.

—Hola, Sigurd —dijo Foyle.

El niño comenzó a llorar.

—¡Llorón! ¿De qué tienes miedo? No voy a hacerte daño.

—Eres un hombre malo con una cara mala.

—Soy tu amigo, Sigurd.

—No, no lo eres. Quieres que haga cosas ma... malas.

—Soy tu amigo. Mira, lo sé todo acerca de esos grandes hombres peludos que se hacen pasar por ti, pero no lo contaré. Mira mi mente y lo verás.

—Vas a hacerle daño y quie... quieres que se lo diga.

—¿A quién?

—Al hombre capitán. Al Ski... Skot... —El niño se confundió con la palabra, llorando más fuerte—. Vete. Eres malo. Tienes la maldad en la cabeza y hombres ardiendo y...

—Ven aquí, Sigurd.

—No. ¡Aya! ¡A-ya!

—¡Cierra la boca, bastardo!

Foyle agarró al niño de setenta años y lo agitó.

—Ésta va a ser una experiencia nueva para ti, Sigurd. La primera vez que te obligan a hacer algo. ¿Lo entiendes?

El viejo niño leyó su mente y aulló.

—¡Cállate! Vamos a hacer un viaje a la Colonia Skoptsy. Si te portas bien y haces lo que se te diga, te devolveré sano y salvo aquí y te daré un caramelo o lo que usen para premiarte. Si no te portas bien, te daré una paliza que te deslomará.

—No, no lo harás... no lo harás. Soy Sigurd Magsman. Soy Sigurd el telépata. No te atreverás.

—Hijito, soy Gully Foyle, el Enemigo Solar Número Uno. Estoy a tan sólo un paso del fin de una persecución que ha durado un año... Estoy arriesgando el cuello porque necesito arreglar cuentas con un hijo de puta que... hijito, soy Gully Foyle. No hay nada a lo que no me atreva.

El telépata comenzó a emitir terror en una tal intensidad que las alarmas sonaron en todo el Saint Michèle de Marte. Foyle aferró fuertemente al viejo niño, aceleró y lo sacó de la fortaleza. Entonces jaunteó.

URGENTE. SIGURD MAGSMAN RAPTADO POR UN HOMBRE TENTATIVAMENTE IDENTIFICADO COMO GULLIVER FOYLE, ALIAS FOURMYLE DE CERES, ENEMIGO SOLAR NUMERO UNO. DESTINO TENTATIVAMENTE FIJADO. ALERTEN A LA BRIGADA DE COMANDOS. INFORMEN A INTELIGENCIA CENTRAL. ¡URGENTE!

La antigua secta Skoptsy de la Rusia Blanca, creyendo que el sexo era la raíz de todo el mal, practicaba atroces autocastraciones para extirpar dicha raíz. Los Skoptsys modernos, creyendo que la sensación era la raíz de todo mal, practicaban una costumbre aún más bárbara. Habiendo logrado entrar en la Colonia Skoptsy, y pagado una fortuna por ese privilegio, los iniciados se sometían alegremente a una operación en la que les era extirpado el sistema nervioso sensorial y vivían el resto de sus días sin vista, oído, olfato, gusto, tacto ni habla.

Cuando entraban por primera vez en el monasterio, a los iniciados se les mostraba elegantes celdas de marfil en las que se les hacía pensar que pasarían el resto de sus vidas en excelsa contemplación, amorosamente cuidados. En la realidad, las inertes criaturas eran encajonadas en catacumbas en las que se sentaban sobre burdas losas de piedra y donde eran alimentadas y ejercitadas una vez por día. Durante veintitrés de las veinticuatro horas del día permanecían solas, sentadas en la oscuridad, desatendidas, descuidadas y olvidadas.

—Los muertos vivos —murmuró Foyle. Desaceleró, dejó en el suelo a Sigurd Magsman y conectó la luz retinal de sus ojos, tratando de perforar aquella oscuridad de matriz. En la superficie era medianoche. Siempre era medianoche en las catacumbas. Sigurd Magsman estaba emitiendo terror y angustia con tales rebuznos telepáticos que Foyle se vio obligado a sacudirlo de nuevo.

