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Authors: Alfred Bester

Las Estrellas mi destino (29 page)

BOOK: Las Estrellas mi destino
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Pero Y'ang-Yeovil había girado sobre sus talones y estaba corriendo desesperado por un corredor, gritando:

—¡Robin! ¡Robin! ¡Detente! ¡Detente!

Y, entonces, sus oídos fueron golpeados por el rugir del trueno.

Quince

Como anillos que se extienden por un estanque, la Voluntad y la Idea se propagaron, buscando, tocando y desplazando el delicado control subatómico del Piros. El pensamiento encontró partículas, polvo, humo, vapor, micelas, moléculas. La Voluntad y la Idea las transformaron.

En Sicilia, en donde el Dott Franco Torre había trabajado durante un mes agotador tratando de descubrir el secreto de una cápsula del Piros, los residuos y los precipitados habían sido vertidos por una cloaca que llevaba al mar. Durante muchos meses las corrientes del Mediterráneo habían llevado esos residuos a lo ancho del fondo marino. En un instante una gibosa montaña de agua que se alzaba quince metros recorrió el camino de las corrientes, por el noreste hacia Cerdeña y por el suroeste hasta Trípoli. En un microsegundo la superficie del Mediterráneo fue levantada como por un gigantesco gusano horadador que hubiese recorrido los alrededores de las islas de Pantelleria, Lampedusa, Linosa y Malta.

Algunos de los residuos habían sido quemados; se habían alzado por la chimenea con el humo y el vapor para flotar centenares de kilómetros antes de depositarse. Esas diminutas partículas habían caído en Marruecos, Argelia, Libia y Grecia, donde se produjeron explosiones localizadas increíblemente diminutas e intensas. Y algunas motas, aún flotando en la estratosfera, revelaron su presencia con brillantes resplandores como estrellas diurnas.

En Texas, donde el Prof. John Mantley había tenido la misma experiencia con el Piros, la mayor parte de los residuos habían sido decantados por el orificio de un antiguo pozo petrolero que era usado ahora para recoger desperdicios radiactivos. Un estrato acuoso profundo había absorbido bastante de la materia y la había desparramado lentamente por un área de unos veinte kilómetros cuadrados. Veinte kilómetros cuadrados de las llanuras de Texas temblaron y quedaron agrietados. Un vasto depósito, no descubierto, de gas natural, halló al fin un escape y surgió aullando a la superficie, donde chispas de las piedras que saltaban lo prendieron, convirtiéndolo en una rugiente antorcha de sesenta metros de alto.

Un miligramo del Piros, depositado en un disco de papel de filtro hacía tiempo, tirado, olvidado, recogido en un almacén de desperdicios de papel y finalmente convertido en pulpa y en el molde de impresión, destruyó toda la edición nocturna del Glasgow Observer. Un fragmento de Piros recogido por un trapo de laboratorio, convertido hacía tiempo en papel recuperado, destruyó una nota de agradecimiento escrita por Lady Shrapnel y adicionalmente eliminó una tonelada de correo urgente en el proceso.

Un puño de camisa, inadvertidamente embebido en una solución ácida de Piros, hacía tiempo abandonada y ahora utilizada bajo un abrigo de armiño por un asaltjaunteante, destruyó la mano y muñeca del mismo en una feroz amputación. Un decimiligramo del Piros, aún adherido a una antigua probeta de destilación ahora usada como cenicero, inició un fuego que quemó la oficina de un tal Baker, tratante en monstruos y suministrador de fenómenos.

A lo largo y ancho del planeta se produjeron explosiones aisladas, cadenas de explosiones, trazas de fuego, puntos de fuego, destellos meteóricos en el cielo, grandes cráteres y estrechos canales arados en la tierra, explosionados en la tierra, vomitados por la tierra.

En el Viejo Saint Pat, casi un decigramo del Piros estaba expuesto en el laboratorio de Fourmyle. El resto estaba cerrado en su caja fuerte de isótopo inerte de plomo, protegido de toda ignición por psicoquinesis, accidental o intencionada. El cegador destello de la energía generada por aquel decigramo hizo volar las paredes y abrió los suelos como si un terremoto interno hubiera convulsionado el edificio. Los contrafuertes sostuvieron los pilares durante una fracción de segundo, y luego se desplomaron. Cayeron las torres, las espiras, los pilares, los contrafuertes y el techo, en una atronadora avalancha, para quedar balanceándose sobre el abierto cráter del suelo en un amontonado y precario equilibrio. Un soplo de viento, una vibración distante, y el colapso continuaría hasta que el cráter quedase repleto por los escombros pulverizados.

