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Authors: Schätzing Frank

Límite (199 page)

BOOK: Límite
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—Sencillamente, tengo que comer —dijo casi a modo de disculpa mientras eructaba sonoramente—. Comer y cohabitar son los dos grandes apetitos del hombre...

—¿Quién lo dice? —murmuró Jericho.

—Bueno, lo dice Confucio, y con ello se refiere a que debemos comer de manera apropiada para proteger a nuestras mujeres. De modo que tengo todavía algunas cosas que aprender. —Los cacahuetes se mezclaron con las gominolas—. Si alguna vez cayera en mis manos ese cerdo...

—Eso no va a pasar.

Tu pegó un golpetazo con la palma de la mano encima de la mesa.

—Hemos llegado demasiado lejos,
xiongdi.
¿Crees en serio que voy a cejar ahora y dejar escapar a ese monstruo? Piensa en lo que les hizo a los amigos de Yoyo, a Hongbing. ¡La manera en que lo torturó!

—No grites tanto —dijo Jericho, lanzando una ojeada hacia el dormitorio cerrado—. Respeto tu indignación, pero tal vez deberías dar las gracias por no estar muerto.

—Bien, estoy agradecido. Pero ¿qué es lo siguiente?

—No hay más. —Jericho extendió las manos y entornó los ojos—. Vivir, seguir viviendo.

—Esa actitud no te pega —dijo Tu en tono reprobatorio—. La esencia de la termita no es darse por satisfecha con la contemplación de las vetas de la madera.

—Gracias por la comparación.

—¿Para qué hemos asumido todos estos riesgos, entonces? —siseó Tu—. ¿Para que los canallas se nos escapen?

—Presta atención —dijo Jericho, dejando su taza de té sobre la mesa e inclinándose hacia adelante—. Puede que tengas razón y que la semana próxima lo vea todo de manera diferente, pero, te pregunto, ¿adónde nos ha llevado al final la obra infinita de nuestras investigaciones, todos esos asesinos, ejércitos de mercenarios y servicios de inteligencia, los apetitos de poder de los gobiernos y los grupos empresariales, hoy asentados en Guinea Ecuatorial, mañana en la Luna, y pasado mañana, quizá, en Venus, los consorcios petroleros en bancarrota, las bombas atómicas coreanas, los hoteles lunares y los astronautas corruptos, los atentados a magnates del petróleo, la eliminación de los miembros de Greenwatch, la teoría china, la teoría de la CIA, las serpientes monstruosas con nueve cabezas?... ¡Dime! ¿Adónde? Nos ha llevado de vuelta a un día de tórrido calor, a una habitación llena de muebles sin desembalar, a un hombre triste y preocupado por su hija desaparecida, un hombre que me ayudó a sacar dos sillones de los plásticos que los envolvían a fin de que tuviéramos algo donde sentarnos. Te lo digo sinceramente: a mí Xin y la Hydra me importan un bledo. Por mucho que lo intento, ya no sé qué tenemos que ver nosotros con Orley Enterprises. Ahí, al otro lado, descansa una chica, y el hecho de que ella siga respirando, de que no hayamos tenido que cubrirla con una sábana, es mucho más importante para mí que todas las conjuras internacionales juntas; todo parece indicar que ya no estamos en el ajo, sea cual sea el final de todo. Arrinconamos a esa pandilla de cabrones, Tian, y lo hicimos de tal modo que ellos ya no ven ningún sentido en matarnos. La historia desaparece en sí misma. Comienza y termina en el club de golf Tomson, de Pudong, el lugar donde me pediste que le devolviera la hija a tu amigo, viva y de una pieza. Y lo he hecho. Así que gracias. Y de nada.

Tu lo miró con expresión reflexiva y un puñado de frutos secos en el aire.

—Y yo te estoy muy agrade...

