Las llanuras del tránsito (81 page)

BOOK: Las llanuras del tránsito
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–Démonos prisa y partamos inmediatamente, de lo contrario se alejarán demasiado –dijo Ayla–. Debemos apilarlo todo en el bote redondo y..., no..., eso no es posible. –De pronto comprendió que, sin la yegua a la que tanto deseaba hallar, era imposible cargar todas las cosas y partir–. Corredor no sabe arrastrar las angarillas y, por tanto, no podemos llevarlas ni transportar el bote redondo. Ni siquiera podemos cargar el canasto de las alforjas que Whinney suele llevar.

–Y si queremos tener una mínima posibilidad de alcanzar a esa manada, deberemos cabalgar los dos en Corredor. Eso significa que tampoco podremos llevar su alforja. Tendremos que limitar nuestra carga a lo más indispensable –resumió Jondalar.

Callaron para asimilar la nueva situación en que les había puesto la desaparición de Whinney. Ambos comprendieron que debían adoptar algunas decisiones difíciles.

–Si llevamos únicamente las pieles para dormir y la manta que cubre el suelo, podemos usar ésta como una tienda baja. Las enrollamos todas y las colocamos sobre la grupa de Corredor –propuso Jondalar.

–Una tienda baja bastará –convino Ayla–. Es todo lo que llevábamos con los cazadores en nuestro clan. Usábamos una rama gruesa para sostener el frente, y piedras o huesos pesados que encontrábamos al paso para sujetar los bordes. –Recordó los tiempos en que ella y varias mujeres acompañaban a los hombres que salían de caza–. Las mujeres tenían que cargar con todo, excepto las lanzas, y era preciso andar deprisa para mantenernos a la par, de modo que llevábamos pocas cosas.

–¿Cómo piensas que podríamos arreglarnos? ¿Qué es lo que debemos hacer? –preguntó Jondalar, con expresión de curiosidad.

–Necesitaremos los elementos para encender el fuego y algunas herramientas. Un hacha para cortar la leña y romper los huesos de los animales que tengamos que descuartizar. También podemos quemar estiércol seco y pasto, pero nos hará falta algo para cortar los tallos. Un cuchillo para desollar animales y otro más afilado para cortar la carne... –comenzó a decir. Ayla recordaba no sólo las veces que había acompañado a los cazadores, sino la época en que viajaba sola, después de separarse del clan.

–Me pondré mi cinturón con las trabillas para llevar el hacha y mi cuchillo de mango de marfil –dijo Jondalar–. Tú también deberías usar el tuyo.

–Un palo de cavar siempre es útil, y podemos utilizarlo para sostener la tienda. Algunas ropas de abrigo por si hace verdadero frío, y protección especial para los pies –continuó la mujer.

–Un par suplementario de forros para las botas; es una buena idea. Túnicas y pantalones, manoplas de piel, y si es necesario, siempre podremos envolvernos en las pieles de dormir.

–Un recipiente o dos para el agua...

–También podemos sujetarlos de los cinturones, y si los atamos con cuerda suficiente para pasarla por encima del hombro, podemos llevarlos cerca del cuerpo si hace demasiado frío, porque de ese modo el agua no se congelará.

–Necesitaré mi saquito de medicinas, y quizá convenga que lleve los útiles de coser, no ocupan mucho espacio, y la honda.

–No olvides los lanzavenablos y las lanzas –agregó Jondalar–. ¿Crees que debería llevar mis herramientas para tallar el pedernal, o pedazos de pedernal, por si se rompe un cuchillo?

–Podemos llevar lo que deseemos, pero siempre que sea posible transportarlo a la espalda... o lo que cabría en un canasto si viajáramos a pie.

–Si alguien lleva algo a la espalda, creo que debo ser yo –dijo Jondalar–, pero no he traído el armazón para apoyar la alforja.

–No será complicado confeccionar una alforja con una de las albardas y un poco de cuerda o cuero, pero ¿cómo podré sentarme detrás de ti si cargas eso? –preguntó Ayla.

