Límite (71 page)

Read Límite Online

Authors: Schätzing Frank

BOOK: Límite
9Mb size Format: txt, pdf, ePub
TU TECHNOLOGIES

La empresa de Tu ocupaba las plantas comprendidas entre la setenta y cuatro y la setenta y siete del edificio; por encima estaba el hotel, coronado por el observatorio y la montaña rusa. Una dama le sonrió a Jericho con suma amabilidad y le deseó los buenos días. Todos la conocían. Su nombre era Gong Qing, la nueva superestrella femenina de China, que el año anterior había ganado un Oscar y tenía mejores cosas que hacer en lugar de controlar a quienes entraban y salían de Tu Technologies. Los empleados de Tu solían responder al saludo y pasar junto a Gong Qing; a los visitantes, en cambio, se les preguntaba su nombre y se les pedía colocar su mano sobre la derecha extendida de la actriz. Así lo hizo Jericho. Por un breve instante, sintió la frialdad de la transparente pantalla de proyección donde aparecía la figura en tres dimensiones de Gong Qing. El sistema registró sus huellas dactilares y las líneas de su mano, escaneó el iris y grabó su voz. Entonces, Gong Qing comprobó que la voz ya estaba grabada y evitó preguntarle su nombre al detective. En su lugar, una rápida y jovial señal de reconocimiento recorrió la expresión de su rostro.

—Gracias, señor Jericho. Es un placer verlo de nuevo. ¿A quién desea ver?

—Tengo una cita con Tu Tian —respondió Jericho.

—Suba hasta la planta setenta y siete. Naomi Liu lo espera.

En el ascensor, Jericho tuvo un callado pensamiento de respeto para con su amigo Tu, por haber conseguido aquella jugada maestra de convencer cada tres meses a un nuevo famoso para que desempeñara las funciones de recepcionista. Se preguntó cuánto le habría pagado Tu a la actriz por ello, salió del ascensor y entró en una sala enorme que ocupaba toda la planta. Los cuatro pisos ocupados por Tu Technologies estaban diseñados de la misma manera. No había divisiones territoriales entre los puestos de trabajo ni vestíbulos inanimados. Los empleados andaban como nómadas por un paisaje laboral multifuncional, asistidos por los llamados
lavo-bots,
unos robots con forma de contenedor que se deslizaban por las dependencias de la empresa sin hacer ruido y que albergaban en su interior un ordenador con conexión de interfaz y capacidad de almacenamiento para el material de trabajo personal de cada empleado. Todos disponían de su propio
lavo-bot,
al que recogían por la mañana en la recepción y con el que, según fuera su tarea ese día, se movían de un puesto de trabajo a otro, hasta finalmente atracar en uno. Había puestos de trabajo abiertos y protegidos, sitios para el trabajo en equipo, para el
brainstorming,
así como despachos acristalados, insonorizados, y cuyos cristales podían oscurecerse si era necesario. En el centro de cada planta había una especie de isla dedicada al ocio, con sofás, un bar y una cocina, reminiscencia, esta última, de aquellas fogatas alrededor de las cuales los primeros hombres se reunían hace millones de años.

«No sólo les encargamos trabajo a nuestros empleados —solía decir Tu—. Les ofrecemos un hogar.»

Flanqueada por una pantalla de curvatura cónica y dos metros de alto, Naomi Liu estaba sentada a su escritorio. Tanto la pantalla como la superficie de la mesa eran transparentes. Por ella pasaban, como fantasmas, documentos, diagramas y vídeos, elementos que Naomi abría con la yema de los dedos, los cerraba o los dirigía con la ayuda de su voz. Al ver a Jericho, puso al descubierto sus dientes como perlas y mostró una sonrisa.

—¿Y bien? ¿Satisfecho con su nueva pantalla holográfica?

—Por desgracia, no, Naomi. La holografía no me proporciona su fragancia.

—Qué manera tan elegante tiene usted de exagerar.

—De ningún modo. Mis sentidos son más sensibles que los de la mayoría de los mortales. No olvide que soy detective.