—No, no me has entendido —lo interrumpió Jericho, negando con la cabeza—. Todos estamos agradecidos, pero ahora volaremos a casa, tú te ocuparás de tu empresa mixta con Dao It, Yoyo estudiará, Hongbing venderá su Silver Shadow, del que me habló, se llevará su comisión, lo que lo alegrará mucho, y yo borraré las huellas dactilares de Xin de mis muebles e intentaré enamorarme de alguna mujer que no se llame Diana ni Joanna. ¡Y será maravilloso poder hacer tales cosas! Es decir, llevar una vida de lo más normal. Despertaremos de este jodido sueño, nos frotaremos los ojos, y eso será todo. ¡Porque esto, Tian, no es nuestra vida! Éstos son los problemas de otros.

Tu se rascó la barriga. Jericho se hundió de nuevo en la comodidad del sofá y deseó poder creerse lo que acababa de decir.

—Una vida de lo más normal —repitió Tian como en un eco.

—Sí, Tian —dijo el detective—. De lo más normal. Y permíteme que añada algo como amigo tuyo: habla con Yoyo. Hablar sirve de ayuda.

Eso era descortés en el trato con un chino, aunque éste fuese un amigo. Pero tal vez después de dos días como aquéllos... En fin, ¿cuánto podía acercarse uno sin permitir demasiada proximidad? Jericho contempló la ciudad de Londres, que en ese instante despertaba, y se preguntó si debía abandonar Shanghai y volver allí. En realidad, no le importaba.

—Perdona —dijo soltando un suspiro—. Sé que no me incumbe.

Tu dejó caer la palada de frutos secos de la palma de su mano de vuelta al cuenco y empezó a revolver su contenido con un dedo. Durante un buen rato, ninguno de los dos dijo nada.

—¿Sabes lo que es un
ankang?
—preguntó el chino finalmente.

Jericho volvió la cabeza.

—Sí.

—¿Quieres oír la historia de un
ankang?
—dijo Tu sonriendo—. Por supuesto que no. Nadie desea escuchar la historia de un
ankang,
pero tú así lo has querido. La historia empieza el 12 de enero de 1968 en la provincia de Zhejiang, con el nacimiento de un hijo único. Y, por cierto, eso no se hizo obedeciendo la política de «un solo hijo» del Partido, que se introdujo años más tarde, como seguramente ya sabrás, en tu condición de casi chino.

12 de enero...

—Definitivamente, no es el día de tu cumpleaños —dijo Jericho.

—No, además, yo nací en Shanghai, y el niño del que te hablo nació en una pequeña ciudad. El padre era maestro y, como tal, era altamente sospechoso de poner su inteligencia al servicio de objetivos tan reprochables como la educación general o el estímulo de una postura intelectual sólida, es decir, era sospechoso de pensar. Por entonces bastaba mencionar en voz alta las fechas de la historia más remota del país para ser apaleado por las calles con varas, pero aquel maestro, cuando las hordas llegadas de Pekín emprendieron aquella cruzada para destruir nuestra cultura (que ellos fingían revolucionar), había sabido adaptarse a las circunstancias. Eso, en un principio. El nido de arañas de la guardia roja era la capital, mientras que los líderes del Partido a nivel local en las regiones rurales luchaban contra los guardias rojos. Los campesinos y obreros de esas regiones más bien vinieron a sacar provecho de las políticas de Deng Xiaoping y Liu Shaoqi. Para no ser considerado un hombre culto, nuestro maestro continuó trabajando en una fábrica de maquinaria agrícola, e intentaba, con su modesta manera de ser, evitar el derrocamiento de Deng y de Liu por parte de los maoístas. En la ciudad había hecho cierto arraigo una facción de los guardias rojos, el llamado Comité de Trabajo Coordinado, que simpatizaba abiertamente con Deng, y entonces el maestro pensó que era una buena idea unirse a ellos. Y lo fue. Pero sólo hasta 1968, cuando el Comité se disolvió debido a las presiones de los representantes de la línea dura. A éstos les bastó con saber que aquel hombre había sido maestro alguna vez, y desde entonces él empezó a temer por la vida de su familia, sobre todo después de que nació su hijo.

