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Authors: Michel Foucault

Las palabras y las cosas (38 page)

BOOK: Las palabras y las cosas
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El concepto de organización existía ya en la historia natural del siglo XVIII —de la misma manera que, en el análisis de las riquezas, la noción de trabajo, que tampoco fue inventada al salir de la época clásica—; pero entonces servía para definir un cierto modo de composición de los individuos complejos a partir de materiales más elementales; Linneo, por ejemplo, distinguía la "yuxtaposición" que hacía crecer al mineral, de la "intususcepción" por medio de la cual se desarrolla el vegetal al alimentarse.
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Bonnet oponía el "agregado" de los "sólidos brutos" a la "composición de los sólidos organizados" que "entrelaza un número casi infinito de partes, fluidas unas y sólidas las otras".
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Ahora bien, este concepto de organización nunca había servido antes del fin del siglo para fundar el orden de la naturaleza, para definir su espacio ni para limitar sus figuras. A través de las obras de Jussieu, de Vicq d'Azyr y de Lamarck empieza a funcionar por primera vez como método de caracterización: subordina los caracteres unos a otros; los liga con funciones; los dispone de acuerdo con una arquitectura tanto interna como externa y no menos invisible que visible; los reparte en un espacio distinto al de los nombres, el discurso y el lenguaje. Así, pues, no se contenta ya con designar una categoría de seres entre las otras; no indica solamente un corte en el espacio taxinómico; define, con respecto a ciertos seres, la ley interior que permite que la de sus estructuras tome el valor de un carácter. La organización se inserta entre las estructuras que articulan y los caracteres que designan —introduciendo entre ellos un espacio profundo, interior, esencial.

Esta importante mutación se realiza aún en el elemento de la historia natural; modifica los métodos y las técnicas de una
taxinomia
; no rechaza las condiciones fundamentales de su posibilidad; ni siquiera toca el modo de ser de un orden natural. Sin embargo, entraña una consecuencia mayor: la radicalización de la partición entre lo orgánico y lo inorgánico. En el cuadro de los seres que desplegaba la historia natural, lo organizado y lo no organizado no definían más que dos categorías; éstas se entrecruzaban, sin coincidir necesariamente, con la oposición entre lo vivo y lo no vivo. A partir del momento en que la organización se convierte en el concepto fundador de la caracterización natural y permite pasar de la estructura visible a la designación, debe dejar de ser ella misma sólo un carácter; rodea el espacio taxinómico en el que estaba alojada y es ella, a su vez, la que da lugar a una clasificación posible. Por este hecho mismo, la oposición entre lo orgánico y lo inorgánico se convierte en fundamental. En efecto, a partir de los años 1775-95, desaparece la vieja articulación de los tres o cuatro reinos; la oposición de los dos reinos —orgánico e inorgánico— no la sustituye exactamente; más bien la hace imposible al imponer otra partición, en otro nivel y en otro espacio. Pallas y Lamarck
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formulan esta gran dicotomía, con la que viene a coincidir la oposición de lo vivo y lo no vivo. "No hay más que dos reinos en la naturaleza —escribe Vicq d'Azyr en 1786— uno de los cuales goza de la vida y el otro está privado de ella."
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Lo orgánico se convierte en lo vivo y lo vivo es lo que produce, al crecer y reproducirse; lo inorgánico es lo no vivo, lo que ni se desarrolla ni se reproduce; está en los límites de la vida, lo inerte y lo infecundo —la muerte. Y, si está mezclado con la vida, es como aquello que, en ella, tiende a destruirla y a matarla. "Existen en todos los seres vivos dos fuerzas poderosas, muy distintas y siempre en oposición, de tal suerte que cada una de ellas destruye perpetuamente los efectos que la otra ha logrado producir."
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Se ve cómo, al romper en su profundidad el gran cuadro de la historia natural, va a hacerse posible algo asi como una biología; y también cómo va a poder surgir de los análisis de Bichat la oposición fundamental entre la vida y la muerte. No será el triunfo, más o menos precario, de un vitalismo sobre un mecanicismo; el vitalismo y su esfuerzo por definir la especificidad de la vida no son más que los efectos superficiales de estos acontecimientos arqueológicos.