El calor de la explosión, similar al de una estrella, prendió un centenar de fuegos y fundió el antiguo grueso cobre del desplomado techo. Si otro miligramo más del Piros hubiese estado expuesto a la detonación, el calor habría sido lo bastante intenso como para vaporizar el metal inmediatamente. En lugar de esto, ardió al rojo blanco y comenzó a fluir. Manó de los restos del desplomado techo y comenzó a buscar su camino hacia abajo por entre las apiladas piedras, madera, hierro y cristal, como algún monstruoso musgo fundido que se arrastrase sobre una tela de araña embrollada.

Dagenham y Y'ang-Yeovil llegaron casi simultáneamente. Un momento más tarde apareció Robin Wednesbury y luego Jisbella McQueen. Una docena de agentes de Inteligencia y seis correos de Dagenham llegaron junto con la Guardia Jaunteante de Presteign y la policía. Formaron un cordón alrededor de la ardiente manzana, pero había pocos espectadores. Tras el terror del ataque de la víspera de Año Nuevo, aquella explosión solitaria había asustado a medio Nueva York, que jaunteó en busca de la seguridad.

El alboroto del fuego era aterrador, y el crujir masivo de toneladas de restos en inestable equilibrio era ominoso. Se veían obligados a gritar y sin embargo tenían miedo de las vibraciones. Y'ang-Yeovil aulló las noticias acerca de Foyle y Sheffield al oído de Dagenham. Dagenham asintió y mostró su mortífera sonrisa.

—¡Tendremos que entrar! —gritó a su vez.

—¡Trajes ignífugos! —gritó Y'ang-Yeovil.

Desapareció y volvió a aparecer con un par de trajes blancos de los Equipos de Rescate. Al verlos, Robin y Jisbella comenzaron a chillar histéricas objeciones. Los dos hombres las ignoraron, penetrando en el interior de las armaduras de isómeros inertes y arrastrándose al infierno.

En el interior del Viejo Saint Pat era como si una monstruosa mano hubiese aplastado madera, piedra y metal. A través de cada intersticio se arrastraban lenguas de cobre fundido, goteando lentamente, prendiendo la madera, derrumbando la piedra, astillando el vidrio. Donde fluía, el cobre simplemente brillaba, pero donde caía desparramaba brillantes gotitas de metal al rojo blanco.

Bajo el montón se abría un negro cráter en el lugar en que antes había estado el suelo de la catedral. La explosión había rasgado las losas, revelando los sótanos, subterráneos y bóvedas situados muy por debajo del edificio. Todos ellos estaban también repletos por montones de piedras, vigas, tubos, alambres, los restos de las tiendas del Circo Fourmyle; también estaban iluminados por pequeños fuegos. Luego las primeras gotas de cobre cayeron al interior del cráter, iluminándolo con un brillante chapoteo fundido.

Dagenham golpeó el hombro de Y'ang-Yeovil para atraer su atención y señaló. A mitad de distancia en la profundidad del cráter, en medio de los montones, se hallaba el cuerpo de Regis Sheffield, despedazado por la explosión. A su vez Y'ang-Yeovil golpeó el hombro de Dagenham y señaló. Casi en la profundidad del cráter yacía Gully Foyle, y cuando las cegadoras salpicaduras del cobre fundido lo iluminaron vieron que se movía. Los dos hombres se volvieron al instante y se arrastraron fuera de la catedral para una conferencia.

—Está vivo.

—¿Cómo es posible?

—Puedo imaginármelo. ¿Vio los jirones de una tienda tirados cerca de él? Debió de producirse una explosión extraña en el otro extremo de la catedral, y las tiendas de en medio le sirvieron de protección a Foyle. Entonces se desplomó a través del suelo antes de que cualquier otra cosa pudiera alcanzarle.

—Es posible. Tenemos que sacarlo. Es la única persona que sabe dónde está el Piros.

—¿Estará aún ahí... sin estallar?

—Sí, si está en la caja fuerte de IIP. Esa materia es inerte a cualquier estímulo. No se preocupe de esto ahora. ¿Cómo lo vamos a sacar?

—Bueno, no podemos trabajar desde aquí arriba.

—¿Por qué no?

—¿No resulta obvio? Un paso en falso y todo ese lío se desplomará.

—¿Vio cómo fluía ese cobre?

—¡Dios mío, sí!

—Bueno, si no lo sacamos en menos de diez minutos, se encontrará bajo un estanque de cobre fundido.

—¿Qué podemos hacer?

—Tengo un plan loco.

—¿Cuál es?

—Los sótanos del antiguo edificio de la RCA al otro lado de la calle son tan profundos como los de Saint Pat.

—¿Y?

—Bajaremos a ellos y trataremos de hacer un agujero. Quizá podamos sacar a Foyle por allí.

Un pelotón entró en los antiguos edificios de la RCA, abandonados y sellados desde hacía dos generaciones. Bajaron a las arcadas del sótano, polvorientos museos de los pequeños comercios de los siglos anteriores. Localizaron los antiguos pozos de los ascensores y descendieron a través de ellos hasta los subterráneos repletos de instalaciones eléctricas, plantas de calefacción y sistemas de refrigeración. Bajaron hasta los pozos colectores, metidos hasta la cintura en el agua de los arroyos de la prehistórica isla de Manhattan, arroyos que aún corrían bajo las calles que los cubrían.