Jericho bebió un sorbo de su té, al tiempo que empezaba a barruntar algo.

—¿Y cómo se llama ese maestro, Tian?

—Chen De —dijo Tu, palpando un cacahuete con la punta de los dedos y haciéndolo rodar por encima de la mesa—. El nombre del hijo puedes deducirlo por ti mismo.

—Un nombre que debía expresar la fidelidad al Partido. El Soldado Rojo.

—Hongbing. Tácticamente, había sido una decisión inteligente, pero no sirvió de mucho. A finales de 1968 detuvieron a la madre de Hongbing, acusada de haber hecho ciertas declaraciones reaccionarias, como se decía entonces, pero el motivo en realidad fue que los guardias rojos estaban revolucionando la cultura con la ayuda de las porras, y a ella no le entraba en la cabeza de qué podía servirles de provecho a los campesinos todo aquello. Se la llevaron a un campo de reeducación, donde..., bueno, donde fue «reeducada». Enferma y maltratada, regresó a casa, pero ya no era la misma. De manera esporádica, y corriendo enormes riesgos, Chen De retomaba su actividad como maestro, pero la mayor parte del tiempo trabajaba en la fábrica e intentaba transmitirle a su hijo, en secreto, tanta cultura como le fuera posible, por ejemplo, las ventajas de un cambio ético en la vida, algo sumamente peligroso. ¡Eso te lo puedo asegurar! A mediados de los setenta, cuando Mao empezó a dedicarse preferiblemente a las hijas más jóvenes de la Revolución (o, más concretamente, a su desvirgamiento), su antigua alianza con el Comité le supuso, con siete años de retraso, la acusación de contrarrevolucionario, y, tras un proceso sumarísimo, una estancia en la cárcel. Atrás quedó Hongbing, que tuvo que ocuparse solo de la madre enferma, por lo que el chico asumió el puesto de trabajo en la fábrica de maquinaria agrícola.

Tu hizo una pausa y se sirvió un té.

—Bueno, algunas cosas cambiaron, unas para bien y otras para peor. En una rápida secuencia, murieron su madre y Mao; Deng, que antes había caído en desgracia, fue rehabilitado, de modo que el padre de Hongbing pudo dar clases nuevamente, siguiendo la línea del Partido, se entiende. El chico creció entre la ideología y la duda. A falta de modelos humanos, dirigió su entusiasmo hacia los coches, que por entonces eran objetos bastante raros. Pero ése era un interés que no podía hacer muy feliz a alguien que vivía en el campo, así que, a los diecisiete años, Hongbing se mudó a Shanghai, la variante sibarita de la enyesada Pekín. Allí se las arregla con trabajos ocasionales, y conoce a un grupo de estudiantes que tratan de robustecer la plantita del pensamiento democrático en la China posrevolucionaria y lo familiarizan con escritos de Wei Jingsheng y Fang Lizhi: la «quinta modernización», la apertura de la sociedad, todas aquellas ideas seductoras, aún prohibidas.

—¿Hongbing formó parte del movimiento democrático?

—¡Sí! —dijo Tu, asintiendo con énfasis—. Y en la primera línea del frente, querido Owen. ¡Era un luchador nato! El 20 de septiembre de 1986, setenta mil shanghaianos salieron a la calle para protestar contra la manipulada ocupación del Congreso del Pueblo por parte del Partido, y Hongbing estaba en primera fila. Fue un milagro que no lo encarcelaran ya desde entonces. Entretanto, había encontrado trabajo en un taller de reparación de automóviles, poniendo a punto los cochazos de los cuadros del Partido; allí se hace amigo de varias personas influyentes y pierde sus últimas ilusiones, ya que esos directivos de la nueva China podrían ser los inventores de la corrupción. Pero da igual. Ahora bien, ¿te dice algo la fecha del 15 de abril de 1989?

—El 4 de junio me dice algo.

