Las llanuras del tránsito (16 page)

BOOK: Las llanuras del tránsito
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Jondalar montó en Corredor mientras ella apartaba la cuerda y después se instalaba a lomos de Whinney.

–¿Es una inclinación natural del caballo permitirte que montes sobre su lomo? –preguntó Ayla.

–Ayla, creo que no es lo mismo –dijo Jondalar mientras comenzaban a alejarse del campamento, cabalgando uno al lado del otro–. Los caballos comen pasto, no carne, y me parece que por naturaleza tienden más a evitar los problemas. Cuando ven a extraños, o algo que parezca amenazador, prefieren huir. Un corcel quizá luche con otro caballo en ciertas ocasiones, o se enfrente a algo que le amenaza directamente, pero Corredor y Whinney optan por alejarse ante una situación anormal. En cambio, Lobo adopta una actitud defensiva. Se muestra mucho más dispuesto a combatir.

–Jondalar, también huiría si nosotros escapásemos con él. Adopta esa actitud defensiva porque está protegiéndonos. Y, en efecto, come carne, y podría matar a un hombre, pero no lo hace. Y no creo que lo haga, a menos que suponga que uno de nosotros está amenazado. Los animales pueden aprender, exactamente como las personas. Su inclinación natural no es considerar que las personas y los caballos son su «manada». Incluso Whinney aprendió cosas que no habría aprendido si hubiese vivido con otros caballos. ¿Acaso es natural que un caballo considere amigo a un lobo? Hasta tuvo por amigo a un león de las cavernas. ¿Es eso una inclinación natural?

–Tal vez no –dijo Jondalar–, pero no sabes cómo me preocupé cuando Bebé apareció en la Reunión de Verano y tú te acercaste a él sin vacilar, montada en Whinney. ¿Cómo sabías que te recordaría? ¿O que recordaría a Whinney? ¿O que Whinney lo recordaría a él?

–Crecieron juntos. Bebé..., quiero decir que Bebé...

La palabra que ella usó significaba «niño de mantilla», pero tenía un sonido y una inflexión extraños, a diferencia de todas las lenguas que ella y Jondalar solían utilizar; una pronunciación áspera y gutural, como si el sonido hubiese brotado de la garganta. Jondalar era incapaz de reproducirlo, ni siquiera de emitir algo parecido; era una del número relativamente reducido de palabras habladas de la lengua del clan. Aunque ella la había pronunciado con frecuencia suficiente como para que él pudiera reconocerla, Ayla había adoptado la costumbre de traducir inmediatamente las palabras de la lengua del clan que a veces empleaba, para facilitar las cosas. Cuando Jondalar aludió al león que Ayla había criado desde que era cachorro, utilizó la forma traducida del nombre que ella le había enseñado, pero en todo caso siempre le había parecido incongruente que un gigantesco león de las cavernas macho se llamase «Bebé».

–Bebé era... un cachorro cuando lo encontré, un animalito muy pequeño. Ni siquiera estaba destetado. Le habían golpeado en la cabeza, creo que un ciervo lanzado a la carrera, y estaba medio muerto. Por eso su madre le abandonó. También para Whinney fue como un cachorrito. Ella me ayudó a cuidarlo; era muy divertido cuando empezaron a jugar juntos, y sobre todo cuando Bebé se deslizaba cautelosamente y trataba de atrapar la cola de Whinney. Sé que hubo veces en que ella la movía a propósito frente al hocico de Bebé. O cada uno aferraba el extremo de un cuero y trataba de quitárselo al otro. Ese año perdí infinidad de cueros, pero me divertí mucho.

La expresión de Ayla adquirió un aire reflexivo.

–Antes nunca había sabido lo que era reír. La gente del clan no reía con voz fuerte. No hacía ruidos innecesarios, y los sonidos altos generalmente representaban avisos. Y ése que te gusta, mostrando los dientes, y que llamamos sonrisa, lo usaban para indicar que estaban nerviosos, o para adoptar una actitud protectora y defensiva, o con ciertos ademanes de la mano para sugerir una amenaza. Para ellos no era una expresión feliz. No les agradaba cuando yo era pequeña que sonriera o riese, de modo que aprendí a evitarlo dentro de lo posible.