–Yo me sentaré detrás.... –Se miraron y sonrieron. Incluso tenían que decidir cómo montarían en Corredor, y ambos tenían su propia opinión al respecto. Jondalar advirtió que aquélla era la primera vez que Ayla había sonreído durante la mañana.

–Tendrás que guiar a Corredor y, por tanto, será necesario que yo vaya detrás –dijo Ayla.

–Puedo hacerlo aunque tú estés delante –dijo el hombre–; además, si estás detrás, sólo podrás ver mi espalda. No creo que te haga gracia la imposibilidad de ver lo que tienes enfrente, y es necesario que ambos estudiemos el rastro. Tal vez sea más difícil seguirlo en suelo duro o donde haya otras huellas que nos confundan, y tú eres buena rastreadora.

La sonrisa de Ayla se ensanchó.

–Tienes razón, Jondalar. Creo que no me sería posible soportar la búsqueda sin ver lo que me rodea.

Ayla advirtió que él se había preocupado ante la perspectiva de seguir el rastro dejado por los caballos, exactamente como le ocurría a ella, y que incluso había tenido en cuenta los sentimientos de su compañera. De pronto se le llenaron los ojos de lágrimas y el amor que sentía por él pareció desbordarla, en tanto las lágrimas empezaban a deslizarse por sus mejillas.

–No llores, Ayla. Encontraremos a Whinney.

–No lloro ahora por Whinney. Pensaba en lo mucho que te amo, y sin darme cuenta se me han saltado las lágrimas.

–Yo también te amo –dijo él, extendiendo la mano hacia la joven, mientras sentía un nudo en la garganta.

De pronto, ella cayó en brazos de Jondalar; y sollozó con la cabeza sobre el pecho del hombre. En ese momento sus lágrimas brotaban también por Whinney.

–Jondalar, tenemos que encontrarla.

–La encontraremos. Continuaremos buscando hasta que la encontremos. Y ahora, veamos cómo preparamos una alforja para mí. Tiene que servir para llevar los lanzavenablos y algunas lanzas, siempre que pueda sacarlos con facilidad.

–Lo solucionaremos, ya verás. Por supuesto, debemos llevar alimentos secos para el viaje –dijo Ayla, secándose los ojos con el dorso de la mano.

–¿Qué cantidad crees que necesitaremos? –preguntó Jondalar.

–Eso depende. ¿Cuánto tiempo nos ausentaremos?

El interrogante les indujo a reflexionar. ¿Cuántos días permanecerían lejos del campamento? ¿Y cuántos necesitarían para encontrar a Whinney y traerla de regreso?

–Probablemente necesitemos sólo unos pocos días para rastrear el rebaño y encontrarla, pero quizá haya que pensar que nos llevará medio ciclo lunar –dijo Jondalar.

–Eso es más de diez días, tal vez quince. ¿Crees que tardaremos tanto?

–No, no lo creo, pero es mejor que estemos preparados, por si acaso.

–El campamento no puede quedar abandonado tanto tiempo. Los animales lo destruirían todo..., los lobos, las hienas, los glotones o los osos... –Ayla rectificó–: Bueno, los osos no, porque están durmiendo, pero habrá otros. Devorarán la tienda, el bote redondo, todo lo de piel o cuero, y naturalmente los alimentos que conservamos. ¿Qué haremos con todo lo que dejamos aquí?

–Tal vez fuera conveniente que Lobo se quedara y vigilase el campamento –dijo Jondalar, frunciendo el entrecejo–. ¿Lo haría si tú se lo ordenases? De todos modos, está herido. ¿No sería mejor que no viajase?

–Sí, sería mejor para él, pero no se quedará. Obedecerá al principio, pero vendrá a buscarnos si no hemos regresado al cabo de un día o dos.

–Podríamos atarlo cerca del campamento...