—¡Cállate! —susurró—. No puedes despertar a estos muertos. Ahora, encuéntrame a Lindsey Joyce.

—Están enfermos... muy enfermos... como con gusanos en sus cabezas... gusanos y enfermedad y...

—¡Cristo! ¿Crees que no lo sé? Vamos, acabemos con esto. Aún habrá cosas peores después.

Bajaron por el tortuoso laberinto de las catacumbas. Las losas de piedra se escalonaban de suelo a techo. Los Skoptsys, blancos como babosas, mudos como cadáveres, inertes como Budas, llenaban las cavernas con el olor de la muerte en vida. El niño telépata lloraba y aullaba. Foyle no relajaba por un momento su apretón sobre él; jamás relajaba su persecución.

—Johnson, Bright, Keeley, Graff, Nastro, Underwood... Dios, hay millares aquí —Foyle leía las placas de identificación de bronce pegadas a las losas de piedra—. Búscalo, Sigurd, encuéntrame a Lindsey Joyce. No podemos buscarlo nombre a nombre. Regal, Coney, Brady, Vincent... ¿Qué demonios...?

Foyle se echó hacia atrás. Una de las blanquecinas figuras le había tocado. Se estaba agitando y estremeciendo, con el rostro contorsionado. Todas las babosas blancas se estaban agitando y estremeciendo en sus losas. La emisión telepática constante de angustia y terror de Sigurd Magsman estaba penetrándoles y torturándoles.

—¡Cállate! —saltó Foyle—. Basta ya. Encuentra a Lindsey Joyce y saldremos de aquí. Búscalo con la mente.

—Ahí abajo. Sigurd lloraba. Justamente ahí abajo. Siete, ocho, nueve estantes abajo. Quiero ir a casa. Me encuentro mal. Me...

Foyle bajó por las catacumbas con Sigurd, leyendo las placas de identificación, hasta que al fin llegó a: LINDSEY JOYCE, BOUGAINVILLE. VENUS.

Éste era su enemigo, el instigador de su muerte y de las muertes de los seiscientos de Calisto. Éste era el enemigo para el que había planeado su venganza y al que había perseguido durante meses. Éste era el enemigo para el que había preparado la agonía del almacén de babor en su nave. Éste era Vorga. Era una mujer.

Foyle se sintió como alcanzado por un rayo. En estos días de los estándars dobles, en los que las mujeres eran guardadas en los serrallos, se daban muchos casos de mujeres que se hacían pasar por hombres para entrar en los universos cerrados para ellas, pero nunca había oído hablar de una mujer en la marina mercante... logrando recorrer todo el camino hasta el grado de capitán.

—¿Esto? —exclamó furioso—. ¿Esto es Lindsey Joyce? ¿Lindsey Joyce del Vorga? Pregúntaselo.

—No sé lo que es el Vorga.

—¡Pregúntaselo!

—Pero no sé... ella... ella daba órdenes.

—¿Capitán?

—No me gusta lo que hay en su interior. Es todo enfermedad y oscuridad. Duele. Quiero ir a casa.

—Pregúntale. ¿Era el capitán del Vorga?

—Sí. Por favor, por favor, por favor. No me haga entrar otra vez en su interior. Es retorcida y me hace daño. No me gusta.

—Dile que soy el hombre que no quiso recoger el dieciséis de septiembre del dos mil cuatrocientos treinta y seis. Dile que me ha llevado mucho tiempo pero que finalmente he venido a arreglar cuentas. Dile que me las va a pagar.

—No comprendo. No... comprendo.

—Dile que voy a matarla, lenta y cruelmente. Dile que tengo una bodega en mi nave, preparada justamente como el armario del Nomad en el que yo me pudrí por seis meses... donde ella ordenó al Vorga que me dejase para morir. Dile que ella se va a pudrir y morir igual que yo. ¡Díselo! —Foyle sacudió furioso al arrugado niño—. Haz que lo sienta. No dejes que escape volviéndose Skoptsy. Dile que la mataré de mala manera. ¡Mira mi mente y díselo!

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