Cabalgaron un rato junto al borde del río, sobre una zona ancha y lisa de grava.

–Mucha gente sonríe cuando está nerviosa, y cuando se encuentra con extraños –dijo Jondalar–, la intención no es defenderse o amenazar. Creo que la sonrisa está destinada a demostrar que uno tiene miedo.

Ayla cabalgaba delante de Jondalar y ahora se inclinó hacia un costado para indicar a su caballo la necesidad de rodear unos matorrales que crecían junto a un arroyuelo que iba a desaguar en el río. Después de que Jondalar ideara el freno que usaba para guiar a Corredor, también Ayla comenzó a usar uno para emplearlo ocasionalmente con Whinney, o para atarla cuando deseaba mantenerla en el mismo sitio; pero aunque la yegua lo llevara puesto, Ayla nunca lo usaba mientras cabalgaba. La primera vez que montó sobre el lomo de la yegua su intención no había sido entrenar al animal; el proceso de aprendizaje mutuo había sido gradual y al principio inconsciente. No obstante, tan pronto comprendió lo que estaba sucediendo, la mujer entrenó adrede a la yegua para que hiciera determinadas cosas, siempre en el marco de la profunda comprensión que existía entre ambas.

–Pero si una sonrisa está destinada a demostrar que se tiene miedo, ¿significa que no tienes nada que temer? ¿Que te sientes fuerte y nada temes? –preguntó Ayla, cuando los dos cabalgaron de nuevo a la par.

–En realidad, nunca había pensado en ello. Thonolan siempre sonreía y parecía muy seguro de sí mismo cuando conocía a otras personas, pero no siempre se sentía tan seguro como aparentaba. Trataba de inducir a la gente a pensar que no estaba asustado, de modo que tal vez se podría decir que era una especie de gesto defensivo, un modo de afirmar: «Soy tan fuerte que nada tengo que temer de ti».

–¿Y mostrar tu fuerza no es un modo de amenazar? Cuando Lobo muestra los dientes a los extraños, ¿no está mostrándoles su fuerza? –insistió Ayla.

–Quizá en las dos cosas haya algo que puede ser igual, pero hay mucha diferencia entre una sonrisa de bienvenida y Lobo mostrando los dientes y gruñendo.

–Sí, eso es cierto –reconoció Ayla–. Una sonrisa nos complace.

–O por lo menos nos alivia. Si te encuentras con un extraño y corresponde a tu sonrisa, eso significa generalmente que eres bien recibido, de forma que sabes cuál es el terreno que pisas. No todas las sonrisas están destinadas siempre a complacerte.

–Quizá sentirse aliviado sea el comienzo del sentimiento de felicidad –dijo Ayla.

Cabalgaron en silencio un rato. Después, la mujer continuó:

–Creo que hay algo análogo en una persona que sonríe como saludo cuando se siente nerviosa frente a los extraños, y las gentes del clan que en su lengua hacen el gesto de mostrar los dientes para expresar nerviosismo o para sugerir una amenaza. Y cuando Lobo enseña sus dientes a los extraños, les amenaza porque se siente nervioso y adopta una actitud protectora.

–Entonces, cuando nos enseña los dientes a nosotros, puesto que somos su propia manada, se trata de su sonrisa –dijo Jondalar–. En ciertas ocasiones estoy convencido de que sonríe y sospecho que se burla de ti. Estoy seguro de que también te ama, pero el problema es que en su caso es natural que muestre los dientes y amenace a la gente a la que no conoce. Si él quiere protegerte, ¿cómo lograrás enseñarle para que permanezca quieto donde le ordenas, cuando tú no estás? ¿Cómo puedes enseñarle a que se abstenga de atacar a los extraños si él decide atacarlos? –La inquietud de Jondalar era seria. No estaba seguro de que llevar con ellos al animal fuera una buena idea. Lobo podía provocar muchos problemas–. Recuerda, los lobos atacan para conseguir su alimento; así los hizo la Madre. Lobo es un cazador. Puedes enseñarle muchas cosas, ¿pero cómo puedes enseñarle a un cazador que no cace? ¿Que no ataque a los extraños?

