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Authors: Morris West

Tags: #Ficción

Lázaro (17 page)

BOOK: Lázaro
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—No tenemos la intención de informarle hasta que se haya repuesto en la medida suficiente para saberlo.

—Y entonces, ¿qué? ¿Cómo reaccionará? ¿Se arrepentirá de su dureza original? ¿Cómo juzgará a De Rosa… cómo se juzgará él mismo? ¿Corregirá la legislación contenida en los cánones, o suavizará sus castigos?

—Lo que en realidad pregunta —Agostini se permitió una pequeña y helada sonrisa— es un interrogante permanente. ¿La Iglesia cambia cuando un Papa cambia de actitud o de opinión? De acuerdo con mi experiencia, no cambia. La inercia es excesiva. El sistema entero se opone a los desplazamientos rápidos. Además, y éste es el quid de la cuestión, la Iglesia está tan centralizada ahora que cada estremecimiento se amplía hasta convertirse en un terremoto. El más sencillo acto de tolerancia oficial puede convertirse en un escándalo. La conjetura más inocente del teólogo más ortodoxo acerca de los misterios de la fe desencadena una persecución contra los herejes. —El humor de Agostini de pronto se atenuó—. Vivir a estas alturas y en este lugar es como estar encaramado sobre el borde de la falla de San Andrés. Y aquí tienen la respuesta a su pregunta: cada manifestación pública del Pontífice está sometida a un control ritual. En su vida privada puede vestirse con harapos, cubrirse con ceniza, gemir como Job en su estercolero; pero, ¿quién lo sabrá? La Iglesia tiene su propia omertà, su norma de silencio, en todos los aspectos tan obligatoria como la que aplica la Mafia.

—¿Y qué sucedería…? —Matt Neylan se rió al formular la pregunta—. ¿Qué sucedería si yo decidiese romper ese silencio?

—Nada. —Agostini desechó la idea con un gesto—. ¡Absolutamente nada! ¿Qué autoridad podría invocar? Dirían que es un apóstata, un sacerdote renegado. La Iglesia rezaría por usted y no le harían caso. Fuera exhibiría otro estigma: fue un tonto que se dejó engañar la mitad de la vida antes de apartarse.

—¿Una advertencia, Eminencia?

—Sólo un consejo. Me dice que intenta realizar una nueva carrera como autor. Estoy seguro de que no la perjudicará vendiendo escándalos o traicionando secretos profesionales.

—Su confianza me halaga —dijo Matt Neylan.

—Todos le recordaremos como un colega discreto y fiel. Rezaremos por su bienestar.

—Gracias… y adiós, Eminencia.

Así, sencilla y brevemente, concluyó una vida, y una identidad completa se desprendió como la piel de un reptil. Neylan pasó por el Palacio Apostólico para despedirse de Malachy O’Rahilly, pero le informaron que estaba esperando en la clínica hasta que se conociera el resultado de la intervención quirúrgica.

Y entonces, porque necesitaba por lo menos que hubiese un punto de escala entre su antigua vida y la nueva, porque necesitaba por lo menos un arma contra la implacable rectitud de la burocracia vaticana, telefoneó a Nicol Peters y le rogó que le invitase a una taza de café.

—Es mi día de suerte —Nicol Peters deslizó una nueva cinta en la grabadora—. Dos noticias importantes, y ahora usted me aporta los detalles más reservados de ambas. Matt, estoy en deuda con usted.

—No me debe nada. —Neylan habló con energía—. Creo que el asunto De Rosa es un escándalo que debe ser ventilado… Usted puede hacerlo. Yo no… por lo menos mientras no haya afirmado una identidad y una autoridad nueva. Lo cual, dicho sea de paso, es un problema que deberá usted afrontar. Si llega a saberse que yo soy su informante, su historia sufrirá cierto descrédito. Los desertores como yo pueden constituir una molestia.

Nicol Peters desechó la advertencia.

—Hemos acordado las reglas básicas. Confíe en que me atendré a ellas.

—En efecto, le creo.

—De modo que volvamos al comienzo. La amenaza de asesinato es la historia principal, aunque no sé cómo podré utilizarla sin poner en peligro la vida de un agente secreto. Sea como fuere, ése es mi problema, no el suyo. Examinemos la secuencia de los hechos. El Mossad recibe la noticia de un agente infiltrado. Los israelíes la comunican al Vaticano y las autoridades italianas. Ambas organizan una operación conjunta de seguridad en la clínica de Salviati y sus alrededores. Los israelíes no pueden participar públicamente; pero es evidente que están metidos en el asunto hasta el cuello.

—Sin duda.

—¿Hasta ahora el Pontífice no sabe absolutamente nada de este asunto?

—Nada. La noticia llegó ayer por la tarde temprano. La reunión a la que yo asistí se celebró muy tarde. La cuenta regresiva de la intervención quirúrgica del Pontífice ya había comenzado. No tenía objeto turbarle con la noticia.

—Acepto eso. Ahora, formulemos algunas conjeturas. Se identifica a un asesino antes de que intente matar al Papa. ¿Quién se ocupa de él, o quizá de ella, según sea el caso?