–¡No! ¡Jondalar, el animal odiaría eso! –se indignó Ayla–. ¿Te gustaría que te obligaran a permanecer en un lugar donde tú no quisieras estar? Además, si los lobos u otros animales vinieran, podrían atacarlo, y él no estaría en condiciones de luchar o de huir. Tendremos que pensar en otra forma de proteger nuestras cosas.

Regresaron en silencio al campamento, Jondalar un poco irritado y Ayla inquieta, pero ambos sin dejar de pensar en cómo resolver el problema de lo que harían con sus pertenencias mientras se ausentaban. Cuando se aproximaban a la tienda, Ayla recordó algo.

–Tengo una idea –dijo–. Quizá podríamos guardarlo todo en la tienda y cerrarla. Todavía conservo un poco del repelente contra lobos que preparé para evitar que Lobo mordiera nuestras cosas. Puedo diluirlo y extenderlo sobre la tienda. Quizá ahuyente a algunos animales.

–Es posible, y el efecto podría durar algún tiempo, hasta que las lluvias lo eliminasen. En cualquier caso ganaríamos unos días; pero no salvaría la tienda de los animales que trataran de excavar bajo la tienda para introducirse en ella. –Jondalar hizo una pausa–. ¿Por qué no reunimos todas las cosas y las envolvemos con la tienda? Entonces, tú le aplicarías el repelente..., pero de ningún modo debemos dejar las cosas al aire libre.

–Si la eleváramos a cierta distancia del suelo, como hacemos con la carne... –dijo Ayla, y después, más entusiasmada, añadió–: Tal vez podríamos colgarla de las pértigas y cubrir éstas con el bote redondo, para evitar la acción de la lluvia.

–¡Es una idea estupenda! –exclamó Jondalar, aunque enseguida agregó en tono vacilante–: Pero un león de las cavernas puede derribar esas estacas, y lo mismo digo de una manada de lobos o de hienas audaces. –Miró alrededor, tratando de pensar, y vio un gran matorral de zarzas con largos vástagos sin hojas y abundancia de afiladas espinas que partían del centro–. Ayla –dijo–, ¿crees que podríamos atravesar esa zarza con las pértigas, atar los extremos a media altura, colocar encima el bulto de la tienda, y cubrirlo todo con el bote redondo?

En el rostro de Ayla se dibujó una amplia sonrisa al escuchar aquello.

–Creo –contestó– que podríamos cortar con cuidado algunos de esos vástagos, y a través de ellos clavar las pértigas y atarlas, colocarlo todo encima y después unir los extremos. Los animales pequeños aún podrían llegar a nuestras cosas, pero casi todos duermen ahora o permanecen en sus madrigueras, y esas espinas afiladas probablemente evitarán que se acerquen los animales más grandes. Incluso los leones no querrán clavárselas. Jondalar, ¡creo que eso servirá!

La elección de las pocas cosas que podrían llevar les exigió toda su atención. Decidieron agregar un pequeño pedernal suplementario y algunas herramientas esenciales para trabajarlo, así como un trozo de cuerda, cordeles y todos los alimentos que pudieran cargar. Cuando estaba revisando sus cosas, Ayla vio el cinturón especial y la daga de colmillo de mamut que Talut le había entregado en la ceremonia de adopción celebrada en el Campamento del León. El cinturón tenía finas cuerdas de cuero entrelazadas de tal modo que de ellas pudieran colgarse cosas, y en especial afianzar la daga, si bien servía asimismo para llevar muchos otros objetos útiles que tenían que estar al alcance de la mano.

Se ató el cinturón alrededor de las caderas, sobre la túnica exterior de piel, después extrajo la daga y la examinó, preguntándose si le convenía llevarla. Aunque tenía una punta muy aguda, era un objeto más ceremonial que práctico. El Mamut había usado una parecida para practicar una incisión en el brazo de Ayla y, a continuación, con la sangre así extraída, había hecho una marca en la placa de marfil que llevaba colgada del cuello, con lo cual incluía a Ayla en el pueblo de los mamutoi.