–Jondalar, tú eras un extraño al aparecer en mi valle. ¿Recuerdas cuando Bebé regresó para visitarme y se encontró contigo? –preguntó Ayla, mientras volvían a separarse y ascendían en fila india un barranco que se alejaba del río en dirección a la meseta. Jondalar sintió una oleada de calor, no precisamente de vergüenza, sino provocado más bien por el recuerdo de las intensas emociones experimentadas durante aquel encuentro. Nunca se había asustado tanto en su vida; en aquellos momentos estaba seguro de que moriría.

Tardaron algún tiempo en abrirse paso a lo largo del estrecho barranco, esquivando las piedras acumuladas durante las inundaciones de primavera, y las artemisas de tallo negro revivían con las lluvias y se secaban y parecían muertas cuando éstas cesaban. Jondalar recordó la ocasión en que Bebé regresó al lugar donde Ayla le había criado, y encontró a un extraño sobre la ancha repisa que se extendía frente a la pequeña caverna de la joven.

Ningún león de las cavernas era pequeño, pero Bebé era el más grande que él había visto en su vida, casi tan alto como Whinney, y más corpulento. Jondalar todavía estaba recuperándose del mal trato que el mismo león, o su compañera, le había infligido antes, el día en que él y su hermano se metieron como dos atolondrados en la madriguera de los animales. Fue el último episodio de la vida de Thonolan. Jondalar estaba convencido de que había llegado el final cuando el león de las cavernas rugió y se preparó para saltar. De pronto, Ayla se interpuso, alzando la mano para ordenarle que se detuviese, ¡y el león se detuvo! De no haber estado como petrificado, habría sido cómico observar cómo la enorme bestia se encogía y retrocedía para evitar a Ayla. Y cuando por fin fue capaz de reaccionar, vio que ella rascaba al gigantesco gato y jugaba con él.

–Sí, lo recuerdo –dijo, cuando llegaron a la meseta y de nuevo cabalgaron uno al lado del otro–. Todavía no sé cómo conseguiste que se detuviera en mitad de su ataque.

–Cuando Bebé no era más que un cachorro, su juego consistía en atacarme, pero cuando comenzó a crecer era demasiado corpulento y yo ya no podía jugar así con él. Era demasiado rudo. Tuve que enseñarle a obedecer cuando yo le ordenaba que parase –explicó Ayla–. Ahora tengo que enseñar a Lobo que no debe atacar a los extraños, y que ha de quedarse atrás si yo se lo ordeno. No sólo para evitar que hiera a la gente, sino también porque no deseo que los demás le hagan daño.

–Ayla, si alguien puede enseñárselo, eres tú –dijo Jondalar. Ayla había aclarado sus ideas, y si podía realizar su objetivo, sería más fácil viajar con Lobo; pero Jondalar todavía se preguntaba cuántas dificultades podría causarles el lobo. Había retrasado el cruce del río y destrozado a mordiscos varias cosas, si bien, al parecer, Ayla había resuelto también ese problema. No era que el animal no le cayese bien. Le agradaba. Era fascinante observar tan de cerca a un lobo, y Jondalar se sorprendía de que Lobo fuera tan cordial y afectuoso; pero había que dedicarle tiempo y atención, y, por otra parte, consumía provisiones. Los caballos necesitaban cuidados, pero Corredor respondía muy bien a Jondalar y ambos eran de gran ayuda. El viaje de regreso sería bastante difícil; no hacía falta agregar la carga de un animal que casi causaba tantas preocupaciones como un niño.

«Un niño hubiera sido un problema grave», pensó Jondalar mientras cabalgaba. «Sólo deseo que la Gran Madre Tierra no le dé un niño a Ayla antes de haber completado nuestro viaje de regreso. Si ya estuviésemos allí, bien instalados, sería diferente. En ese caso, podríamos pensar en los niños. Aunque, desde luego, nada podemos hacer al respecto, salvo encomendarnos a la Madre. ¿Cómo será tener un pequeño cerca?