—En ese caso, seguramente también podrá decirme qué clase de perfume me he puesto hoy.

La mujer lo miró medio expectante, medio burlona. Jericho no se tomó ni siquiera el esfuerzo de decirle una marca. Para él, todos los perfumes olían a flores pulverizadas y disueltas en alcohol.

—El mejor —le dijo.

—Por esa respuesta tiene usted permiso para ver al jefe. Está en «La Montaña».

«La Montaña» era un paisaje amorfo con asientos, situado en la parte trasera de la planta, cuyos elementos se ajustaban a la estructura del cuerpo y estaban concebidos para llevar una constante vida propia. Uno podía arrojarse sobre ellos, trepar o repantigarse encima. Simultáneamente, un relleno de nanorrobots se ocupaba de que la forma de la estructura —y, con ella, la postura del cuerpo de quienes habían rellenado la hendidura— fuera cambiando continuamente. Algunos expertos defendían la opinión de que se pensaba de manera más creativa si se cambiaba de posición con frecuencia, y la práctica les daba la razón. La mayoría de las ideas revolucionarias de Tu Technologies habían nacido entre la dinámica ondulante de «La Montaña».

Tu ocupaba el puesto más alto, lo acompañaban dos directores de proyectos. Allí arriba, en aquel trono, el jefe de Tu Technologies destacaba como un niño regordete y orgulloso. Cuando vio a Jericho, interrumpió la reunión, se dejó caer y se incorporó con un gemido, haciendo un intento abstruso por alisar las perneras de su pantalón, irremediablemente arrugadas. Jericho lo contempló con actitud paciente. Estaba seguro de que aquel pantalón ya tenía ese mismo aspecto por la mañana.

—Una plancha haría milagros —le dijo el detective.

—¿Por qué? —repuso Tu, encogiéndose de hombros—. Está bien así.

—¿No estás ya un poco mayor para andar trepando ahí? —No me digas...

—Te has deslizado hacia el valle con la elegancia de un alud, si me permites el comentario. Tu disco intervertebral...

—A ti lo que pase con mi disco intervertebral te importa un comino. Ven conmigo.

Tu condujo a Jericho hasta uno de los despachos acristalados y echó el seguro de la puerta a sus espaldas. A continuación, accionó un interruptor y el cristal se oscureció; automáticamente, el techo empezó a alumbrar. Al cabo de pocos segundos, las paredes eran opacas. Ambos tomaron asiento en torno a la mesa de reuniones, y Tu adoptó una expresión expectante.

—Bueno, ¿qué tienes?

—No creo que sean las autoridades las que buscan a Yoyo dijo Jericho—. Por lo menos no se trata de los órganos de seguridad regulares.

—¿Está libre, la chica?

—Creo que sí. Se ha ocultado en Quyu.

Para su sorpresa, Tu asintió con un gesto, como si no hubiera esperado otra cosa. Jericho le contó lo sucedido desde su última conversación. A continuación, Tu permaneció un rato en silencio.

—¿Y qué es lo que sospechas en relación con el estudiante muerto? —preguntó el empresario chino.

—Mi intuición me dice que ha sido asesinado.

—Tú y tu intuición...

—Era el compañero de piso de Yoyo, Tian. Quería sacarme dinero por informaciones que probablemente no poseyera. Tal vez jugó al mismo juego con alguien más, alguien que lo trató de un modo menos indulgente. O quizá, en efecto, sabía algo, y fue quitado de en medio antes de que pudiera seguir contando lo que sabía.

—A ti, por ejemplo.

—Sí, a mí. —Jericho se mordió el labio inferior—. Está bien, es sólo una teoría, pero a mí me parece plausible. Yoyo desaparece, y su compañero de piso empieza a vaticinar posibles paraderos, exige dinero a cambio y, de repente, se cae del tejado. Eso hace que me plantee quién puede haber ayudado a ello. ¿La policía? ¡Jamás en la vida! Le habrían apretado las tuercas al chico, pero no lo habrían perseguido hasta hacerlo saltar desde ese trampolín. Aparte de que la poli sólo tendría un motivo para ir en busca de Yoyo: que la hubiesen desenmascarado. Sin embargo, ¿algún policía se ha dejado ver por aquí?