Ella había visto también una daga parecida que se usaba para tatuar, cuya punta cortaba finas líneas en la piel. Después se aplicaba a las heridas carbón de leña negro, de madera de fresno. Ignoraba que los fresnos elaboraban un antiséptico natural que impedía la infección, y era imposible que el Mamut que se lo había explicado supiera exactamente por qué era eficaz. Ayla sólo sabía que estaba firmemente convencida de que nunca debía usar otra cosa que madera de fresno quemada para ennegrecer la cicatriz cuando realizaba un tatuaje.

Ayla metió la daga de nuevo en la funda de cuero crudo, poniéndola a un lado. Después cogió otra funda de cuero que protegía la afilada hoja de pedernal del pequeño cuchillo con mango de marfil que Jondalar le había fabricado. La pasó por un nudo en su cinturón, y utilizó otro nudo para sostener el mango de la hachuela que también él le había proporcionado. La cabeza de piedra de la pequeña hacha estaba asimismo envuelta en cuero.

Supuso que nada impedía que el cinturón sostuviera el lanzavenablos. Luego agregó la honda y, finalmente, ató el bolso que contenía las piedras para aquélla. Notaba el peso de todos estos objetos, pero era un modo conveniente de llevar cosas cuando tenían que viajar con escaso bagaje. Añadió sus lanzas a las que Jondalar ya había depositado en el contenedor de la albarda.

Necesitaron más tiempo del previsto para decidir lo que iban a llevar y también para guardar todo lo que dejaban en el campamento. Ayla estaba inquieta por la demora, pero hacia el mediodía ya habían montado e iniciaban la marcha.

Cuando partieron, Lobo trotó al lado de Corredor, pero pronto se rezagó, sin duda porque sufría. Ayla se preocupó por él, porque no estaba segura de la distancia que sería capaz de recorrer ni de la velocidad que estaba en condiciones de desplegar; decidió que le permitiría seguirles a su aire, alcanzándoles, si no podía correr tanto, cuando ellos se detuvieran. Le angustiaba la inquietud que sentía por los dos animales, pero al menos Lobo estaba cerca, y a pesar de su herida, Ayla confiaba en que se recuperaría. En cambio, no sabía dónde estaba Whinney, su querida yegua, que podría encontrarse cada vez más lejos.

Siguieron el rastro de la manada más o menos hacia el noroeste durante cierto trecho; después, las huellas de los caballos cambiaron inexplicablemente de dirección. Ayla y Jondalar pasaron de largo, y por un momento pensaron que habían perdido el rastro. Retrocedieron entonces, y la tarde ya estaba avanzando cuando volvieron a descubrirlas, en dirección este. Ya era casi de noche cuando llegaron a un río.

Era evidente que los caballos lo habían cruzado, pero había oscurecido demasiado para distinguir las huellas, por lo que decidieron acampar en la orilla, pero ¿en cuál? Si cruzaban ahora, sus ropas mojadas probablemente se secarían antes de la mañana, pero Ayla temía que Lobo no pudiera encontrarlos si pasaban el río antes de que él los alcanzara. Por consiguiente, acordaron esperarlo y organizaron allí mismo el campamento.

A causa de la parvedad de elementos, el campamento suscitaba una deprimente impresión de desnudez. Por otra parte, no habían visto más que huellas a lo largo del río. Ayla empezaba a preocuparse ante la posibilidad de que estuvieran siguiendo a otra manada de animales, y también le inquietaba la suerte de Lobo. Jondalar trató de calmar su ansiedad, pero cuando el cielo nocturno ya se había poblado de estrellas, y Lobo continuaba sin aparecer, la inquietud de la joven se acentuó. Esperó hasta muy tarde, y cuando Jondalar consiguió convencerla para que le acompañase bajo las pieles de dormir, no pudo conciliar el sueño, a pesar del cansancio que sentía. A punto de quedarse traspuesta, notó la presión de un hocico frío y húmedo.

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