4. LA FLEXIÓN DE LAS PALABRAS

Por el lado de los análisis del lenguaje se encuentra la réplica exacta de estos acontecimientos. Pero tienen, sin duda, una forma más discreta y una cronología más lenta. Hay allí una razón fácil de descubrir; durante toda la época clásica, el lenguaje ha sido planteado y reflexionado como discurso, es decir, como análisis espontáneo de la representación. De todas las formas de orden no cuantitativo, era la más inmediata, la más concertada, la más profundamente ligada al movimiento propio de la representación. Y, en esta medida, estaba mejor enraizada en sí y en su modo de ser que estos órdenes reflexionados —doctos o interesados— que fundaban la clasificación de los seres o el cambio de las riquezas. Las modificaciones técnicas como las que han afectado la medida de los valores de cambio o los procedimientos de la caracterización han bastado para alterar considerablemente el análisis de las riquezas o la historia natural. Para que la ciencia del lenguaje sufriese mutaciones igualmente importantes, se necesitaron acontecimientos más profundos, capaces de cambiar, en la cultura occidental, hasta el ser mismo de las representaciones. Así como la teoría del nombre en los siglos XVII y XVIII se alojaba lo más cerca de la representación y por ello dominaba, hasta cierto punto, el análisis de las estructuras y del carácter en los seres vivos, la del precio y el valor en las riquezas, así, al final de la época clásica, es la que subsiste por más tiempo, deshaciéndose tarde, en el momento en que la representación misma se modifica en el nivel más profundo de su régimen arqueológico.

Hasta principios del siglo XIX, los análisis del lenguaje no manifiestan aún sino pocos cambios. Las palabras se interrogan siempre a partir de sus valores representativos, como elementos virtuales del discurso que prescribe a todas un mismo modo de ser. Sin embargo, estos contenidos representativos no son analizados ya sólo en la dimensión que se relaciona con un origen absoluto, sea mítico o no. En la
gramática general
, en su forma más pura, todas las palabras de una lengua eran portadoras de una significación más o menos oculta, más o menos derivada, pero cuya primitiva razón de ser residía en una designación inicial. Toda lengua, por compleja que fuera, estaba colocada en la abertura procurada, de una vez por todas, por los gritos arcaicos. Las semejanzas laterales con otras lenguas —sonoridades vecinas que recubren significaciones análogas— sólo eran notadas y recogidas para confirmar la relación vertical de cada una con estos valores profundos, encallados, casi mudos. En el último cuarto del siglo XVIII, la comparación horizontal entre las lenguas adquiere otra función: no permite ya saber lo que cada una puede guardar de la memoria ancestral, qué marcas anteriores a Babel están depositadas en la sonoridad de sus palabras; pero debe permitir medir hasta qué punto se asemejan, cuál es la densidad de sus similitudes, dentro de qué límites son transparentes una a otra. De allí esas grandes confrontaciones de diversas lenguas que vemos aparecer a fines del siglo —y, a veces, por la presión de motivos políticos, como las tentativas hechas en Rusia
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para establecer una relación detallada de las lenguas del Imperio; en 1787, apareció en Petrogrado el primer volumen del
Glossarium comparativum totius orbis
; debía hacer referencia a 279 lenguas: 171 del Asia, 55 de Europa, 30 del África y 23 de Amé rica.
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Estas comparaciones se hacen exclusivamente a partir de los contenidos representativos y en función de ellos; se confronta un mismo núcleo de significación —que sirve de invariable— con las palabras que pueden designarlo en las diversas lenguas (Adelung
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da 500 versiones del
Paternóster
en lenguas y dialectos diferentes); o también, eligiendo una raíz como elemento constante a través de formas ligeramente variadas, se determina el abanico de sentidos que puede tomar (se trata de los primeros ensayos de lexicografía, como el de Buthet de La Sarthe). Todos estos análisis remiten siempre a dos principios que eran ya los de la
gramática general
: el de una lengua primitiva y común que habría proporcionado el grupo inicial de raíces y el de una serie de acontecimientos históricos, extraños al lenguaje, y que, desde el exterior, lo pliegan, lo usan, lo afinan, lo doman, al multiplicar o mezclar las formas (invasiones, migraciones, progreso de los conocimientos, libertad o esclavitud política, etc.).

Ahora bien, la confrontación de las lenguas a fines del siglo XVIII saca a luz una figura intermediaria entre la articulación de los contenidos y el valor de las raíces: se trata de la flexión. Es verdad que los gramáticos conocían desde tiempo atrás los fenómenos flexionales (así como, en la historia natural, se conocía el concepto de organización antes de Pallas y de Lamarck; y, en economía, el concepto de trabajo antes de Adam Smith); pero las flexiones sólo eran analizadas por su valor representativo —sea que se las considerara como representaciones anexas, sea que se las viera como una manera de ligar las representaciones entre ellas (algo así como otro orden de las palabras). Pero cuando se hace, como lo hicieron Coeurdoux
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y William Jones,
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la comparación entre las diferentes formas del verbo ser en sánscrito y en latín o griego, se descubre una relación de constancia que es inversa a la admitida por lo general: lo que se altera es la raíz y lo análogo son las flexiones. La serie sánscrita
asmi, asi, asti, smas, stha, santi
, corresponde exactamente, pero por analogía flexional, a la serie latina
sum, es, est, sumus, estis, sunt
. Sin duda alguna, Coeurdoux y Anquetil-Duperron permanecieron en el nivel de los análisis de la
gramática general
cuando el primero vio en este paralelismo los restos de una lengua primitiva; y el segundo el resultado de la mezcla histórica que pudo hacerse entre hindúes y mediterráneos por la época del reino de Bactriana. Pero lo que estaba en juego en esta conjugación comparada no era ya el lazo entre la sílaba primitiva y el primer sentido, sino una relación más compleja entre las modificaciones del radical y las funciones de la gramática; se descubrió que entre dos lenguas diferentes había una relación constante entre una serie determinada de alteraciones formales y una serie, igualmente determinada, de funciones gramaticales, de valores sintácticos o de modificaciones de sentido.