Tu negó con la cabeza.

—Habrían venido, puedes apostar el cuello —dijo Jericho—. Yoyo trabaja para ti. Se habrían plantado delante de la puerta de Chen y habrían acosado a preguntas a los compañeros de piso de la chica. Pero nada de eso ha sucedido. Esa muchacha debe de haber desafiado a otra gente. Alguien que actúa con menos escrúpulos.

Tu arrugó los labios.

—Hongbing y yo podríamos colgar un mensaje en ese extraño foro en el que ella ha escrito. Con ello, le comunicaríamos que...

—Olvídalo. Yoyo no necesita que contactéis con ella.

—No lo entiendo. ¿Por qué, al menos, no le ha hecho llegar un mensaje a Hongbing?

—Porque tiene miedo de involucrarlo. En este instante, toda su cabeza debe de estar concentrada en cuánto puede arriesgar sin ponerse en peligro ella misma ni poner en peligro a otros. ¿Cómo va a saber si Chen o tú mismo no estáis siendo vigilados? Por tanto, se hace la muerta e intenta acceder a cierta información. En Quyu estuvo segura temporalmente, pero luego alguien la alertó de que yo estaba en camino hacia el sitio donde ella se encontraba. A estas alturas debe de saber que estuve allí, y también sabe que alguien me siguió. Con ello, el Andrómeda ha quedado descartado como escondite. Con el mismo sigilo con que abandonó su piso, ha desaparecido ahora también de allí.

—Ese tal Zhao Bide —dijo Tu pensativo—. ¿Qué papel desempeña, según tu opinión?

—No tengo la menor idea. Ayudaba en la preparación del concierto. Creo que tiene algo que ver con el Andrómeda.

—¿Es un City Demon?

—Él dice que no.

—Sin embargo, por otro lado, sabe que Yoyo pertenece a Los Guardianes.

—Sí, pero mi impresión es que no conocía el mensaje que escribió en esa página,
Brilliant Shit.
Resulta difícil clasificarlo. Definitivamente, algunos Guardianes forman también parte de los City Demons. Pero no todos los City Demons son Guardianes. A su vez, hay gente que ayuda a Yoyo sin pertenecer a una asociación ni a otra. Como Zhao, por ejemplo.

—¿Y crees que él goza de su confianza?

—Aspira a ello, por lo que parece. De todos modos, ella no le ha revelado adonde ha huido esta vez.

—Tampoco a mí ni a Chen nos ha informado de nada.

—Eso también es cierto. Sólo que eso no nos lleva a ninguna parte. —Jericho miró a su amigo con cara de reproche—. Y tú lo sabes muy bien.

Tu le devolvió una mirada de indiferencia.

—¿Adonde quieres ir a parar?

—Con cada huida, Yoyo reduce el círculo de personas a las que pone al corriente de sus pasos. Pero debe de haber algunas que estén todo el tiempo informadas.

—¿Y?

—Y me pregunto, con el debido respeto, si tú no me estarás ocultando algo.

Tu juntó las yemas de los dedos.

—¿Piensas que conozco a los demás Guardianes?

—Pienso que intentas proteger tanto a Yoyo como a ti mismo. Supongamos que, estrictamente hablando, jamás necesitaste de mi ayuda. No obstante, me encargas las investigaciones para no tener que participar tú directamente. Nadie debe pensar que Tu Tian se interesa más de lo debido por el paradero de una disidente. Chen Hongbing, en cambio, es el padre de Yoyo, él puede acudir a un detective sin problemas.

Jericho aguardó para ver si Tu adoptaba alguna actitud con respecto de lo dicho, pero el chino sólo se quitó las gafas torcidas de la nariz y empezó a limpiarlas con la manga de su camisa.

