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Authors: Barbara J. Zitwer

Tags: #Drama

Las sirenas del invierno (17 page)

BOOK: Las sirenas del invierno
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—No soy una gran cocinera —admitió Joey—. Me gusta cocinar; es sólo que… nunca he aprendido.

—Pues éste es un momento perfecto —contestó él con la misma ironía, al tiempo que le entregaba el libro de cocina que tenía abierto encima de la mesa—. Es el plato nacional escocés. Échale un vistazo.

Ella dejó el vaso en la mesa y leyó la receta que le señalaba, empezando por los ingredientes:

1 estómago de oveja

1 hígado de oveja

1 corazón de oveja

1 lengua de oveja

225 g de sebo

Levantó la vista. Tenía que ser una broma. ¿El sebo no era grasa de cerdo? Ian, concentrado en picar hierbas para condimentar, no la miró. Joey siguió leyendo:

3 cebollas medianas

225 g copos de avena finos tostados

1 cucharadita de sal

½ cucharadita de pimienta negra molida

hierbas frescas al gusto

Sintió que se le revolvía el estómago a medida que leía la receta por encima.

Dejar el estómago de la oveja en remojo toda la noche.

Picar el corazón, la lengua y el hígado y mezclarlo todo con el sebo.

Añadir los copos de avena y un poco de agua y rellenar el estómago con la mezcla.

Coser el estómago una vez relleno.

Dejó de leer y tomó una profunda bocanada de aire. ¿Había que coser el estómago?

Horrorizada, continuó leyendo.

Cocer el estómago durante tres horas.

Pinchar con una aguja si parece que va a estallar.

Contuvo las náuseas como pudo y dejó disimuladamente el libro sobre la mesa.

—Vaya —comentó con un hilo de voz—. ¿Así que eso es lo que estás cocinando?

—Ya está hecho —dijo Ian—. Sólo falta preparar la ensalada. —Se volvió hacia ella con una sonrisa—: No suelo hacerlo normalmente. Es una delicia para compartir una vez al año.

Alguien llamó con los nudillos a la puerta interrumpiendo la conversación.

—¡Tío Angus! —gritó Lily, levantándose de un salto.

Regresó al momento, acompañada de un hombre bajo y regordete, con abundante pelo rojizo recogido en una coleta, barba y unos brazos fornidos que a Joey le recordaron a Popeye.

—Encantado de conocerte —exclamó Angus con una potente voz, tendiéndole la mano. Se la estrechó tan fuerte y durante tanto rato que Joey creyó que se le iba a caer.

—Joey Rubin. Encantada de conocer al tío de Lily.

—Oh, no, éste es un vago al que alimento para que no se muera de hambre —replicó Ian.

Angus estrechó a su amigo en un abrazo de oso y levantó el metro noventa y pico de éste del suelo.

—¡Ian, amigo mío! —dijo con gran afecto. Después se dirigió hacia la cocina, olió el
haggis
y puso gesto de estar a punto de perder el sentido de pura felicidad.

—Joey —señaló el recién llegado—, este tío sí que sabe tratar bien a sus amigos…

Lily le explicó que su padre y Angus se conocieron en el colegio cuando eran pequeños y vivían en Escocia. Y luego Angus acompañó a su amigo a los Cotswolds veinte años atrás.

—Papá y mamá tuvieron que hacerlo padrino mío para que fuera oficial —explicó Lily.

Así que los dos hombres eran amigos de toda la vida. Joey se preguntó qué pensaría el escocés si Ian saliera con otra mujer.

Angus cogió una cerveza del frigorífico y se la bebió en lo que parecieron dos segundos. Cuando fue a coger la segunda, Lily se le acercó.

—Tío Angus, ¿puedo…? —preguntó, señalando, juguetona, la botella que el hombre tenía en la mano.

—¿Qué? —bramó Ian—. ¡Por supuesto que no!