Por este hecho mismo, la
gramática general
empieza a cambiar de configuración: sus diversos segmentos teóricos no se encadenan ya de hecho de la misma manera unos a otros; y la red que los une dibuja un recorrido ya ligeramente diferente. Por la época de Bauzée o de Condillac, la relación entre las raíces de forma tan lábil y el sentido recortado en las representaciones o aun el lazo entre la capacidad de designar y la de articular, estaba asegurada por la soberanía del Nombre. Pero ahora interviene un nuevo elemento: por el lado del sentido o de la representación no indica más que un valor accesorio, necesariamente secundario (se trata del papel de sujeto o de complemento representado por el individuo o la cosa designados; se trata del tiempo de la acción); pero por el lado de la forma, constituye el conjunto sólido, constante, inalterable o casi inalterable, cuya ley soberana se impone a las raíces representativas hasta modificarlas a ellas mismas. Es más, este elemento, secundario por su valor significativo, primordial por su consistencia formal, no es él mismo una sílaba aislada, como una especie de raíz constante, es un sistema de modificaciones cuyos diversos segmentos son solidarios unos de otros: la letra s no significa la segunda persona, como la letra
e
significaba, según Court de Gébelin, la respiración, la vida y la existencia; es el conjunto de las modificaciones
m, s, t
, lo que da a la raíz verbal los valores de la primera, la segunda y la tercera personas.

Este nuevo análisis se aloja, hasta fines del siglo XVIII, en la investigación de los valores representativos del lenguaje. De lo que se trata es aún del discurso. Pero ya aparece, a través del sistema de flexiones, la dimensión de lo gramatical puro: el lenguaje no está ya constituido solamente por representaciones y sonidos que a su vez los representan y se ordenan entre sí de acuerdo con las exigencias de los lazos del pensamiento; está constituido además por elementos formales, agrupados en sistema, y que imponen a los sonidos, a las sílabas, a las raíces, un régimen que no es el de la representación. Se ha introducido así en el análisis del lenguaje un elemento que le es irreductible (así como se introduce el trabajo en el análisis del cambio o la organización en el de los caracteres). A título de primera consecuencia puede señalarse la aparición, a fines del siglo XVIII, de una fonética que no es ya una investigación de los primeros valores expresivos, sino análisis de los sonidos, de sus relaciones y de su posible transformación de unos en otros; en 1781, Helwag definió el triángulo vocálico.
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Puede señalarse también la aparición de los primeros esbozos de gramática comparada: no se toma ya, como objeto de comparación en las diversas lenguas, la pareja formada por un grupo de letras y un sentido, sino conjuntos de modificaciones con valor gramatical (conjugaciones, declinaciones y afijaciones). Las lenguas se confrontan no ya por aquello que designan las palabras, sino por lo que las liga unas a otras; ahora van a comunicarse directamente una con otra —no ya por la mediación de ese pensamiento anónimo y general que tienen que representar—, gracias a esos minúsculos instrumentos de apariencia tan frágil, pero tan constantes, tan irreductibles, que disponen las palabras en relación unas con otras. Como dice Monboddo: "El mecanismo de las lenguas es menos arbitrario y está mejor regulado que la pronunciación de las palabras, por ello encontramos en él un criterio excelente para determinar la afinidad de las lenguas entre sí. Es por esto por lo que cuando vemos que dos lenguas emplean de la misma manera estos grandes procesos del lenguaje, la derivación, la composición, la inflexión, podemos concluir que la una deriva de la otra o que ambas son dialectos de una misma lengua primitiva".
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Mientras la lengua se definió como discurso, no podía tener más historia que la de sus representaciones: las ideas, las cosas, los conocimientos, los sentimientos cambiaban y entonces, y sólo entonces, se modificaba la lengua en proporción exacta con estos cambios. Pero ahora hay un "mecanismo" interior de las lenguas que determina no sólo la individualidad de cada una de ellas, sino también sus semejanzas con las otras: es este mecanismo, portador de identidad y de diferencia, signo de vecindad, marca de parentesco, el que va a convertirse en soporte de la historia. Gracias a él, podrá introducirse la historicidad dentro del espesor de la palabra misma.

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