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Authors: Michel Houellebecq

Las partículas elementales (36 page)

BOOK: Las partículas elementales
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Consciente como nadie de que hay compromisos necesarios, Hubczejak no vaciló en recoger para su propio beneficio, en el seno del Movimiento del Potencial Humano que fundó a finales del año 2011, ciertos temas abiertamente
New Age
, desde la «formación del córtex de Gaia» a la célebre comparación «Mil millones de individuos en la superficie del planeta / Mil millones de neuronas en el cerebro humano»; desde la llamada a un gobierno mundial basado en una «nueva alianza» al lema casi publicitario «EL FUTURO SERÁ FEMENINO». Lo hizo con una habilidad que despertó, por lo general, la admiración de los comentaristas, evitando con cuidado cualquier desviación irracional o sectaria; sabiendo ganarse, por el contrario, poderosos apoyos en el seno de la comunidad científica.

Cierto cinismo tradicional en el estudio de la historia humana tiende a presentar la «habilidad» como un factor fundamental para el éxito, mientras que en sí misma, sin la ayuda de una fuerte convicción, es incapaz de provocar un cambio realmente decisivo. Todos los que conocieron a Hubczejak, así como los que se enfrentaron con él en un debate, están de acuerdo en subrayar que su poder de convicción, su seducción, su extraordinario carisma venían de su profunda sencillez y de una convicción personal auténtica. En cualquier circunstancia decía más o menos lo que pensaba; y esa sencillez tenía efectos devastadores entre los que le contradecían, empeñados en impedimentos y limitaciones basados en ideologías caducas. Uno de los primeros reproches que le hicieron a su proyecto estaba relacionado con la supresión de las diferencias sexuales, tan constitutivas de la identidad humana. Hubczejak contestaba que no se trataba de reproducir la especie humana hasta en sus menores características, sino de crear una nueva especie racional, y que acabar con la sexualidad como modo de reproducción no significaba en absoluto —muy al contrario— acabar con el placer sexual. Las secuencias del código que provocaban, en el momento de la embriogénesis, la formación de los corpúsculos de Krause, ya se habían identificado; en el estado actual de la especie humana, estos corpúsculos estaban escasamente repartidos por la superficie del clítoris y del glande. No había nada que en un estado futuro impidiera repartirlos por toda la superficie de la piel, ofreciendo así, dentro de la economía de los placeres, sensaciones eróticas nuevas y casi inauditas.

Otras críticas —puede que las más profundas— se concentraron en el hecho de que dentro de la nueva especie creada a partir de los trabajos de Djerzinski, todos los individuos serían portadores del mismo código genético; iba a desaparecer uno de los elementos fundamentales de la personalidad humana. A esto, Hubczejak respondía fogosamente que esa individualidad genética de la que, por culpa de una trágica vuelta a la tortilla, nos sentíamos tan orgullosos, era precisamente el origen de la mayoría de nuestras desgracias. A la idea de que la personalidad humana corría el riesgo de desaparecer oponía el ejemplo concreto y observable de los gemelos, que a pesar de un patrimonio genético rigurosamente idéntico, desarrollan una personalidad propia gracias a su historia individual, a la vez que siguen unidos por una misteriosa fraternidad; una fraternidad que, según Hubczejak, era justamente el elemento más necesario para reconstruir una humanidad reconciliada.

No cabe duda de que Hubczejak era sincero al presentarse como un simple continuador de Djerzinski, como un ejecutante cuya única ambición era poner en práctica las ideas del maestro. Lo atestigua, por ejemplo, su fidelidad a esa extraña idea que encontramos en la página 342 de las
Clifden Notes
: el número de individuos de la nueva especie debía ser siempre igual a un número primo; por lo tanto, había que crear un individuo, luego dos, luego tres, luego cinco…; en resumen, seguir escrupulosamente la serie de los números primos. Estaba claro que el objetivo de mantener un número de individuos únicamente divisible por sí mismo y por la unidad, era llamar la atención de manera simbólica sobre el peligro que representa, en cualquier sociedad, la constitución de reagrupamientos parciales; pero parece que Hubczejak impuso esa condición en el pliego de condiciones sin hacerse la más mínima pregunta sobre su significado. Por lo demás, su lectura estrechamente positivista de los trabajos de Djerzinski le llevó a subestimar una y otra vez la amplitud del cambio metafísico que debía acompañar una mutación biológica tan profunda; una mutación que en realidad no tenía ningún precedente conocido en la historia humana.

Sin embargo, este tosco desconocimiento de los riesgos filosóficos del proyecto, e incluso de la noción de riesgo filosófico
en general
, no obstaculizó ni retrasó su realización. Esto indica hasta qué punto se había extendido la idea, tanto en las sociedades occidentales como en esa fracción más avanzada que representaba el movimiento
New Age
, de que para que la sociedad pudiera sobrevivir era indispensable un cambio fundamental: una mutación que restauraría de una forma creíble el sentido de la colectividad, de la permanencia y de lo sagrado.