—¡Venga ya, papá! Tengo que aprender a beber en algún momento, ¿no?

—Buen intento —repuso Ian con cara de pocos amigos.

—Así lo hacen en Francia. Dejan que los niños beban un poco en las comidas para que no les resulte tan extraño cuando tengan edad de beber solos.

—En eso tiene razón —terció Angus.

—¿Lo ves? —dijo la chica.

—Un vasito pequeño, ¿eh, Ian? —sugirió Angus—. Un tercio de mi cerveza. Danos un vaso, anda. No le hará daño.

Ian miró hacia el cielo con resignación y sacudió la cabeza, pero sacó del mueble una huevera y se la ofreció con una sonrisa.

—¡Papá! —protestó.

Entonces le dio una taza de té y su amigo la llenó.

—Eso está mejor —dijo Lily, sujetando la taza con una sonrisa.

Angus se sentó en el sillón junto a la estufa, seguido por Lily, que se sentó en el suelo, a su lado, y ambos brindaron entrechocando botella y taza.

—Y dime, Joey, ¿qué te parece nuestro pueblecito? —se interesó el hombre—. Ian me ha dicho que eres de Nueva York. Un sitio un poco diferente, ¿no?

Joey se sorprendió, pero desde luego le gustó mucho que Ian le hubiera hablado de ella a su amigo.

—Me encanta. Es precioso. Tan tranquilo… Y no se oye nunca tráfico. ¿Vives por aquí cerca? —le preguntó, no sólo por trabar conversación, sino también porque quería averiguar más cosas sobre Ian. La mejor manera de conocer a un hombre es conocer a su mejor amigo.

—Vivo en Snowshill, a unos quince kilómetros de aquí. Dirijo los establos. Enseñé a montar a Lily cuando tenía cinco años —contestó Angus.

—Ah, sí, he estado en los establos. Estuve viendo una competición hípica infantil en la que participaban los hijos de una amiga —explicó Joey, muy animada.

—La cena está casi lista —anunció Ian—. Vamos.

A ella se le cayó el alma a los pies al oír eso. Quizá pudiese comer sólo ensalada. Dudaba sinceramente que pudiera tragarse un solo bocado de aquella repugnante mezcla de órganos, sebo de cerdo y copos de avena. Seguro que vomitaba.

Disimuló su reticencia ayudando a Lily a poner la mesa y apartó la vista cuando Ian sacó el asqueroso estómago de la oveja del agua hirviendo. Sin embargo, tenía que admitir que no olía mal.

El anfitrión sirvió los platos en el aparador y Joey se quedó muy sorprendida cuando le puso el suyo delante; no vio en él rastro alguno del asqueroso estómago de la oveja. En el plato tenía un montón de lo que parecía carne asada muy tierna acompañada de ensalada y zanahorias asadas.

—Tiene muy… buena pinta —dijo, confiando en mostrarse sinceramente entusiasmada.

Ian le pasó una cesta con panecillos calientes que ella se preguntó de dónde habrían salido. Cada vez le parecía más factible irse de allí sin revelar que el plato le daba un profundo asco. Ocultaría lo que no le gustara debajo de la ensalada. O lo escondería en el panecillo.

Angus sirvió el vino mientras Lily ponía en la mesa un trozo de mantequilla fresca. Cuando la chica se inclinó para dejar el plato con ésta en la mesa, Joey se fijó en la larga y fea cicatriz que le recorría la parte superior del brazo. Se preguntó si acompañaría a su madre cuando ésta sufrió el accidente en el que había muerto. Era horrible imaginar que una niña pequeña hubiera tenido que pasar por una situación tan traumática y, de repente, sintió una oleada de cariño hacia la chica. Era tan despierta y vital, tan llena de curiosidad y pasión por el futuro… Si había estado presente en el accidente, eso no había apagado su alegría de vivir.

Retiraron las sillas, se sentaron y sacudieron las servilletas.