Matt Neylan se sirvió más café y ofreció una exposición levemente caricaturesca de la situación.

—La posición del Vaticano podría definirse en términos muy sencillos. He redactado el número suficiente de cuadros de situación, de modo que puedo decirlo de corrido. Lo único que les preocupa es la seguridad de la Sagrada Persona de Su Santidad. Dejan a cargo de la República el tratamiento del criminal. ¡Sencillo! ¡Las manos limpias! No habrá embrollos con el mundo musulmán. La posición de la República de Italia es algo diferente. Tienen el derecho, el poder y la autoridad soberana necesarios para ocuparse de los criminales y los terroristas. ¿Desean hacerlo? ¡Demonios, no! Eso significa más terror, ataques, rehenes, secuestros, con el fin de arrancar a los criminales de las manos de sus custodios. Conclusión: aunque jamás lo reconocerían, prefieren que el Mossad resuelva el asunto rápida y limpiamente, y entierren el cadáver antes del amanecer. ¿Desea que se lo demuestre? No tengo medios para hacerlo. Y si quiere que jure que oí decirlo en el Palacio Apostólico… ¡tampoco puedo! Nadie lo dijo. ¡Jamás lo dirían!

—Me parece —dijo amablemente Nicol Peters— que ya tenemos suficiente. Hay elementos adecuados para desarrollar la historia y extraer el resto de otras fuentes. Ahora hablemos un poco de la situación de De Rosa. También aquí está claro. De Rosa abandona el sacerdocio, se acuesta con una joven sin la sanción del clero y tiene dos hijas con ella. Son felices. Desean regularizar su unión, una situación que no carece de precedentes, que de ningún modo es insoluble de acuerdo con los cánones…

—Pero que contraría totalmente la política actual, que consiste en dificultar todo lo posible las cosas a los ofensores y disipar las esperanzas de que haya soluciones benignas.

—Entendido. Se desencadena la tragedia. La mujer muere, sin haberse reconciliado con la Iglesia, a pesar de su deseo en ese sentido. El esposo desesperado organiza una macabra reunificación de la familia, mata a sus dos hijas con una sobredosis de píldoras somníferas y se suicida con cianuro; todo esto mientras está bajo sospecha como posible asesino del mismo Papa que le negó la solución canónica.

—¡Con una salvedad! Hasta que llamé a De Rosa esta madrugada, él no sabía que era sospechoso. No podía saberlo.

—¿Es posible que su comunicación desencadenara la decisión de matar a sus hijas y suicidarse?

—Puede ser. Dudo que haya tenido ese efecto. El hecho de que hubiese llevado el cadáver de su esposa a la casa parece indicar que ya había decidido apelar a una especie de salida ceremonial… Pero, ¿qué puedo saber? El asunto entero es absurdo; y todo porque una pandilla de burócratas clericales se negaron a aportar un alivio legítimo a una situación humana. ¡Nico, le diré una cosa! ¡Se trata de una historia que quiero sea leída por Su Santidad, no importa cuál sea el efecto que origine en su sagrada presión sanguínea!

—¿Usted cree realmente que importará algo lo que él piense o diga acerca del tema?

—Podría ser significativo. El Papa podría cambiar muchas vidas de la noche a la mañana si tuviese la voluntad y el coraje necesarios. Podría devolver la compasión y la clemencia a lo que, créame, se ha convertido en una institución rigorista.

—Matt, ¿usted lo cree realmente? He vivido en esta ciudad mucho más tiempo que usted, y no lo creo en absoluto. En la Iglesia Católica Romana el sistema entero, la jerarquía, la educación del clero, la administración eclesiástica, el colegio electoral, todo está concebido para perpetuar el statu quo y eliminar en el camino todos y cada uno de los elementos aberrantes. El Hombre que ustedes tienen en la cumbre es lo que más se parece al Candidato Manchuriano, el representante perfectamente condicionado del interés mayoritario del propio colegio electoral.

—Es un buen argumento —dijo Matt Neylan con una sonrisa—. Yo mismo soy un hombre condicionado. Sé cuan profundamente se marca la impronta, cuan potentes llegan a ser las palabras activadoras. Pero precisamente por eso, Nico, soy también el fallo del argumento. He perdido todo el condicionamiento. Me he convertido en otra persona. Sé que el cambio es imposible para bien o para mal, y los dos instrumentos más poderosos del cambio son el poder y el dolor.

Nicol Peters le dirigió una mirada prolongada e indagadora, y después dijo amablemente:

—Amigo mío, creo que se me escapa algo. ¿Tendría usted la paciencia necesaria para explicarme qué es?