—Supongamos también —continuó Jericho— que sabes dónde se mete Yoyo cuando hay problemas. Y entonces viene Chen Hongbing, que lo ignora todo, y te pide ayuda. ¿Acaso vas a contarle lo que hace su hija en la red, y que, además, tú estás al tanto? ¿Vas a decirle que apruebas sus actividades y conoces el lugar donde se esconde? Chen se pondría fuera de sí; por tanto, le dices que vaya a verme y me das, de paso, el indicio decisivo: los City Demons. De ellos, por cierto, también me habló Grand Cherokee Wang. Y en efecto, con esa información me revelaste el sitio donde debía buscar. Tu plan era sencillo: yo encuentro a la chica, y tú no llamas la atención, no tienes que bajarte los pantalones delante de Chen, el padre tiene una certeza sobre el paradero de su hija, y el amigo paternal puede dormir tranquilo.

Tu levantó la vista brevemente y, en silencio, continuó sacando brillo a sus gafas.

—Sin embargo, no sabías ni sabes quiénes son los enemigos de Yoyo ni de qué va todo este asunto. Eso te ha intranquilizado. Ahora, después de que Yoyo abandonó también el Andrómeda, estás avanzando a tientas en la oscuridad. Las cosas se han complicado. En este momento, estás tan desconcertado y preocupado como el propio Chen; además, alguien ha muerto.

Tu arrojó su aliento sobre las gafas y las confió de nuevo a su camisa.

—Eso significa que a partir de ahora me necesitas realmente. —Jericho se inclinó hacia adelante—. Y me necesitas para un verdadero trabajo de investigación.

El aliento, el bruñido.

—Pero ¡para ello tengo que poder investigar!

Con un crujido seco, la patilla de las gafas sujeta con cinta adhesiva se partió. Tu reprimió un improperio, carraspeó sonoramente e intentó colocarse de nuevo las gafas sobre el puente de la nariz. Estas se balancearon sobre la nariz de Tu como un coche que se ha salido de la vía y está a punto de despeñarse por un acantilado.

—También podría recomendarte una óptica —añadió Jericho secamente—. Pero antes tienes que decirme todo lo que te has callado hasta este momento. De otro modo, no puedo ayudaros.

«De otro modo —le pasó a Jericho por la cabeza—, hasta yo podría caerme pronto de algún tejado.»

Tu arrojó la patilla de las gafas encima de la mesa.

—Sabía por qué te había encargado este asunto. Sencillamente, no te serviría de nada que te dijera el nombre de los otros cinco Guardianes. Ellos también deben de haber pasado a la clandestinidad.

—En primer lugar, tengo una pista; en segundo lugar, tengo un aliado.

—¿Zhao Bide?

—Aunque no sea uno de los City Demons, conocerá sus caras. Necesito nombres y fotos.

—Fotos... Eso llevará tiempo —dijo Tu, hurgándose dentro de la oreja—. Los nombres los tendrás. A uno ya lo has conocido.

—No me digas... —dijo Jericho, enarcando las cejas—. ¿A quién?

—Su apodo es Daxiong: «Gran Oso.»

—¿Esa mole con un tiesto a modo de cabeza? —El detective intentó imaginarse a Daxiong como un tipo con consciencia política, con el intelecto que lo capacitara para revolver los ánimos del Partido—. No me lo puedo creer. Estaba convencido de que una motocicleta tendría un cociente intelectual más elevado que el de ese tío.

—Eso piensan muchos —replicó Tu—. A mí algunos me toman por un anciano vagabundo excedido de peso que no conoce ninguna óptica y come basura precocinada. Yoyo se te ha escapado, ¿y todavía crees que Gran Oso es tan estúpido? Fue él quien te envió al infierno, y tú fuiste hasta allí como un corderito.

Other books

Laughing Wolf by Nicholas Maes
Werewolves & Wisteria by A. L. Tyler
EcstasyEntwined by Ju Dimello
A Bride Unveiled by Jillian Hunter
Pale Horse Coming by Stephen Hunter
Waiting For Lily Bloom by Jericha Kingston
Carole Singer's Christmas by Harvale, Emily
Selkie's Revenge by Rosanna Leo