Angus levantó la copa.


Slàinte mhòr agad!
—exclamó.


Slàinte mhòr agad!
—respondieron Lily e Ian.

Joey sonrió e hizo entrechocar la copa con las de los demás.

—Significa «que tengas salud» —explicó Ian.

—Ah. Entonces, ¡que tengáis salud! —dijo ella. Y todos empezaron a comer.

—Dios mío —exclamó Angus tras saborear el primer bocado de la especialidad de la noche—. ¡Está buenísimo, tío! ¡Me dan ganas de llorar!

«Y a mí», pensó Joey con verdadera angustia. Pero tenía que comerlo. Sería de muy mala educación no probar siquiera algo que habían preparado con tanto esmero y cariño.

Ian la miró pinchar un trozo y llevarse el tenedor a la boca, lo paladeó ¡y resultó que estaba buenísimo! ¡Fantástico de verdad!

—¡Oh, Dios mío! —vociferó—. ¡Nunca había probado nada igual!

Y era verdad.

—Me encanta —insistió, comiendo otro bocado—. ¡Está buenísimo! ¡Eres un cocinero excelente!

—¿Verdad que sí? —dijo Lily—. Yo creo que debería abrir un restaurante.

Ian negó con la cabeza con modestia.

—No soportaría a los clientes —admitió él—. Me gusta cocinar, pero sólo para la gente que me cae bien.

Al decirlo miró a Joey casi sin querer, pero apartó la vista rápidamente.

«¿Lo ha dicho en serio?», se preguntó Joey. ¿Estaba intentando ser simpático con ella? Notó que se ponía colorada y, de repente, le dio mucha vergüenza.

Angus acudió al rescate.

—Entonces, ¿qué es lo que estás haciendo aquí? —le preguntó, cogiendo un panecillo.

—La empresa para la que trabajo ha adquirido Stanway House.

—Hay que tener valor —comentó Ian con ironía—. ¡Menudos canallas están hechos!

Joey juraría que había notado un deje de diversión en su tono.

—¡Prometo que vamos a cuidar muy bien de ella!

—Ya —terció Angus—. Y a hacer una fortuna de paso, atendiendo las necesidades de los ricachones.

—Siempre sirvió para eso, ¿no? —le espetó Joey—. Desde que éstos se la arrebataron a los monjes.

—En eso tienes razón —concedió Ian con una gran sonrisa.

—Digamos que es una manera de permitir que gente normal se asome al esplendor —sugirió Joey.

—Gente normal con una billetera llena a reventar —dijo Angus.

—A reventar, no —repuso ella—. Pero sí… generosa.

—¿Cuánto tiempo vas a estar aquí? —preguntó Angus.

—Unas semanas. Tengo que ir a Londres un día de éstos a reunirme con la gente de marketing y relaciones públicas.

—¿Vas a ir a Londres? —quiso saber Lily.

—Un día de la próxima semana. Aún no lo hemos decidido.

—¿Puedo ir contigo? —se planteó la chica, mirando a su padre con nerviosismo.

—¡Lily! —gritó él—. Seguro que bastante trabajo tendrá Joey como para que vayas tú…

—Dijiste que me llevarías a comprar maquillaje —le recordó Lily, tratando de engatusarla.

—Por mí no hay problema —respondió Joey—, pero ¿no tienes que ir a clase?

—Sí, pero, papá, no es sólo por ir de compras. En el National representan esa obra de teatro tan increíble que quería ver. La señorita Ferns la vio la semana pasada y dice que es la mejor obra que ha visto. ¡En toda su vida!

—Ya veremos —dijo él.

—¡Papá! ¿No crees que para alguien que quiere ser actriz lo más importante es ver, oír y respirar obras teatrales, no sólo leer sobre ellas en clase? Por favor. Sé que la señorita Ferns estará de acuerdo; ¡y como no salga pronto de este pueblo, me voy a morir!