Mientras vadeaban los pozos colectores, caminando hacia el este-noroeste para acercarse a las bóvedas de Saint Pat, descubrieron repentinamente que la estigia oscuridad era iluminada por un feroz chisporroteo allá adelante. Dagenham chilló y corrió. La explosión que había reventado los subterráneos de Saint Pat había cuarteado los tabiques entre sus bóvedas y los edificios de la RCA. A través de una irregular fisura en las piedras y rocas podían contemplar el fondo del infierno.

A quince metros de distancia se hallaba Foyle, atrapado en un laberinto de vigas retorcidas, piedras, tumbas, tubos, metal y alambres. Estaba iluminado por el rugiente brillo de arriba y las llamas de su alrededor. Sus ropas estaban ardiendo y el tatuaje aparecía lívido en su rostro. Se movía débilmente, como un animal asombrado en un laberinto.

—¡Dios mío! —exclamó Y'ang-Yeovil—. ¡El Hombre Ardiente!

—¿Qué?

—El Hombre Ardiente que vi en las Escaleras Españolas. No se preocupe de eso. ¿Qué podemos hacer?

—Entrar, naturalmente.

Un brillante goterón de cobre rezumó repentinamente cerca de Foyle y salpicó a tres metros bajo él. Fue seguido por un segundo, un tercero, un lento y constante chorro. Se comenzó a formar un charco. Dagenham y Y'ang-Yeovil cerraron las placas faciales de sus armaduras y se arrastraron a través de la fisura en el tabique. Tras tres minutos de agonizantes intentos se dieron cuenta de que no podrían atravesar el laberinto hasta Foyle. Estaba cerrado al exterior pero no desde el interior. Dagenham y Y'ang-Yeovil se echaron hacia atrás para conferenciar.

—No podemos llegar hasta él —chilló Dagenham—. Pero él puede salir.

—¿Cómo? Obviamente no puede jauntear, o no estaría ahí.

—No, pero puede subir. Mire. Va hacia la izquierda, entonces hacia arriba, se echa hacia atrás, da una vuelta por aquella viga, se desliza bajo ella y empuja esa maraña de alambres. Los alambres no pueden ser empujados hacia adentro, que es la razón por la que no podemos llegar hasta él. Pero sí pueden ser empujados hacia afuera, que es la razón por la que sí puede salir. Es una puerta de un solo sentido.

El charco de cobre fundido se arrastraba hacia Foyle.

—Si no sale pronto, se asará vivo.

—Tendremos que hablar con él... decirle qué es lo que ha de hacer.

Los hombres comenzaron a gritar:

—¡Foyle! ¡Foyle! ¡Foyle!

El Hombre Ardiente continuó moviéndose débilmente en el laberinto. Se incrementó el goteo del cobre chisporroteante.

—¡Foyle! Vaya a la izquierda. ¿Puede oírme? ¡Foyle! Vaya a la izquierda y suba. Podrá salir si me escucha. Vaya a la izquierda y suba. Luego... ¡Foyle!

—No nos escucha. ¡Foyle! ¡Gully Foyle! ¿Puede oírnos?

—Mande a buscar a Jiz. Tal vez la escuche a ella.

—No, a Robin. Le telemitirá. Tendrá que escucharla.

—¿Pero querrá hacerlo ella? ¿Salvarlo a él?

—Tendrá que hacerlo. Esto es más importante que el odio. Es la cosa más grande con la que el mundo jamás se ha encontrado. Iré a buscarla.

—Y'ang-Yeovil comenzó a arrastrarse hacia afuera. Dagenham lo detuvo.

—Espere, Yeo. Mírelo. Está fluctuando.

—¿Fluctuando?

—¡Mire! Está parpadeando como una luciérnaga. ¡Fíjese! Se le ve y luego desaparece.

La figura de Foyle estaba apareciendo, desapareciendo y reapareciendo en rápida sucesión, como una luciérnaga atrapada en una trampa llameante.

—¿Qué es lo que hace ahora? ¿Qué trata de conseguir? ¿Qué sucede?

Estaba tratando de escapar. Como una luciérnaga atrapada o algún pájaro marino apresado por el brasero ardiente del destello desnudo de un faro, estaba agitándose, frenético... una criatura quemada y ennegrecida abalanzándose hacia lo desconocido.

El sonido le llegaba como visión, como luz en extrañas tramas. Vio el sonido de su nombre gritado en brillantes ritmos:

El movimiento le llegaba como sonido. Escuchaba el agitarse de las llamas, oía los torbellinos del humo, entendía las parpadeantes sombras... todas ellas hablando atronadoramente en extrañas lenguas:

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