—No es gran cosa, Nico. Y sin embargo, en cierto modo, lo es todo. Es también la razón por la cual siento tanta cólera por lo que sucedió a De Rosa. Agostini lo dijo muy claramente esta mañana. Ahora estoy marcado, soy un apóstata, un renegado, un desertor, un loco. Pero ésa no es en absoluto la naturaleza de mi experiencia. He perdido algo, una capacidad, una facultad, del mismo modo que uno puede perder la potencia sexual o el don de la vista. He cambiado, y he cambiado irrevocablemente. He retornado al primer día de la creación, cuando la tierra era todavía un desierto vacío y las sombras se cernían sobre las profundidades… ¿Quién sabe? Es posible que aún aparezcan cosas maravillosas, pero yo no las espero. Vivo aquí y ahora. Lo que veo es lo que es. Lo que sé es lo que he experimentado y, Nico, eso es lo más terrible, ¡lo que será es algo totalmente casual!… Por eso el mundo es un lugar muy triste. Tan triste que ni siquiera el temor puede sobrevivir aquí.

Nicol Peters esperó bastante antes de ofrecer un áspero comentario.

—Por lo menos usted está al principio de un nuevo mundo, no al fin del mismo. Y tampoco es un mundo tan nuevo. Es el mismo lugar que habitamos muchos que nunca fuimos condicionados ni fuimos agraciados por las macizas certidumbres de la cristiandad. Tenemos que arreglarnos con lo que se nos da: la luz fugaz, la tormenta pasajera, cierta medida de amor para atemperar el dolor de las cosas, el débil atisbo de razón en un mundo enloquecido. ¡De modo que, compañero, no se desaliente demasiado! Usted se ha unido a un club de muchos afiliados, ¡e incluso los cristianos creen que Dios fue uno de los miembros fundadores!

Mientras el Pontífice, frío y cianótico, adornado con tubos y electrodos, era instalado en la Unidad de Cuidados Intensivos, Sergio Salviati bebía café con James Morrison y redactaba su primer comunicado al Vaticano.

—Su Santidad el Papa León XIV, ha sido sometido hoy a una intervención quirúrgica con el fin de aplicarle un by—pass, después de una breve historia de angina pectoris. La operación, en la cual tres injertos de vena safena han sido incorporados a la circulación coronaria, se ha ejecutado en la Clínica Internacional bajo la dirección del doctor Sergio Salviati, con la ayuda del doctor James Morrison, del Colegio de Cirujanos de Londres, y la presencia del médico papal, el profesor Carlos Massenzio. Los procedimientos se vieron coronados por el éxito en dos horas y cincuenta minutos. Su Santidad se encuentra ahora en la Unidad de Cuidados Intensivos, y su condición es estable y satisfactoria. El profesor Salviati y el médico asistente anticipan una convalecencia sin complicaciones, y se muestran optimistas respecto al pronóstico general.

Firmó el documento y lo entregó a su secretaria.

—Por favor, envíe dos copias al Vaticano, la primera personalmente al secretario de Estado, la segunda a la Sala Stampa. Después, mecanografíe el siguiente texto, que nuestros operadores de la centralita repetirán verbalmente cuando necesiten responder a las preguntas sobre el Pontífice. El texto dice: «La operación de Su Santidad ha concluido con éxito. Su Santidad continúa en cuidados intensivos. Para mayores detalles, diríjase a la Sala Stampa, Ciudad del Vaticano, que se encargará de difundir la totalidad de los boletines siguientes».

—¿Algo más, profesor?

—Sí. Por favor, pida al jefe de personal y a los dos principales funcionarios de seguridad que se reúnan conmigo aquí dentro de treinta minutos. Eso es todo por ahora.

Una vez que la secretaria se alejó, James Morrison hizo entusiastas elogios.

—¡Mis felicitaciones, Sergio! Ha organizado un gran equipo. Nunca había trabajado con mejores ayudantes.

—James, soy yo quien se lo agradece. Me alegro de que me haya acompañado. Ha sido un trabajo difícil.

—El viejo buitre debería sentirse agradecido por haber caído en sus manos.

Salviati echó hacia atrás la cabeza y se rió.

—Es un viejo buitre, ¿verdad? Esa nariz ganchuda, los ojos encapotados y hostiles. Pero es un pájaro duro. Después de esto, es probable que viva diez años más.

—Por supuesto, es una cuestión meramente académica determinar si el mundo o la Iglesia se lo agradecerán.

—¡Es cierto, James! ¡Muy cierto! Pero por lo menos hemos honrado el juramento hipocrático.

—Me pregunto si le propondrá una condecoración vaticana.

—¿A un judío? Lo dudo mucho. Y yo no la aceptaría. No podría. Sea como fuere, es demasiado pronto para hablar del éxito, y mucho menos de las recompensas. Aún necesitamos mantenerle vivo hasta el fin de su convalecencia.

—¿Le inquieta la amenaza de asesinato?

—Sin duda, ¡estoy preocupado! Nadie entra o sale de la unidad de cuidados intensivos sin un control de identidad. Las drogas administradas a este paciente proceden de frascos sellados, que están a cargo de personal identificado. ¡Se vigila incluso a las mujeres encargadas de la limpieza y se inspecciona a los recolectores de residuos!

—Pero observo que usted y Tove continúan viajando entre sus casas y la clínica sin guardaespaldas. ¿Eso es prudente?

—No somos el blanco.

—Podrían ser un objetivo secundario.

—James, si yo considerase todos los peligros de mi trabajo, me encerraría en una celda acolchada… Cambiemos de tema. ¿Cuáles son ahora sus planes?

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