Authors: Schätzing Frank
—Es bastante obvio, ¿no le parece?
—¿Lo parezco acaso?
—No tengo ni idea.
—Precisamente. Usted no tiene ni idea.
—En este momento creo que Yoyo tiene a sus confidentes más cercanos entre los City Demons.
Zhao lo observó con desconfianza.
—Verifique mis datos —añadió el detective—. En Internet encontrará usted todo lo que debe saber sobre mí. No quiero hacerle ningún daño a Yoyo. No soy policía ni pertenezco al servicio secreto, no soy nadie a quien haya que temer.
Zhao se rascó detrás de la oreja. Parecía un tanto desconcertado. Luego tomó a Jericho por el brazo y lo empujó hasta la puerta.
—Vayamos a tomar algo, pequeño Jericho. Si me entero de que quiere joderme, haré que lo entierren en Quyu. Y que lo entierren vivo. Para que quede claro.
Ambos se sentaron al sol en un café situado frente a la nave. Una chica, cuyo cráneo afeitado estaba dotado de aplicaciones en una forma que uno podría haberla tomado por un ciborg, trajo, siguiendo las indicaciones de Zhao, dos cervezas heladas.
Bebieron. Durante un rato reinó el silencio.
—Encontrar a Yoyo no será nada fácil aquí —dijo Zhao finalmente; luego bebió un largo trago de su cerveza y dejó escapar un sonoro eructo—. Su padre no es el único que la ha perdido de vista. Nosotros también.
—¿Quiénes son «nosotros»?
—Pues nosotros, los amigos de Yoyo. —Zhao lo miró—. ¿Qué sabe usted acerca de la chica? ¿Cuánta información le han dado?
—Sé que está huyendo.
—¿Y sabe también por qué?
—Hombre... —Jericho enarcó las cejas—, ¿quiere usted confiarme algo?
—No lo sé.
—Yo tampoco sé si puedo confiar en usted, Zhao. Sólo sé que así no llegamos a ninguna parte.
Zhao pareció reflexionar sobre las últimas palabras del detective.
—Lo que usted sabe a cambio de lo que yo sé —propuso el joven finalmente.
—Usted empieza.
—Muy bien. Yoyo es una disidente. Durante años ha estado dándole la lata al Partido de mala manera.
—Cierto.
—Como miembro del grupo que se hace llamar Los Guardianes, ha criticado al régimen, ha exigido respeto por los derechos humanos, ha practicado el ciberterrorismo. Son puntos de vista muy simpáticos. Hasta ahora había conseguido salir a flote.
—También es cierto.
—Bueno, ahora le toca a usted.
—La noche del 25 de mayo Yoyo dejó de manera precipitada el piso que compartía con unos amigos y huyó a Quyu. —Jericho bebió un trago, dejó la botella sobre la mesa y se enjugó la boca—. Sobre las razones que tuvo para hacerlo sólo se puede especular, pero considero que ella descubrió algo que le insufló miedo.
—Hasta ahí todo correcto.
—Descubrieron su rastro. O por lo menos ella lo cree así. Con sus antecedentes, su mayor preocupación debe de ser que la descubran. Probablemente esperaba recibir esa misma noche una visita de la policía o de los servicios secretos.
»Quyu es el lugar adonde se ha retirado. Prácticamente no hay vigilancia, no hay escáneres ni policía. Es
terra incognita.
»Su primer punto de apoyo es el taller de los City Demons. Sólo que allí, a la larga, tampoco estará del todo segura. Por tanto, se aloja en el Andrómeda, como ya ha hecho con frecuencia en otras ocasiones.
—¿Y de dónde ha concluido usted que está en el Andrómeda?
—Porque les envió un mensaje a sus amigos desde allí.
—¿Un mensaje que usted ha leído?
—Él me trajo hasta aquí.
Zhao entornó los ojos con desconfianza.
—¿Y cómo accedió usted a ese mensaje? Algo así sólo lo consigue, por regla general, la seguridad del Estado.
—Tranquilo, pequeño Zhao. —Jericho sonrió—. La criptografía forma parte de mi trabajo. Soy detective cibernético, y me ocupo principalmente de esclarecer delitos de espionaje económico y violaciones del derecho de la propiedad intelectual.
—¿Y cómo fue que el padre de Yoyo dio con usted?
—Eso no le incumbe en absoluto. —Jericho dejó caer un poco de cerveza fría por su garganta—. Usted ha dicho que Yoyo ha desaparecido de nuevo.
—Eso parece. Debería estar aquí.
—¿Cuándo desapareció?
—En algún momento del día. Es posible que sólo esté dando un paseo por el barrio. Tal vez estemos preocupándonos innecesariamente pero, en realidad, suele avisar cuando se marcha.
Jericho hizo girar la botella entre el pulgar y el índice. Se preguntó cómo debía proceder en ese asunto a partir de ese momento. Zhao Bide le confirmaba sus sospechas. Yoyo había estado allí, pero con eso solamente no podría devolver la tranquilidad a Chen Hongbing. Aquel hombre quería certezas.