Esto indica, también hasta qué punto las cuestiones filosóficas habían perdido cualquier referente bien definido en la mente del público. El ridículo en el que habían caído, tras décadas de insensata sobrestimación, los trabajos de Foucault, Lacan, Derrida y Deleuze no dio paso, por el momento, a ningún nuevo pensamiento filosófico, sino que, por el contrario, desacreditó al conjunto de los intelectuales de «ciencias humanas»; el prestigio creciente de los científicos en todos los ámbitos del pensamiento era ya ineluctable. El interés ocasional, contradictorio y fluctuante que los simpatizantes de la
New Age
fingían sentir por tal o cual creencia nacida de las «antiguas tradiciones espirituales» sólo demostraba su estado de desgarradora angustia, que bordeaba la esquizofrenia. Como todos los demás miembros de la sociedad, y quizá más que ellos, sólo confiaban en la ciencia; la ciencia era a sus ojos un criterio de verdad única e irrefutable. Como todos los demás miembros de la sociedad, en el fondo pensaban que la solución a cualquier problema —incluidos los problemas psicológicos, sociológicos o humanos en general— sólo podía ser una solución de orden técnico. Así que Hubczejak no corría un gran riesgo de que lo contradijeran cuando lanzó su famoso lema en el 2013, un lema que desencadenó un movimiento de opinión a escala planetaria: «LA MUTACIÓN NO PUEDE SER MENTAL, SINO GENÉTICA.»

La Unesco votó la concesión de los primeros créditos en el 2021; un equipo de investigadores, dirigidos por Hubczejak, se puso de inmediato manos a la obra. A decir verdad, a nivel científico, Hubczejak no dirigía gran cosa; pero en su papel de «relaciones públicas», por decirlo así, tenía una eficacia fulminante. La extraordinaria rapidez con la que se obtuvieron los primeros resultados sorprendió a todo el mundo; sólo mucho más tarde llegó a saberse que muchos investigadores, afiliados o simpatizantes del Movimiento del Potencial Humano, habían empezado a trabajar mucho antes, sin esperar la luz verde de la Unesco, en sus laboratorios de Australia, Brasil, Canadá o Japón.

La creación del primer ser, el primer representante de una nueva especie inteligente creada por el hombre «a su imagen y semejanza», tuvo lugar el 27 de marzo del 2029, justo veinte años después de la desaparición de Michel Djerzinski. En homenaje a él, y aunque no había ningún francés en el equipo, la síntesis se llevó a cabo en el laboratorio del Instituto de Biología Molecular de Palaiseau. La retransmisión televisiva del acontecimiento tuvo, por supuesto, un enorme impacto; un impacto que sobrepasó con mucho el que había tenido, una noche de julio de 1969, casi sesenta años antes, la retransmisión en directo de los primeros pasos del hombre sobre la Luna. Antes del reportaje, Hubczejak pronunció un discurso muy breve en el que, con la franqueza que era habitual en él, declaraba que la humanidad debía sentirse orgullosa de ser «la primera especie animal del universo conocido que había organizado por sí misma las condiciones de su propio relevo».

Hoy, casi cincuenta años después, la realidad ha confirmado ampliamente el tenor profetico de las palabras de Hubczejak; hasta un punto que seguramente él no habría sospechado. Quedan algunos humanos de la antigua raza, sobre todo en las regiones sometidas durante mucho tiempo a la influencia de las doctrinas religiosas tradicionales. Sin embargo su tasa de reproducción disminuye todos los años, y su extinción parece inevitable. En contra de todas las previsiones pesimistas se están extinguiendo con serenidad, a pesar de algunos actos de violencia aislados cuyo número disminuye constantemente. De hecho, asombra ver la dulzura, la resignación y tal vez el secreto alivio con que los humanos aceptan su propia desaparición.

Hemos roto el vínculo filial que nos unía a la humanidad, y estamos vivos. Según los hombres, vivimos felices; cierto que hemos sabido superar los impulsos, para ellos insuperables, del egoísmo, la crueldad y la ira; de todos modos, vivimos una vida distinta. La ciencia y el arte siguen existiendo en nuestra sociedad; pero la búsqueda de la Verdad y de la Belleza, menos estimulada por el aguijón de la vanidad individual, tiene un carácter menos urgente. A los humanos de la antigua raza, nuestro mundo les parece un paraíso. De hecho, a veces nos damos a nosotros mismos —de manera, eso sí, ligeramente humorística— ese nombre de «dioses» que tanto les hizo soñar.

La historia existe; se impone, reina, su dominio es inevitable. Pero más allá del ámbito histórico estricto, la ambición última de esta obra es saludar a esa especie infortunada y valerosa que nos creó. Esa especie dolorosa y mezquina, apenas diferente del mono, que sin embargo tenía tantas aspiraciones nobles. Esa especie torturada, contradictoria, individualista y belicosa, de un egoísmo ilimitado, capaz a veces de explosiones de violencia inauditas, pero que sin embargo no dejó nunca de creer en la bondad y en el amor. Esa especie que, por primera vez en la historia del mundo, supo enfrentarse a la posibilidad de su propia superación; y que unos años más tarde supo llevarla a la práctica.

Ahora que sus últimos representantes están a punto de desaparecer, nos parece legítimo rendirle este último homenaje a la humanidad; un homenaje que también terminará por borrarse y perderse en las arenas del tiempo; sin embargo, es necesario que este homenaje tenga lugar, al menos una vez. Este libro está dedicado al hombre.

Notas

[1]
Radio Televisión Austríaca. (N. de la T.)

[2]
La tierna jovencita. (N. de la T.)

[3]
Mutua de la Asociación de Profesores. (N. de la T.)

[4]
Comedores populares para mendigos creados por el cómico Coluche. (N. de la T.)

[5]
La generación del crimen. (N. de la T.)

[6]
La red regional rápida de trenes suburbanos. (N. de la T.)

[7]
Juego de palabras que convierte en apellido el calificativo de imbécil. La traducción más exacta sería, probablemente, Gilipollez. (N. de la T.)

[8]
Bruno juega con la pronunciación fonética de la frase, que literalmente debería traducirse «¡Auguste Comte lo serás tú!»: en la frase francesa, Comte suena como «con», imbécil. (N. de la T.)

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