—He dicho que ya veremos —repitió Ian con firmeza.

—¿Quieres ser actriz? —preguntó Joey.

—Voy a ser actriz —respondió la chica con pomposidad—. Creo que he nacido para serlo. Por eso me iré a vivir a Nueva York. ¡Quiero estar en Broadway!

—¿Sí? —dijo su padre, frunciendo los labios mientras abría otra botella de vino y la ponía en la mesa.

Fue a la cocina para servirle a Joey un segundo plato de
haggis
. Mientras lo hacía, Lily cogió la botella de vino y empezó a servirse en la taza de té. Angus se fijó y sujetó la botella, impidiendo que se la llenara más de la mitad, al tiempo que negaba con la cabeza. Estaba claro que no aprobaba que bebiera, pero no iba a reñirla delante de su padre.

Pasaron la siguiente hora charlando amigablemente sobre Inglaterra y Nueva York. Pero el tono de la velada cambió en cuanto volvió a salir el tema de Stanway House.

—Nuestros clientes confían plenamente en que consideres la posibilidad de quedarte —le dijo a Ian.

—Conque eso quieren, ¿eh? —ironizó él, bebiendo vino.

—Se supone que tengo que intentar convencerte.

—¿Ah, sí? Ahora lo entiendo.

—¿Qué es lo que entiendes?

—El motivo de tu visita de esta noche.

—¿Esta noche? ¡No he venido por eso!

—¿No? Entonces, ¿por qué?

—Porque tu hija me ha invitado.

Ian la miró receloso, como si no la creyera.

—Y… porque no tenía nada de comida en la casa.

—Ahora nos vamos entendiendo —dijo él con súbita frialdad. Cogió la servilleta que tenía en el regazo y la tiró sobre la mesa.

¿Lo había ofendido? ¿Qué se suponía que tenía que decir, que estaba empezando… a gustarle? ¿Que le había alegrado mucho que la hubiera acogido en su casa con esa frase sobre los amigos y la familia?

¿Era aquélla la señal de que tenía que irse? Desde luego, lo parecía.

—¿Me dejas que te ayude con los platos? —preguntó.

—No, no.

—Me gustaría… —insistió, deseando que no hubiera vuelto a salir el tema de Stanway House, deseando que volvieran las bromas y el calor que había reinado durante la cena. Pero el ambiente se había enfriado notablemente.

—No te vayas —suplicó Lily—. Nosotras recogeremos los platos, papá. ¡Venga, déjanos!

Para subrayar sus palabras, se levantó y comenzó a recoger los platos. Joey percibió que la chica deseaba de verdad que se quedara, o quizá sólo quisiera tener cerca a otra mujer algo más joven que su abuela, y a ella le habría encantado quedarse un rato más; fregar los platos juntas y conocer mejor a aquella chica vivaracha mientras los dos amigos hablaban de sus cosas junto al fuego. Pero tal vez sería mejor que se fuera.

Angus se despidió calurosamente de ella y Lily le recordó que la dejara acompañarla a Londres. Pero era evidente que Ian no estaba de buen humor.

—Gracias otra vez —dijo Joey educadamente en el umbral.

—De nada —contestó él con toda formalidad y a continuación cerró la puerta.

14

Fue una semana de duras e intensas negociaciones entre padre e hija, tras la cual Ian dejó que Lily acompañara a Joey a Londres.

Al principio no quería que faltara a clase. Lily le respondió llevándole una nota de su profesora de inglés en la que confirmaba que podría recuperar el día escribiendo una redacción sobre la obra de teatro a la que esperaba que Joey la llevara.

—¿Y qué obra es ésa? —preguntó Ian.


Frankenstein
, de Mary Shelley.

—¿
Frankenstein
? —se burló él.

—¡Es lectura obligada el año que viene, papá!

—Qué casualidad —replicó Ian—. Hasta ahora, no habías dicho ni una palabra…

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