—Tal vez sea cierto que no deberíamos preocuparnos —dijo—. Los City Demons le habrán anunciado mi visita. Puede que esta vez la desaparición de Yoyo tenga que ver conmigo.
—Entiendo. —Zhao señaló con la botella hacia el COD plateado de Jericho, que reflejaba el sol frente al Andrómeda—. Sobre todo teniendo en cuenta que, para las circunstancias de este lugar, llama usted bastante la atención. Pocas veces se pierde un COD por estos pagos.
—Es obvio.
—Tal vez Yoyo se haya marchado huyendo de los otros.
Jericho frunció el ceño.
—¿Qué otros?
La mano de Zhao se movió un poco más a la derecha. Jericho siguió el movimiento y vio, al final de la nave, otro COD aparcado. Perplejo, se preguntó si el coche ya estaba allí cuando él llegó. Había estado distraído: la sorpresa de haber encontrado el Andrómeda, asociada a la certeza de haber caído en la trampa tendida por Daxiong. El detective se puso de pie y se cubrió los ojos con la mano, a modo de visera. Por lo que podía ver, no había nadie en el otro vehículo.
¿Sería una casualidad?
—¿Lo ha seguido alguien? —preguntó Zhao.
Jericho negó con la cabeza.
—Estuve dando vueltas por todo Quyu antes de llegar aquí. No había ningún COD detrás de mí.
—¿Está usted seguro?
Jericho guardó silencio. Sabía muy bien cómo se podía seguir a alguien sin ser advertido. Fuera quien fuese el que había aparcado aquel coche allí, podía haber estado pegado a sus talones desde Xintiandi.
Entonces Zhao también se levantó.
—Lo pondré a prueba, señor Jericho —dijo el joven—. Pero mi fe en el bien y en lo noble me dice que usted está limpio. Por lo visto compartimos la misma preocupación por el bienestar de Yoyo, así que le propongo una colaboración temporal. —El joven sacó un bolígrafo, garabateó algo en un trozo de papel y se lo entregó al detective—. Es mi número de móvil. A cambio, me dará usted el suyo. Intentaremos hallarla juntos.
Jericho asintió. Introdujo el número en su agenda y se tomó la revancha entregándole una tarjeta al otro. Zhao seguía siendo una persona inescrutable, pero en ese momento su propuesta era lo mejor que tenía.
—Deberíamos pensar en un plan —dijo.
—El plan será nuestro compromiso recíproco con la sinceridad. En cuanto oigamos o veamos cualquier cosa, nos informaremos de ello.
Jericho vaciló.
—¿Puedo preguntarle algo personal?
—Siempre y cuando no espere que yo le responda...
—¿Cuál es su relación con Yoyo?
—Ella tiene amigos aquí, y yo soy uno de ellos.
—Soy consciente de que la chica tiene amigos. Me refiero, explícitamente, al vínculo que lo une a ella. Usted no es uno de esos City Demons. Usted sabe que ella forma parte de Los Guardianes, lo que no quiere decir que usted también pertenezca a ellos.
Zhao vació su botella y eructó de nuevo.
—En Quyu todos se pertenecen unos a otros —dijo con indiferencia.
—Vamos, Zhao —repuso Jericho, sacudiendo la cabeza—. Respóndame o cállese, pero no me venga con ese romanticismo de barrio marginal.
Zhao lo miró.
—¿Conoce usted a Yoyo personalmente?
—Sólo por grabaciones.
—Quien la conoce personalmente tiene dos opciones: o se enamora o congela sus sentimientos. Y puesto que ella no va a enamorarse de mí, estoy trabajando en la segunda opción, pero de lo que estoy seguro es de que jamás la abandonaré.
Jericho asintió y no continuó con sus preguntas. Su mirada se posó otra vez en el segundo vehículo.
—Me gustaría echar otro vistazo en el Andrómeda —dijo el detective.
—¿Para qué?
—Tal vez encuentre algo que pueda ayudarnos.
—Por mí, puede hacerlo. Si hay algún problema, diga que cuenta usted con mi autorización —dijo Zhao, dando una palmada a Jericho en el hombro, luego atravesó la plaza y se dirigió a la destartalada furgoneta.
Jericho lo vio hablar y gesticular con uno de los pipas. Parecía que estuvieran discutiendo sobre la disposición de las luces del escenario. Luego, entre los dos, sacaron otra maleta de ruedas del vehículo. Jericho aguardó un minuto y los siguió al interior del local. Cuando entró a la zona del público, estaban montando allí la cabina para el técnico de sonido. No había nadie en la balaustrada. El detective subió la escalera metálica, se deslizó a través de la puerta de color gris, sacó un par de guantes estériles desechables y entró por segunda vez en ese día al mísero mundo de Yoyo. Lo primero que hizo fue colocar un micrófono bajo el armario. Luego echó un vistazo a las páginas impresas apiladas, a las revistas y a los libros. Nada arrojaba indicios sobre el paradero de la joven. La mayor parte de aquellos materiales trataban de música, de moda, de diseño y del ambientillo cultural de Shanghai; también se hablaba de política, de ambientes virtuales y de robótica. Era la literatura especializada que Yoyo, probablemente, leía, a fin de mantenerse al día para su trabajo en Tu Technologies. El detective se acercó entonces al escritorio y revolvió la papelera: había paquetes rotos y estrujados, todavía con algo de comida pegada a ellos. Jericho los alisó. Muchos llevaban la etiqueta de Wongs World; junto a la tipografía había un logotipo torpemente diseñado: un globo terráqueo nadaba en un cuenco lleno de salsa y de algo que tal vez representaba unas verduras. El mundo tenía un rostro y parecía bastante deprimido.