»¿Y si Ayla tiene razón y los niños vienen de los placeres? Pero llevamos juntos algún tiempo y aún no veo signos de la llegada de los niños. Sin duda, Doni pone al niño dentro de la mujer, pero ¿qué sucede si la Madre decide que no le dará un niño a Ayla? Ya tuvo uno, aunque era mestizo. Después que Doni da un hijo, generalmente da más. Quizá se trate de mí. Me pregunto si Ayla podrá tener un niño que provenga de mi espíritu. ¿Podrá hacerlo una mujer cualquiera?

»He compartido los placeres y honrado a Doni con muchas mujeres. ¿Quizá alguna de ellas llegó a tener un niño comenzado por mí? ¿Cómo lo sabe un hombre? Ranec sabía. Su cutis era tan oscuro y sus rasgos tan peculiares que uno alcanzaba a ver su esencia en algunos de los niños que estaban en la Reunión de Verano. Yo no poseo ese cutis oscuro ni esos rasgos..., ¿o sí?

»¿Y qué sucedió cuando los cazadores hadumai se detuvieron aquí, haciendo un alto en el camino? Ese viejo Haduma deseaba que Noria tuviese un niño de ojos azules como los míos, y después de sus Primeros Ritos, Noria me dijo que tendría un hijo de mi espíritu, con mis ojos azules. Se lo había dicho Haduma. ¿Habrá tenido ese niño?

»Serenio creía que cuando yo partí quizá ella había quedado embarazada. Me pregunto si tuvo un hijo con ojos azules, del mismo color que los míos. Serenio tuvo un hijo, pero después nunca tuvo más, y Darvo era casi un joven. ¿Qué pensará ella de Ayla, o qué pensará Ayla de ella?

»Quizá no estaba embarazada. Tal vez la Madre aún no ha olvidado lo que yo hice, y éste es Su modo de decir que no merezco un niño ni tampoco un hogar. Pero Ella me devolvió a Ayla. Zelandoni siempre me dijo que Doni jamás me rehusaría nada de lo que yo le pidiese, pero me advirtió que pusiese cuidado en lo que pedía, porque, según dijo, lo conseguiría. Por eso me obligó a prometer que no la pediría a la Madre, cuando ella todavía era Zolena.

»¿Por qué alguien pedirá algo si no lo desea? En realidad, nunca entendía a los que hablaban con el mundo de los espíritus. Siempre tienen una sombra sobre su lengua. Solían decir que Thonolan era favorito de Doni cuando hablaban de su facilidad para llevarse bien con la gente. Y, por otra parte, afirman que hay que tener cuidado con los favores de la Madre. Si Ella favorece demasiado, no quiere que uno se aparte de Ella demasiado tiempo. ¿Por eso Thonolan murió? ¿La Gran Madre Tierra se lo llevó? ¿Qué significa realmente cuando dicen que Doni favorece a alguien?

»No sé si Ella me favorece o no. Pero ahora sé que Zolena adoptó la decisión precisa cuando decidió unirse a los zelandonii. Era también lo que convenía. Lo que hice estuvo mal, pero yo jamás habría realizado el viaje con Thonolan si ella no se hubiese convertido en zelandonii y jamás habría conocido a Ayla. Quizá Ella me favorece un poco, pero yo no quiero aprovecharme de su bondad hacia mí. Ya le he pedido que nos permita regresar sanos y salvos; no puedo pedirle que conceda a Ayla un hijo de mi espíritu, y sobre todo no puedo pedirlo ahora. Pero me gustaría saber si llegará a tener hijos».

Capítulo 6

Ayla y Jondalar se apartaron del río cuyo curso habían venido siguiendo, y desviándose hacia el oeste, en su rumbo general hacia el sur, avanzaban a través de la campiña. Llegaron al valle de otro ancho curso de agua que fluía en dirección oeste, para unirse, en un lugar del curso inferior, con el que acababan de dejar atrás. El valle era ancho, con una suave ladera cubierta de hierba que conducía a un río de aguas rápidas, cuyo curso atravesaba el centro de una planicie aluvial, salpicada de piedras de diferentes tamaños, desde grandes peñascos hasta fina grava arenosa. Excepto unas pocas matas de pasto y una ocasional hierba florecida, el camino rocoso formaba un terreno desnudo, privado de vegetación por el diluvio de la primavera.

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