—Sí, pero todo comienza antes, con la muerte de Hu Yaobang, un político en el que los estudiantes siempre vieron a un amigo, sobre todo porque, dentro del Partido, lo usaron como chivo expiatorio de los disturbios de 1986. Y, para recordarlo, miles de pekineses se pusieron en movimiento para guardar luto por el fallecido en la plaza de Tiananmen, la plaza de la Paz Celestial, y es entonces cuando aquellas demandas ya familiares empezaron a gritarse a voz en cuello: democracia, libertad, esas cosas con las que se puede enojar a los ancianos que llevan mucho tiempo en el poder. El ambiente de crítica al gobierno infecta otras ciudades y, por supuesto, también Shanghai, y de nuevo

Hongbing levanta el puño y organiza la protesta. Deng niega el diálogo a los estudiantes, los manifestantes empiezan una huelga de hambre, la plaza de la Paz Celestial se convierte en el núcleo de un ajetreo semejante a una gran fiesta popular, se respira una atmósfera de cambio, de la transformación tan deseada, una suerte de
happening
que Hongbing desea ver con sus propios ojos. A esas alturas, un millón de personas han ocupado la plaza. Los periodistas de todo el mundo están presentes y, para colmo, aparece por entonces Mijaíl Gorbachov con sus ideas de perestroika y
glasnost.
El Partido se encuentra entre la espada y la pared.

—Y Hongbing está justo en el medio.

—No obstante, todo podría haber acabado de forma pacífica. A finales de mayo, el grueso de los estudiantes de Pekín pretende disolver el movimiento y darse por satisfecho con la humillación recibida por parte de Deng, pero los venidos de fuera, como Hongbing, insisten en imponer todas las demandas, y ello hace que el asunto vaya en escalada. El resto ya se conoce, no tengo que contarte mucho más acerca de la masacre de Tiananmen. Y una vez más, Hongbing tiene una suerte tremenda. No le sucede nada, ya que su nombre no figura en ninguna lista negra. Despojado de todas sus ilusiones, regresa a Shanghai, decide ocuparse nuevamente de su trabajo y llega a convertirse en segundo jefe del taller. Con el tiempo, el pequeño taller de antaño se va convirtiendo en un taller grande y pujante, los nuevos ricos adoran pisar el acelerador, y nadie entiende tanto de coches como Hongbing. De vez en cuando su trabajo es recompensado con una visita al burdel, los altos cuadros lo invitan a cenar, y algunos funcionarios con dinero ven con buenos ojos la posibilidad de que aquel chico bien parecido dejase embarazada a su hija.

—En ese sentido, se había acomodado un poco a las circunstancias.

—Hasta el invierno de 1992, cuando Chen De, que tantas veces había intentado sacar la cabeza del lazo que lo atenazaba, decide ponerse una soga al cuello. Depresiones. A causa de su esposa muerta, ya sabes, pero también porque la Revolución había destruido a su familia. A Hongbing lo consume el odio que siente por sí mismo. Odia su poco agraciado nombre, odia su trato directo con aquellos aprovechados que gritan
Ganbei
al brindar y que vendieron de buena gana, a cambio de comodidades, su interés en el movimiento por la democracia. Chen quiere enviar una señal. Un año antes habían detenido al disidente Wang Wanxing, quien, en el aniversario de la masacre de Tiananmen, desplegó una pancarta pidiendo que se rehabilitara a los manifestantes otrora masacrados, y lo hizo en medio de la plaza de la Paz Celestial. Y una vez más se cumple un aniversario de lo de Tiananmen, y ese día, el 4 de junio de 1993, Hongbing participa en una manifestación con algunos que piensan igual que él, y exige la liberación de Wang, una meta pequeña y nada ambiciosa, según él mismo, que tal vez tenga mejores posibilidades de éxito que estar siempre meando en la misma pata del sistema, y ya ves, en esta ocasión sí que le prestaron atención. Sólo que ésta le llegó del lado equivocado. —Lo arrestaron.

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