Jericho tomó algunas fotos y salió de la habitación.
Mientras bajaba la escalera metálica, Zhao lo miró brevemente y se volvió de nuevo hacia la cabina de sonido. Jericho pasó por su lado sin decir palabra y salió del local. En el recibidor, su mirada se posó en un póster de los Pink Asses. Era inconcebible. Realmente hacían reclamo con el término de
ass metal
y prometían que el sonido de su banda se le metería a la gente «directamente en el culo».
Jericho, en cierto modo, estaba seguro de que no tenía interés en escucharlos.
Mientras quitaba el seguro a su COD, examinó el entorno. El segundo vehículo seguía aparcado un poco más allá. Alguien se le había pegado a los talones, suponer otra cosa habría sido una ingenuidad. Probablemente lo estuvieran observando en esos instantes.
Un estudiante que prometía dar informaciones sobre el paradero de Yoyo se había despeñado desde un edificio, después de haber sido atropellado por el tren de la montaña rusa que él mismo operaba. Un COD que aparecía de pronto inmediatamente después de que él llegara al Andrómeda. La nueva desaparición de Yoyo. ¿Cuántas casualidades tendrían que sucederse para sentir la apelmazada sequedad del miedo en la lengua? Yoyo no había visto ningún fantasma. Tenía todos los motivos para ocultarse, y en ningún modo se había podido determinar quién la estaba persiguiendo. El gobierno, representado por la policía y los servicios secretos, no se inhibiría de asesinar si las circunstancias lo requerían. Pero ¿qué circunstancias podían forzar al Partido a ir tan lejos? Puede que Yoyo se hubiera ganado el rango de enemiga del Estado, pero matarla por ello no se correspondería con el estilo de un régimen que encerraba a sus disidentes, no los mataba, como se hacía en tiempos de Mao.
¿O acaso Yoyo había despertado a otro monstruo que no se sometía a ninguna regla de juego?
Lo que sí era seguro, fuera quien fuese quien la estuviera persiguiendo, era que esa persona, ahora, también tenía a Jericho en su punto de mira. Era demasiado tarde para dejar el caso. El detective arrancó el COD y marcó un número. Después de tres llamadas, oyó la voz de Zhao.
—Voy a desaparecer de aquí —dijo Jericho—. Puede usted hacer de vez en cuando algún mérito en nuestra nueva sociedad.
—¿Qué debo hacer? —preguntó Zhao.
—Vigile ese otro COD.
—De acuerdo. Lo llamaré.
Kenny Xin lo vio partir.
El destino era una amante infiel. Lo habían sacado de la noble atalaya del World Financial Center para llevarlo hasta allí, hasta la suciedad bajo las uñas de la primera potencia económica mundial. Siempre pasaba lo mismo. Apenas se sentía liberado de los brazos de esa puta sifilítica llamada humanidad, cuando ya creía que no le debía nada, que no tendría que soportar nunca más su aliento putrefacto, ella lo obligaba a entrar de nuevo en su miserable cubil. En África había tenido que soportar su asquerosa visión, había tenido que dejarse tocar por ella, hasta sentir el temor de estar infectado en todas las partes de su cuerpo y de transformarse en una papilla ulcerosa y purulenta. Ahora había ido a parar a Quyu, y una vez más le sonreía con sarcasmo esa mueca deforme, sin que él pudiera apartar la mirada. Sintió vértigo, algo que le sucedía cada vez que se sentía incapaz de dominar el asco. El mundo parecía haberse torcido, de modo que lo asombraba no ver los edificios desmoronarse y a las gentes caerse rodando por doquier.
Se oprimió el hueso nasal con el pulgar y el índice, hasta que pudo pensar otra vez con claridad.
El detective había desaparecido. Ponerle una escucha en su COD habría sido la mar de fácil, pero Xin no tenía ninguna duda de que Jericho abandonaría Quyu y luego devolvería el coche. No necesitó seguirlo por mucho tiempo. Jericho no se le podría escapar. Su mirada vagó por la plaza y se fue liberando de su aversión enviándola en todas direcciones. ¡Cuánto odiaba a la gente de Quyu! ¡Cuánto había odiado a esas criaturas mal alimentadas, eternamente enfermas y cobardes de África! No era que tuviera nada personal contra ellas. Eran gente desconocida que poblaban las estadísticas. Las odiaba porque eran pobres. Tanto odiaba Xin su pobreza, que hasta le dolía ver a esa gente vivir.
Ya era hora de largarse de ese lugar.
Dirigía el coche hacia el acceso que lo llevaría hasta la vía de alta velocidad cuando recibió una llamada. La pantalla del móvil permaneció a oscuras.